viernes, 4 de enero de 2013


Maestro, queremos saber de ti, queremos conocerte

1Jn. 3, 7-10; Sal. 97; Jn. 1, 35-42
Algunos acudían a Juan porque sus gestos y sus palabras despertaban en sus corazones la esperanza de una pronta venida del Mesías; otros venían preguntando, algo así como a pedirle cuentas, quién era él y por qué hacia lo de bautizar y su estilo de vida; a todos les señalaba que él no era el Mesías, e incluso que en medio de ellos estaba y no lo conocían; en un momento incluso lo señaló de forma directa - lo escuchamos ayer - como el Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo dando testimonio de lo que él había sido testigo.
Hoy contemplamos un paso más. Pasa Jesús y lo señala de nuevo a sus discípulos: ‘Este es el Cordero de Dios’, y serán dos de sus discípulos los que se van tras Jesús. La palabra de Juan les había llegado al corazón y querían conocer por sí mismos.
El diálogo que surge entre aquellos dos discípulos y Jesús es muy parco en palabras, pero significará iniciar un camino. ‘¿Qué buscáis?... Rabí, ¿dónde vives?... Venid y lo veréis’. Y se pusieron en camino.
‘Maestro, ¿dónde vives?’ Queremos saber de ti, queremos conocerte. ¿Dónde vives? ¿quién eres? ¿qué nos dices? ¿qué nos vas a proponer? ¿eres en verdad el Mesías, el Salvador? ‘Maestro, ¿Dónde vives? La pregunta tiene mucha hondura. No buscan una casa o un lugar. Buscan a una persona, buscan una luz, una verdad. Si en verdad eres el Mesías tenemos que conocerte para poner nuestra fe y nuestra confianza en ti.
Algo estaba moviendo el corazón de aquellos discípulos. Había inquietud en sus corazones cuando ya se habían desplazado desde Galilea hasta la orilla del Jordán, probablemente en Judea, para escuchar a Juan y hacer lo que Juan les iba señalando. Disponibilidad tiene que haber en sus corazones para ponerse a caminar. Nos cuesta tanto ponernos a caminar si no estamos bien seguros de alcanzar lo que queremos. Estamos buscando siempre seguridades. ¿Y si me equivoco? ¿y si no es eso lo que busco o lo que a mi me conviene? Y vienen las dudas, y las pegas, y las dificultades que ponemos para emprender algo nuevo, un camino nuevo. Pero en aquellos discípulos había disponibilidad, ansias de algo nuevo, de una vida nueva. Y se fueron con Jesús.
Y vaya si encontraron algo nuevo. Se encontraron allá en lo más hondo de si mismos con Jesús. ‘Vieron donde vivía y se quedaron con el aquel día’, nos dice el evangelista señalándonos además que la hora del encuentro sería como a las cuatro de la tarde.
A las cuatro de la tarde, o a las nueve de la mañana, sea cual sea la hora Jesús está pasando a nuestro lado y también estamos sintiendo quien nos lo señala: ‘Este es el Cordero de Dios’. Probablemente habría más gente escuchando las palabras del Bautista, pero sólo estos dos se fueron con Jesús preguntando, buscando y encontraron. ¿Nos iremos también nosotros detrás de Jesús? ¿Queremos en verdad conocerle más y también le hacemos la pregunta ‘maestro, donde vives’?
Tenemos que estar dispuestos a esa búsqueda de fe, sin prejuicios, sin miedos ni cobardías. Muchos cantos de sirena suenan en nuestros oídos que tratan de distraernos. Muchos podrán decirnos para qué nos metemos en esos líos, porque vete tú a saber en qué puede acabar todo. Muchos quizá temerán la luz porque les puede hacer ver la auténtica realidad de sus vidas que tendrían que transformar. Muchos querrán quedarse en la comodidad de sus rutinas porque nos cuesta emprender caminos nuevos. En muchos podrá mucho el orgullo que han dejado meter en su corazón y no querrán bajar la cabeza para reconocer que sus vidas están sin sentido porque les falta esa luz de la fe.
Aquellos dos discípulos de Juan que a partir de ahora ya serán discípulos de Jesús encontraron la luz y encontraron la vida. Y ya no querrán esa luz sólo para ellos sino que comenzarán a iluminar a los de su entorno. ‘Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra a su hermano Simón y le dice: hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a Jesús’.
No olvidemos nunca que la luz de la fe no la podemos ocultar bajo la mesa sino que tenemos que ponerla bien alta para que alumbre a los demás. Que brille fuerte la luz de tu fe que tanta alegría lleva a tu vida. 

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