martes, 11 de septiembre de 2012


Aprendamos a estar con Jesús
1Cor. 6, 1-11; Sal. 149; Lc. 6, 12-19

‘Subió a la montaña… pasó la noche orando a Dios… cuando se hizo de día llamó a los discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles’. Había muchos discípulos pero a doce escogió en especial para hacerlos apóstoles.

Los discípulos le siguen, a los apóstoles les confía una misión especial, son los enviados. El discípulo que sigue a su Maestro asume totalmente su vida de manera que va a ser siempre un testigo, allí donde esté, porque reflejará en su vida y en sus actitudes la vida del Maestro a quien sigue. Todos tenemos que ser discípulos porque por nuestra fe hemos optado por seguir a Jesús; por eso nos llamamos cristianos, porque somos los discípulos de Cristo. Pero en medio de la comunidad de los discípulos va a haber algunos que tienen una misión especial, son los apóstoles, los enviados con una misión. 

Todos, es cierto, participamos de la vida de Cristo y hemos de dar testimonio de esa fe que tenemos en El, pero el Señor llama de manera especial a algunos con una misión, con un envío, especial dentro de la comunidad y de cara al mundo al que tienen la misión especial de llevar el mensaje del evangelio. 

Jesús escogió a Doce - ¿en recuerdo de las doce tribus de Israel? - procedentes de distintos ambientes y con distinta historia detrás de cada uno. Los hay pescadores y hasta habrá un publicano, un recaudador de impuestos; los hay procedentes de los movimientos en cierto modo revolucionarios de la época - Simón Celotes - y probablemente también otros descontentos de muchas cosas y con una esperanza grande en el corazón de cosas nuevas para su pueblo; algunos son de los llamados en la primera hora, ya fuera allá junto al Jordán con Juan Bautista, o en las orillas del mar de Galilea, otros serán seres en cierto modo anónimos procedentes de distintos ambientes y lugares. Pero ahora todos con una misión universal; van a ser los apóstoles de Jesús que serán enviados por todo el mundo anunciando el Reino de Dios.

Serán los que van a estar más cerca de Jesús, siempre con El; ahora aún no les da especiales instrucciones - las escucharemos más adelante cuando les haga el primer envío por delante de Jesús - pero bajarán con El al llano para el encuentro con la gente que viene con deseos de Jesús, de escucharle, pero también trayéndole sus enfermos y sus necesidades, con los tormentos de sus corazones y con sus deseos de tocarle para llenarse de su vida y salud. ‘Bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en el llano’, que nos dice el evangelista. Allí están con Jesús, empapándose de Jesús, como Jesús se había empapado de Dios cuando había pasado la noche en oración al Padre.

Aquí estamos nosotros con Jesús también queriendo llenarnos de su vida y alcanzar la salud y la salvación. Es lo primero que tenemos que aprender, a estar con Jesús. Estar no siempre significará tener que hacer muchas cosas, sino simplemente estar gozándonos de su presencia, sintiendo en nuestro corazón el calor de su amor. 

Tenemos que aprender a estar con Jesús en la oración. Eso tiene que ser nuestra oración, un saber estar con Dios, sentir y saborear su presencia, gozarnos con El allá dentro de nuestro corazón, como gozan dos amados por estar juntos aunque nada se digan, porque el silencio y la presencia hablan mucho más que las palabras en muchas ocasiones, sintiendo de verdad enfervorizado el corazón. 

Algunas veces estamos muy preocupados en nuestras oraciones por lo que tenemos que decir, por los rezos que tenemos que hacer y nos olvidamos de lo más principal, sentir y gozarnos en la presencia del Señor. Cuando así nos gozamos con El aunque nosotros no le digamos nada, sí vamos a sentir el calor y el fuego de su palabra en nuestro corazón. Hagamos silencio dentro de nosotros, aprendamos a sentir a Dios. Seguro que vamos a escuchar muy claro allá en nuestro corazón la misión que a nosotros también nos va a confiar.

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