sábado, 15 de septiembre de 2012


Como María, Madre dolorosa al pie de la cruz, estemos junto al calvario de todos los que sufren
Heb. 5, 7-9; Sal. 30; Jn. 19, 25-27

‘Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María, la Magdalena’. Es la descripción dramática en su sencillez que nos hace el evangelista. Junto a la cruz, junto al suplicio donde moría el Hijo condenado a muerte, estaba la madre, estaba María. 

Ayer nos poníamos a la sombra de la cruz de Cristo y todas nuestras miradas estaban dirigidas a lo alto de la cruz de Cristo donde contemplábamos el maravilloso misterio de amor del sacrificio de Jesús. Dirigíamos nuestra mirada a lo alto porque nos sentíamos atraídos por Jesús y, aunque el dolor trastorna con frecuencia la mente y el corazón de quienes lo sufren, sin embargo nuestra fe crecía más y más inflamándonos nosotros de ese amor para aprender a amar a su manera.

Podía pasar desapercibida, como solía hacer María en su humildad, pero nuestra mirada se dirige a ella y nuestros ojos se quedan prendidos también en el fuego de su fe y de su amor. Allí estaba María, junto con algunos discípulos - bien pocos - al pie de la cruz de Jesús. Dios había querido contar con ella en el admirable misterio de la Encarnación y un ángel había venido un día con tan asombrosa noticia ante lo que María plegó su voluntad porque se sentía la humilde esclava del Señor. ‘Hágase en mí según tu palabra’, había respondido entonces. Pero ese ‘fiat’ de María no fue sólo el de aquel momento sino el de toda su vida. Con mismo ‘fiat’ lleno de amor en el dolor estaba ahora al pie de la Cruz, porque Dios quería seguir contando con ella. 

La vemos ahora asociada a la pasión y muerte de su Hijo; la vemos haciendo la misma ofrenda, o más, bien uniéndose a la ofrenda y al sacrificio de Cristo con su propia ofrenda de amor. Por eso nos atrevemos a llamarla la Corredentora aún sabiendo que la Redención era cosa de Cristo porque El es el único Redentor. Pero ella estaba allí unida al sacrificio de Cristo, Sumo Sacerdote, enseñándonos a hacer nosotros también la ofrenda de nuestra vida, de nuestros dolores, de nuestros sacrificios, de nuestro sufrimiento, de todo cuanto podemos pasar en la vida, la ofrenda de nuestro amor.

María es la ‘nueva Eva’, que con su presencia al lado de la cruz de Jesús está cumpliendo lo anunciado ya allá en aquella primera página de la Biblia. Una mujer, Eva, contribuyó a la caída de Adán, pero allí inmediatamente ya Dios está hablando en el protoevangelio de la mujer cuya estirpe iba a escachar la cabeza del dragón maligno. María es esa mujer, esa nueva Eva, madre de todos los vivientes, madre y reina de todos los hombres, cuya estirpe está allá en lo alto de la cruz para que quien venció en un árbol en un árbol fuera vencido. Lugar maravilloso, pues, que Dios tiene reservado a María en la obra de nuestra redención.

‘Ella es la Virgen santa que resplandece como nueva Eva, para que así como una mujer contribuyó a la muerte, así también una mujer contribuyera a la vida’. Así vamos a proclamar en el prefacio de esta fiesta en que contemplamos a María, Virgen y Madre de los Dolores que hoy estamos celebrando.

‘En tu providencia estableciste que la Madre permaneciera fiel junto a la cruz de su Hijo, para dar cumplimiento a las antiguas figuras y ofrecer un ejemplo nuevo de fortaleza’. María es la Virgen fiel, es la mujer fuerte cuya imagen y tipo aparece en tantas mujeres de la Biblia. Fiel de una fidelidad total que incluso en los momentos duros del dolor y el sufrimiento esta allí al pie de la cruz como imagen y ejemplo de fortaleza. Cuánto tenemos que aprender de María nosotros que ante la menor dificultad flaqueamos, que cuando nos vemos envueltos por el dolor perdemos fácilmente el ánimo y la esperanza. 

Así aprendemos de María a estar al pie de la cruz y a saber tomar la cruz de cada día con fortaleza y esperanza, poniendo amor en el sufrimiento y en el dolor. Así aprendemos de María a estar al pie de la cruz sabiendo hacer esa ofrenda de amor de nuestra vida en nuestro dolor y en nuestro sufrimiento, en medio de los problemas en que nos vemos envueltos en la vida. 

Pero así aprendemos de María también a estar al pie de la cruz en el sufrimiento de nuestros hermanos, de cuantos caminan a nuestro lado atenazados por el dolor o el sufrimiento sintiendo que el alivio y el consuelo que les podemos dar desde nuestra presencia y nuestro amor es como si a Cristo se lo hiciéramos, y es al mismo tiempo una forma de hacer presente a Cristo a través de nuestro amor en ese calvario de dolor que sufren nuestros hermanos.

Como hemos pedido hoy en la oración ‘que, a imitación de la Virgen Madre dolorosa que estuvo junto a la cruz de su Hijo moribundo, así nosotros permanezcamos junto a los hermanos que sufren para darles consuelo y amor’. 

viernes, 14 de septiembre de 2012


Te adoramos, oh Cristo, porque por tu cruz ha venido la alegría al mundo
Núm. 21, 4-9; Sal. 77; Filp. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17

‘Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y redimido’. Como todos los años hemos comenzado con estas palabras la fiesta de la Exaltación de la Cruz que hoy celebramos y también la reflexión que ahora nos hacemos para nuestra vida desde la Palabra de Dios y desde todo el sentido con que la liturgia quiere celebrarlo.

Sin embargo, si alguien ajeno a nuestra fe, o simplemente sin fe como tantos a nuestro alrededor, nos ve celebrando la exaltación de una cruz seguro que no lo entendería, porque la cruz es signo de muerte, señal de ignominia en el suplicio más horrible a que podía ser sometido un condenado, lugar de tormento y de humillación sin límites. No le cabría en la cabeza que la cruz pudiera llegar a convertirse en algo por lo que nos gloriamos y que festejamos el que alguien haya muerto en este horrible suplicio. Pero ya decimos es alguien ajeno a nuestra fe cristiana o que simplemente no tiene fe. Son muchos los que a nuestro alrededor miran con escepticismo todas nuestras expresiones religiosas y lo que nosotros queremos expresar y vivir con nuestra fe. No en todos ha llegado a florecer el don de la fe por lo que no llegarán a entender lo que nosotros vivimos y celebramos.

Y es que solo desde la fe es cómo puede comprenderse el valor glorioso e infinito que para nosotros tiene la muerte de Jesús en la cruz. Nos gloriamos en la cruz de Jesucristo, porque en Jesús, en su entrega y donación de amor alcanzamos nosotros la salvación, la vida y la resurrección. Sólo desde la fe podemos alcanzar a comprender la trascendencia de valor infinito que para nosotros, para toda la humanidad tiene la muerte de Jesús en la Cruz. El nos ha salvado y redimido.

La cruz es, sí, humillación y muerte, pero es al mismo tiempo glorificación y exaltación. Jesús había anunciado que cuando el Hijo del Hombre fuera levantado en lo alto como lo fue la serpiente en el desierto todos seríamos llamados a la fe y a la vida. ‘Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’. Pero san Pablo nos dirá que ‘se había rebajado, había pasado por uno de tantos, había tomado la condición de esclavo y se rebajó hasta someterse a una muerte de Cruz. Pero Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre… Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre’. 

Levantado, sí, en lo alto de un madero que era señal de humillación y de muerte; pero por haber pasado por esa humillación y por esa muerte sería levantado definitivamente para proclamar que Jesús es el Señor. Esa humillación y esa muerte nunca serán para condena para nosotros sino siempre para vida y para salvación. ‘Dios no mandó su Hijo al mundo, sino para que el mundo se salve por El’. En la cruz El  nos ha salvado y nos ha redimido.

Lo que ahora Jesús está realizando nos recuerda lo que nos había enseñado de cuales habían de ser las actitudes y la virtudes que habrían de brillar en quienes pusiéramos nuestra fe en El. ¿Quién quiere ser el primero y el principal? Que se haga el último y el servidor de todos. Porque solo quien pasa por ese camino de la humildad podrá luego ser ensalzado. Y si nos enseñó a nosotros no lo hizo solo con palabras sino que fue delante entregándose El para que nosotros tomáramos ejemplo del camino a seguir.

Para nosotros sí tiene sentido la cruz de Jesucristo. La fe nos ilumina y nos hace comprender tal misterio de amor. Pero además escuchamos la invitación que nos hace Jesús de tomar nuestra cruz de cada día para seguirle; esa cruz, que desde que contemplamos a Jesús clavado en ella, aunque muchas veces nos sea dolorosa en los sufrimientos y dolores de cada día, o en las renuncias y sacrificios que quizá tengamos que hacer para poder seguir el buen camino, ya para nosotros será siempre la señal del amor, de la entrega, de la generosidad que queremos poner en el corazón porque queremos parecernos a quien por amor en ella se entregó, con generosidad sin límites entregó su vida para que nosotros tuviéramos vida, en sacrificio de valor infinito y lleno de amor se inmoló para así rescatarnos y redimirnos, para así hacernos gozar de su salvación. Por algo san Pablo nos dirá que Cristo crucificado es la fuerza y la sabiduría de Dios para la salvación de nuestro mundo.

‘Has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo nuestro Señor’. Es la acción de gracias que queremos proclamar y cantar hoy en esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. 
Una fiesta que es para nosotros invitación a tomar la cruz, a tomar el camino de la ofrenda de nuestra vida con sus dolores y sufrimientos, a tomar el camino de la entrega y del amor, a tomar el camino de la humildad y del servicio porque será el camino que nos conduzca a la vida, a la salvación, a la resurrección, el camino que cuando nos unimos a Cristo en su cruz nos hace a nosotros partícipes de su gracia salvadora pero al mismo tiempo con la ofrenda de nuestra vida y nuestro amor corredentores con Cristo para el bien de nuestro mundo. Así nuestra vida y nuestro amor serán semilla de amor y de vida que hagan florecer el Reino de Dios en nuestro mundo.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo; te adoramos, oh Cristo, porque por tu Cruz gloriosa ha venido la alegría de la salvación al mundo.

jueves, 13 de septiembre de 2012


Una página sublime del evangelio que nos enseña el verdadero amor
1Cor. 8, 1-7.11-13; Sal. 138; Lc. 6, 27-38

Una página sublime del evangelio al mismo tiempo que revolucionaria.  Sublime porque nos está manifestando y enseñando a qué altura ha de llegar nuestro amor; y revolucionario, podríamos decir, porque trastoca todo lo que nos podría parecer normal en una lógica humana de amar simplemente a los que nos aman y a los otros no considerarlos dignos de nuestro amor. 
Seguro que con la misma sorpresa que momentos antes habían escuchado llamar dichosos a los pobres, a los que tienen hambre, a los que sufren o son perseguidos, ahora se sentirían sorprendidos cuando Jesús va enseñando hasta donde tiene que llegar nuestro amor, que tiene que llegar también a los que podríamos considerar enemigos. 

Página sublime que seguimos considerando los hombres muchas veces difícil de cumplir para llevar nuestro amor hasta esos límites tan excelsos como nos propone Jesús. Pero es que quien quiera aceptar el Reino de Dios que nos anuncia Jesús y que viene a instaurar con su propia vida, su pasión, su muerte y resurrección, significa que muchas cosas tiene que transformar en su vida, a muchas ideas o conceptos, como a muchas actitudes y valores hay que darle la vuelta totalmente, como quien la da la vuelta a un calcetín, porque aceptar el Reino de Dios es entrar en un mundo nuevo, en un estilo nuevo de vivir, en unas nuevas actitudes y comportamientos. Es necesario, pues, tener la actitud de la conversión que fue lo primero que Jesús nos pidió para creer en El y en su Buena Noticia.

‘Amad a vuestros enemigos, nos dice Jesús, haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian…’ Jesús que nos quiere dejar como nuestro distintivo el amor nos señala las verdaderas cualidades de ese amor que tiene que ser siempre universal y generoso, como es el amor que El  nos tiene. Por eso nos enseña a ser generosos en nuestras actitudes para los demás, que tiene que ser lo que en verdad nos diferencie de los que no viven el Reino de Dios.

‘Si amáis solo a los que os aman…, si hacéis el bien solo a los que os hacen el bien, ¿qué mérito tenéis?... Eso lo hacen también los que no creen en Dios’. Quienes creemos en Jesús siempre tenemos que estar dispuestos para amar con un corazón generoso. Porque no amamos a los otros porque esperemos alcanzar de ellos una recompensa, porque eso  no sería amor verdadero; amar de esa forma seria un amor interesado, pero quien ama se da generosamente porque solo busca siempre el bien, lo bueno. Además nosotros tenemos la motivación grande por una parte de amar con un amor con el que queremos imitar a Dios, pero también amamos al otro porque cuando le estamos manifestando ese amor se lo estamos haciendo a Dios.

‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, termina diciéndonos Jesús. Cuántas veces rezando los salmos hemos repetido ‘el Señor es compasivo y misericordioso’; con esa misma compasión, con ese mismo amor, con esa misma misericordia tenemos nosotros que amar a los demás. De ahí que nunca en nosotros caben los juicios condenatorios contra nadie, porque además tenemos que mirar primero la viga que tenemos en nuestro ojo antes que la posible paja que tenga el ojo del hermano. Nosotros siempre tenemos que estar dispuestos a la comprensión y al perdón, porque también nosotros queremos ser comprendidos y perdonados. 

Y nuestro premio no lo buscamos en reconocimientos humanos sino solamente en el Señor. ‘Haced el bien y compartid sin esperar nada a cambio; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo que es bueno con malvados y desagradecidos… dad y se os dará, os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros’. Y es el que el Señor nunca se deja ganar en amor, siempre nos regalará mucho más de lo que nosotros merezcamos.

miércoles, 12 de septiembre de 2012


Dichosos los pobres porque vuestro es el Reino de los cielos
1Cor. 7, 25-31; Sal. 44; Lc. 6, 20-26

Me gusta siempre pensar en quienes eran los que estaban escuchando estas palabras de Jesús cuando fueron pronunciadas. Nos volvemos a unos versículos anteriores a lo hoy proclamado - exactamente el último párrafo del evangelio de ayer - y nos dice que cuando ‘Jesús bajó del monte con los doce se paró en el llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo que había venido desde distintos lugares de toda la geografía de Palestina que venían a oírlo y a que les curara de sus enfermedades, y los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados y todos querían tocarlo’. 

Ya comenzaba a haber un grupo grande de gente que seguía a Jesús. La noticia corría por toda la comarca, como escuchamos hace unos días. Venían con sus sufrimientos, que eran sus enfermedades, sus dolencias, sus espíritus atormentados, su pobreza y su necesidad, las inquietudes y esperanzas de su corazón que muchas veces se veían frustradas. Venían porque querían escuchar a Jesús. Venían porque en Jesús encontraban salud para sus cuerpos doloridos. Venían porque renacía la esperanza en sus corazones atormentados.

Las palabras que ahora Jesús les decía eran un bálsamo grande de consuelo y de esperanza. Eran palabras que escuchaban desde su pobreza, su hambre, su sufrimiento, la inquietud que tenían en el corazón. Y para ellos era el  Reino de Dios les decía Jesús. ‘Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios, dichosos los que ahora tienen hambre… los que ahora lloráis… los que ahora os sentís excluidos y proscritos por los hombres… quedaréis saciados, el corazón se llenará de alegría, vuestra recompensa será grande en el cielo’. 

No era para menos sentir cómo renacía la esperanza en el corazón atormentado por tantas cosas. Además no eran solo palabras bonitas que pronunciara Jesús para entusiasmarles, sino que eran anuncio de algo real porque lo estaban viendo realizarse en los signos que Jesús iba haciendo cuando curaba a los enfermos, sanaba a los leprosos, o expulsaba los espíritus malignos de aquellos que estaban poseídos por el mal. 

Creo que cuando ahora nosotros estamos escuchando y meditando en estas palabras sintiendo cómo Jesús nos las está diciendo a nosotros y por nosotros, podemos recordar que estaban anunciadas proféticamente también en el cántico de María cuando alababa al Señor porque Dios se había fijado en ella para que por su medio nos llegara el Salvador. Nos viene bien recordarlas también hoy que hacemos memoria del Santo Nombre de María.

‘El Señor hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos… su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… acordándose de la misericordia que había prometido a nuestros padres a favor de Abrahán y su descendencia para siempre…’

Las palabras del cántico de María nos recuerdan las bienaventuranzas porque en unas y otras se nos está proclamando la Buena Nueva que Jesús viene a traernos con su salvación. Es la Buena Nueva, el Evangelio que transforma totalmente nuestra vida y nos llena de alegría y de esperanza. Es el mundo nuevo que Jesús quiere realizar transformando totalmente nuestros esquemas y maneras de actuar porque en el Reino de Dios todo tiene que ser distinto. 

No caben los sufrimientos y las injusticias, no caben la insolidaridad y el desamor, no cabe el que los hombres nos hagamos daño los unos a los otros, sino que en esa nueva forma de actuar cuando vivimos el Reino de Dios todo tiene que ser alegría y paz porque habrá para siempre esperanza y amor en el corazón. Por eso nos dirá Jesús hoy que el Reino de Dios es para los pobres y los que sufren, para los que tienen hambre en su corazón y en sus vidas y les cuesta tanto vivir en la fidelidad del nombre del Señor. Los que ya están llenos y satisfechos porque han puesto toda la meta de sus vidas en las riquezas o posesión de bienes materiales no podrán entenderlo y no podrán entonces llegar a vivir la Buena Noticia del Reino de Dios.

Escuchemos con esperanza las palabras de Jesús. Sintámonos invitados a vivir en plenitud el Reino de Dios que Jesús nos anuncia. Que con María cantemos las maravillas que hace el Señor.

martes, 11 de septiembre de 2012


Aprendamos a estar con Jesús
1Cor. 6, 1-11; Sal. 149; Lc. 6, 12-19

‘Subió a la montaña… pasó la noche orando a Dios… cuando se hizo de día llamó a los discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles’. Había muchos discípulos pero a doce escogió en especial para hacerlos apóstoles.

Los discípulos le siguen, a los apóstoles les confía una misión especial, son los enviados. El discípulo que sigue a su Maestro asume totalmente su vida de manera que va a ser siempre un testigo, allí donde esté, porque reflejará en su vida y en sus actitudes la vida del Maestro a quien sigue. Todos tenemos que ser discípulos porque por nuestra fe hemos optado por seguir a Jesús; por eso nos llamamos cristianos, porque somos los discípulos de Cristo. Pero en medio de la comunidad de los discípulos va a haber algunos que tienen una misión especial, son los apóstoles, los enviados con una misión. 

Todos, es cierto, participamos de la vida de Cristo y hemos de dar testimonio de esa fe que tenemos en El, pero el Señor llama de manera especial a algunos con una misión, con un envío, especial dentro de la comunidad y de cara al mundo al que tienen la misión especial de llevar el mensaje del evangelio. 

Jesús escogió a Doce - ¿en recuerdo de las doce tribus de Israel? - procedentes de distintos ambientes y con distinta historia detrás de cada uno. Los hay pescadores y hasta habrá un publicano, un recaudador de impuestos; los hay procedentes de los movimientos en cierto modo revolucionarios de la época - Simón Celotes - y probablemente también otros descontentos de muchas cosas y con una esperanza grande en el corazón de cosas nuevas para su pueblo; algunos son de los llamados en la primera hora, ya fuera allá junto al Jordán con Juan Bautista, o en las orillas del mar de Galilea, otros serán seres en cierto modo anónimos procedentes de distintos ambientes y lugares. Pero ahora todos con una misión universal; van a ser los apóstoles de Jesús que serán enviados por todo el mundo anunciando el Reino de Dios.

Serán los que van a estar más cerca de Jesús, siempre con El; ahora aún no les da especiales instrucciones - las escucharemos más adelante cuando les haga el primer envío por delante de Jesús - pero bajarán con El al llano para el encuentro con la gente que viene con deseos de Jesús, de escucharle, pero también trayéndole sus enfermos y sus necesidades, con los tormentos de sus corazones y con sus deseos de tocarle para llenarse de su vida y salud. ‘Bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en el llano’, que nos dice el evangelista. Allí están con Jesús, empapándose de Jesús, como Jesús se había empapado de Dios cuando había pasado la noche en oración al Padre.

Aquí estamos nosotros con Jesús también queriendo llenarnos de su vida y alcanzar la salud y la salvación. Es lo primero que tenemos que aprender, a estar con Jesús. Estar no siempre significará tener que hacer muchas cosas, sino simplemente estar gozándonos de su presencia, sintiendo en nuestro corazón el calor de su amor. 

Tenemos que aprender a estar con Jesús en la oración. Eso tiene que ser nuestra oración, un saber estar con Dios, sentir y saborear su presencia, gozarnos con El allá dentro de nuestro corazón, como gozan dos amados por estar juntos aunque nada se digan, porque el silencio y la presencia hablan mucho más que las palabras en muchas ocasiones, sintiendo de verdad enfervorizado el corazón. 

Algunas veces estamos muy preocupados en nuestras oraciones por lo que tenemos que decir, por los rezos que tenemos que hacer y nos olvidamos de lo más principal, sentir y gozarnos en la presencia del Señor. Cuando así nos gozamos con El aunque nosotros no le digamos nada, sí vamos a sentir el calor y el fuego de su palabra en nuestro corazón. Hagamos silencio dentro de nosotros, aprendamos a sentir a Dios. Seguro que vamos a escuchar muy claro allá en nuestro corazón la misión que a nosotros también nos va a confiar.

lunes, 10 de septiembre de 2012


Pasó haciendo el bien y resplandeció la luz
1Cor. 5, 1-8; Sal. 5; Lc. 5, 6-11

Las tinieblas se resisten a la luz; las tinieblas pretenden hacer desaparecer la luz, ¿de quién será la victoria?
‘Los letrados y fariseos, que estaban al acecho de lo que hacía Jesús… se pusieron furiosos y discutían que había que hacer con Jesús’. Las tinieblas que se resisten y que quieren hacer desaparecer la luz. 
¿Qué había hecho Jesús para que así los fariseos y letrados quisieran quitar de en medio a Jesús? Hacer brillar la luz del amor. Y esa luz siempre busca la vida, nos llena de vida. Es lo que Jesús viene a hacer. El es la luz del mundo, terminará diciéndonos.

‘Jesús entró en la sinagoga el sábado a enseñar’, como tantas veces haría. Pero allí ‘había un hombre que tenía una parálisis en el brazo derecho’. Con todo detalle nos lo está describiendo el evangelista. Y, como decíamos, los fariseos están al acecho a ver lo que hace Jesús porque es un sábado y no está permitido ningún trabajo.  Jesús sabía que estaban al acecho. Jesús ya estaba viendo la resistencia de las tinieblas a la luz. Pero la luz tiene que brillar. El amor no puede permitir el sufrimiento de un hombre. Y Jesús puede actuar y actuará.

‘¿Qué está permitido un sábado?’, pregunta Jesús. Los judíos lo tenían muy reglamentado y los fariseos lo miraban con lupa, hasta donde se puede llegar y qué es lo permitido o no permitido. En sus reglamentaciones miraban más por la ley que por el hombre, por la dignidad de la persona. ¿Podemos dejar a un hombre en su sufrimiento si podemos aliviarlo o podemos quitarlo simplemente porque sea sábado? Será la victoria del amor y de la luz, aunque aquellos fariseos y letrados no lo lleguen a comprender. 

Allí se manifestará el poder de Jesús. Allí se manifestará lo que es el amor de Jesús. Allí nos está diciendo cual es la salvación que nos viene a traer Jesús. Allí se nos están señalando caminos por donde nosotros hemos de caminar si en verdad somos seguidores de Jesús. 

Siempre la luz; siempre el bien; siempre el amor; siempre lo bueno que hemos de buscar para los demás. Ante la necesidad, el sufrimiento, el dolor nunca nos podremos quedar con los brazos cruzados si nosotros nos hemos llenado de la luz de Jesús, si nos sentimos inundados de su amor. Hemos de repartir esa luz, llenar el mundo de luz, inundar el mundo de amor.

De Jesús se dice en la Escritura que ‘pasó haciendo el bien’. Es lo que tiene que decirse de nosotros; allí por donde vamos siempre tenemos que estar haciendo el bien, siempre hemos de estar repartiendo amor, siempre hemos de saber llevar vida, paz a los que nos rodean. Hay muchos sufrimientos en la vida que podemos calmar, muchas tristezas que tenemos que disipar, muchos corazones rotos que hemos de componer, muchas vidas sin esperanza que tenemos que despertar a la esperanza, muchos llenos de muerte que hemos de resucitar, muchas oscuridades que iluminar.

Aunque no nos entiendan; aunque a nosotros a veces nos cueste también, porque se nos meten por dentro los gusanillos del egoísmo, de la desconfianza, de tantas cosas, de tantas tinieblas que quieren frenar el avance de la luz. En Jesús y con Jesús nos hemos de sentir fuertes. Siempre tenemos que mirar el bien del hombre, el bien de la persona; siempre tiene que brillar la luz. Cuántas cosas podemos hacer, cuántas cosas tenemos que hacer.

La salvación que Jesús nos ha regalado no nos la podemos quedar de forma egoísta solo para nosotros. Esa luz de la salvación hemos de llevarla a los demás. Es la tarea que Jesús nos confía.

domingo, 9 de septiembre de 2012


Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará…
Is. 35, 4-7; Sal. 145; Sant. 2, 1-5; Mc. 7, 31-37

Sin verdadera comunicación es difícil que podamos entrar en comunión los unos con los otros; comunicándonos nos conocemos, trasmitimos lo profundo de nosotros mismos y entramos también en lo profundo que el otro quiere trasmitirnos. Por los sentidos físicos nos comunicamos porque hablamos, vemos, oimos, palpamos y la discapacidad por falta de alguno de nuestros sentidos crea dificultad en la comunicación y en consecuencia de la comunión entre unos y otros. Pero no son sólo estas barreras de discapacidad fisica las que pueden crear impedimentos porque desgraciadamente muchas veces en la vida ponemos barreras que nos impiden esa necesaria comunicación y comunión.

Hoy el evangelio nos está hablando de un hombre sordo que además apenas podía hablar. Quienes hayamos tenido la experiencia de convivir o estar cercano a personas sordas sabemos de la dificultad de esa comunicación y cuántos problemas se crean además para la convivencia. Muchas amarguras y tristezas podemos contemplar en ocasiones en estas personas. Es cierto que la inteligencia humana hace maravillas y llegamos a crearnos y utilizar otros lenguajes para la comunicación y una persona madura sabe saltar, al menos lo intenta, esas barreras que pudieran apartarnos los unos de los otros y superar esas tristezas y amarguras. Cosa que no siempre es fácil y tendría que ser un toque de atención para todos.

Le presentaron a este sordomudo a Jesús  ‘y le piden que le imponga la manos’. Ya hemos escuchado el relato del evangelio con los gestos que Jesús realiza tocando sus oidos y su lengua, y a aquel hombre ‘al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad’. Se manifiesta así la gloria del Señor y al divulgarse la noticia  ‘en el colmo de su asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’. 

El profeta había anunciado, como escuchamos en la primera lectura. ‘Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará: se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará…’ Viene el Señor con su salvación. En el evangelio le contemplamos realizando maravillas. El Señor sigue haciendo maravillas en nosotros. Lo que escuchamos en el evangelio son signos de toda esa salvación que el Señor quiere para nosotros.

El mensaje que nos quiere ofrecer hoy la Palabra de Dios es hermoso y es profundo. Tenemos que descubrir y sentir todo lo que el Señor quiere trasmitirnos. Este pasaje del evangelio me hace pensar y reflexionar en muchas cosas. De entrada tendríamos que decir que no pongamos barreras en nuestro corazón y en nuestro espíritu a la Palabra que el Señor quiere dirigir a nuestra vida. Podríamos ya pedirle que toque nuestros oídos, nuestra lengua, nuestro corazón, nuestra vida para que se abran de verdad a su Palabra, que algunas veces no queremos escuchar, algunas veces nos hacemos sordos a lo que el Señor quiere decirnos o pedirnos.

Una cosa en lo que también nos ilumina esta Palabra del Señor es en la solidaridad que tendríamos que aprender a tener con todas aquellas personas que padecen algun tipo de discapacidad física en sus sentidos, - ciegos, cojos, sordos o cualquier otra limitación o discapacidad -, y que ya tendríamos, tanto a nivel personal o individual, pero también desde nuestra sociedad, que aprender a valorar a estas personas cuyo valor y dignidad está por encima de esas limitaciones, y también poner todo lo necesario para no crearles barreras en su comunicación con los demás, así como ayudarles a que ellas mismas se valoren y sean capaces de desarrollar todas las posibilidades que tienen como personas. Cuánto habría que hacer en este sentido.

Pero también podemos abundar en algo más. En el comienzo de esta reflexión, casi como una introducción, hablábamos de la comunicación que nos lleva a la comunión, y decíamos que no nos quedamos sólo en la comunicación que a través de nuestros sentidos físicos podemos realizar. 

Y hemos de reconocer que en muchas ocasiones ponemos barreras en esa comunicación mutua. Con qué facilidad nos encerramos en nosotros mismos de forma egoísta aislándonos de los demás, ignorándonos mutuamente quizá. En un mundo en el que vivimos hoy tan adelantado en medios de comunicación que nos facilitan el poder estar en contacto on personas de cualquier lugar del planeta - ahí tenemos internet o los modernísimos medios de telefonía -, quizá no somos capaces de escuchar al que está más cerca de nosotros y creamos aislamientos y silencios en nuestras relaciones. 

Qué difícil se nos hace a veces escucharnos sin prevenciones ni prejuicios. Y cuando no nos escuchamos de verdad que injustos somos con los que nos rodean, porque enseguida nacen sospechas y desconfianzas. Y ese no es el camino del amor verdadero que un cristiano ha de vivir.

No somos capaces de abrir nuestro corazón a nadie y tenemos miedo a compartir lo más hondo de nuestro yo a causa quizá de nuestros miedos o complejos. En la vida nos vamos encontrando con seres que caminan solos, quizá porque ellos no han sabido abrirse a los demás, pero también muchas veces porque somos nosotros los que los aislamos, le negamos la comunicación. Por otra parte cuántas discriminaciones vamos haciendo en la vida desde tantos baremos que nos creamos para aceptar a unos sí y a otros no. 

Muchas más cosas podríamos reflexionar en este sentido. Si antes pedíamos que el Señor pusiera su mano sobre nosotros para despertarnos y abrir los oidos de corazón a la Palabra que quiere decirnos, ahora tenemos que seguirle pidiendo, sí, que ponga su mano sobre nuestra vida para que rompamos de una vez por todas esas barreras que de una forma o de otra nos vamos creando y que nos separan, aislan o hacen surgir discriminaciones.

El Señor que nos ha dejado el mandamiento del amor como nuestro distintivo despierte ese amor en nuestro corazón para que lleguemos a esa verdadera comunicación que nos lleve a una comunión profunda entre todos. Que abramos nuestros ojos a la luz del evangelio, nuestros oídos a su Palabra salvadora para que nos dejemos transformar por su gracia y ser ese hombre nuevo del evangelio, en el estilo del amor que Jesús vivió y nos enseña que hemos de tenernos los unos con los otros.

Viene el Señor, como decia el profeta, a traernos la salvación. Que llegue su salvacion en verdad a nosotros porque se nos abran nuestros ojos y oidos a su gracia salvadora. Que se abran también nuestros labios que seamos capaces de trasmitir esa Palabra de salvación a los demás. No echemos en saco roto la gracia del Señor.