domingo, 1 de junio de 2014

Asciende Jesús haciendo camino, camino abierto para ir y venir a Dios



Asciende Jesús haciendo camino, camino abierto para ir y venir a Dios

Hechos, 1.1-11; Sal. 46; Ef.1, 17-23; Mt. 28, 16-20
‘Asciende Jesús haciendo camino, pero es el camino por el que descendió. Queda así el camino abierto para ir y venir a Dios. Por él asciende y desciende… cuando se vive en amor’. He querido comenzar con estos bellos versos que me encontré y nos hablan del sentido de la Ascensión del Señor que hoy celebramos. ‘Un camino abierto para ir y venir a Dios’; un camino que se recorre ‘cuando se vive en amor’.
Es un misterio grande el que hoy celebramos. Nos podemos quedar con las imágenes y nos puede parecer algo fácil. Es algo muy grande el misterio que estamos celebrando. Cuando los evangelios nos hablan del misterio del amor de Dios tienen que emplear nuestro lenguaje humano, aunque es tan difícil de expresar el misterio de Dios que tendrán que valerse de imágenes y signos que nos hagan vislumbrar lo profundo del misterio de Dios que quiere revelársenos. Por eso nos dirá san Pablo que necesitamos ‘espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, que el Señor ilumine los ojos de nuestro corazón’. Tenemos que pedirlo con toda intensidad para comprender todo su sentido que solo desde Dios podremos comprender.
Va culminando la Pascua y llegamos a este momento de la Ascensión. Jesús nos había ido hablando de su vuelta al Padre, pero también de su presencia para siempre con nosotros; nos hablaba de que era necesario que El marchase, pero para que se hiciera presente y sintiera la presencia del Espíritu que desde el seno del Padre nos había de enviar.
Hoy nos contaba Lucas en los Hechos de los Apóstoles que ‘apareciéndoseles durante cuarenta días, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo, les había dado instrucciones y les habló del Reino de Dios’. Les recuerda que no se han de marchar de Jerusalén ‘hasta que se cumpla la promesa de mi Padre, de lo que yo os he hablado… dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo’, les dice. Y concluirá diciéndoles que ‘cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo’. 
Será lo que por su parte san Mateo dirá como despedida de Jesús: ‘Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado’. Y les hace una promesa: ‘Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’.
Nos promete su presencia para siempre, nos promete la fuerza de su Espíritu. Y sintiendo la fuerza de su Espíritu comienza nuestra tarea, tenemos que ser sus testigos ‘hasta los confines del mundo’.
Contemplamos, pues, y celebramos la Ascensión al cielo; nos quedamos como los apóstoles allá en el monte de los olivos extasiados mirando al cielo. ¿Tristeza? ¿desconsuelo? Quizá en cierto modo, porque no querríamos que Jesús nos deje. Pero es al mismo tiempo una puerta abierta a la trascendencia, a mirar a la meta. Es esperanza que renace en nuestro corazón. Contemplamos a Cristo glorificado; ‘Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenia a tu lado’, diría Jesús en otro momento.
‘Sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’, como confesamos en el Credo y Pedro nos había enseñado en sus cartas. Por  eso pediremos en una de las oraciones de la liturgia ‘haz que deseemos vivamente  estar junto a Cristo, en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de tu misma gloria’. Allí está Cristo verdadero Dios y verdadero hombre, porque ha tomado también nuestra naturaleza humana, viviendo la gloria de Dios.
Pero como decíamos, nos abre a la trascendencia porque tenemos la esperanza de que también nosotros un día podamos participar de su gloria. ‘Donde nos ha precedido El, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo’. Hemos pues de ‘vivir con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino’. Nos había dicho que se iba para prepararnos sitio; ‘cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros’. Cuando le vemos, pues, subir al cielo se anima nuestra esperanza, porque El desea que estemos para siempre con El.
Pero recordemos también lo que los ángeles le decían a los apóstoles que estaban extasiados en el monte de los olivos ‘el mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse’. Ahí está la fuerza de su Espíritu que nos lo hará sentir presente. Nosotros mientras tenemos que seguir caminando por nuestro mundo cumpliendo la misión que nos ha confiado de ser sus testigos, pero no caminamos solos porque con nosotros estará siempre el Señor.
Y como decía en la última cena ‘adonde yo voy ya sabéis el camino’. No tenemos que preguntarle como Tomas que nos enseñe el camino porque bien sabemos ya que es Jesús mismo el Camino y la Verdad y la Vida, que no tenemos que hacer otra cosa que seguir sus huellas, vivir su misma vida, que no es otra cosa que vivir en la fe y en el amor.
Por amor bajó del cielo el Hijo de Dios para traernos la salvación; amor fue el camino que recorrió y nos enseñó a recorrer; en ese camino de amor hemos nosotros de caminar imitando a Cristo, amando con su mismo amor, con un amor como el suyo, y sabemos que tenemos la puerta abierta para ir a participar de la gloria con El. Como nos decían los versos recordados al principio ‘por él se desciende y se asciende… cuando se vive en amor’.
Es  algo grande y maravilloso lo que hoy estamos celebrando, la Ascensión del Señor al cielo. Por eso en el sentir del pueblo cristiano - ¿lo habremos perdido quizá dándole ya menor importancia? - esta fiesta era una fiesta tremendamente entrañable que se celebraba con gran alegría y muchos signos que querían expresar esa gloria del Señor en su Ascensión al cielo.
Una fiesta que nos llena de esperanza, como hemos venido reflexionando, pero una fiesta también muy comprometedora, porque en nuestras manos se pone un testigo, se nos confía una misión. El Evangelio de Jesús ha de ser proclamado, la Buena Noticia ha de llegar hasta el fin del mundo. Quizá cuando ahora escuchamos el evangelio y el mandato de Jesús nos pueden entrar unas ansias misioneras y pensamos en los países lejanos donde aún no se ha anunciado el evangelio. Si el Señor nos llamara con esa vocación, a ello tendríamos que responder.
Pero quizá olvidamos a los más cercanos, a los que están a nuestro lado, quizá nuestros familiares y amigos o las personas con las que convivimos, y a ellos no les llevamos esa Buena Noticia. Comencemos por ahí, como les dijo a los apóstoles que comenzaran por Jerusalén, Judea y Samaría para llegar luego hasta los confines del mundo. Seamos primero testigos junto y delante de los que están a nuestro lado. Seamos valientes y proclamemos la alegría de nuestra fe que contagie a los más cercanos a nosotros.
Celebremos la gloria del Señor en su Ascensión con gran esperanza y sentido de trascendencia; abierto tenemos el camino para ir a Dios, para vivir a Dios.

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