sábado, 5 de enero de 2013


Buscamos a Jesús pero es El quien nos ama y quien nos llama

1Jn. 3, 11-21; Sal. 99; Jn. 1, 43-51
Nos acercamos a Jesús por distintos medios o por diferentes caminos podemos llegar hasta El, pero en el fondo tenemos que reconocer que realmente es El quien nos llama y nos lleva junto a El. En el proceso que vamos siguiendo en este primer capítulo del evangelio de Juan es eso lo que podemos descubrir y además hacerlo con gozo, porque grande es el amor que el Señor nos tiene que nos busca y nos llama y quizá se valga de la mediación de otros, pero es porque quiere que estemos con El experimentando y gozando de su amor.
Si ayer veíamos a Andrés y Juan que se van tras Jesús cuando el Bautista se los señala como el Cordero de Dios y Andrés luego llevará a Simón al encuentro con Jesús, ahora en primer momento veremos a Jesús que pasa junto a Felipe y le invita a seguirle. Es el primer llamado así de una forma directa - Jesús le dice ‘Sígueme’ -, aunque en el fondo  ya había una llamada de amor en ese dejar Jesús que Andrés y Juan fueran con El para conocerle.
Y aunque sea Andrés el que le indique a Simón que han encontrado al Mesías, podemos ver ya el amor anterior que Jesús tenía a Simón de manera que en sus primeras palabras, con el cambio de nombre, está indicándole de alguna manera la misión para la que le había escogido. ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan, pero tú te llamarás Cefas (que significa piedra-Pedro)’. Será el nombre por el que ya desde entonces le conoceremos.
Lo mismo sucederá con Natanael. Felipe le dirá cuando se encuentre con su amigo que ‘aquel de quien hablaron Moisés y los profetas lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, de Nazaret’. Ya hemos escuchado las reticencias de Natanael - quizá por aquello de las clásicas envidias y disputas de pueblos vecinos - pero Jesús le dará a entender de que antes incluso de que Felipe le hablara, ya El lo conocía. ‘Cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi’.
Es la llamada del Señor. Es el amor del Señor que es primero que nuestro amor. Es el Señor el que nos busca porque nos ama y quiere contar con nosotros. Es el Señor que está a nuestro lado incluso cuando pensamos que nadie nos quiere o nos tiene en cuenta. Es el Señor que conoce lo más secreto de nuestro corazón y sabe bien de nuestras inquietudes interiores, o de los interrogantes o dudas que se nos plantean en la vida. Y de una forma u otra el Señor con su amor quiere estar a nuestro lado y ser la respuesta para todo eso que llevamos en el corazón.
Pero este texto del evangelio puede enseñarnos muchas cosas más. Como hemos visto Jesús se ha valido de las mediaciones del Bautista, de Andrés o de Felipe para que otros conocieran a Jesús y se quisieran ir con El. Quiso contar con ellos. ¿Por qué no pensamos que quiere contar con nosotros que podemos ser mediaciones para los demás, para que lleguen a encontrarse también con Jesús? Quiere contar con nosotros.
Si Andrés no hubiera hablado a su hermano Simón, quizá no hubiera ido con Jesús. Si Felipe no lo hubiera hablado a Natanael, insistiéndole incluso cuando había un rechazo por parte de Natanael en querer reconocer a Jesús, no hubiera llegado tampoco hasta Jesús. No tengamos miedo a hablar de Jesús a los demás. Algunas veces somos excesivamente temerosos, tímidos o vergonzosos, pensamos que nos van a rechazar, o nos van a decir no sé cuantas cosas. Hemos de saber tener coraje en el corazón para anunciar el  nombre de Jesús.
Tendríamos aquí que recordar lo que Jesús nos dirá luego en el evangelio de que no hemos de avergonzarnos de su nombre, porque el que se declare por Jesús, El se declarará por él delante del Padre del cielo. Además ya nos dirá también como el Espíritu va a hablar en nuestro corazón y poner palabras en nuestros labios cuando tengamos que dar testimonio del nombre de Jesús.
Qué hermosa confesión de fe en Jesús llegaría a hacer Natanael. Gracias a la insistencia de Felipe. Porque en el fondo siempre estuvo el amor del Señor que nos llama y que nos busca y que se vale de nosotros para que otros también lleguen a confesar su fe en El.

viernes, 4 de enero de 2013


Maestro, queremos saber de ti, queremos conocerte

1Jn. 3, 7-10; Sal. 97; Jn. 1, 35-42
Algunos acudían a Juan porque sus gestos y sus palabras despertaban en sus corazones la esperanza de una pronta venida del Mesías; otros venían preguntando, algo así como a pedirle cuentas, quién era él y por qué hacia lo de bautizar y su estilo de vida; a todos les señalaba que él no era el Mesías, e incluso que en medio de ellos estaba y no lo conocían; en un momento incluso lo señaló de forma directa - lo escuchamos ayer - como el Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo dando testimonio de lo que él había sido testigo.
Hoy contemplamos un paso más. Pasa Jesús y lo señala de nuevo a sus discípulos: ‘Este es el Cordero de Dios’, y serán dos de sus discípulos los que se van tras Jesús. La palabra de Juan les había llegado al corazón y querían conocer por sí mismos.
El diálogo que surge entre aquellos dos discípulos y Jesús es muy parco en palabras, pero significará iniciar un camino. ‘¿Qué buscáis?... Rabí, ¿dónde vives?... Venid y lo veréis’. Y se pusieron en camino.
‘Maestro, ¿dónde vives?’ Queremos saber de ti, queremos conocerte. ¿Dónde vives? ¿quién eres? ¿qué nos dices? ¿qué nos vas a proponer? ¿eres en verdad el Mesías, el Salvador? ‘Maestro, ¿Dónde vives? La pregunta tiene mucha hondura. No buscan una casa o un lugar. Buscan a una persona, buscan una luz, una verdad. Si en verdad eres el Mesías tenemos que conocerte para poner nuestra fe y nuestra confianza en ti.
Algo estaba moviendo el corazón de aquellos discípulos. Había inquietud en sus corazones cuando ya se habían desplazado desde Galilea hasta la orilla del Jordán, probablemente en Judea, para escuchar a Juan y hacer lo que Juan les iba señalando. Disponibilidad tiene que haber en sus corazones para ponerse a caminar. Nos cuesta tanto ponernos a caminar si no estamos bien seguros de alcanzar lo que queremos. Estamos buscando siempre seguridades. ¿Y si me equivoco? ¿y si no es eso lo que busco o lo que a mi me conviene? Y vienen las dudas, y las pegas, y las dificultades que ponemos para emprender algo nuevo, un camino nuevo. Pero en aquellos discípulos había disponibilidad, ansias de algo nuevo, de una vida nueva. Y se fueron con Jesús.
Y vaya si encontraron algo nuevo. Se encontraron allá en lo más hondo de si mismos con Jesús. ‘Vieron donde vivía y se quedaron con el aquel día’, nos dice el evangelista señalándonos además que la hora del encuentro sería como a las cuatro de la tarde.
A las cuatro de la tarde, o a las nueve de la mañana, sea cual sea la hora Jesús está pasando a nuestro lado y también estamos sintiendo quien nos lo señala: ‘Este es el Cordero de Dios’. Probablemente habría más gente escuchando las palabras del Bautista, pero sólo estos dos se fueron con Jesús preguntando, buscando y encontraron. ¿Nos iremos también nosotros detrás de Jesús? ¿Queremos en verdad conocerle más y también le hacemos la pregunta ‘maestro, donde vives’?
Tenemos que estar dispuestos a esa búsqueda de fe, sin prejuicios, sin miedos ni cobardías. Muchos cantos de sirena suenan en nuestros oídos que tratan de distraernos. Muchos podrán decirnos para qué nos metemos en esos líos, porque vete tú a saber en qué puede acabar todo. Muchos quizá temerán la luz porque les puede hacer ver la auténtica realidad de sus vidas que tendrían que transformar. Muchos querrán quedarse en la comodidad de sus rutinas porque nos cuesta emprender caminos nuevos. En muchos podrá mucho el orgullo que han dejado meter en su corazón y no querrán bajar la cabeza para reconocer que sus vidas están sin sentido porque les falta esa luz de la fe.
Aquellos dos discípulos de Juan que a partir de ahora ya serán discípulos de Jesús encontraron la luz y encontraron la vida. Y ya no querrán esa luz sólo para ellos sino que comenzarán a iluminar a los de su entorno. ‘Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra a su hermano Simón y le dice: hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a Jesús’.
No olvidemos nunca que la luz de la fe no la podemos ocultar bajo la mesa sino que tenemos que ponerla bien alta para que alumbre a los demás. Que brille fuerte la luz de tu fe que tanta alegría lleva a tu vida. 

jueves, 3 de enero de 2013


El Cordero que se inmola para quitar el pecado del mundo

1Jn. 2, 29-3, 3; Sal. 97; Jn. 1, 29-34
‘Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’, señala el Bautista a Jesús que viene hacia él. En los breves cinco versículos que hoy hemos escuchado en el evangelio Juan nos dice muchas cosas de Jesús.
Decíamos ayer que en este proceso de conocimiento y reconocimiento de Jesús para proclamar con toda intensidad nuestra fe en El nos íbamos a ir dejando conducir por la Palabra del Señor que se nos va proclamando en estos días. Queremos centrar nuestra fe en Jesús y por eso tenemos que ir creciendo más y más en el conocimiento de su misterio. Todo tiene que guiarnos a esa proclamación de fe que queremos que sea con toda nuestra vida. Pero ¿cómo podemos creer en El si no lo conocemos? La fe es una adhesión total de nuestra vida a Jesús para seguirle y para vivirle, pero no es una fe ciega sino que hemos de irle conociendo más y más.
Como hemos comenzado en nuestra reflexión, Juan lo señala como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Nosotros hemos tomado esa expresión para manifestar nuestra fe y la utilizamos repetidamente en la liturgia y en nuestras oraciones. El Cordero pascual tenía un hondo significado para el pueblo judío. Era el cordero de la pascua que cada año se inmolaba y luego se comía en la cena pascual.
Fue el signo que les dejó Moisés de la Pascua. Con la sangre de los corderos sacrificados se marcaron las puertas de los judíos en aquella primera pascua en Egipto para que al paso del ángel del Señor no fueran exterminados. Era la señal de la pertenencia al pueblo de Dios. Por eso celebrar la pascua cada año comporta el sacrificio de ese cordero pascual que luego se comía en la cena de pascua, como signo y señal de la liberación de Egipto, como signo y señal del Dios que estaba siempre con ellos para liberarles de todo mal.
He aquí que el Bautista señala a Jesús como el Cordero de Dios. Está señalando, podemos decir, al Cordero que va a ser inmolado, el Cordero que nos va a redimir de nuestro pecado con su Sangre derramada. Es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. El que va a dar la vida para que nosotros tengamos vida.
Pero Juan lo señala también como el que está lleno del Espíritu Santo. ‘He contemplado al Espíritu Santo que bajaba sobre él como una paloma y se posé sobre El’, dice Juan. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi y me ha ungido, nos recordará Jesús en la sinagoga de Nazaret la profecía de Isaías, y me ha enviado para anunciar la Buena Noticia’.
Es Jesús, el Hijo de Dios, como terminará confesando el Bautista, que viene lleno del Espíritu divino para bautizarnos con un bautismo nuevo. ‘Aquel sobre el que veas bajar el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’, nos señala el Bautista que le ha sido revelado en su corazón. Juan bautizaba con agua porque venía a preparar los caminos del Señor. Pero Jesús, lleno del Espíritu Santo, nos va a bautizar con Espíritu Santo para que los que creamos en El tengamos nueva vida y podamos ser hijos de Dios. Ya lo anunciará Jesús a Nicodemo, ‘hay que nacer del agua y del Espíritu’; quienes creen en Jesús así van a recibir ese nuevo bautismo.
Hoy nos ha dicho Juan en su carta cómo nosotros somos hijos de Dios porque así somos amados de Dios. ‘Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’. Así rotundamente lo afirma el Apóstol. Hemos sido hechos partícipes de la vida de Dios por la unción del Espíritu.
Jesús es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo; Jesús es el que está lleno del Espíritu Santo, porque en Jesús no vemos meramente un hombre; es verdaderamente un hombre, pero es el Hijo de Dios que se ha encarnado para inmolarse por  nosotros, para concedernos el don del Espíritu que nos ha purificado y nos ha llenado de vida para hacernos también a nosotros hijos de Dios. Mucho tenemos que reflexionar con este texto del evangelio y muchas gracias tenemos que dar a Dios porque con la fuerza y la luz del Espíritu podemos conocer más y más a Jesús y crecer en nuestra fe.

miércoles, 2 de enero de 2013


bendito sea el Señor 

que hemos superado las cien mil visitas a este blog. 

todo sea para la gloria del Señor

gracias a quienes nos visitan y lo dan a conocer

En medio de nosotros está y muchas veces no lo sabemos descubrir.

1Jn. 2, 22-28; Sal. 97; Jn. 1, 19-28
‘¿Tú quién eres?’ le preguntan a Juan. Vienen enviados de Jerusalén sacerdotes y levitas. La presencia de Juan en el desierto y las multitudes que acuden a él de todas partes producen inquietud en Jerusalén. ¿Será el Mesías? ¿Será Elías? ¿Habrá aparecido un nuevo profeta? Quieren tener una respuesta que dar.
Juan solamente dice que es la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Cuando le preguntan por qué hace lo de bautizar, solamente les dice: ‘Yo os bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mi, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia’. Se manifiesta su humildad ante el que viene. Lo señala aunque les costará reconocerlo.
‘En medio de vosotros hay uno que no conocéis’. ¿Nos sucederá a nosotros lo mismo? Estos días hemos venido contemplando el misterio del nacimiento de Jesús. Seguimos aún en el tiempo de la Navidad acercándonos a la Epifanía, que como bien sabemos es la manifestación de Jesús. Ya los ángeles lo señalaron a los pastores y aquel ir de los pastores de Belén hasta el lugar donde había nacido Jesús es un principio de esa epifanía, de esa manifestación de Jesús.
Nosotros los próximos domingos vamos a celebrar esa fiesta grande la Epifanía, primero en el encuentro de aquellos Magos de Oriente que buscan al recién nacido rey de los judíos, y luego cuando celebremos el Bautismo de Jesús. Todo nos tiene que llevar a ese reconocimiento de Jesús que se manifiesta como Salvador de todos los hombres. No solo será el pueblo judío quien alcanzará la salvación, sino que serán todos los pueblos los que vendrán hasta Jesús, como iremos viendo.
Pero ya ahora cada día, en la Palabra que se nos irá proclamando, iremos realizando un proceso de ese acercamiento a Jesús, para descubrirle, para reconocerle, para llegar a confesar en verdad nuestra fe en El. Vamos a intentar ir dando esos pasos al hilo de la Palabra de Dios que cada día se nos irá proclamando para ir abriendo más y más nuestro corazón y nuestra vida a la fe. ¿Lo conocemos? ¿Lo llegamos a reconocer?
En medio de nosotros está. Ya hemos celebrado su nacimiento, lo que es signo para nosotros de cómo Dios quiere nacer en nuestro corazón. Pero quizá no siempre somos capaces de sentir su presencia, escuchar su voz que nos habla allá en lo más profundo de nosotros. Como podía sucederle a aquellas gentes de Belén o de Nazaret que solo veían un niño recién nacido o un joven que crecía en medio de ellos trabajando con su padre en el taller, pero no eran capaces de ir más allá para descubrir el misterio de Dios que estaba en medio de ellos, a nosotros nos puede suceder igual.
Cuántos estos días que hemos celebrado o estamos celebrando la Navidad vemos las imágenes del nacimiento pero se quedamos en eso - unas escenas bonitas o costumbristas con un gran sabor bucólico, y nos fijamos si hemos puesto o no todas las figuritas o si quedaron bien los ríos o las montañas - sin ir más allá para descubrir, para escuchar ese signo de Dios que está ante nuestros ojos. ¡Qué bonito está el nacimiento!, dicen algunos pero no llegan a descubrir a Dios, todo el mensaje de salvación que se nos quiere trasmitir.
Pidámosle al Señor que aprendamos a leer los signos de su presencia. De tantas maneras quiere El hacerse presente en medio de nosotros. Estas escenas que contemplamos en estos días pueden ser un signo que nos lleve a un sentimiento religioso y nos hagan pensar en Dios. Pero hay también un Belén viviente a nuestro lado, en las personas que pasan junto a nosotros, en la gente que sufre de mil maneras, en quienes pasan necesidad o están en la pobreza extrema, que son - y de qué forma maravillosa - una señal de que Dios esta ahí a nuestro lado y hemos de saberle descubrir y reconocer, porque Dios está ahí en esos hermanos a los que tenemos que acoger o ayudar, a los que tenemos que amar y con los que tenemos que compartir.
No lo olvidemos, ‘en medio de nosotros está’ y muchas veces no lo sabemos descubrir.

martes, 1 de enero de 2013


Días de bendiciones que nos traen con Jesús la paz para todos los hombres

Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
No queremos que se acabe la Navidad. No nos podemos cansar de la Navidad. Algunos pueden estar cansados de fiestas y otros desearán que las fiestas no se acaben nunca en ese afán de divertirse y pasarlo bien. Claro que todos tenemos deseos de ser felices, pero no es por una fiesta así por lo que nosotros queremos prolongar la navidad. Es que el misterio que estamos celebrando es tan grande, tan maravilloso que queremos seguir sintiendo su miel en nuestro corazón porque es seguir saboreando el amor tan maravilloso que Dios nos tiene.
Estamos en la octava de la Navidad, pero aún nos quedan días para seguir saboreando el espíritu de la navidad hasta que lleguemos a la Epifanía y al Bautismo del Señor. Dios ha venido a nosotros y nos quiere llenar de bendiciones. Por eso nos felicitamos en estos días. No es solo que hagamos fiestas, entre un año nuevo o nos hagamos unos regalos. Nos felicitamos en el amor tan grande que Dios nos tiene que viene a nosotros para traernos la salvación, porque ha vuelto su rostro sobre nosotros y ha derramado gracia y bendiciones sobre nosotros, porque quiere estar a nuestro lado para que no olvidemos nunca el amor y construyamos continuamente la paz.
Y desde las bendiciones de Dios nos sentimos comprometidos a también nosotros llenar de bendiciones a los demás. Volvamos su rostro sobre ellos, como le pedíamos al Señor, y que nuestras miradas, nuestros gestos, nuestras palabras vayan llenas de amor y de paz para todos. No es solo una palabra la que vamos a decir queriendo expresar un buen deseo, sino que sinceramente vamos a volvernos sobre nuestros hermanos los hombres con una mirada nueva y distinta, la mirada de la amistad, de la comprensión, de la paz, del ánimo que levante el espíritu, la mirada llena de la sonrisa del amor.
Sí, que nuestras palabras, nuestras miradas, nuestros gestos sean siempre de bendición, porque digamos bien - eso significar bendecir -, porque hagamos el bien, porque nuestras actitudes y nuestros gestos sean siempre de bien. Todos podemos bendecir; todos debemos bendecir. Se ha perdido esa costumbre de pedir la bendición o de dar la bendición y así nos va en la vida. Retomemos esa bonita costumbre pero llenando de verdadero sentido nuestras bendiciones y que sean para todos.
Y nuestra gran bendición para los demás sea llevar a Jesús. Para que todos se encuentren con Jesús. Para que todos sepan acoger esa bendición de Dios para la humanidad que es Jesús. Para que todos nos abramos a la salvación que Jesús nos ofrece. Hoy, a los ocho días, la octava de la navidad, hemos escuchado en el evangelio que ‘tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción’.
Recordamos que el ángel le había dicho a José ‘y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados’. Jesús significa ‘Dios nos salva’. Es el Salvador que los ángeles anunciaron a los pastores que había nacido en la ciudad de David. Es el Salvador, la bendición de Dios para la humanidad, como decíamos, porque con Jesús comenzará una humanidad nueva, la humanidad que hunde sus raíces en el amor; la humanidad que se siente amada por Dios que así nos ha enviado a su Hijo, y la humanidad que se comienza a construir desde ese amor de una manera nueva. Es el Jesús que nosotros hemos de llevar en nuestro corazón y que hemos de llevar a los demás, como la más grande bendición de Dios.
Día de bendiciones parece que es éste que estamos celebrando hoy. Porque miramos a la madre, miramos a María. ‘Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre’. Nuestra mirada se vuelve hoy de manera especial a María, la madre de Jesús que es la madre de Dios, pero que es también para nosotros una bendición de Dios porque nos la ha dado como madre.
Qué gozo más grande sintió el pueblo cristiano cuando pudo proclamar con toda la firmeza de la fe que verdaderamente María era la Madre de Dios. Es el gozo de los hijos por la madre. Es el gozo que sentimos todos en estos días porque mirando a Jesús, siempre vemos a María a su lado. Qué importante fue el sí de María ante el anuncio del ángel, porque se convirtió en la Madre de Dios, porque Dios quiso contar con ella, con su colaboración, en la tarea de nuestra salvación porque ella nos trajo a Jesús.
Cuando hablamos de María siempre nuestras palabras se quedan cortas para todo lo que de ella quisiéramos decir. Queremos llenarla de bendiciones y alabanzas como hiciera Isabel cuando fue María a visitarla en la montaña, como lo hizo aquella mujer anónima que alabando a Jesús alabó también a la madre que lo trajo al mundo, como lo hiciera Jesús cuando la llama dichosa porque ella sí supo plantar en su corazón la Palabra de Dios para que diera fruto, y como lo han hecho todas las generaciones en la Iglesia a través de los siglos dando cumplimiento a su propia profecía de que ‘dichosa me llamarán todas las generaciones’.
Pero hoy bendecimos a María y una vez más queremos recibir sus bendiciones para nosotros y para nuestro mundo. Sí, que ella nos alcance todas las bendiciones de Dios volviendo su rostro maternal, sus ojos misericordiosos, sobre nosotros sus hijos que aun caminamos por este valle de lágrimas y que ella nos alcance la gracia de la salvación; que ella, reina de la paz, nos alcance ese don preciado de la paz para nuestro mundo que tanto lo necesita.
El primero de enero celebramos ya desde hace muchos años la Jornada Mundial de la Paz. Tenemos que orar por la paz. Tenemos que trabajar por la paz. Tenemos que convertirnos en mensajeros de la paz para nuestro mundo. Los ángeles cantaban la gloria del Señor en el momento del nacimiento de Jesús, pero cantaban también la paz para los hombres a los que Dios ama, la paz para nuestro mundo al que Dios ama. Por eso para nosotros los cristianos no puede ser ajeno a nuestra oración y a nuestro compromiso, y de manera especial estos días, el tema de la paz.
‘Bienaventurados los que trabajan por la paz’, nos dice el Papa, rememorando la bienaventuranza de Jesús, en su mensaje para esta Jornada, que bien merecería la pena una lectura atenta y una amplia reflexión porque es muy hermoso. Alguien ha dicho de este mensaje del Papa que es casi como una pequeña encíclica. No podemos en la brevedad de esta reflexión extendernos en su comentario pero sí destacar y subrayar ese compromiso que como creyentes en Jesús hemos de tener con la paz de nuestro mundo.
Como nos dice en el mismo inicio de su mensaje ‘Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos… los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias, anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos’.
La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente… la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia.
Nos habla de la paz como don de dios y obra y tarea del hombre, de que los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida en su integridad, de cómo para construir el bien de la paz es necesario un nuevo modelo de desarrollo y de economía, de una educación para la cultura de la paz, y finalmente recordando la oración de san Francisco nos dice que oremos al Señor para que seamos instrumentos de la paz para nuestro mundo para llevar amor donde haya odio, perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda.
Oremos por la paz. Que sea la bendición de Dios que con Jesús llega a nuestra tierra. Paz a los hombres que Dios ama.

lunes, 31 de diciembre de 2012


Para que todos vinieran a la fe y creyendo tengamos vida eterna

1Jn. 2, 18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18
‘Surgió un hombre enviado por Dios… venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe…’ Su nombre era Juan. Se refiere al Bautista.
El Evangelista Juan en este inicio o prólogo de su evangelio quiere dejarnos sentado de forma muy clara quien es Jesús. Cuando termine su evangelio vendrá a decirnos que ‘esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en El vida eterna’.
Ahora nos habla de ‘la Palabra que estaba junto a Dios, la Palabra que era Dios…’ por quien todo fue hecho, como luego proclamaremos nosotros en el Credo de nuestra fe. Y nos habla de vida y de luz. ‘La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre’ para llenarnos de vida, para conducirnos a la plenitud, para derramar su gracia sobre nosotros, para que teniendo fe lleguemos a ser hijos de Dios con la salvación que nos ofrece.
Todo lo que venimos estos días contemplando y celebrando tiene que conducirnos a la fe. Es lo que da sentido a todo lo que hacemos. Tenemos que darle el sí de nuestra fe a todo este misterio de Dios que estamos contemplando. Hoy nos ofrece la liturgia este inicio del evangelio de Juan que, podríamos decir, es más teológico, para que nos reafirmemos bien en nuestra fe en Jesús. Este Niño que contemplamos nacido en Belén es el Hijo de Dios en quien está toda nuestra salvación.
Por eso las celebraciones de estos días no se pueden quedar solamente en lo externo sino que tienen que ayudarnos a que ahondemos más y más en nuestra fe en Jesús. No nos quedamos en lo bullangero o la fiesta superficial, dejándonos arrastrar por el sentido y el estilo de nuestro mundo muchas veces tan superficial que todo lo cambia y lo transforma haciéndole perder su propio y verdadero sentido. Asi nos hemos hecho una navidad muy a lo exterior, muy dejándonos arrastrar por el consumismo de una sociedad materialista y tenemos el peligro de perderle el verdadero sentido y nos quedemos nosotros también solo en cosas externas. Todos tenemos ese peligro.
Por eso es necesario detenernos un poco, reflexionar, dejarnos inundar y conducir por la Palabra de Dios que vamos recibiendo cada día, hacer que todo se haga oración profunda allá desde lo más hondo de nuestro corazón. Es necesario contemplar hondamente todo el misterio de Dios que celebramos.
Nos pudiera suceder que estemos tan rodeados de luz en estos días porque todo quiera hablarnos de la luz que es Jesús para nosotros, y sin embargo permanezcamos en las tinieblas o rechacemos la verdadera luz. De esto nos previene el evangelio que estamos meditando. ‘La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo  no la conoció. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… Vino a su casa y los suyos no la recibieron’. Sería muy triste que nos sucediera así. 
Pero a continuación nos seguirá diciendo el evangelio: ‘A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios… nacen de Dios’. Por Jesús nos llega la gracia; en Jesús nos llenaremos de vida. Jesús ha asumido nuestra naturaleza humana para elevarnos, para hacernos partícipes de su vida divina. ‘A los que creen en su bombre les dio poder para ser hijos de Dios’.
Que así sea nuestra fe. No lo olvidemos, sin fe todo carecería de sentido. Sin el sentido de la fe toda la fiesta que podamos haber hecho en estos días se nos quedaría en algo externo y superficial. Demosle hondura a nuestra vida llenándonos de fe.

domingo, 30 de diciembre de 2012


El matrimonio y la familia, un acorde de la música del amor de Dios

1Sam. 1, 20-22.24-28; Sal. 83; 1Jn. 3, 1-2.21-24; Lc. 2, 41-52
‘Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad… e iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’. El Hijo de Dios que se ha encarnado nace en el seno de una familia y en el seno de una familia crece, como dice el evangelio ‘en sabiduría, estatura (edad, como niño, como adolescente y como joven) y en gracia’. En una familia nació Jesús y en familia pasó la mayor parte de su vida. En la familia Jesús aprendió a rezar, a leer, a trabajar. Y a su vez Jesús dio a la familia dignificación y santidad. Jesús convirtió con su presencia la familia en algo sagrado, convirtió el amor de los esposos en sacramento.
En el marco de las fiestas de Navidad, en medio de las celebraciones del nacimiento de Jesús la liturgia de la Iglesia nos invita hoy a celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, aquel hogar en el que Jesús nació y creció. Y contemplar a la Sagrada Familia en ella queremos ver como en un espejo nuestras familias. Por eso hoy es un día especial para las familias cristianas cuando en estos días en nuestra celebración de la navidad del Señor el encuentro de las familias ha tenido tanta importancia y es algo que se ha vivido con especial intensidad en nuestros hogares. Miramos a la sagrada Familia de Nazaret y mucho tenemos que aprender, mucho tenemos que copiar de sus virtudes, de todo lo que era la vida de aquel bendito  hogar.
Allí Jesús, que se quiso hacer en todo semejante a nosotros, en el seno del hogar aprendió y vivió lo más humano y lo más hermoso de nuestra humanidad. Hablar de familia es hablar de amor y de comunión, es hablar de convivencia y de caminar juntos, es hablar de cercanía y de comprensión, es hablar de mutua aceptación y de profundo respeto, es hablar de crecimiento como persona y de cultivo de los valores más trascendentes. La familia es el semillero de la vida, el mejor campo de cultivo de la personalidad del individuo, la raíz más honda que da fuerza y consistencia a nuestra sociedad toda; la familia vivida en profundidad nos hace percibir lo que es la profundidad de Dios, la vida de Dios.
A alguien en una ocasión le escuché decir que el matrimonio y la familia es como un acorde de la música de Dios. Dios es vida y es amor; es vida porque es el que existe por sí mismo y desde siempre, y es amor como ya nos lo dice san Juan en sus cartas; pero Dios es profunda e intima comunión en el misterio de su Trinidad de personas que forman una única unidad en su naturaleza en la que no hay ninguna división; y Dios se hace misericordia y perdón, en su inmensidad se hacer cercano tanto como para vivir en nuestra propia vida.
Cuando el hombre y la mujer llegan a vivir con toda profundidad esa comunión de vida y de amor que es el matrimonio y que se prolonga en la familia podemos decir que están entrando en esa sintonía de Dios, porque en su amor y en todo lo que rodea esa profundidad del amor de su matrimonio no están sino haciéndonos resonar ese acorde de la música de Dios, ese acorde del amor y de la vida y comunión de amor de Dios.
¿Por qué decimos que el matrimonio para nosotros va más allá de lo que pueda ser un contrato de partes, una relación jurídica o un compromiso meramente formal? Para el cristiano que fundamenta toda su vida y, en consecuencia, su relación de amor en Dios, el matrimonio se convierte en sacramento de Dios. El amor matrimonial vivido en toda su profundidad y con todas sus consecuencias de unidad y de comunión se convierte en signo, en manifestación de lo que es el amor el amor de Dios, en presencia del amor de Dios en su propio amor humano. San Pablo hace como una mutua comparación entre el amor del hombre y la mujer con el amor que Cristo tiene por su Iglesia. Sintonía del amor de Dios, acorde de la música del amor infinito de Dios.
Como nos enseñaba el concilio Vaticano II, cuyos cincuenta años de su inauguración estamos conmemorando en este Año de la Fe, en la Gaudium et spes, ‘cuando el Señor sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio… el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y se enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia… Cristo permanece en los esposos para que con su mutua entrega se amen con perpetua fidelidad, como El mismo ha amado a la Iglesia y se entregó por ella’ (GS48).
Es la gracia con la que el Señor enriquece a los esposos y a las familias cristianas que han puesto en El toda su fe y toda su esperanza y desde su amor quieren vivir su propio amor humano con toda intensidad. Algunas veces los cristianos no hemos reflexionado lo suficiente para ahondar con toda profundidad en la riqueza de lo que es el amor matrimonial y familiar en un sentido cristiano, contemplado desde lo que es como una participación del amor de Dios.
Es triste contemplar a tantos matrimonios rotos y a tantas familias divididas y destrozadas que no hacen sino producir más y más dolor y sufrimiento en sus miembros. Es un dolor y sufrimiento que a todos nos afecta y ante el que no podemos ser insensibles pensado que eso a nosotros no nos pasa o no nos puede pasar. Es necesario, por supuesto, que los que van a contraer matrimonio vayan con la suficiente y necesaria madurez humana y cristiana al sacramento, pero es necesario saber contar luego a lo largo de la vida con la presencia de la gracia del Señor que nunca nos faltará.
Hoy, al contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, como decíamos antes, no podemos menos que mirar a nuestras familias y orar por nuestras familias. Queremos aprender, como decíamos, de aquel Hogar de Nazaret, pero queremos impetrar la gracia y la fuerza del Señor para que nuestros matrimonios cristianos renueven - hagan nuevo  continuamente - su propio amor y contribuyan con todos sus medios a la felicidad de cada uno de los miembros de la familia.
Que se manifiesten de verdad como ese acorde de la música del amor de Dios en la forma como cultivan todos esos valores que harán más fecundo cada día su amor desde la cercanía y la comunión, desde el respeto y la valoración de cada uno de sus miembros, desde el espíritu de servicio y la capacidad de comprensión y perdón, desde la apertura de sus vidas a la trascendencia y desde el cultivo de todos los valores que eleven el espíritu, desde la generosidad de unas manos abiertas para siempre hacer el bien y desde la oblación en el amor de sus propias vidas, aunque sea en el sacrificio, en el día a día de su caminar.
Y esto a todos nos afecta y todos tenemos que poner nuestro granito de arena para hacer que nuestro mundo sea mejor desde unas familias cada día más felices porque como personas cada uno de nosotros desde todos esos valores que en la familia cultivamos vayamos creciendo más y más en lo que es la riqueza más profunda de nuestra vida y nos hará alcanzar la mayor plenitud, el amor con el que reflejamos lo que es el amor de Dios.