sábado, 7 de junio de 2014

Esperamos Pentecostés como María abriendo nuestro corazón a Dios para que nos llene el Espíritu de santidad



Esperamos Pentecostés como María abriendo  nuestro corazón a Dios para que nos llene el Espíritu de santidad

Hechos, 28, 16-20. 30-31; Sal. 10; Jn. 21, 20-25
Estamos llegando al final de la Pascua que culminaremos mañana en la celebración de Pentecostés y venimos concluyendo también la lectura de los diferentes textos de la Escritura que nos han servido de luz en la liturgia de este tiempo pascual.  
Por una parte concluimos los textos escogidos del libro de los Hechos de los Apóstoles que de forma continuada se nos ha ido proclamando con la presencia de Pablo en Roma a donde ha sido llevado preso. Pero en el evangelio también concluimos el evangelio de san Juan que hemos ido también leyendo en este tiempo, precisamente con lo que son los versículos finales de dicho evangelio.
El evangelio de hoy es continuidad del que escuchamos ayer con la porfía de amor de Pedro a las preguntas de Jesús. Pedro se da cuenta que allí cerca lo sigue Juan, y el propio evangelista aunque no menciona su nombre hace referencia a un episodio de la cena donde se ha recostado en el pecho de Jesús para preguntarle quién es el traidor, y Pedro pregunta qué es lo que va a ser de Juan, ya que a él le ha anunciado en cierto modo su martirio. La respuesta un tanto enigmática de Jesús dará pie a comentario de que Juan no había de morir, pero no es a eso precisamente a lo que Jesús querrá referirse.
Y da el discípulo y evangelista su testimonio final.  ‘Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito: y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero’. Parecen como unas palabras añadidas por los discípulos de Juan o de su comunidad que vienen como a ratificar desde su fe las palabras del evangelista. Y se habla de cuanto más se hubiera podido escribir porque la vida y el mensaje de Jesús daría para mucho. ‘Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían en el mundo’. Una hipérbole que quiere expresar lo grandioso que es el mensaje de Jesús.
Pero quisiera dedicar unas palabras en esta reflexión a este momento final de la pascua que estamos viviendo ya en la inminencia de Pentecostés. Aunque no sea un texto que hoy hayamos proclamado, podemos recordar, sin embargo, lo que al principio de los Hechos de los Apóstoles se nos decía. Se hace una relación de los Once que se  han reunido en el Cenáculo, con otros discípulos y algunas mujeres de las que seguían de cerca a Jesús en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. Pero nos dice que con ellos estaba  María, la madre de Jesús.
Nuestra actitud y nuestra manera de esperar y prepararnos para la celebración de Pentecostés es estar como lo estaban los apóstoles expectantes y llenos de esperanza en oración ante el cumplimiento de la promesa de Jesús. Así queremos estar; así queremos prepararnos; así queremos sentir también con nosotros la presencia de María como lo estaba con aquella primera comunidad de la Iglesia naciente.
María, la primera creyente, la mujer abierta a Dios que se dejó llenar e inundar por el Espíritu divino de tal manera que su Hijo sería el Hijo del Altísimo, nos enseña a abrir nuestro corazón y nuestra vida a la presencia de Dios en nosotros. Ella era la llena de gracia, porque estaba inundada de Dios, y se dejó conducir por el Espíritu divino. María es la agraciada de Dios, porque su vida fue grata a Dios desde su fidelidad total, desde su humildad y su confianza absoluta en la Palabra de Dios, pero es también la agraciada de Dios porque Dios la llenó y la inundó con su gracia.
Ahora que nosotros esperamos Pentecostés hagamos como María, abriendo  nuestro corazón a Dios, poniendo en verdad toda nuestra fe y nuestra confianza en la Palabra que Dios nos dice, que Dios nos da, que Dios quiere plantar en nuestro corazón. Así podremos nosotros también sentirnos inundados por el Espíritu Santo, podremos vivir en plenitud Pentecostés y sentiremos cómo nuestros corazones se renueva, nuestra vida se siente rejuvenecida por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo.
Que María nos enseñe a orar a Dios para pedir con toda intensidad que el Espíritu Santo venga a nuestra vida y nos llene de la santidad de Dios.

viernes, 6 de junio de 2014

La disponibilidad del amor construida desde la humildad es preludio de cosas grandes



La disponibilidad del amor construida desde la humildad es preludio de cosas grandes

Hechos, 25, 13-21; Sal. 102; Jn. 21, 15-19
La disponibilidad del amor recorrida en caminos de humildad es preludio de cosas grandes. Es algo maravilloso que haya disponibilidad en nuestro espíritu y que estemos dispuestos a todo por el amor. Pero bien sabemos que el amor verdadero no se impone sino que se ofrece; el amor nunca humilla ni nos hace sentirnos por encima de los otros; el autentico amor es callado y no hace alardes, aunque se puede convertir en un grito cautivador para quienes lo reciben o lo contemplan; el amor contagia y estimula a quienes se sienten amados; el amor nos llevar a dar siempre más y más sin buscar medidas ni esperar recompensas.
Hoy contemplamos en el evangelio a quien realiza un camino y una porfía de amor, pero desde la humildad de quien se siente pequeño y no merecedor, pero que está dispuesto a todo por amor. El camino recorrido por Pedro ha ido transformando su corazón, le hace estar siempre en esa disponibilidad total, pero sin hacer alardes, sino con la humildad del que se sabe débil porque tiene la experiencia de quien ha tropezado, pero de quien quiere levantarse para seguir amando dando hasta lo ultimo de sí mismo. Cuánto tenemos que aprender.
La escena allá junto al mar de Galilea, que le hace evocar quizá muchas cosas, sucede en el encuentro con Cristo resucitado. Un día había recibido una promesa y un anuncio de Jesús en el que él iba a ser piedra fundamental sobre la que se fundaría la Iglesia; en el corazón impulsivo de Pedro y desde el amor que sentía por Jesús quería ser siempre el primero que hiciera la confesión de fe respondiendo a las preguntas de Jesús o le prometiera seguirle incluso hasta la muerte.
En ocasiones no había entendido las palabras de Jesús que anunciaban pascua de pasión y de muerte, pero también había confesado que Jesús lo era todo para él, aunque quizá no entendiera bien muchas cosas, porque a quien iba a acudir si Jesús tenía palabras de vida eterna. Aunque en el huerto había querido ser valiente con una espada en la mano, ante las preguntas de una criada no había sabido cómo salir del atolladero y lo había negado hasta tres veces, como Jesús le había anunciado.
Ahora Jesús le pregunta por su amor y le pregunta que si su amor es mayor que el de los demás. En principio está dispuesto a decir que sí, pero ante la repetición de la pregunta quizá recordara su inconstancia y cobardía y no había podido decir otra cosa con el corazón quizá apenado por los recuerdos ‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero’. Era un amor más maduro y lleno de humildad; pero era un amor siempre con disponibilidad total sabiendo quizá que sin Jesús nada podía hacer. Pero Jesús sigue contando con El. ‘Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos’, le dice Jesús una y otra vez.
La perseverancia humilde en el amor con una disponibilidad total le hará ser el pastor que en nombre de Cristo pastoree el nuevo rebaño, el nuevo pueblo de Dios. Su misión era grande, pero grande había sido su amor a pesar de sus debilidades, pero con humildad sabía seguir ofreciéndoselo al Señor. No podía decir que su amor era más grande que el de los demás, pero sí estaba seguro que de todo corazón amaba a Jesús y quería estar para siempre con El.
Es lo que nosotros tenemos que aprender. Hemos de saber poner esa generosidad y esa disponibilidad en el corazón, aunque humildes tengamos que reconocer que hemos tropezado muchas veces. Pero si hay sinceridad en nuestro corazón habrá siempre un amor fiel de parte del Señor que quiere seguir contando con nosotros. Así de maravilloso es el amor y la misericordia del Señor, que nos conforta allá en lo más hondo de nuestro corazón herido y tan lleno de las cicatrices que han dejado nuestros pecados en nuestra alma.
Sabemos a ciencia cierta que el Señor sigue amándonos y contando con nosotros. Seamos humildes pero aprendamos bien que siempre tenemos que contar con el Señor, que no nos es suficiente una buena voluntad, sino que con decisión y con la energía del Espíritu que está con nosotros pongamos esa disponibilidad generosa en nuestro amor. Nos sorprenderemos de cuánto nos ama el Señor y cuánto confía en nosotros. Para eso nos da su Espíritu. Aprendamos también a confiar en los demás.

jueves, 5 de junio de 2014

La oración de Jesús para que seamos uno nos compromete a que nos amemos más y vivamos en auténtica comunión



La oración de Jesús para que seamos uno nos compromete a que nos amemos más y vivamos en auténtica comunión

Hechos, 22, 30, 23, 6-11; Sal. 15; Jn. 17, 20-26
Cuando dos personas se tienen verdadero aprecio y se crea una relación de amistad profunda entre ellos es normal que a esas personas les guste estar juntos, que compartan muchas cosas y que aquello bueno que le sucede o vive cualquiera de los otros trate de hacérselo partícipe al amigo a quien se quiere, bien porque se lo comuniquemos o bien porque desee que su amigo viva también esa bonita experiencia por la que haya pasado.
Esto que vivimos en la vida de forma natural cuando hay verdadera amistad y sinceridad es algo así como lo que hoy Jesús nos manifiesta en el evangelio. El quiere hacernos partícipes de su vida, del gozo íntimo y profundo que vive en su unión con el Padre y que quiere que sus discípulos a los que ama profundamente lo vivan también con El. Es el deseo que manifiesta en su oración y es lo que le está pidiendo al Padre para sus discípulos y para cuantos creen en El.
‘Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo’. Quiere tenernos Jesús junto a sí, para que también contemplemos y disfrutemos de su gloria. Ya anteriormente nos había dicho que en la casa del Padre hay muchas estancias - es una forma de hablar para que nos entendamos - y El va a prepararnos sitio, porque volverá y nos llevará con El.
Quiere Jesús que haya una profunda unión con El, para que luego seamos capaces de vivir también esa comunión entre todos nosotros los que creemos en El. ‘Ruego… para que todos sean uno, como Tú, Padre en Mí y yo en Ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado’.
Es algo en lo que insiste Jesús en su oración y que de alguna manera es insistirnos a nosotros para que lo vivamos así. Nuestra unión y comunión va a ser signo y reflejo de lo que es la unión que hay en Dios, hay en la Santísima Trinidad. Pero será algo en lo que realmente tenemos que comprometernos seriamente porque tiene que manifestarse como signo ante el mundo de nuestra fe, y del amor que Dios nos tiene. ‘Que sean uno como nosotros somos uno: en ellos y Tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que Tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí’.
Quiere el Señor hacernos partícipes de su amor como del amor que le tiene el Padre. Escuchando esto que nos manifiesta todo el amor que Dios nos tiene tendríamos que mostrarnos las personas más felices del mundo. Es lo que decíamos al principio y que poníamos como un punto de partida para nuestra reflexión. Cómo nos busca el Señor, cómo nos ama y quiere hacernos participes de toda la dicha y felicidad que se vive en Dios. Es hacernos partícipes del cielo.
Es muy hermoso y tenemos que tomárnoslo muy en serio. Nuestra falta de comunión, nuestra desunión, nuestros enfrentamientos y falta de amor y de unidad entre nosotros se convierte en un contrasigno ante el mundo. Y hablamos de esa falta de amor y de comunión que se manifiesta tantas veces en nuestra convivencia de cada día cuando no nos aceptamos ni respetamos, cuando andamos con nuestras desconfianzas y recelos, cuando nos corroe la envidia por dentro, cuando nos comportamos de una forma egoísta en nuestra relación con los demás porque solo pensamos en nosotros mismos.
Pero cuando estamos hablando de esta falta de comunión estamos pensando también cuando los cristianos que creemos en un mismo Jesús sin embargo andamos vividos y enfrentados. Es triste y dura la ruptura y división que hay entre los cristianos a los que nos ponemos distintos adjetivos para remarcar nuestras diferencias y se ha producido esa ruptura del Cuerpo de Cristo en la división de las Iglesias.
Jesús está orando para que haya esa unidad entre todos nosotros porque además será el mejor signo para atraer a los de fuera para que se acerquen a Cristo y alcancen también la salvación. Tendrá que ser una oración intensa que también tenemos que hacer pidiendo al Espíritu Santo que es Espíritu de comunión que nos congregue a todos en unidad y comunión. Pidamos ese don de la unidad con la fuerza del Espíritu ahora que nos disponemos a vivir Pentecostés.

miércoles, 4 de junio de 2014

Santifícalos en la verdad… por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad



Santifícalos en la verdad… por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad

Hechos, 20, 28-38; Sal. 67; Jn. 17, 11-19
Cuando uno escucha palabras amigas y amables de quien sabemos nos quiere sentimos una alegría grande en alma y al tiempo nos sentimos como más estimulados en nuestros deseos de superación para hacer que nuestra vida sea mejor, pero también para que seamos mejores con los demás.
Igual que nos agrada recibir o escuchar esas palabras amables y estimulantes, así tendríamos que aprender a hacerlo con los demás, con los que están cercanos a nosotros. Algunas veces nos cuesta hacerlo porque o bien nos fijamos más en los errores que los otros cometen o aparecen los orgullos, envidias, recelos y desconfianzas que nos hacen ser duros con los que están a nuestro lado y no llegamos a tener también con ellos esas palabras amables y buenas. Creo que sería algo que tendríamos que cuidar mucho.
Es lo que podrían sentir los discípulos cuando escuchaban aquella oración que Jesús estaba dirigiendo al Padre al final de la cena. Jesús mismo en su oración dice ‘ahora voy a ti, y digo esto en el mundo, para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida’. En la tristeza que estaban sintiendo en su corazón por el aire de despedida que tenía todo el ambiente de la cena pascual y lo que Jesús les iba anunciando, el escuchar y sentir que Jesús rogaba por ellos al Padre para que su fe no debilitara y se mantuvieran fieles, eran palabras que les llenaban el alma y que eran un fuerte estímulo en esos momentos.
Son muchas las cosas que va pidiendo por ellos; ya hoy habla de la necesaria unidad que tiene que haber entre ellos, pero más adelante en la oración insistirá más en ello (lo escucharemos y meditaremos mañana), pero les recuerda cómo el mundo los odia, como lo odiaron a El. Jesús ha cuidado de ellos y, como les dice, solo se ha perdido el hijo de la perdición en clara referencia a la traición de Judas. ‘Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’, dice Jesús.
Y añade que no los saca del mundo sino que pide que el Padre los guarde del mal. Clara referencia al Espíritu Santo que desde el Padre les enviará que va a ser su fortaleza y su sabiduría para hacer frente a todas las asechanzas del mundo. ‘Santifícalos en la verdad… por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad’.
Esto que está diciendo Jesús tiene clara actualidad en el mundo de hoy, en la situación que vivimos, donde no es comprendida la actuación de los cristianos ni es valorada la acción de la Iglesia. Bien vemos cómo el mundo que nos rodea juzga la vida de los cristianos y la vida de la Iglesia desde unos parámetros muy terrenos y muy mundanos. Y hemos de tener cuidado nosotros de que no nos contagiemos de ese espíritu del mundo y también nuestros juicios sean como los del mundo. No entienden muchos el sentido sobrenatural y de gracia que vivimos los cristianos y que está en el actuar de la Iglesia, y muchos no ven sino intereses turbios o materialistas en todo lo que hacemos.
Cuando no se tiene la óptica de la fe, se pierde el sentido espiritual y de trascendencia que nosotros podamos dar a nuestra vida y a lo que hacemos, o lo que hace y vive la Iglesia. Como el mundo que nos rodea vive solo empujado por ganancias terrenas y materiales no se entiende que esos no sean los criterios de actuación con que nosotros actuamos desde nuestra fe; como se vive en un mundo tan materializado, lo espiritual que nos eleva y nos hace mirar las cosas desde otra perspectiva más trascendente, lo que es la búsqueda de la santidad es difícil de entender.
Y como no nos entienden lo que nosotros podamos hacer no vale, para ellos no tiene sentido. No olvidemos que vivimos rodeados por un mundo de ateismo y que o ha prescindido de Dios o no quiere tener presente a Dios en su vida. Pero no hemos de temer ni tampoco dejarnos contagiar por esos criterios.
Jesús ora al Padre por nosotros, para que mantengamos nuestra fidelidad; por eso hablar de consagrarnos en la verdad. Por eso Jesús nos ha venido prometiendo la fuerza del Espíritu Santo, que nosotros siempre, pero ahora en estos días de manera especial invocamos.

martes, 3 de junio de 2014

La oración del Pontífice y Sacerdote que hace la ofrenda del sacrificio de su vida para dar gloria a Dios



La oración del Pontífice y Sacerdote que hace la ofrenda del sacrificio de su vida para dar gloria a Dios

Hechos, 20, 17-27; Sal. 67; Jn. 17, 1-11
Comenzamos a escuchar en el evangelio la llamada oración sacerdotal de Jesús. Viene a ser la conclusión de la cena pascual con toda aquella conversación y diálogo que sostuvo Jesús con sus discípulos donde les iba revelando lo más profundo de su corazón.
Situada esta oración entre la cena pascual donde había instituido el memorial de la nueva y eterna Alianza y el inicio de su pasión viene a ser como el ofertorio del Sacrificio de la Cruz que se iba a consumar y la oración en la que quiere hacer la ofrenda por todos y en la que quiere tenernos presentes a todos, y en especial a los discípulos que tanto ama y a los que quiere ver unidos en su mismo amor.
Todo siempre para la gloria de Dios, de quien El ha venido a hacer en todo su voluntad. Era su alimento y su sentido de vivir, como era la ofrenda que desde su entrada en el mundo había hecho al Padre: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.
Había llegado la hora, que tantas veces antes había dicho que no era el momento; era la hora de la ofrenda, del sacrificio. Así había comenzado también el evangelista Juan a relatarnos la cena pascual. ‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’.
Había llegado la hora el amor infinito y total. Había llegado la hora en que había de ser glorificado el Hijo con lo que al mismo tiempo se glorificaba también al Padre, Jesús lo quiere para nosotros es que alcancemos la vida eterna. En eso se va a manifestar la gloria de Dios, en la vida eterna; pero esa vida eterna es que ‘te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.  Y es que conociendo a Dios, reconociendo su amor, entramos en la órbita de una vida nueva y distinta; conociendo a Jesucristo y descubriendo en El todo lo que es el amor eterno que Dios nos tiene nos llenamos de su vida, de su gracia y de su santidad. Así podremos cantar para siempre la gloria del Señor.
Es lo que Jesús ha querido realizar en nosotros, lo que nos ha ido descubriendo en su evangelio, en su mensaje de salvación. Nuestra respuesta es creer en esa Palabra de Jesús, creer que Jesús ha venido de Dios pero para llevarnos a Dios; nuestra repuesta ha de ser comenzar a vivir esa vida nueva que Jesús nos ofrece y que nos hace partícipes de la vida de Dios. Creyendo en Jesús y viviendo en su amor estaremos en verdad glorificando al Señor, cantando la gloria de Dios con toda nuestra vida. Cuando creemos en Jesús y queremos vivir en su amor lo que estaremos buscando siempre es el bien, lo bueno, lo justo, la verdad, y eso es realizar la gloria del Señor.
Y Jesús el Sumo Sacerdote que hace la ofrenda del Sacrificio de su vida en la entrega de su amor, el Pontífice y Sacerdote que está puesto entre nosotros y Dios, ora por nosotros; es la función del Sacerdote, del Pontífice, orar por su pueblo porque se convierte en intercesor de su pueblo ante Dios. Así contemplamos a Cristo en su oración sacerdotal por nosotros y por el mundo.
Vamos a dejarnos inundar por el gozo de esa oración de Jesús que así ora por nosotros; vamos nosotros también a ponernos en ese mismo espíritu de oración, pidiéndole que nos dé la fuerza de su Espíritu para que en verdad con toda nuestra vida siempre cantemos la gloria del Señor, porque siempre le reconozcamos a El y a su enviado Jesucristo.
Es la oración sacerdotal que Jesús hace por nosotros, pero nos sentimos impulsados a unirnos a esa oración y también surja nuestra oración por nuestra Iglesia y por nuestro mundo. Que el Espíritu divino inspire y sostenga nuestra oración. Es el Espíritu divino el que gime en nuestro interior para que podamos presentar la mejor oración al Padre; pensemos que solo desde el Espíritu podemos llamar a Dios Padre y reconocer que Jesús es el Señor.

lunes, 2 de junio de 2014

Tened valor: Yo he vencido al mundo; no nos falta la fuerza del Espíritu



Tened valor: Yo he vencido al mundo; no nos falta la fuerza del Espíritu

Hechos, 19, 1-8; Sal. 67; Jn. 16, 29-33
Tras el largo diálogo de Jesús con los discípulos tras la cena pascual ahora les parece que comienzan a entenderlo y tienen la impresión de que va creciendo su fe en El. Han sido muchas las confidencias en las que Cristo les va abriendo su corazón con los anuncios que les hace y les parece entenderlo mejor. ‘Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones, le dicen… no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios’. Una hermosa confesión de fe en Jesús porque van descubriendo todo su misterio.
Pero aún seguirán las pruebas y las dudas. ‘¿Ahora creéis?’, les dice Jesús. Y parece una ironía, porque cuando parece que ellos se sienten seguros, Jesús les anuncia que se van a dispersar y vendrá la hora de la prueba. Quienes ahora escuchamos estas palabras del Evangelio tenemos la perspectiva de saber lo que realmente sucedió. Al salir de la cena, irán al huerto de Getsemaní, y ya sabemos todo lo que allí sucedió, que tras el prendimiento de Jesús por parte de Judas y sus secuaces, ‘todos le abandonaron y huyeron’.
Es lo que ahora les anuncia Jesús, pero se los dice para que estén preparados y a pesar de las pruebas que tendrán que pasar -  una referencia a la pasión de Jesús, pero una referencia también a lo que más tarde tendremos que sufrir todos los cristianos cuando no seamos comprendidos o incluso perseguidos -; ‘Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mi me dejaréis solo’.
Podría parecer anuncios de fracaso, pero  no es así. Jesús nos garantiza la victoria, porque su muerte no fue una derrota, aunque pareciera que está abandonado de todos e incluso del Padre del cielo; recordemos su grito en la cruz: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’ Pero Jesús les dice ahora ‘no estoy solo, porque está conmigo el Padre’. Recordamos que en la hora de la muerte se pone en las manos del Padre, ‘a tus manos encomiendo mi espíritu’, dirá.
Ahora les dice: ‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mi. En el mundo tendréis muchas luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo’. La muerte de Jesús no es una derrota, sino una victoria. Y Jesús está con nosotros; tendremos muchas luchas, pero como  nos dice hoy, no perdamos la paz. ‘Para que encontréis la paz en mi’. Es necesario aprender bien lo que nos dice Jesús para que no perdamos la paz; es importante sentir siempre esa paz en el corazón, porque tenemos la seguridad y la certeza de su presencia a nuestro lado.
Ayer celebrábamos la Ascensión del Señor al cielo, pero recordamos cómo nos decía que no nos dejaba solos. En el evangelio de Mateo encontramos aquella afirmación: ‘Sabed que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo’. Y nos viene bien recordar todos los anuncios que nos hace Jesús del envío de su Espíritu. Precisamente estamos en la semana que nos conduce a Pentecostés, a la celebración de la venida del Espíritu Santo. Es como una novena preparatoria lo que vamos haciendo en estos días, invocando una y otra vez que el Señor derrame su Espíritu sobre nosotros. Y así hemos de ir predisponiendo el corazón.
Hoy en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, hemos visto llegar a Pablo a Éfeso donde se encuentra con algunos discípulos a los que pregunta si habían recibido el Espíritu Santo al aceptar la fe. Ellos le responden que ni siquiera han oído hablar de un Espíritu Santo. El bautismo que ellos habían recibido era solamente el de Juan el Bautista; se había mantenido encendida en ellos llama de la fe y de la esperanza de la llegada del pronto Mesías, pero aun no se les había anunciado plenamente. Es lo que Pablo ahora realiza para bautizarlos en el nombre de Jesús. Entonces reciben el don del Espíritu Santo. Allí permanecerá Pablo mucho tiempo anunciando el Reino de Dios y allí se formará una comunidad muy floreciente, que también tendrán que pasar por diversas pruebas pero se sienten fortalecidos con la presencia del Espíritu Santo en sus corazones.
Que sintamos así nosotros la fuerza del Espíritu Santo en nuestra vida. Tenemos la certeza de la victoria de Jesús de la que El nos hace participes. Invoquemos una y otra vez que se derrame abundantemente el Espíritu Santo en nuestros corazones.

domingo, 1 de junio de 2014

Asciende Jesús haciendo camino, camino abierto para ir y venir a Dios



Asciende Jesús haciendo camino, camino abierto para ir y venir a Dios

Hechos, 1.1-11; Sal. 46; Ef.1, 17-23; Mt. 28, 16-20
‘Asciende Jesús haciendo camino, pero es el camino por el que descendió. Queda así el camino abierto para ir y venir a Dios. Por él asciende y desciende… cuando se vive en amor’. He querido comenzar con estos bellos versos que me encontré y nos hablan del sentido de la Ascensión del Señor que hoy celebramos. ‘Un camino abierto para ir y venir a Dios’; un camino que se recorre ‘cuando se vive en amor’.
Es un misterio grande el que hoy celebramos. Nos podemos quedar con las imágenes y nos puede parecer algo fácil. Es algo muy grande el misterio que estamos celebrando. Cuando los evangelios nos hablan del misterio del amor de Dios tienen que emplear nuestro lenguaje humano, aunque es tan difícil de expresar el misterio de Dios que tendrán que valerse de imágenes y signos que nos hagan vislumbrar lo profundo del misterio de Dios que quiere revelársenos. Por eso nos dirá san Pablo que necesitamos ‘espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, que el Señor ilumine los ojos de nuestro corazón’. Tenemos que pedirlo con toda intensidad para comprender todo su sentido que solo desde Dios podremos comprender.
Va culminando la Pascua y llegamos a este momento de la Ascensión. Jesús nos había ido hablando de su vuelta al Padre, pero también de su presencia para siempre con nosotros; nos hablaba de que era necesario que El marchase, pero para que se hiciera presente y sintiera la presencia del Espíritu que desde el seno del Padre nos había de enviar.
Hoy nos contaba Lucas en los Hechos de los Apóstoles que ‘apareciéndoseles durante cuarenta días, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo, les había dado instrucciones y les habló del Reino de Dios’. Les recuerda que no se han de marchar de Jerusalén ‘hasta que se cumpla la promesa de mi Padre, de lo que yo os he hablado… dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo’, les dice. Y concluirá diciéndoles que ‘cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo’. 
Será lo que por su parte san Mateo dirá como despedida de Jesús: ‘Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado’. Y les hace una promesa: ‘Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’.
Nos promete su presencia para siempre, nos promete la fuerza de su Espíritu. Y sintiendo la fuerza de su Espíritu comienza nuestra tarea, tenemos que ser sus testigos ‘hasta los confines del mundo’.
Contemplamos, pues, y celebramos la Ascensión al cielo; nos quedamos como los apóstoles allá en el monte de los olivos extasiados mirando al cielo. ¿Tristeza? ¿desconsuelo? Quizá en cierto modo, porque no querríamos que Jesús nos deje. Pero es al mismo tiempo una puerta abierta a la trascendencia, a mirar a la meta. Es esperanza que renace en nuestro corazón. Contemplamos a Cristo glorificado; ‘Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenia a tu lado’, diría Jesús en otro momento.
‘Sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’, como confesamos en el Credo y Pedro nos había enseñado en sus cartas. Por  eso pediremos en una de las oraciones de la liturgia ‘haz que deseemos vivamente  estar junto a Cristo, en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de tu misma gloria’. Allí está Cristo verdadero Dios y verdadero hombre, porque ha tomado también nuestra naturaleza humana, viviendo la gloria de Dios.
Pero como decíamos, nos abre a la trascendencia porque tenemos la esperanza de que también nosotros un día podamos participar de su gloria. ‘Donde nos ha precedido El, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo’. Hemos pues de ‘vivir con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino’. Nos había dicho que se iba para prepararnos sitio; ‘cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros’. Cuando le vemos, pues, subir al cielo se anima nuestra esperanza, porque El desea que estemos para siempre con El.
Pero recordemos también lo que los ángeles le decían a los apóstoles que estaban extasiados en el monte de los olivos ‘el mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse’. Ahí está la fuerza de su Espíritu que nos lo hará sentir presente. Nosotros mientras tenemos que seguir caminando por nuestro mundo cumpliendo la misión que nos ha confiado de ser sus testigos, pero no caminamos solos porque con nosotros estará siempre el Señor.
Y como decía en la última cena ‘adonde yo voy ya sabéis el camino’. No tenemos que preguntarle como Tomas que nos enseñe el camino porque bien sabemos ya que es Jesús mismo el Camino y la Verdad y la Vida, que no tenemos que hacer otra cosa que seguir sus huellas, vivir su misma vida, que no es otra cosa que vivir en la fe y en el amor.
Por amor bajó del cielo el Hijo de Dios para traernos la salvación; amor fue el camino que recorrió y nos enseñó a recorrer; en ese camino de amor hemos nosotros de caminar imitando a Cristo, amando con su mismo amor, con un amor como el suyo, y sabemos que tenemos la puerta abierta para ir a participar de la gloria con El. Como nos decían los versos recordados al principio ‘por él se desciende y se asciende… cuando se vive en amor’.
Es  algo grande y maravilloso lo que hoy estamos celebrando, la Ascensión del Señor al cielo. Por eso en el sentir del pueblo cristiano - ¿lo habremos perdido quizá dándole ya menor importancia? - esta fiesta era una fiesta tremendamente entrañable que se celebraba con gran alegría y muchos signos que querían expresar esa gloria del Señor en su Ascensión al cielo.
Una fiesta que nos llena de esperanza, como hemos venido reflexionando, pero una fiesta también muy comprometedora, porque en nuestras manos se pone un testigo, se nos confía una misión. El Evangelio de Jesús ha de ser proclamado, la Buena Noticia ha de llegar hasta el fin del mundo. Quizá cuando ahora escuchamos el evangelio y el mandato de Jesús nos pueden entrar unas ansias misioneras y pensamos en los países lejanos donde aún no se ha anunciado el evangelio. Si el Señor nos llamara con esa vocación, a ello tendríamos que responder.
Pero quizá olvidamos a los más cercanos, a los que están a nuestro lado, quizá nuestros familiares y amigos o las personas con las que convivimos, y a ellos no les llevamos esa Buena Noticia. Comencemos por ahí, como les dijo a los apóstoles que comenzaran por Jerusalén, Judea y Samaría para llegar luego hasta los confines del mundo. Seamos primero testigos junto y delante de los que están a nuestro lado. Seamos valientes y proclamemos la alegría de nuestra fe que contagie a los más cercanos a nosotros.
Celebremos la gloria del Señor en su Ascensión con gran esperanza y sentido de trascendencia; abierto tenemos el camino para ir a Dios, para vivir a Dios.