viernes, 14 de septiembre de 2012


Te adoramos, oh Cristo, porque por tu cruz ha venido la alegría al mundo
Núm. 21, 4-9; Sal. 77; Filp. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17

‘Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y redimido’. Como todos los años hemos comenzado con estas palabras la fiesta de la Exaltación de la Cruz que hoy celebramos y también la reflexión que ahora nos hacemos para nuestra vida desde la Palabra de Dios y desde todo el sentido con que la liturgia quiere celebrarlo.

Sin embargo, si alguien ajeno a nuestra fe, o simplemente sin fe como tantos a nuestro alrededor, nos ve celebrando la exaltación de una cruz seguro que no lo entendería, porque la cruz es signo de muerte, señal de ignominia en el suplicio más horrible a que podía ser sometido un condenado, lugar de tormento y de humillación sin límites. No le cabría en la cabeza que la cruz pudiera llegar a convertirse en algo por lo que nos gloriamos y que festejamos el que alguien haya muerto en este horrible suplicio. Pero ya decimos es alguien ajeno a nuestra fe cristiana o que simplemente no tiene fe. Son muchos los que a nuestro alrededor miran con escepticismo todas nuestras expresiones religiosas y lo que nosotros queremos expresar y vivir con nuestra fe. No en todos ha llegado a florecer el don de la fe por lo que no llegarán a entender lo que nosotros vivimos y celebramos.

Y es que solo desde la fe es cómo puede comprenderse el valor glorioso e infinito que para nosotros tiene la muerte de Jesús en la cruz. Nos gloriamos en la cruz de Jesucristo, porque en Jesús, en su entrega y donación de amor alcanzamos nosotros la salvación, la vida y la resurrección. Sólo desde la fe podemos alcanzar a comprender la trascendencia de valor infinito que para nosotros, para toda la humanidad tiene la muerte de Jesús en la Cruz. El nos ha salvado y redimido.

La cruz es, sí, humillación y muerte, pero es al mismo tiempo glorificación y exaltación. Jesús había anunciado que cuando el Hijo del Hombre fuera levantado en lo alto como lo fue la serpiente en el desierto todos seríamos llamados a la fe y a la vida. ‘Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’. Pero san Pablo nos dirá que ‘se había rebajado, había pasado por uno de tantos, había tomado la condición de esclavo y se rebajó hasta someterse a una muerte de Cruz. Pero Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre… Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre’. 

Levantado, sí, en lo alto de un madero que era señal de humillación y de muerte; pero por haber pasado por esa humillación y por esa muerte sería levantado definitivamente para proclamar que Jesús es el Señor. Esa humillación y esa muerte nunca serán para condena para nosotros sino siempre para vida y para salvación. ‘Dios no mandó su Hijo al mundo, sino para que el mundo se salve por El’. En la cruz El  nos ha salvado y nos ha redimido.

Lo que ahora Jesús está realizando nos recuerda lo que nos había enseñado de cuales habían de ser las actitudes y la virtudes que habrían de brillar en quienes pusiéramos nuestra fe en El. ¿Quién quiere ser el primero y el principal? Que se haga el último y el servidor de todos. Porque solo quien pasa por ese camino de la humildad podrá luego ser ensalzado. Y si nos enseñó a nosotros no lo hizo solo con palabras sino que fue delante entregándose El para que nosotros tomáramos ejemplo del camino a seguir.

Para nosotros sí tiene sentido la cruz de Jesucristo. La fe nos ilumina y nos hace comprender tal misterio de amor. Pero además escuchamos la invitación que nos hace Jesús de tomar nuestra cruz de cada día para seguirle; esa cruz, que desde que contemplamos a Jesús clavado en ella, aunque muchas veces nos sea dolorosa en los sufrimientos y dolores de cada día, o en las renuncias y sacrificios que quizá tengamos que hacer para poder seguir el buen camino, ya para nosotros será siempre la señal del amor, de la entrega, de la generosidad que queremos poner en el corazón porque queremos parecernos a quien por amor en ella se entregó, con generosidad sin límites entregó su vida para que nosotros tuviéramos vida, en sacrificio de valor infinito y lleno de amor se inmoló para así rescatarnos y redimirnos, para así hacernos gozar de su salvación. Por algo san Pablo nos dirá que Cristo crucificado es la fuerza y la sabiduría de Dios para la salvación de nuestro mundo.

‘Has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo nuestro Señor’. Es la acción de gracias que queremos proclamar y cantar hoy en esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. 
Una fiesta que es para nosotros invitación a tomar la cruz, a tomar el camino de la ofrenda de nuestra vida con sus dolores y sufrimientos, a tomar el camino de la entrega y del amor, a tomar el camino de la humildad y del servicio porque será el camino que nos conduzca a la vida, a la salvación, a la resurrección, el camino que cuando nos unimos a Cristo en su cruz nos hace a nosotros partícipes de su gracia salvadora pero al mismo tiempo con la ofrenda de nuestra vida y nuestro amor corredentores con Cristo para el bien de nuestro mundo. Así nuestra vida y nuestro amor serán semilla de amor y de vida que hagan florecer el Reino de Dios en nuestro mundo.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo; te adoramos, oh Cristo, porque por tu Cruz gloriosa ha venido la alegría de la salvación al mundo.

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