miércoles, 12 de septiembre de 2012


Dichosos los pobres porque vuestro es el Reino de los cielos
1Cor. 7, 25-31; Sal. 44; Lc. 6, 20-26

Me gusta siempre pensar en quienes eran los que estaban escuchando estas palabras de Jesús cuando fueron pronunciadas. Nos volvemos a unos versículos anteriores a lo hoy proclamado - exactamente el último párrafo del evangelio de ayer - y nos dice que cuando ‘Jesús bajó del monte con los doce se paró en el llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo que había venido desde distintos lugares de toda la geografía de Palestina que venían a oírlo y a que les curara de sus enfermedades, y los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados y todos querían tocarlo’. 

Ya comenzaba a haber un grupo grande de gente que seguía a Jesús. La noticia corría por toda la comarca, como escuchamos hace unos días. Venían con sus sufrimientos, que eran sus enfermedades, sus dolencias, sus espíritus atormentados, su pobreza y su necesidad, las inquietudes y esperanzas de su corazón que muchas veces se veían frustradas. Venían porque querían escuchar a Jesús. Venían porque en Jesús encontraban salud para sus cuerpos doloridos. Venían porque renacía la esperanza en sus corazones atormentados.

Las palabras que ahora Jesús les decía eran un bálsamo grande de consuelo y de esperanza. Eran palabras que escuchaban desde su pobreza, su hambre, su sufrimiento, la inquietud que tenían en el corazón. Y para ellos era el  Reino de Dios les decía Jesús. ‘Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios, dichosos los que ahora tienen hambre… los que ahora lloráis… los que ahora os sentís excluidos y proscritos por los hombres… quedaréis saciados, el corazón se llenará de alegría, vuestra recompensa será grande en el cielo’. 

No era para menos sentir cómo renacía la esperanza en el corazón atormentado por tantas cosas. Además no eran solo palabras bonitas que pronunciara Jesús para entusiasmarles, sino que eran anuncio de algo real porque lo estaban viendo realizarse en los signos que Jesús iba haciendo cuando curaba a los enfermos, sanaba a los leprosos, o expulsaba los espíritus malignos de aquellos que estaban poseídos por el mal. 

Creo que cuando ahora nosotros estamos escuchando y meditando en estas palabras sintiendo cómo Jesús nos las está diciendo a nosotros y por nosotros, podemos recordar que estaban anunciadas proféticamente también en el cántico de María cuando alababa al Señor porque Dios se había fijado en ella para que por su medio nos llegara el Salvador. Nos viene bien recordarlas también hoy que hacemos memoria del Santo Nombre de María.

‘El Señor hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos… su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… acordándose de la misericordia que había prometido a nuestros padres a favor de Abrahán y su descendencia para siempre…’

Las palabras del cántico de María nos recuerdan las bienaventuranzas porque en unas y otras se nos está proclamando la Buena Nueva que Jesús viene a traernos con su salvación. Es la Buena Nueva, el Evangelio que transforma totalmente nuestra vida y nos llena de alegría y de esperanza. Es el mundo nuevo que Jesús quiere realizar transformando totalmente nuestros esquemas y maneras de actuar porque en el Reino de Dios todo tiene que ser distinto. 

No caben los sufrimientos y las injusticias, no caben la insolidaridad y el desamor, no cabe el que los hombres nos hagamos daño los unos a los otros, sino que en esa nueva forma de actuar cuando vivimos el Reino de Dios todo tiene que ser alegría y paz porque habrá para siempre esperanza y amor en el corazón. Por eso nos dirá Jesús hoy que el Reino de Dios es para los pobres y los que sufren, para los que tienen hambre en su corazón y en sus vidas y les cuesta tanto vivir en la fidelidad del nombre del Señor. Los que ya están llenos y satisfechos porque han puesto toda la meta de sus vidas en las riquezas o posesión de bienes materiales no podrán entenderlo y no podrán entonces llegar a vivir la Buena Noticia del Reino de Dios.

Escuchemos con esperanza las palabras de Jesús. Sintámonos invitados a vivir en plenitud el Reino de Dios que Jesús nos anuncia. Que con María cantemos las maravillas que hace el Señor.

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