sábado, 12 de julio de 2014

Necesitamos ser cristianos que valiente y públicamente testimoniemos nuestra fe



Necesitamos ser cristianos que valiente y públicamente testimoniemos nuestra fe

Is. 6,1-8; Sal. 92; Mt. 10, 24-33
No sé si a ustedes les habrá pasado, pero cuando uno contempla el testimonio de los mártires con la valentía que se enfrentaban a las persecuciones y a la muerte, más allá de lo que sabemos que nos dice Jesús y de la asistencia del Espíritu del Señor en esos momentos, uno piensa sin embargo si sería capaz, si se encontrara en una situación así, de tener el valor para afrontar esas persecuciones o incluso la muerte. Confieso que uno se llena de temor pensando en su debilidad y flaqueza cuando en otras cosas se deja uno arrastrar tantas veces tan fácilmente por la tentación.
Nos viene bien escuchar las Palabras que Jesús nos dice hoy en el evangelio, porque verdaderamente son palabras de ánimo que tienen que darnos fortaleza para esos momentos,  como para todas las circunstancias con las que tenemos que irnos enfrentando en la vida donde tenemos que dar un testimonio valiente de nuestra fe.  Sin necesidad de pensar en una persecución que nos pudiera conducir a la muerte y al martirio, sin embargo cuantas ocasiones tenemos de dar ese testimonio valiente de nuestra fe en Jesús que quizá no damos con tanta claridad a causa de nuestras cobardías y complejos.
Hasta tres veces nos dice Jesús hoy en este corto párrafo del evangelio que no tengamos miedo, que no temamos. Primero nos dice que ‘el discípulo no es más que su maestro… ya le basta al discípulo ser como su maestro’. Y nos viene a recordar lo que han hecho con Jesús. Pero nos dice: ‘No les tengáis miedo…’ y nos invita a que proclamemos con toda claridad y valentía nuestra fe, el mensaje de salvación que de El hemos recibido. ‘Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea’. Expresiones que vienen a significar que aquello que hemos recibido de El, que hemos aprendido de El, tenemos que compartirlo con los demás.
Y nos volverá a decir por dos veces más ‘no tengáis miedo a los que matan el cuerpo…’ Y nos invita a confiar en la providencia de Dios que es Padre y cuida de nosotros, para decirnos finalmente que si somos capaces de dar la cara por El, estará de nuestra parte. ‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo’. Jesús será nuestro abogado ante el Padre.
Esto nos tiene que hacer pensar mucho en las actitudes acomplejadas y cobardes que muchas veces podemos tener entre los que nos rodean; tememos manifestarnos como creyentes, como cristianos comprometidos; oímos hablar en contra de la religión, la Iglesia, las cosas sagradas y nos quedamos callados, no sabemos que decir ni como reaccionar.
Son cosas que fácilmente nos pueden suceder incluso en la sociedad que vivimos en que decíamos que todos somos cristianos y realmente a través de la historia los valores cristianos siempre han estado muy presentes, hoy nos encontramos con gente que se manifiesta claramente atea, y no solo eso, sino en muchas ocasiones muy combativos contra la religión y contra la Iglesia, pretendiendo quitar de lo público todo vestigio o todo signo religioso y cristiano. El otro día escuchaba que hay quien paga por cada signo religioso, cada cruz que se quite de un lugar público; hasta ahí se está llegando hoy en nuestra sociedad. Y los cristianos nos quedamos callados, y dejamos que hagan lo que quieran esas personas, y no somos capaces de manifestar públicamente en nuestra sociedad nuestros valores y nuestros criterios cristianos, y hasta escondemos nuestros signos religiosos.
Creo que los cristianos tendríamos que ser más valientes. Es a lo que hoy nos está invitando Jesús en el evangelio. Nos da palabras de ánimo y esperanza para que perdamos los miedos y los complejos de este tipo. Respetamos lo que puedan pensar los demás y a nadie se le obliga a creer pero no tienen por qué querer prohibirnos que nosotros manifestemos con la misma libertad lo que son nuestras creencias, lo que es nuestra fe.
Ya en otro momento del Evangelio cuando nos hable de las persecuciones que hemos de sufrir por su causa nos anunciará que no tengamos miedo y nos dirá que no nos faltará la asistencia y la fuerza del Espíritu Santo. Contemos con esa fuerza del Espíritu del Señor y proclamemos valiente y públicamente nuestra fe. Vivamos la alegría de nuestra fe y contagiémosla a los demás sin ningun complejo ni cobardía.

viernes, 11 de julio de 2014

San Benito sigue siendo maestro en la escuela del divino servicio para la gloria del Señor



San Benito sigue siendo maestro en la escuela del divino servicio para la gloria del Señor

Prov. 2, 1-9; Sal. 33; Mt. 19, 27-29
‘Esclarecido maestro en la escuela del divino servicio’, es la definición que de san Benito nos da en la liturgia de su fiesta que estamos celebrando; precisamente lo llamamos san Benito Abad; es una referencia clara a lo que significó san Benito y su obra en la vida de la Iglesia de su tiempo, en Europa a través de los siglos y para toda la Iglesia en todos los tiempos. Se le considera padre del monacato en Occidente y por el lugar tan importante que El y su orden benedictina tuvieron en la construcción de la Europa cristiana fue proclamado por la Iglesia como patrono de Europa.
Nacido en Nursia, de ahí el nombre con que se le conoce san Benito de Nursia, se formó en Roma, pero pronto sintió la llamada del Señor a una vida retirada del mundo para dedicarse en el silencio de la vida eremita a la oración y al servicio del Señor. Establecido primero en la Umbría pronto se marchó a Campania y en Monte Casino dio origen a la vida monacal con los que en su entorno pronto se congregaron para vivir su mismo estilo de vida.
Oración y trabajo fueron los fundamentos de su espiritualidad y lo que dio origen a la Regla benedictina primero para el monasterio de Montecasino y luego para todos los que fueron surgiendo a lo largo y a lo ancho de Europa con numerosas ramas que fueron surgiendo en los distintos momentos de la historia buscando siempre el seguir con radical fidelidad el espíritu de la regla de san Benito.
‘Esclarecido maestro en la escuela del divino servicio’ decíamos al principio que lo definía la liturgia; maestro en la vida espiritual y no solo para los que se consagran a Dios en la vida retirada en el silencio y la oración en un monasterio, sino que tendríamos que decir que es maestro de vida espiritual para todos los que queremos seguir el camino de Jesús y del evangelio.
El monje lo vive en su vida retirada dentro del monasterio dándole una relevancia especial a esos momentos intensos y solemnes de oración en la liturgia de las horas en los distintos momentos del día, pero con ese mismo espíritu hemos de vivir nuestra fe y nuestra vida cristiana allí en medio del mundo donde tenemos que realizar nuestra labor y nuestro trabajo con el que  nos ganamos el pan de cada día, porque también todo cristiano ha de vivir su vida creyente alimentada en la oración que no podrá faltar nunca en su vida.
Es lo que viven por una parte todos los que se consagran al Señor en la vida religiosa y que distribuyen en medio de sus tareas de cada día los distintos momentos de oración siguiendo también el ritmo de la liturgia de las horas; pero son también muchos los cristianos, que sin pertenecer a ninguna orden o congregación religiosa también viven con intensidad la misma oración de la Iglesia en la liturgia de las horas y tanto rezan cada mañana la oración de Laúdes, como cada tarde la oración de las Vísperas y también muchos en el medio día la llamada oración intermedia. Son muchos los cristianos que quieren vivir una espiritualidad profunda y se ayudan de esta oración litúrgica de la Iglesia sea en una oración individual como uniéndose a grupos de oración en parroquias o en comunidades.
Es la oración que santifica nuestro trabajo de cada día, haciendo que no lo veamos como una pesada carga o un castigo sino también como una forma de dar gloria al Señor. Con nuestro trabajo no solo nos ganamos el sustento de cada día, sino que en el desarrollo de nuestra inteligencia y nuestras capacidades a través del trabajo estamos contribuyendo al desarrollo de nuestro mundo,  a la mejora de nuestra sociedad lo que es como una continuación de la tarea creadora de Dios que al crearlo ha puesto al mundo en nuestras manos. Así para el creyente que quiere vivir una intensa espiritualidad cristiana el trabajo se convierte en oración, porque con nuestro trabajo estamos dando gloria al Señor al tiempo que hacemos el bien para los demás.
Ora et labora, oración y trabajo, decíamos que era el lema de la regla de san Benito, al que con la liturgia hemos llamado maestro en la escuela del divino servicio. Veamos  ahí cómo está siendo maestro para nosotros que nos ayuda en nuestro enriquecimiento espiritual y nos está enseñando cómo en todo momento podemos y debemos siempre dar gloria al Señor.

jueves, 10 de julio de 2014

No necesitas dinero ni cosas materiales para regalar una sonrisa al que está a tu lado y alegrarle el día



No necesitas dinero ni cosas materiales para regalar una sonrisa al que está a tu lado y alegrarle el día

Os. 11, 1-4.8-9; Sal. 79; Mt. 10, 7-15
‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’, es el mandato de Jesús. Ya ayer escuchábamos como entre todos los discípulos había escogido a doce a los que constituyó apóstoles, sus enviados a hacer el anuncio del Reino.
¿Cómo han de hacer ese anuncio? Ya escuchábamos entonces que ahora no habían de ir ni a tierra de paganos ni a Samaría sino solo a las ovejas descarriadas de Israel. Aquellos de las que Él había sentido lástima cuando las había contemplado extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor. Aquí envía ahora a sus discípulos, a los apóstoles escogidos y enviados de manera especial.
Han de hacer el anuncio del Reino, pero no serían solo sus palabras sino que su misma vida había de ser signo para aquellas gentes de que el Reino de Dios había llegado, estaba cerca. Les da autoridad para expulsas a los espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Ahora les dice ‘curar enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis’.
Aquí está la clave, lo que habían recibido. Por eso decimos que no solo habían de ser sus palabras las que hicieran ese anuncio, sino sus mismas vidas. Allí tenían que presentarse como quienes Vivian ya ese señorío de Dios sobre sus vidas, porque eso tenía que ser vivir el Reino de Dios; allí habían de presentarse ellos como los primeros que habían sido liberados por la gracia del Señor de todo mal, y eso mismo habían de hacer con aquellos que encontrasen.
Han de llevar el anuncio de la paz, no solo con el saludo de sus palabras, sino con las actitudes de sus vidas. Por eso les pide que no lleven nada, solo han de llevar la paz que llena e inunda sus corazones; no necesitan nada más para hacer ese anuncio del Reino.  No será en apoyos humanos donde han de afirmarse, sino en la confianza total con el Dios que les ama. ¿No habían oído hablar ya de la providencia de Dios allá en el sermón del monte? Dios proveerá; si la obra que van realizando es obra de Dios, con Dios han de contar.
De ahí el desprendimiento y generosidad que tiene que brillar en sus vidas; de ahí esa disponibilidad y ese dejarse conducir por el Señor. ‘No llevéis en la faja oro, plata o calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón… cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quien hay de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis…’ Es el desprendimiento total; es la confianza puesta en Dios que no nos abandonará; es la fortaleza que encontraremos en el Espíritu del Señor. 
Os confieso una cosa; cuando lee uno los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, los viajes de san Pablo, uno piensa desde las cosas o la manera de hacer las cosas como estamos acostumbrados, que para poder realizar tan grandes desplazamientos se necesitarían muchos medios incluso económicos para poder ir de un sitio a otro. ¿San Pablo era tan rico como para hacerse tan largos viajes y desplazamientos? Es el pensar como una tentación que le viene a uno a la cabeza.
Pero tenemos que haber escuchado antes y meditado mucho este pasaje del evangelio que hoy hemos escuchado y estamos meditando. Es fijarnos en lo que nos pide el Señor; con nuestra pobreza, nuestra disponibilidad, la generosidad del corazón; ya Dios dispondrá de los medios. En El tenemos que poner toda nuestra confianza. Ya sé que eso nos cuesta porque somos muy humanos y nos parece que sin medios materiales poco o nada podríamos hacer. Es cierto que los necesitamos, pero nuestro apoyo lo hemos de buscar siempre en el Señor.
Cuantas cosas buenas podemos hacer cada día si hay disponibilidad para el bien en nuestro corazón. No son cosas materiales solamente lo que necesitan los que están a nuestro lado. Con nuestra acogida y sinceridad, con nuestro espíritu humilde y nuestra generosidad para compartir, con la alegría de nuestro corazón y nuestra capacidad de escucha, cuánto podemos hacer. ¿Necesitas dinero para una sonrisa o para poner cara amable al que está a tu lado? Así podríamos pensar en muchas cosas con las que podemos alegrarle el día a los que están a nuestro lado.
Son los milagros que cada día nos pide el Señor que realicemos, porque primera que nada nosotros tenemos que ser capaces de superarnos de nuestras limitaciones, de nuestros cansancios o de nuestro mal humor, de nuestros agobios para tener paz en el alma, para tener una sonrisa en el rostro, para tener una mano abierta y tendida para ayudar a dar un paso o caminar al que está a nuestro lado. Si tenemos generosidad en el corazón muchas cosas podemos hacer con las que estaremos manifestando de verdad que el Reino de Dios está en nosotros.

miércoles, 9 de julio de 2014

Esa atención y acogida que hacemos a los otros es una expresión del curar enfermos para lo que nos da autoridad Jesús



Esa atención y acogida que hacemos a los otros es una expresión del curar enfermos para lo que nos da autoridad Jesús

Os. 10, 1-3.7-8.12; Sal. 104; Mt. 10, 1-7
Ayer escuchábamos en el evangelio que ‘Jesús al ver a las gentes se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’. Invitaba Jesús a sus discípulos ‘a orar al dueño de la mies que enviara trabajadores a su mies’. Había estado anunciando el evangelio del Reino y curando de toda enfermedad  y dolencia.
Hoy escuchamos un paso más. De entre todos sus discípulos escoge a doce a los que constituye apóstoles; El Evangelista nos da sus nombres; y los llama apóstoles porque son sus enviados -  eso significa la palabra apóstol - para realizar su misma misión. ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’, les dice aunque solo han de ir ‘a las ovejas descarriadas de Israel’; ahora no han de ir ni a tierra de paganos ni a las ciudades de Samaria; al final antes de la Ascensión para cuando reciban la fuerza del Espíritu Santo si han de ir haciendo este anuncio hasta los confines del mundo. Podíamos decir que es cuestión de prioridades aunque la misión que Cristo nos confía siempre tendrá un carácter universal.
Es el mismo anuncio con el que comenzó su predicación por los pueblos y aldeas de Galilea. Y a ellos les da también su mismo poder. Había estado curando de toda enfermedad y dolencia y a ellos ‘les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Ya escucharemos en los próximos días las recomendaciones que les hace en su envío.
Jesús que nos confía a los que van a ser sus apóstoles, que nos confía a nosotros, podríamos decir también, su misma misión. El anuncia de la Buena Nueva, del Evangelio del Reino de Dios. Lo que vivimos no nos lo podemos quedar para nosotros. Si en Cristo hemos encontrado la salvación, esa salvación hemos de hacerla llegar también a los demás.
La autoridad que Jesús les da sobre los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia son los signos que se han de realizar de esa transformación de los corazones y del mundo que con el anuncio del evangelio se ha de producir en todos. No son los milagros por los milagros, sino que lo que ha de producirse es esa liberación del mal para que en verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Y estando Dios con nosotros, porque así lo ponemos en el centro de nuestra vida, nada de mal ha de perturbarnos, nada de mal ha de tener dominio sobre nosotros; con Cristo tenemos que sentirnos en verdad liberados de todo mal; y los milagros serán señales, serán signos de eso profundo que se realiza en nosotros cuando aceptamos y vivimos la salvación que nos llega con Jesús.
Hay aquí un aspecto que me gustaría resaltar a partir de esto mismo que estamos reflexionando según lo escuchado en el evangelio. Algunas veces andamos quizá un tanto confundidos y desorientados en nuestra religiosidad y en nuestra devoción a los santos. Y es que parece que primero miramos los milagros que nos puedan hacer, que escuchar el mensaje que con su vida nos quieren trasmitir; le tenemos más devoción a los santos que son mas milagreros y allí donde nos enteramos que se obran milagros y surgen cosas extraordinarias vamos corriendo, pero a la palabra del Evangelio que cada día podemos escuchar le prestamos menos atención.
¿Qué es lo que tendría que ser más importante? Escuchemos ese mensaje de salvación que nos invita a la conversión de nuestro corazón para que el Dios sea en verdad el único Señor de nuestra vida; y la transformación de nuestro corazón tiene que ser el signo más grande de que en verdad escuchamos a Jesús y queremos seguirle.
Tendría que hacernos pensar. Que en verdad nosotros seamos signos ante los que nos rodean de que el Reino de Dios está cerca, llega a nosotros, nos transforma y transforma nuestro mundo. Las señales tenemos que darlas con nuestro amor, con nuestras buenas obras, con nuestra preocupación por los demás, y por la santidad de nuestra vida. Esa atención, esa acogida que hacemos a los otros es una forma de poner en práctica lo que nos está confiando Jesús en el evangelio cuando nos manda curar enfermos. Es la salud del espíritu la primera que hemos de buscar porque cuando estemos en paz dentro de nosotros mismos estaremos en camino de sentirnos bien incluso físicamente a pesar de los dolores o las enfermedades. La paz  del corazón sana los espíritus, pero sana toda nuestra vida.

martes, 8 de julio de 2014

Un resumen de la actividad apostólica de Jesús que nos pone en camino de inquietud por el anuncio del Reino



Un resumen de la actividad apostólica de Jesús que nos pone en camino de inquietud por el anuncio del Reino

Os. 8, 4-7. 11-13; Sal. 113; Mt. 9, 32-38
‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias…’ Parece un resumen de la actividad apostólica que realizaba Jesús. El anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios acompañado de señales.
‘Curando todas las enfermedades y dolencias’, nos dice pero antes ha hablado de un endemoniado mudo. Nos quiere expresar cómo viene a arrancarnos del poder del maligno. Nos anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios, pero si el Señor es nuestro Rey, nuestro único Señor no cabe que el maligno tenga poder sobre nosotros. Los milagros de las curaciones son señales de ello, cuando quiere quitar el mal de nuestra vida, pero además nos manifiesta el poder del maligno.
Pero es que además en este que llamábamos resumen vemos también la oposición de las fuerzas del mal expresado en aquellos que malintencionados atribuyen al poder del maligno las obras de Jesús. El mal siempre quiere crear confusión, porque es el padre de la mentira y del engaño. Pero con Jesús no nos podemos dejar engañar.
Escuchamos su Buena Noticia y la hacemos vida de nuestra vida, porque queremos arrojar ese mal de nosotros; por eso acudimos a Jesús que es el que tiene el poder de la salvación, es el que nos puede liberar de las fuerzas del mal, es quien ha venido para vencer el mal y su pascua es la gran señal, su muerte en la Cruz es la sangre de nuestro rescate, su resurrección es la señal de la vida nueva que nos ofrece.
‘Nunca se ha visto cosa igual’, decía la gente admirada ante las obras de Jesús. Y claro que nunca se ha visto nada igual porque el único que nos puede ofrecer la salvación es Jesús; es quien nos ha redimido y nos ha salvado. Pero quería fijarme en un detalle; nos habla de la gente admirada, tenían aún capacidad de admiración ante las maravillas que ante sus ojos se estaban realizando; es algo que nosotros hemos de despertar de nuevo, porque las costumbres pueden hacernos rutinarios y podemos acostumbrarnos a hablar de la salvación de Jesús y ya lo vemos como una cosa de todos los días que ya no somos capaces de sentir admiración por las obras de Jesús.
Por ejemplo, ¿seremos capaces de sentir admiración ante la maravilla que ante nosotros se realiza cuando celebramos la Eucaristía y se realiza ante nuestros ojos el milagro de la transustanciación? Nos hemos acostumbrado cuando tendríamos que hacer que nuestros ojos se abran como platos, como solemos decir, cuando todos los días ante nosotros se realiza el milagro de la Eucaristía.
Y nos queda una cosa en este llamado resumen que hemos escuchado hoy en el evangelio: la acción misionera de Jesús que tiene que ser la acción misionera de toda la Iglesia, de todos los que creemos en Jesús. Allí están ante Jesús las multitudes que le siguen y que ‘estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Jesús siente compasión por esa situación, siente dolor en el alma por tantos y tantos hambrientos de Dios pero a los que no llega el anuncio del Evangelio.
‘La mies es abundante  y los trabajadores son pocos’, les dice Jesús a sus discípulos. ¿Qué nos dirá a nosotros? ¿Sentiremos también esa inquietud misionera en nuestro corazón? Los obreros son pocos, y ¿no podríamos ser nosotros esos obreros que se necesiten en la vida del Señor? Podremos ser llamados en la primera hora o en la última hora, pero esa inquietud y esa vocación al apostolado tendría que estar muy latente en nuestro corazón.
Tenemos que rogar al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies, para que sean muchos los llamados con esa vocación especial en el apostolado, en al vida sacerdotal o religiosa, o para las misiones hacia el tercer mundo, pero tenemos también que poner manos a la obra porque esa tarea es tarea de todos, es también nuestra tarea. Es compromiso de nuestro bautismo y nuestra confirmación, es compromiso de nuestra fe. ¿Sentiremos esa inquietud?

lunes, 7 de julio de 2014

Caminos de fe y de esperanza que nos llenan de luz para darle valor a nuestra vida

Caminos de fe y de esperanza que nos llenan de luz para darle valor a nuestra vida

Os. 2, 14-16.19-20; Sal. 144; Mt. 9, 18-26
Mientras unos realizaban un camino de fe y de esperanza otros estaban obcecados con las oscuridades de la muerte y las palabras y la presencia de Jesús parecía que no les servían de nada.
Jairo se puso en camino hasta Jesús porque había fe en su corazón y ante la respuesta de Jesús de ir hasta su casa su corazón se llenó también de esperanza; creía y confiaba. Creía y confiaba también aquella mujer que tenía la certeza de que con solo tocar el manto de Jesús podía curarse de su mal con el que se sentía impura y pecadora. Pero tenía la esperanza cierta de que en Jesús encontraría la salud que tanto ansiaba. ‘¡Animo, hija! tu fe te ha curado’, le dice Jesús.
Otros se sentían envueltos en tintes de muerte, de luto y de llanto. ‘Cuando Jesús llegó a la casa de Jairo - Mateo solo dice el personaje, pero bien sabemos por los otros evangelistas que era Jairo - y, al ver los flautistas y el alboroto de la gente por la muerte de la niña y que ya preparaban el duelo, dijo a la gente: ¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida. Y se reían de El’.
No tenían ni esperanza en sus corazones. Todo estaba envuelto por los tintes de la muerte. Cuantas veces nos pasa que nos resistimos a creer y a tener esperanza. En muchos aspectos de la vida nos sucede. Ya sea en los problemas de cada día, de nuestras luchas y trabajos, ya sea por la situación por la que pasa nuestra sociedad con sus crisis de todo tipo, ya sea en nuestra vida personal y espiritual, hay ocasiones en que nos parece verlo todo negro y que no hay salida. Cuando alguien nos habla de que puede haber una luz al final del camino, que las cosas se pueden solucionar, que hemos de tener más confianza, más esperanza, no lo aceptamos; quizá los llamamos ilusos porque decimos que nosotros con nuestras negruras somos los más realistas.
La fe y la esperanza son una hermosa luz que nos ayudan en nuestro caminar. Cuando nos falta luz y todo está oscuro no sabemos distinguir los colores; es como si no existieran; pero si nos entra un rayo de luz, por pequeño que sea, comenzaremos a distinguir bien las cosas que hay en nuestro entorno, para ver y distinguir sus formas, para apreciar sus colores, para gozarnos de la belleza de las cosas que cuando estábamos en la oscuridad no podíamos distinguir. Así la fe en nuestra vida nos hacer ver la vida misma con un nuevo color y con una nueva belleza.
Jesús viene a nuestro encuentro sea cual sea la situación en la que nos encontremos; se deja encontrar por nosotros, como le sucedió a Jairo, como le sucedió a la mujer de las hemorragias, y camina a nuestro lado. Nos puede suceder como a los discípulos de Emaús en la tarde de la resurrección que no se daban cuenta de que quien caminaba con ellos era el Señor, pero hemos de abrir los ojos, porque el Señor nos pone señales para que le descubramos, para que no nos falte la luz, para que nos pongamos a caminar con empeño, con ilusión y con esperanza. No nos dejemos cegar por esas oscuridades que nos aparecen en el camino de la vida sino descubramos la luz que nos viene de Jesús y que viene para todas nuestras situaciones y problemas, sean del tipo que sean.
Pidamos al Señor que no nos falte esa luz de la fe y de la esperanza en nuestra vida. Desde nuestra fe en Jesús vemos las cosas con un nuevo color, con un nuevo sentido. Y hasta aquellas cosas que nos pueden parecer dolorosas adquieren un nuevo sentido y valor. Sabiéndonos fortalecidos por el Señor en esa fe que en El tenemos, como la mujer de las hemorragias del evangelio, tenemos la certeza de que nuestra vida puede cambiar, que nuestro mundo lo podemos hacer mejor.
Tengamos la decisión de acercarnos a Jesús con toda confianza y veremos que nuestra vida se llena de luz porque se ve inundada con su salvación. Como Jairo, como aquella mujer que se acercó a Jesús. Sentiremos su salvación porque Jesús estará siempre de nuestra parte para llenarnos de luz y de vida.

domingo, 6 de julio de 2014

Sencillez,mansedumbre,humildad algo más que tres palabras



Sencillez, mansedumbre, humildad algo más que tres palabras

Zac. 9, 9-10; Sal. 144; Rm. 8,9.11-13; Mt. 11,25-30
Sencillez, mansedumbre, humildad son algo más que tres palabras. Pueden hablarnos de actitudes fundamentales e importantes que nos faciliten nuestras mutuas relaciones pero pueden hablarnos también de actitudes a plantar muy hondas en nuestro corazón para abrirnos al misterio de Dios y penetrar en él.
Corazones engreídos y arrogantes no nos facilitan el encuentro con los demás; ante ellos nos sentimos incómodos y molestos y nos hacen rehuir a aquellos que así se manifiestan. Cuánto nos facilita el trato mutuo la sencillez y la espontaneidad de quien humilde se acerca a ti manifestándose humano y cercano; el corazón lleno de mansedumbre sabe ganarse la confianza de aquel con quien trata y nos hacer entrar fácilmente en sintonías de amistad que nos lleven al compartir.
Pero son los humildes y sencillos los que más fácilmente se abren al misterio de la trascendencia porque no buscando apoyos humanos que les aten saben tender su mirada hacia lo alto, al tiempo que tienen suficiente silencio en el corazón como para sentir el latir de Dios que se manifiesta de mil maneras; desde su pobreza se sienten desprendidos de apegos humanos que es el mejor camino para descubrir la presencia del Dios que les ama de manera especial y se les revela. Y es que el que sabe ser humilde sabe escuchar más allá de los sentidos para entrar en sintonía con lo espiritual y con lo divino.
El que es engreído y cree que todo se lo sabe se encierra en si mismo porque se cree autosuficiente y que nada necesita, pero al final tiene el peligro de ir atándose a las cosas o lo que cree poseer quedándose en una materialidad en su vida que le impide abrirse a lo que le trasciende y le hace mirar hacia otros valores que le puedan llevar por caminos más espirituales y de mayor plenitud.
Es lo que está queriendo decirnos hoy Jesús en el evangelio. Primero le escuchamos dar gracias al Padre que ha escondido todo este su misterio a los sabios y entendidos y lo ha revelado a la gente sencilla. Es la experiencia de revelación de Dios que están viviendo los que con corazón humilde se acercan a El y le siguen. Es la forma también cómo Dios se nos revela en Jesús tal como lo vemos en los caminos del Evangelio.
¿Quiénes fueron los primeros que escucharon el anuncio de su nacimiento? Los pobres pastores que pasaban la noche al raso bajo el techo de las estrellas cuidando en su pobreza sus ganados como medio de sus sustento. Pero si queremos podemos ir más atrás en los inicios del Evangelio para encontrarnos con María, la que se llamaba a sí misma la humilde esclava del Señor y es a quien se manifiesta el ángel del Señor, quien ha sido la elegida de Dios para ser su madre y la que está llena de gracia  porque rebosa de Dios, a quien le ha abierto su corazón. O podemos pensar en aquel hogar de la montaña de Judea capaz de admirarse de las maravillas de Dios y sentir la presencia del Dios que lo visitaba y lo llenaba de gracia.
Pero si seguimos recorriendo las páginas del evangelio veremos que es el pueblo sencillo el que acude a Jesús desde su pobreza y su humildad, que solo los que con corazón humilde se acercan a Jesús saldrán de su presencia confortados y llenos de luz porque serán los pueden captar y recibir mejor el mensaje del evangelio y la salvación que nos trae Jesús.
Son los pobres, los enfermos, lo que nada tienen, los que saben reconocer sus oscuridades y su hambre de Dios los que van a poder escuchar la Buena Nueva - recordemos lo anunciado por el profeta que los pobres son evangelizados - y saldrán llenos de gracia, sanados y salvados de su presencia. En cuántos momentos así podemos fijarnos.
Los inválidos caminan, los ciegos ven, a los sordos se les abren los oídos, los que tienen mucho de muerte en sus vidas saldrán sanados y resucitados de la presencia de Jesús, como los paralíticos o los leprosos, que podríamos recordar tantos del evangelio. Los hambrientos de Dios como Nicodemo se encontrarán en camino de renacer de nuevo porque sabrá sorprenderse ante lo que descubre y sentirá así la presencia de Dios en Jesús; los que reconocen lo que hay de muerte en sus vidas como Zaqueo se encuentran que la salvación llega a su casa, se levantarán del sueño de la muerte como la hija de Jairo o saldrán de su sepulcro como Lázaro de Betania, porque se les anuncia la resurrección y la vida. Muchos momentos podríamos recordar así.
Así nos está revelando Jesús todo lo que es el amor de Dios. En Jesús se nos manifiesta el amor del Padre que nos ha entregado a su Hijo - tanto nos amó Dios - y por eso nos dirá en otro momento que el que lo ve a El, ve al Padre. Ahora nos está diciendo: ‘Nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’.
Jesús nos está invitando a que vayamos a El porque en El tenemos nuestra paz,  en El encontraremos el verdadero amor, en el encontraremos la luz y la fortaleza para nuestro caminar, pero en El encontraremos también nuestro descanso y el alivio de nuestra fatigas. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… y en mí encontrareis vuestro descanso’. Y es que El viene hasta nosotros ‘justo y victorioso’, como decía el profeta, pero en la humildad y en la mansedumbre, no montado en caballos o carros de combate, sino ‘modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica’. Así nos lo anunciaba Zacarías y así lo veremos entrar victorioso en la ciudad de Jerusalén.
Pero nos preguntamos, ¿cómo hemos de ir a El? Ya sabemos que en la vida estamos agobiados con nuestras luchas y nuestros problemas; ya sabemos que tenemos la tentación de perder la paz y la serenidad del alma cuando son fuertes las cargas que caen sobre nuestros hombros o sobre nuestro espíritu; ya sabemos cuánto nos sentimos turbados y hasta angustiados muchas veces por los problemas, las presiones y tentaciones que sufrimos de todos lados; ya sabemos como nos sentimos como desorientados y nos parece que nos tenemos nada en que apoyarnos cuando nos llega el dolor o la enfermedad; ya sabemos como muchas veces nos sentimos vacíos y no es solo por la pobreza de medios para resolver nuestras necesidades, sino porque quizá hemos vaciado nuestra vida de verdaderos valores. Nos sentimos pobres si con sinceridad miramos nuestra vida.
Pues Jesús nos dice que vayamos a El y aprendamos de El. ¿Qué tenemos que aprender? A hacer nuestro corazón semejante al suyo que es un corazón lleno de mansedumbre y de humildad. ‘Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’. Hemos de hacer que nuestro corazón se parezca a su corazón; como nos dirá san Pablo que tengamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Y es que con Jesús ese yugo que tenemos que llevar en nuestros problemas o nuestras necesidades se hace llevadero y la carga nos parecerá ligera. Y es que Jesús se convierte en nuestro cireneo que va a ir levantando el peso de nuestra cruz, para con su gracia ayudarnos a llevarla. Con Jesús a nuestro lado sentiremos de verdad paz en nuestro corazón, nuestra vida se ve iluminada de una manera distinta y nuestro camino se hace más llevadero. ‘Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’, terminará diciéndonos Jesús. Y es que por la fe que tenemos en Jesús sentimos que su Espíritu nos vivifica, nos llena de vida, habita en nosotros.
Sencillez, mansedumbre, humildad son algo más que tres palabras. Son un camino que nos lleva hasta Dios; son el camino de Jesús y serán nuestro camino también para encontrarnos de verdad con los demás y así encontraremos a Dios.