sábado, 26 de octubre de 2019

Vivimos con la confianza puesta en el amor de Dios que nos ama y nos llama continuamente a dar una respuesta de amor


Vivimos con la confianza puesta en el amor de Dios que nos ama y nos llama continuamente a dar una respuesta de amor

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9
Alguna vez lo hemos oído o hasta nosotros nos hemos sentido tentados a decirlo. Castigo de Dios; hemos visto que le ha sucedido algo imprevisto y desagradable a alguien de quien no nos agradan algunas cosas o en alguna ocasión hemos quizá recibido algún daño y así se reacciona muchas veces. Pero ¿un cristiano puede reaccionar así? ¿Podemos ver las cosas de esa manera? ¿Estaremos haciéndonos un dios policía que está al tanto de lo que hacemos para castigarnos en todo momento por lo que hagamos mal? Creo que es una cosa en la que tenemos que reflexionar y ser capaces de buscar el odre nuevo para el vino nuevo que nos ofrece Jesús en el evangelio.
Era la reacción que tenían muchos también en los tiempos de Jesús. Vienen a contarle lo que Pilatos a hecho y que consideran sacrílego y Jesús quiere hacerlos reflexionar. ¿Un castigo de Dios a aquellos galileos por algo que quizás habían hecho?
Ya sabemos que los judíos de Judea, el hecho se sitúa en Jerusalén no veían con muy buenos ojos a los judíos de otras regiones; no solo era el odio que tenían hacia los samaritanos con quienes no se llevaban de ninguna manera, sino que a los galileos los consideraban también en un estadio por así decirlo inferior, no en vano se referían a aquella región como la Galilea de los gentiles; por ser zona fronteriza allí se mezclaban los de religión judía con los que no lo eran, los gentiles, y de alguna manera a todos los galileos los consideraban algo así como contaminados.
‘¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo’. Y hace a continuación Jesús referencia a un sucedo que habría sucedido hacía poco tiempo. ‘Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera’. Fijémonos como Jesús siempre hace referencia a la necesaria conversión. Somos pecadores, hacemos el mal muchas veces, y en eso no somos mejores que los demás, pero Dios siempre está esperando nuestra conversión. Podemos decir que no está al acecho a ver cuando damos los traspiés para venir con la mano levantada del castigo.
Por eso a continuación les propone una pequeña parábola. La del hombre que viene año tras año a buscar fruto en su higuera y no lo encuentra; manda al que cuida de la viña que la arranque para que no ocupe terreno en balde, pero el viñador le dice que espere un poco más que va a cuidarla con esmero con la esperanza de que pronto comience a dar fruto. Es la espera de Dios. Es la respuesta de conversión que nosotros hemos de saber dar.
Todos tenemos la experiencia de nuestros errores y pecados, pero también tenemos experiencia – algo que tenemos que reavivar porque parece que algunas veces olvidamos – de la misericordia que Dios tiene con nosotros. Una y otra vez llama a nuestro corazón; cuántas veces escuchamos su palabra que nos invita a la conversión; cuantas veces a pesar de que somos pecadores experimentamos en nosotros el amor de Dios que no nos abandona, que cuida de nosotros, que nos ofrece su gracia.
Cuantas veces nos hemos visto envueltos en caminos oscuros en la vida, en situaciones difíciles, en situaciones que parecía que el mundo se nos venía encima, pero ahí ha estado siempre la gracia de Dios. Pensemos en nuestro momento presente fruto de ese amor de Dios que nos cuida, que nos ama, que nos regala su amor y su gracia. ¿Daremos respuesta radical con nuestra vida algún día?

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