viernes, 31 de agosto de 2018

La esperanza es disponibilidad y apertura, entrar en una nueva sintonía que nos hace pregustar el rumor del amor, gozo y alegría pregustando la certeza de lo que está por llegar


La esperanza es disponibilidad y apertura, entrar en una nueva sintonía que nos hace pregustar el rumor del amor, gozo y alegría pregustando la certeza de lo que está por llegar

1Corintios 1,17-25; Sal 32; Mateo 25,1-13

Me cansé de esperarte, le decimos al amigo cuando al fin aparece a la cita, allí estaba aburrido sin saber que hacer, si venias o no venias, porque se pasaron las horas, y vaya puntualidad la tuya, nos quejamos. Malo es estar esperando a alguien, pero estar esperando pasivamente, aguantando a que pase el tiempo, sin darle un sentido o un valor a esa espera. Se nos hace difícil, imposible, aburrida, nos dan ganas de marcharnos. Pero es también la pasividad o la ociosidad con la que esperamos. Quizá tampoco estábamos preparando nada para recibirle, sino simplemente pasivamente a lo que saliera.
En la vida hay que hacer muchas esperas, porque puede ser como veníamos diciendo al amigo o a la persona que nos había anunciado su llegada, pero es también la espera por el fruto de nuestro trabajo, la espera de un mañana mejor, la espera de algo que buscamos ansiadamente y que esperamos – valga repetir la palabra – que con nuestro trabajo consigamos. Poniéndonos más trascendentes es la espera de la salvación que se nos ofrece con la ayuda de la gracia, o la esperanza de la vida eterna que anima la vida de todo cristiano.
La esperanza una virtud y un valor muy importante en la vida del ser humano y una virtud esencial en la vida del cristiano. No es solo la esperanza humana en la realización de esos sueños o esos ideales que esperamos alcanzar para ser mejores y ser más felices, sino también la esperanza virtud sobrenatural que ponemos en el Dios de quien esperamos el perdón y la salvación.
Es la esperanza que de manera especial se nos refleja en la parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio y tantas veces habremos meditado del Señor que viene a nuestra vida porque en nosotros quiere habitar como en unas bodas eternas. Es la esperanza que abre nuestro corazón a una alegría especial, porque nos gozamos ya en aquello que un día vamos a vivir en plenitud. Por eso decimos siempre que el hombre de esperanza es alguien en quien siempre ha de rebosar la alegría, desterrando todo luto y todo llanto.
Pero la esperanza nunca es una actitud pasiva en la que resignadamente aguantamos y esperamos salir de la situación en la que nos encontremos deseando que se nos dé aunque nada pongamos de nuestra parte un mañana mejor. No es así de ninguna manera como hemos de ver y sentir lo que es nuestra esperanza cristiana.
Es una disponibilidad y una apertura, pero es ir ya transformando nuestras actitudes o nuestra manera de ver y hacer las cosas porque el que está vigilante está activo, está haciendo además todo lo posible no solo para no dormirnos sino para tener preparado todo lo que sea necesario para cuando llegue el cumplimiento de esa esperanza.
Es lo que nos está enseñando esta parábola que hoy se nos ofrece. No se puede estar pasivamente durmiéndose en la vida. Hay que estar vigilante y activo, sabiendo estar preparado y tener las cosas disponibles. El que espera tiene que estar en la sintonía del amor, pero eso al que espera nunca le faltará la alegría y el gozo que está pregustando de lo que va a llegar. El que de verdad espera en esta sintonía de amor no se amarga ni sufre por la tardanza, sino que le hará estar más vigilante y mejor preparado. Es la actitud, la postura que hemos de tener en la vida ante lo humano que nos sucede cada día, pero también en lo sobrenatural que Dios nos regala.

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