domingo, 6 de julio de 2014

Sencillez,mansedumbre,humildad algo más que tres palabras



Sencillez, mansedumbre, humildad algo más que tres palabras

Zac. 9, 9-10; Sal. 144; Rm. 8,9.11-13; Mt. 11,25-30
Sencillez, mansedumbre, humildad son algo más que tres palabras. Pueden hablarnos de actitudes fundamentales e importantes que nos faciliten nuestras mutuas relaciones pero pueden hablarnos también de actitudes a plantar muy hondas en nuestro corazón para abrirnos al misterio de Dios y penetrar en él.
Corazones engreídos y arrogantes no nos facilitan el encuentro con los demás; ante ellos nos sentimos incómodos y molestos y nos hacen rehuir a aquellos que así se manifiestan. Cuánto nos facilita el trato mutuo la sencillez y la espontaneidad de quien humilde se acerca a ti manifestándose humano y cercano; el corazón lleno de mansedumbre sabe ganarse la confianza de aquel con quien trata y nos hacer entrar fácilmente en sintonías de amistad que nos lleven al compartir.
Pero son los humildes y sencillos los que más fácilmente se abren al misterio de la trascendencia porque no buscando apoyos humanos que les aten saben tender su mirada hacia lo alto, al tiempo que tienen suficiente silencio en el corazón como para sentir el latir de Dios que se manifiesta de mil maneras; desde su pobreza se sienten desprendidos de apegos humanos que es el mejor camino para descubrir la presencia del Dios que les ama de manera especial y se les revela. Y es que el que sabe ser humilde sabe escuchar más allá de los sentidos para entrar en sintonía con lo espiritual y con lo divino.
El que es engreído y cree que todo se lo sabe se encierra en si mismo porque se cree autosuficiente y que nada necesita, pero al final tiene el peligro de ir atándose a las cosas o lo que cree poseer quedándose en una materialidad en su vida que le impide abrirse a lo que le trasciende y le hace mirar hacia otros valores que le puedan llevar por caminos más espirituales y de mayor plenitud.
Es lo que está queriendo decirnos hoy Jesús en el evangelio. Primero le escuchamos dar gracias al Padre que ha escondido todo este su misterio a los sabios y entendidos y lo ha revelado a la gente sencilla. Es la experiencia de revelación de Dios que están viviendo los que con corazón humilde se acercan a El y le siguen. Es la forma también cómo Dios se nos revela en Jesús tal como lo vemos en los caminos del Evangelio.
¿Quiénes fueron los primeros que escucharon el anuncio de su nacimiento? Los pobres pastores que pasaban la noche al raso bajo el techo de las estrellas cuidando en su pobreza sus ganados como medio de sus sustento. Pero si queremos podemos ir más atrás en los inicios del Evangelio para encontrarnos con María, la que se llamaba a sí misma la humilde esclava del Señor y es a quien se manifiesta el ángel del Señor, quien ha sido la elegida de Dios para ser su madre y la que está llena de gracia  porque rebosa de Dios, a quien le ha abierto su corazón. O podemos pensar en aquel hogar de la montaña de Judea capaz de admirarse de las maravillas de Dios y sentir la presencia del Dios que lo visitaba y lo llenaba de gracia.
Pero si seguimos recorriendo las páginas del evangelio veremos que es el pueblo sencillo el que acude a Jesús desde su pobreza y su humildad, que solo los que con corazón humilde se acercan a Jesús saldrán de su presencia confortados y llenos de luz porque serán los pueden captar y recibir mejor el mensaje del evangelio y la salvación que nos trae Jesús.
Son los pobres, los enfermos, lo que nada tienen, los que saben reconocer sus oscuridades y su hambre de Dios los que van a poder escuchar la Buena Nueva - recordemos lo anunciado por el profeta que los pobres son evangelizados - y saldrán llenos de gracia, sanados y salvados de su presencia. En cuántos momentos así podemos fijarnos.
Los inválidos caminan, los ciegos ven, a los sordos se les abren los oídos, los que tienen mucho de muerte en sus vidas saldrán sanados y resucitados de la presencia de Jesús, como los paralíticos o los leprosos, que podríamos recordar tantos del evangelio. Los hambrientos de Dios como Nicodemo se encontrarán en camino de renacer de nuevo porque sabrá sorprenderse ante lo que descubre y sentirá así la presencia de Dios en Jesús; los que reconocen lo que hay de muerte en sus vidas como Zaqueo se encuentran que la salvación llega a su casa, se levantarán del sueño de la muerte como la hija de Jairo o saldrán de su sepulcro como Lázaro de Betania, porque se les anuncia la resurrección y la vida. Muchos momentos podríamos recordar así.
Así nos está revelando Jesús todo lo que es el amor de Dios. En Jesús se nos manifiesta el amor del Padre que nos ha entregado a su Hijo - tanto nos amó Dios - y por eso nos dirá en otro momento que el que lo ve a El, ve al Padre. Ahora nos está diciendo: ‘Nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’.
Jesús nos está invitando a que vayamos a El porque en El tenemos nuestra paz,  en El encontraremos el verdadero amor, en el encontraremos la luz y la fortaleza para nuestro caminar, pero en El encontraremos también nuestro descanso y el alivio de nuestra fatigas. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… y en mí encontrareis vuestro descanso’. Y es que El viene hasta nosotros ‘justo y victorioso’, como decía el profeta, pero en la humildad y en la mansedumbre, no montado en caballos o carros de combate, sino ‘modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica’. Así nos lo anunciaba Zacarías y así lo veremos entrar victorioso en la ciudad de Jerusalén.
Pero nos preguntamos, ¿cómo hemos de ir a El? Ya sabemos que en la vida estamos agobiados con nuestras luchas y nuestros problemas; ya sabemos que tenemos la tentación de perder la paz y la serenidad del alma cuando son fuertes las cargas que caen sobre nuestros hombros o sobre nuestro espíritu; ya sabemos cuánto nos sentimos turbados y hasta angustiados muchas veces por los problemas, las presiones y tentaciones que sufrimos de todos lados; ya sabemos como nos sentimos como desorientados y nos parece que nos tenemos nada en que apoyarnos cuando nos llega el dolor o la enfermedad; ya sabemos como muchas veces nos sentimos vacíos y no es solo por la pobreza de medios para resolver nuestras necesidades, sino porque quizá hemos vaciado nuestra vida de verdaderos valores. Nos sentimos pobres si con sinceridad miramos nuestra vida.
Pues Jesús nos dice que vayamos a El y aprendamos de El. ¿Qué tenemos que aprender? A hacer nuestro corazón semejante al suyo que es un corazón lleno de mansedumbre y de humildad. ‘Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’. Hemos de hacer que nuestro corazón se parezca a su corazón; como nos dirá san Pablo que tengamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Y es que con Jesús ese yugo que tenemos que llevar en nuestros problemas o nuestras necesidades se hace llevadero y la carga nos parecerá ligera. Y es que Jesús se convierte en nuestro cireneo que va a ir levantando el peso de nuestra cruz, para con su gracia ayudarnos a llevarla. Con Jesús a nuestro lado sentiremos de verdad paz en nuestro corazón, nuestra vida se ve iluminada de una manera distinta y nuestro camino se hace más llevadero. ‘Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’, terminará diciéndonos Jesús. Y es que por la fe que tenemos en Jesús sentimos que su Espíritu nos vivifica, nos llena de vida, habita en nosotros.
Sencillez, mansedumbre, humildad son algo más que tres palabras. Son un camino que nos lleva hasta Dios; son el camino de Jesús y serán nuestro camino también para encontrarnos de verdad con los demás y así encontraremos a Dios.

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