sábado, 1 de septiembre de 2018

Cuánto confía Dios en nosotros que ha puesto la vida en nuestras manos, pero más aún ha puesto su vida y nos regala la gracia de ser hijos de Dios


Cuánto confía Dios en nosotros que ha puesto la vida en nuestras manos, pero más aún ha puesto su vida y nos regala la gracia de ser hijos de Dios

1Corintios 1,26-31; Sal 32; Mateo 25,14-30

¿En quien puedo yo confiar las cosas que son muy importantes en mi vida? ¿Quién merece nuestra confianza como para que pongamos en sus manos nuestras cosas, nuestros negocios, nuestros bienes, o aquellas cosas que son importantes para mi?
Quizá en alguna ocasión nos lo planteemos ya sea en asuntos de orden material para que sean administradores de nuestras cosas, pero quizá en el fondo consciente o inconscientemente nos lo estamos planteando cuando confiamos algo de la intimidad de nuestra personas, nuestros secretos o nuestras inquietudes, las ilusiones que tenemos en la vida o aquellas cosas en las que vamos tropezando y quizás fracasando. No a cualquiera le confiamos nuestras cosas, no a cualquiera desvelamos esas cosas que en cierto modo forman parte de nuestra intimidad. Conseguir esa confianza en ocasiones no nos resulta fácil.
Claro que aquel en quien confiamos, o nosotros mismos si somos depositarios de la confianza de alguien tenemos que hacernos merecedores de ello, siendo buenos administradores o manteniendo la necesaria discreción y lealtad hacia quien nos ha confiado algo de si mismo. Discreción y lealtad que no siempre quizá encontramos, pero que tan necesaria es en el respeto que siempre hemos de tener a la persona, a toda persona y mucho más a quien ha tenido esa deferencia de mostrarnos así su confianza. ¿Seremos siempre lo suficientemente discretos y leales? ¿Seremos en verdad buenos administradores de lo que se nos confía?
Cuando Jesús nos habla del Reino de Dios lo hace utilizando parábolas, imágenes con hondos significados que nos ayudan a comprender todo ese misterio de gracia que es el Reino de Dios que hemos de vivir y que nos dan pautas de esos valores nuevos que hemos de saber resaltar en nuestra vida, vivir con intensidad para sentirnos en verdad dentro del Reino de Dios.
Hoy nos habla de aquel hombre que se iba al extranjero y que quiere confiar sus bienes y sus cosas a tres personas en quienes confía para que se las administren. La parábola nos describe el diferente actuar de aquellas personas, pues mientras unos se sienten responsables de hacer producir aquellos bienes, otro simplemente se contenta con conservarlos sin que se le pierdan, pensando que con solo eso ya tenia todo hecho. No es eso lo que aquel hombre esperaba de sus administradores.
Muchas consecuencias podemos derivar para nuestra vida personal, pero también considerándonos en medio de una sociedad, de una comunidad de la que también hemos de sentirnos responsables. Quiero incidir sobre todo en la confianza que aquel hombre tuvo en sus empleados, cada uno con sus diferentes cualidades, pero a los que el consideraba capaces de desempeñar aquella tarea. Y ahora pienso en mi mismo, cada uno piense en si mismo, a quienes se nos ha confiado también un tesoro que es nuestra propia vida, con sus valores y sus cualidades, con sus limitaciones, es cierto, también, pero con lo que en realidad somos cada uno.
¿Estaremos en verdad respondiendo a esa confianza? muchos tenemos que analizarnos personalmente sobre lo que hacemos con nuestra vida. Tenemos también el peligro de considerarnos pequeños y que nada valemos y lo que estamos haciendo es enterrar nuestros valores, porque no somos capaces de sacarlos a flote, desarrollar en verdad lo que somos y valemos con todas las posibilidades que todos tenemos en la vida.
Aquí tendríamos que pensar también en los que son educadores de la persona -empezando por los padres y todos los maestros o educadores que tengamos en la vida en la diversas situaciones – en cómo han de saber hacer descubrir y desarrollar los valores de esas personas que se les han confiado. Hay ahí una responsabilidad tremenda porque en esos educadores se ha puesto una confianza grande en la tarea que han de realizar como tales.
Quedémonos al menos con una última consideración de pensar cuánto confía Dios en nosotros que ha puesto la vida en nuestras manos, pero más aun ha puesto su vida cuando nos regala su gracia, la gracia de ser hijos de Dios. ¿Viviremos como tales?  En quien puedo yo confiar, comenzábamos preguntándonos, pero pensemos también como Dios ha puesto su confianza en nosotros.



viernes, 31 de agosto de 2018

La esperanza es disponibilidad y apertura, entrar en una nueva sintonía que nos hace pregustar el rumor del amor, gozo y alegría pregustando la certeza de lo que está por llegar


La esperanza es disponibilidad y apertura, entrar en una nueva sintonía que nos hace pregustar el rumor del amor, gozo y alegría pregustando la certeza de lo que está por llegar

1Corintios 1,17-25; Sal 32; Mateo 25,1-13

Me cansé de esperarte, le decimos al amigo cuando al fin aparece a la cita, allí estaba aburrido sin saber que hacer, si venias o no venias, porque se pasaron las horas, y vaya puntualidad la tuya, nos quejamos. Malo es estar esperando a alguien, pero estar esperando pasivamente, aguantando a que pase el tiempo, sin darle un sentido o un valor a esa espera. Se nos hace difícil, imposible, aburrida, nos dan ganas de marcharnos. Pero es también la pasividad o la ociosidad con la que esperamos. Quizá tampoco estábamos preparando nada para recibirle, sino simplemente pasivamente a lo que saliera.
En la vida hay que hacer muchas esperas, porque puede ser como veníamos diciendo al amigo o a la persona que nos había anunciado su llegada, pero es también la espera por el fruto de nuestro trabajo, la espera de un mañana mejor, la espera de algo que buscamos ansiadamente y que esperamos – valga repetir la palabra – que con nuestro trabajo consigamos. Poniéndonos más trascendentes es la espera de la salvación que se nos ofrece con la ayuda de la gracia, o la esperanza de la vida eterna que anima la vida de todo cristiano.
La esperanza una virtud y un valor muy importante en la vida del ser humano y una virtud esencial en la vida del cristiano. No es solo la esperanza humana en la realización de esos sueños o esos ideales que esperamos alcanzar para ser mejores y ser más felices, sino también la esperanza virtud sobrenatural que ponemos en el Dios de quien esperamos el perdón y la salvación.
Es la esperanza que de manera especial se nos refleja en la parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio y tantas veces habremos meditado del Señor que viene a nuestra vida porque en nosotros quiere habitar como en unas bodas eternas. Es la esperanza que abre nuestro corazón a una alegría especial, porque nos gozamos ya en aquello que un día vamos a vivir en plenitud. Por eso decimos siempre que el hombre de esperanza es alguien en quien siempre ha de rebosar la alegría, desterrando todo luto y todo llanto.
Pero la esperanza nunca es una actitud pasiva en la que resignadamente aguantamos y esperamos salir de la situación en la que nos encontremos deseando que se nos dé aunque nada pongamos de nuestra parte un mañana mejor. No es así de ninguna manera como hemos de ver y sentir lo que es nuestra esperanza cristiana.
Es una disponibilidad y una apertura, pero es ir ya transformando nuestras actitudes o nuestra manera de ver y hacer las cosas porque el que está vigilante está activo, está haciendo además todo lo posible no solo para no dormirnos sino para tener preparado todo lo que sea necesario para cuando llegue el cumplimiento de esa esperanza.
Es lo que nos está enseñando esta parábola que hoy se nos ofrece. No se puede estar pasivamente durmiéndose en la vida. Hay que estar vigilante y activo, sabiendo estar preparado y tener las cosas disponibles. El que espera tiene que estar en la sintonía del amor, pero eso al que espera nunca le faltará la alegría y el gozo que está pregustando de lo que va a llegar. El que de verdad espera en esta sintonía de amor no se amarga ni sufre por la tardanza, sino que le hará estar más vigilante y mejor preparado. Es la actitud, la postura que hemos de tener en la vida ante lo humano que nos sucede cada día, pero también en lo sobrenatural que Dios nos regala.

jueves, 30 de agosto de 2018

La responsabilidad con que asumimos la vida que nos abre a los demás y nos eleva y trasciende hasta la plenitud de Dios


La responsabilidad con que asumimos la vida que nos abre a los demás y nos eleva y trasciende hasta la plenitud de Dios

1Corintios 1,1-9; Sal 144; Mateo 24,42-51

No sé, pero da la impresión de que nos hemos acostumbrado a que quien ostenta la responsabilidad de algo en la vida se sienta como dueño y señor de aquello de lo que solo es un administrador y que su responsabilidad es precisamente el cuidar de administrar bien lo que está en su mano para bien de aquello o aquellos que se le han confiado a su responsabilidad. Tener una responsabilidad no es hacernos dueños todopoderosos para actuar a nuestro antojo, sino que podríamos decir que es entrar en una dinámica de servicio para buscar el bien y lo bueno para todos y todo lo que está a su cuidado.
Hablar de esa responsabilidad es hablar de la vida misma, pero serían hablar también de todas esas funciones que hay en la sociedad a la que toca servir y que tenemos que cuidar que no solo sea para el bien ni solo del propio responsable ni solo de algunos de sus miembros.
Demasiado tendríamos que decir en este aspecto en tantos estamentos de la sociedad, en la vida social y en la vida política, en los que son responsables del gobierno como en las responsabilidades que asumimos en las tareas que desempeñamos todos cada día. Y tenemos que reconocer cuánto de corrupción hay en tantos aspectos de todo esto que estamos mencionando.
¿Qué vemos hacer desgraciadamente en tantos de nuestros políticos? ¿Qué vemos en tantas otras actividades de la vida social en las actitudes y comportamientos de muchos de sus dirigentes?
Pero decíamos también que hablar de responsabilidad es hablar de la vida misma. La responsabilidad de nuestra propia vida que tenemos que saber asumir. Es mi vida, oímos decir tantas veces, y de mi capa hago un sayo, dicen algunos. Es tu vida que tienes que saber vivir con responsabilidad. Es tu vida donde has de saber desarrollar tus valores y tus cualidades, que no estás dotado de ellas, para guardarlas encerradas, sino que tenemos que saber dar fruto.
Es tu vida, pero no vives aislado de los demás, sino que vives en sociedad, porque hay un sentido y un valor social desde lo más intimo de tu propio ser y no vives solo para ti. Piensa que tu misma existencia ha dependido de otros seres de la misma manera que de ti va a depender la existencia de otros seres que vendrán detrás de ti e incluso de los que están a tu lado en esa profunda interrelación que hay entre todos. Por eso tus propios valores, tus cualidades que te enriquecen también están llamadas a enriquecer a los demás.
Es tu vida que está dotada también de una trascendencia no solo en lo que de ti se va a reflejar en los demás sino que también nos eleva en una vida espiritual y en una vida que va mas allá de lo que ahora en este espacio temporal podamos vivir. En esa elevación espiritual y en esa ansia de plenitud y de eternidad que todos llevamos dentro nos abrimos a Dios, nos trascendemos en Dios que no solo buscamos en esa ansia de eternidad, sino que sentimos también que viene a nosotros y en nosotros en nuestra vida se hace presente.
Hoy nos habla Jesús en el evangelio de vigilancia, de estar preparados y atentos como los que tienen una responsabilidad. Es de todo lo que venimos reflexionando. Y esa presencia de Dios en nosotros que vamos a sentir precisamente nos induce a vivir con todo sentido y plenitud todas esas responsabilidades que tenemos en la vida. No podemos descuidar esa vigilancia, ese cuidado, esa responsabilidad. Esa fe que va a llenar e inundar nuestra vida no nos adormece sino todo lo contrario nos hace estar más vigilantes, a actuar con mayor responsabilidad, a trabajar para hacer que nuestro mundo sea mejor.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Frivolidad, superficialidad, vanidad una espiral que nos lleva a caminos de injusticia y de muerte


Frivolidad, superficialidad, vanidad una espiral que nos lleva a caminos de injusticia y de muerte

2Tesalonicenses 3,6-10.16-18; Sal 127; Marcos 6, 17-29

Qué fáciles somos a veces para hacer promesas; en medio del entusiasmo, o en la angustia de los problemas, prometemos y prometemos sin pensarnos en lo que decimos y así luego nos sentiremos. Ya sea desde momentos positivos o de entusiasmo por los que estemos pasando, porque nos gusten determinadas cosas, o motivados por el ambiente que nos rodea, o ya sea en momentos difíciles de los que queremos salir en los que nos prometemos quizá a nosotros mismos que no volveremos a pasar por una situación semejante porque ya haremos lo que sea por actuar de otra manera.
Unas veces pronto olvidamos lo que prometimos manifestando así la superficialidad con que actuamos, en otras ocasiones vamos posponiendo el cumplimiento de lo prometido porque quizá así andamos en la vida de cosas en cosa como una mariposa de flor en flor, en otras ocasiones nos sentimos obligados y comprometidos en lo que prometimos, ya sea por la seriedad con que nos lo tomamos, ya sea también influenciados por los respetos humanos pensando en lo que puedan decir quienes conozcan nuestras promesas y ven que no las cumplimos.
Pero algo en lo que queríamos fijarnos siendo cierta toda esta realidad que comentamos es la frivolidad y ligereza con que en ocasiones nos hacemos promesas, a nosotros mismos, o a los demás, no sabiendo luego cómo salir del paso o la forma de poder cumplirlas. Promesas, juramentos, votos que tendríamos que cumplir son cosas que hay que tomarse con mucha seriedad y no se pueden hacer a la ligera; bien sabemos como hay gente que no quita de sus labios la palabra ‘lo juro’, que más que un juramento es realmente una muletilla a la que al final ni hacemos caso cuando nos prometen algo.
Son reflexiones que tenemos que hacernos, cosas que tenemos que revisar en el actuar de nuestra vida y todo momento es bueno para la reflexión. Hoy me ha surgido esta reflexión viendo la ligereza y frivolidad con que actuaba el rey Herodes en que todo para el se convertía en deseos de diversión y pasarlo bien.
Claro que estamos ante una página del evangelio que tiene su propio dramatismo. Nos viene a narrar el martirio del Bautista. Y en torno a este hecho aparecen multitud de situaciones, actitudes y posturas que nos pueden decir muchas cosas para nuestra vida. Es el testimonio de la fidelidad a la Palabra en la propia figura del Bautista.
Su misión había sido preparar los caminos del Señor y al mismo tiempo que nos señalaba las sendas por los que habíamos de transitar para acoger al Mesías Salvador que nos llegaba también había de denunciar lo malo que habría en nuestra vida y que tendríamos que arrancar en nosotros. Los valles y colinas que había que aplanar, los caminos que habría que enderezar.
Es la postura valiente y profética que mantiene ante el rey Herodes cuya vida frivolidad, de injusticia y de pecado denuncia. Herodes, aunque se nos dice que apreciaba a Juan y le agradaba escucharle, instigado por la mujer con la que convivía – motivación de las denuncias de Juan – termina por meterlo en la cárcel. Pero Herodías sigue instigando y se encontrará ocasión y momento en una de aquellas fiestas a las que es tan dado Herodes. Bailó la hija de Herodías y en el frívolo entusiasmo de Herodes le promete cuanto quisiera pedirle, aunque fuera la mitad de su reino. Es la ocasión que esperaba Herodías, para que su hija pida en una bandeja la cabeza de Juan.
Ahí vemos esa espiral de frivolidades y desenfreno que viene a culminar en la muerte del Bautista. Herodes, inconsciente de lo que ha prometido, ahora se ve condicionado por los respetos humanos y la propia frivolidad de su vida. Accede a lo que pide la hija de Herodías y se culmina en la muerte de Juan Bautista. Es la voz que se quiere silenciar, pero que seguirá siendo, incluso a través de la historia, un grito contra la tiranía y la injusticia en la muerte de tantos inocentes.
Era la voz que anunciaba la llegada del Mesías y la preparación de los caminos del Señor que muchas maneras querían acallar, pero es la voz que se sigue oyendo desde su martirio invitándonos también a la fidelidad aunque nos cueste la muerte.
Es la voz que nos señala caminos de rectitud y de justicia que nos seguirá señalando allá en nuestro interior esas frivolidades de la vida de las que nos hemos de arrancar para saber actuar siempre en toda rectitud y justicia.
Es la voz que sigue invitándonos a que le demos verdadera profundidad a nuestra vida alejándonos de superficialidades, de vanidades o de respetos humanos para darle un verdadero sentido a cuanto hagamos y no lo hagamos así porque si sin pensar bien en lo que nos comprometemos o el rumbo que queremos darle a nuestra vida.

martes, 28 de agosto de 2018

La autenticidad, la compasión y la sinceridad son virtudes y valores que hemos de cuidar y hacer resplandecer en nuestra vida para hacernos verdaderamente creíbles



La autenticidad, la compasión y la sinceridad son virtudes y valores que hemos de cuidar y hacer resplandecer en nuestra vida para hacernos verdaderamente creíbles

2Tesalonicenses 2,1-3a.14-17; Sal 95; Mateo 23,23-26

La sinceridad es una de las virtudes y valores que más apreciamos. Una persona sincera nos merece confianza; a quien encontramos con engaños y falsedades pronto le perdemos el respeto y porque nos es creíble para nosotros nos será muy difícil mostrarle nuestra confianza.
Son las mentiras en las que ocultamos la verdad, las mentiras en las que a conciencia decimos una cosa por otra porque queremos engañar, son las mentiras de la falsedad con que ocultamos nuestra autentica apariencia no mostrándonos como somos, son las mentiras de la vanidad y de la hipocresía con que vivimos la vida queriendo aparentar lo que realmente no somos, son las mentiras de la incongruencia con que vivimos la vida mientras proclamamos unos principios muy bonitos sin embargo nuestro actuar va por otros derroteros.
Algunas veces hemos infantilizado demasiado el concepto de la mentira dejando de lado las tremendas mentiras que puede haber en nuestra vida que son las que verdaderamente nos hacen daño.
Las personas que se nos manifiestan con autenticidad merecen nuestro aprecio, aunque lo que descubramos no sean solo virtudes, sino que podamos apreciar incluso las debilidades de su vida. A fuer de sinceros tendríamos que ser capaces de reconocer que todos tenemos debilidades y no actuamos a la perfección aunque lo deseáramos, pero si no ocultamos nuestras debilidades de alguna manera estamos diciendo que son cosas que queremos superar, que en nosotros quiere haber un esfuerzo de superación. Pero la debilidad que quizás mas nos cuesta perdonar en el otro es su falta de autenticidad ocultando tras un velo de vanidad la realidad de su propio ser.
Jesús que es la verdad en si mismo, de quien incluso sus adversarios alaban su sinceridad y lealtad, se muestra dura en el evangelio con quienes llenan su vida de hipocresía y falsedad; el hipócrita que está queriendo mostrar una cara distinta a lo que es la realidad de su vida de alguna forma nos está demostrando la vaciedad de su vida; no tiene nada bueno que mostrar y se oculta tras las vanidades y apariencias.
Lo venimos escuchando en el evangelio en estos días. Son duras las palabras de Jesús contra los fariseos a los que llama hipócritas, porque aunque se ponen exigentes en la apariencia de una vida muy cumplidora, por dentro más que vacíos lo que están llenos de podredumbre. Sepulcros blanqueados los llama. Mucha blancura de cal por fuera pero que oculta y quiere disimular la podredumbre de su interior. Muy limpia la copa y el plato en su exterior, pero muy sucia en su interior.
No tengamos miedo de mostrar la autenticidad de nuestra vida; no queramos vivir en apariencias; que haya verdadera congruencia en nuestro actuar con lo que proclamamos con nuestras palabras; que tratemos de llenar nuestro corazón de los verdaderos valores que van a reflejarse en el actuar de nuestra vida. Que nos mostremos verdaderamente creíbles por la sinceridad de nuestro actuar.

lunes, 27 de agosto de 2018

Aunque nuestro testimonio ha de ser estimulo en el camino de los demás sepamos respetar los pasos que con libertad cada uno ha de dar en su propia vida


Aunque nuestro testimonio ha de ser estimulo en el camino de los demás sepamos respetar los pasos que con libertad cada uno ha de dar en su propia vida

2Tesalonicenses 1,1-5.11b-12; Sal 95; Mateo 23,13-22

Teníamos interés en llegar a un sitio determinado y pensábamos que íbamos por buen camino pero cuando ya creíamos que estábamos a punto de conseguirlo, de llegar a la meta nos encontramos algo atravesado en el camino que no nos permitió conseguir nuestros fines. Esto que nos puede suceder geográficamente en cualquier camino o dirección que tomemos donde nos podemos encontrar con dificultades, nos sucede en la vida porque parece que siempre hay alguien que no hace otra cosa que ponernos obstáculos. Hay gente que parece muy especializada en hacernos las cosas difíciles.
En la organización de las cosas todo son reglas y condicionamientos que parece que nos coartan la libertad, el tomar nuestras propias decisiones, limitaciones y cortapisas con reglamentos minuciosos que no nos dejan avanzar, comentarios negativos a todo lo que hacemos que siempre les parece mal, imposiciones para que las cosas se hagan a su gusto para que así prevalezca su yo por encima de todo.
Es una forma de manipular, de querer quizá tener dominio sobre nosotros cuando quizá en ellos son todo apariencias y no precisamente un dechado de virtudes y valores. No solo tenemos que ir luchando con nuestras propias limitaciones, sino que parece que siempre tenemos que vernos condicionados por las opiniones o los pareceres de quienes quieren manipularnos. Gente manipuladora así  nos encontramos fácilmente en la vida en todos los ámbitos de la sociedad. Y detrás siempre puede haber mucha falsedad e hipocresía. Se las dan por personas muy rectas y que solo ellas son las que saben el camino, las soluciones a los problemas, pero que tiene que ser a su manera, aunque no sea lo que ellos propiamente viven.
De eso nos está previniendo hoy Jesús en el evangelio. Y Jesús es muy duro con los fariseos unos grandes manipuladores de la sociedad de su tiempo. Tiene para ellos palabras muy duras para desenmascarar su hipocresía. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren’. Y les señala Jesús cosas muy concretas de aquellas miles de normas que se han impuesto y que con su rigorismo quieren imponer a los demás.
Cuidemos nosotros no seguir con rectitud el camino emprendido tratando de ser fieles de verdad al evangelio recibido y que tiene que ser el único norte de nuestra vida. No actuemos por el qué dirán y buscando agradar a los que nos rodean, no convirtamos nuestra vida en una vanidad que nos hace falsos y que tenemos entonces de llenar de hipocresía nuestra vida.
De ninguna manera seamos nosotros manipuladores de los demás, sino sepamos respetar el camino de cada uno. Podemos decir, es cierto, una palabra bueno y tenemos también que dar un consejo, pero siempre respetando la libertad de cada persona que es la que tiene que tomar sus propias decisiones.
Algunas veces no nos es fácil, porque tenemos la tentación de querer que todos sean como nosotros o hagan el mismo camino. Pero cada uno tiene que dar sus pasos, cada uno tiene que hacer su camino, cada uno se encontrará con sus propias dificultades y aunque nosotros con nuestro testimonio podemos estimular al esfuerzo de superación de los demás, ellos han de ser los que den los pasos, que nosotros no podemos dar por ellos. Cosas así nos sucede muchas veces en la tarea de la educación quienes tienen o tenemos esa tarea como padres o como educadores. Tenemos que saber discernir en cada momento cual ha de ser nuestra mejor manera de actuar.

domingo, 26 de agosto de 2018

También queremos poder decir que no nos vamos con ningún otro porque solo Jesús es para nosotros Palabra de vida eterna


También queremos poder decir que no nos vamos con ningún otro porque solo Jesús es para nosotros Palabra de vida eterna

 Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b; Sal. 33; Efesios 5, 21-32; Juan 6, 61-70

Nadar entre dos aguas sin que nos arrastre la corriente no es tarea fácil; habrá que ser quizá un experto nadador cuando de corrientes marinas o corrientes entre ríos se trate, pero cuando es en la vida donde queremos nadar entre dos aguas o también como se suele decir nadar y guardar la ropa se nos puede hacer más complicado. Hay que tomar decisiones, hay que aclarar las ideas, no podemos permanecer siempre en la confusión, tenemos que decantarnos por algo; aunque algunas veces parece que nos encontramos con expertos en escurrir el bulto.
Pero ahora queremos hablar del evangelio, de la buena noticia que nos anuncia Jesús donde se nos plantea un sentido de la vida, una opción fundamental de la que puede depender la felicidad o la plenitud de la persona. Y ahí tenemos que aclararnos, aunque algunas veces parece que preferimos permanecer en un conformismo que nos mantenga en la sombra, o al menos que no nos comprometa a mucho. Pero el planteamiento de Jesús no es un juego, tiene su radicalidad, que no podemos rehuir sin es que en verdad tenemos una fe cierta y clara en Jesús y en el Reino de Dios que El nos anuncia.
Nos da motivo para este planteamiento o esta reflexión que nos estamos haciendo este texto del evangelio del Pan de vida que hemos venido escuchando en los últimos domingos y donde vemos que llega el momento de tomar decisiones. Pero esto nos vale para cualquier pasaje del evangelio con el que nos enfrentemos, páginas que demasiadas veces maquillamos a nuestro favor para no afrontar las decisiones y posturas valientes que se suponen en un seguidor de Jesús.
Queremos tantas veces nadar, sí, entre dos aguas, nos queremos llamar cristianos y al mismo tiempo andamos con conformismos sin querer entrar en la radicalidad que para nuestra vida siempre ha de significar el evangelio. No olvidemos que el primer anuncio que nos hace Jesús es que nos convirtamos para poder creer en esa Buena Noticia que se nos anuncia, y convertirnos es darle un cambio radical a nuestra vida.
Lo que Jesús ha venido planteando en la sinagoga de Cafarnaún era algo serio. Comer ese Pan de vida que Jesús nos ofrece es mucho más que comer un simple pan. Era radicalmente decidirnos por seguir a Jesús para vivir su vida, creer en su Palabra sabiendo que para nosotros es Palabra de vida eterna, ponernos en una sintonía total con Jesús de manera que ya solo viviéramos su misma vida, optar por el camino de Jesús para solo seguir sus pasos, vivir sus actitudes y sentimientos, hacernos uno con El. Como el alimento que comemos para alimentarnos y que se hace vida en nosotros, transformándose en vida para nosotros.
Quizá las palabras de comer su carne y beber su sangre pudieran asustar. Por eso se preguntaban como iban a comer su carne porque no llegaban a entender bien el significado que Jesús estaba dando a sus palabras. Muchos desde entonces dejarán de ir con Jesús, lo abandonarán. Pero Jesús sigue diciéndonos que El es el verdadero pan bajado del cielo y que da vida al mundo y que su carne será verdadera comida y su sangre verdadera bebida.
Es cuando le pregunta a sus discípulos más cercanos, a aquellos que ya había escogido para estar con El y enviarlos en su nombre a anunciar el Reino, si ellos también quieren marcharse. En sus corazones también anidaban las dudas; aunque tenían una cercanía, una sintonía muy especial con Jesús a ellos también les costaría entender y no terminaban de saber a donde conduciría todo aquello en que se habían metido cuando habían dejado todo para seguir a Jesús.
Pero allí está quien ama intensamente a Jesús, a pesar de sus debilidades. ‘¿A quién vamos a ir, con quién no vamos a ir? Solo tú tienes Palabras de vida eterna’. Es una confesión de fe muy rotunda, como ya haría en otra ocasión el mismo Pedro. Ciegamente, casi podríamos decir, pero con la ceguera del amor estaban decididos a estar con Jesús, a seguir a Jesús. no terminarían de comprender ahora sus palabras, pero ya llegaría el momento en la cena pascual, donde Jesús les ofrecería aquel pan y aquella copa diciéndoles que aquello era su cuerpo, que aquella copa era la copa de su sangre, de la alianza nueva eterna.
Seguirían aun sus luchas y sus dudas, sus temores y la aparición de sus debilidades, porque incluso le abandonaría a su suerte, pero ahora estaban dispuestos a decir que no se podían ir con otro porque nadie más tenia palabras de vida eterna como El tenía.
Claro que aquí esté que pensemos en nosotros y en el sentido y significado con que nosotros también comemos la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre sacramentalmente presentes para darnos vida. Es de lo que de verdad tenemos que ser conscientes. Acercarnos a comulgar no es ir porque todos lo hacen; acercarnos a comer a Cristo tenemos que darnos cuenta todo lo que significa en cuanto estamos poniendo toda nuestra fe en El, en cuanto queremos en verdad vivir su misma vida, en cuanto tenemos que impregnarnos de sus sentimientos, de su actitudes, de su vida para que para siempre las de Jesús sean las nuestras, en cuanto que queremos vivir su vida para siempre y para siempre hemos de arrancar de nosotros todo lo que sea muerte, todo lo que sea pecado.
Decimos que no podemos ir a comulgar en pecado; es que seria una incongruencia, porque mientras seguimos dejando reinar el pecado y la muerte en nuestro corazón, vamos a comulgar, decimos, porque hemos optado por la vida de Jesús.
Acercarnos a comulgar nos compromete, aunque sabemos de nuestras debilidades, nuestras dudas y nuestros miedos. Queremos tener la seguridad y la certeza de la Verdad de Jesús. Queremos sentirnos fortalecidos con ese alimento de vida eterna, para que ya se acaben de una vez para siempre nuestros miedos y para que ya en El nos sintamos fortalecidos frente a todas las adversidades que nos pueden aparecer en la vida. Queremos alimentarnos de su amor para que nuestro amor sea también total amando con su mismo amor. Se acabaron las dudas y las indecisiones, el nadar entre dos aguas, ha de comenzar la radicalidad del seguimiento de Jesús.
¿A quién vamos a acudir? ¿Con quién nos vamos a sentir mejor? ¿Quién va a ser nuestra mejor fortaleza? ¿Quién tiene para nosotros palabras de vida eterna? Solo tú tienes palabras de vida eterna, también nosotros queremos confesar queriendo comer totalmente a Cristo para que sea vida de nuestra vida.