viernes, 31 de diciembre de 2010

Una acción de gracias en el año que termina y una súplica por el año nuevo

Una acción de gracias en el año que termina y una súplica por el año nuevo

La vida la marcamos por el tiempo o por los acontecimientos que nos van sucediendo, que van siendo como hitos de nuestra historia. Unos agradables y felices, otros quizá llenos de problemas o dificultades, muchas veces dolorosos, algunos se borran quizá pronto de la memoria, otros son tan memorables que nunca olvidamos, pero ahi se van sucediendo esos hechos que marcan nuestra vida. Dividimos la vida en días, meses o años también según una cronología en cierto modo universal que vamos llenando con todos esos aconteceres de la vida.

Algunos piensan quizá en el azar o el destino porque pareciera que todo sucediera irremediablemente. Pero el creyente cree en la providencia de Dios y es capaz de descubrir detrás de todo eso que nos sucede la mano de Dios que nos guía o nos habla incluso a través de eso que nos sucede. Hemos de saber leer nuestra historia personal con ojos de fe y saber escuchar a Dios que nos habla y nos manifiesta su amor incluso en aquellas cosas que nos pudieran parecer dolorosas.

En esta última celebración del año en la que ahora estamos deberíamos saber hacer esa lectura creyente de todo lo que nos ha sucedido para también saber dar gracias a Dios por cuanto amor nos ha manifestado a lo largo de este año que terminamos en este día. Podríamos hacer una lista de acontecimientos que en el orden social han ido sucediendo a lo largo del año. Cada uno ha de recordar quizá esos hechos que más le hayan afectado en todos los aspectos de la vida, en el ámbito de la vida familiar, en nuestro yo personal, o en eso que hemos convivido con los que nos rodean. Acontecimientos de nuestra historia, acontecimientos de la vida de la Iglesia, acontecimientos que hayan sucedido en nuestra cercanía. Cuántas cosas podríamos recordar.

Os invito a que sepamos dar gracias a Dios descubriendo, como decíamos, su mano amorosa que en todo lo que nos ha sucedido siempre ha querido manifestarnos su amor o una llamada especial. Seguro que hay muchas cosas por las que dar gracias a Dios. Desde la misma vida que vivimos, las atenciones que recibimos de los que están a nuestro lado, el cariño de nuestra familia, la amistad sincera de tantos amigos que han sabido estar a nuestro lado.

En el ámbito de nuestra vida religiosa y de nuestra fe, cuanto nos habrá dicho el Señor en esa Palabra de Dios que escuchamos en nuestras celebraciones; seguro que recordamos cosas que nos llamaron la atención o nos impactaron, o nos sintieron sentir una presencia especial del Señor en alguna de esas celebraciones. Un motivo para recordarlo agradecido en la presencia del Señor.

Habrá habido quizá momentos difíciles por los que hemos tenido que pasar, problemas personales, familiares, de relación con los demás. Sepamos ver también la mano amorosa de Dios que nos ha ayudado a superar esos momentos, reconozcamos su gracia que siempre nos ha acompañado. Y por aquellos momentos en que quizá no supimos vivir nuestra fe y nuestro amor con toda la intensidad que debíamos, o perdimos la esperanza al vernos agobiados por los problemas, también hemos de saber pedirle perdón al Señor y que nos dé esa gracia que necesitamos para salir de ese mal momento y volver a vivir con gozo en su presencia y amistad.

De la misma manera con ojos de fe miramos hacia adelante en el año que va a comenzar y hemos de saber pedir la bendición y la gracia del Señor. Le damos gracias por habernos dado un año más de vida, por poder iniciar otro año en esas etapas de nuestra historia. Y le pedimos, como lo haremos mañana con las bendiciones del Señor, que vuelva su rostro sobre nosotros y nuestro mundo para que nos conceda su favor y su paz. Hemos vivido socialmente momentos difíciles y no parece menos dificil y problemático el año que comienza, pero pidamos la ayuda, la fortaleza, la gracia del Señor para que sepamos construirlo en paz, se supere toda esa problemática social y de pobreza en que se vive en nuestra sociedad, y con la fuerza del Señor entre todos sepamos hacer un mundo mejor.

Como creyentes y cristianos sabemos que el Señor ha puesto la vida en nuestras manos como un talento que hemos de hacer fructificar. Pues que sepamos comprometernos cada uno en su ámbito hacer lo posible por desarrollar nuestras capacidades y valores para entre todos hacer ese mundo mejor y más justo, ese mundo en paz y en el que se pueda salir de esa situación de pobreza en que viven tantos.

Y pidamos por nuestra Iglesia, por cada uno de nosotros, pero pidamos por nuestros pastores para que no falte nunca la gracia del Señor para seguir haciendo el anuncio del evangelio y en verdad vayamos construyendo el Reino de Dios en medio de nuestro mundo. Pensamos en las necesidades de la Iglesia o de los problemas a los que se tiene que enfrentar. Pensamos en las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida religiosa. Pensamos en los misioneros y en tantos comprometidos en el apostolado. Pensamos en los que trabajan por los demás, por los pobres, por los enfermos, por los ancianos… por todos los que tienen alguna necesidad. Que se eleve nuestra oración confiada y agradecida al Señor.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Nuestra vida silenciosa y oscura sin embargo es valiosa ante los ojos del Señor



1Jn. 2, 12-17; Sal. 95; Lc. 2, 36-40

En el evangelio escucharemos decir a Jesús que da gracias al Padre porque se revela no a los sabios y entendidos sino a los pobres y a los humildes. Cuando estamos celebrando estos días hermosos de la navidad y escuchando lo que nos van diciendo los evangelistas en torno al nacimiento de Jesús y esos primeros momentos de su vida, vemos palpablemente eso que más tarde nos enseñará Jesús.

Como ya hemos hecho referencia el primer anuncio es a los pastores, ahora en la presentación en el templo serán unos ancianos los elegidos de Dios para manifestar al que venía como luz para todos los pueblos y era la gloria del pueblo de Israel, como ya ayer escuchamos al contemplar al anciano Simeón y como hoy estamos viendo en esta humilde anciana y viuda que también contempla la gloria del Señor.

Ana, una mujer muy anciana, con muchos años de viuda que ‘no se apartaba del templo noche y día sirviendo al Señor con ayunos y oraciones’. Hablarnos de una viuda en aquellos tiempos era hablarnos de una persona pobre y que habitualmente pasaba necesidad. Veremos más tarde en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas las recomendaciones para atender a huérfanos y viudas, como imagen de los pobres.

Hoy se nos habla de esta viuda humilde y piadosa que aguardaba la futura liberación de Israel, que es decir que tenía una esperanza muy viva en la venida del Mesías Salvador. Y se nos dice cómo ‘acercándose en aquel momento – en referencia al encuentro con el anciano Simeón y sus proféticas palabras – daba gracias a Dios y hablaba de aquel niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’.

Allí estaban aquellos ancianos, muy ancianos que quizá podrían pensar qué podrían hacer ya a sus años. Pero Dios contaba con ellos y a ellos de manera especial se manifiesta la gloria del Señor. Ya lo vemos en el relato del evangelio.

Podíamos pensar en nuestra pobreza o en nuestra debilidad, y nosotros qué hacemos o qué podemos hacer, para qué valemos. Así muchas personas en la vida que se creen que no valen nada, que sienten la pobreza en su vida; quienes dicen que no saben o no tienen preparación, quienes simplemente viven en su casa o en sus quehaceres sin grandes responsabilidades en la vida quizá. Pues Dios cuenta con cada uno, en las circunstancias concretas que podamos vivir en nuestra debilidad, con nuestros años, con nuestras discapacidades y limitaciones.

Como aquellos ancianos también hemos de saber estar abiertos a Dios, que Dios también nos manifiesta su amor y su preferencia. También como el anciano Simeón o Ana, anciana y viuda, podemos orar al Señor y podemos hablar del Señor a los que nos rodean. Nuestra oración es poderosa ante los ojos del Señor.

Y en medio de la Iglesia y en medio de nuestro mundo tan necesitado de la gracia del Señor podemos ser poderosos intercesores con nuestras suplicas y nuestra oración. Esa apertura de nuestro corazón a Dios y ese ofrecimiento de nuestra vida en eso que consideramos nuestra pobreza, es valioso ante los ojos de Dios. Creo que el texto de hoy nos deja un hermoso mensaje.

Si queremos seguir fijándonos en el resto del texto del evangelio proclamado, veremos como Jesús se va a Nazaret con María y con José donde pasará muchos años en el silencio ante los ojos del mundo. Pero dice el Evangelio que ‘el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba’.

Aparte de otras consideraciones que podemos hacernos, pensemos que en ese silencio quizá de nuestra vida, en la que quizá no destacamos por ninguna cosa especial, podemos ir creciendo interiormente, fortaleciéndonos con la gracia del Señor que no nos faltará, llenándonos de la Sabiduría de Dios. Y todo eso es riqueza para nuestra vida personal, nuestra vida interior, pero hemos de saber también que es una riqueza de gracia para la Iglesia. Nuestro silencio hecho oración y ofrenda es valioso ante los ojos de Dios.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ofrenda y acción de gracias a Dios porque ha llegado la salvación


1Jn. 2, 3-11; Sal. 95; Lc. 2, 22-35

En el evangelio, salvo los días de celebración especial como han sido los Santos Inocentes, San Esteban o San Juan Evangelista de estos días pasados, seguimos leyendo durante la octava de la navidad todo lo referente a la infancia de Jesús, mientras de forma continuada comenzamos a leer la primera carta de San Juan.

El texto del evangelio de hoy nos manifiesta por una parte la actitud creyente de toda familia judía que hacía ofrenda a Dios de lo mejor de si misma en esa consagración al Señor de todo hijo primogénito y por otra parte la esperanza del pueblo judío representado en este caso en el anciano Simeón que ve cumplidas sus esperanzas conforme a la palabra que había recibido del Señor.

Fijémonos brevemente por partes. A los cuarenta día del nacimiento conforme a la ley mosaica toda madre que había dado a luz había de presentarse en el templo para su purificación ritual, pero también todo hijo primogénito había de ser consagrado al Señor. Es el acontecimiento que nos narra hoy el evangelio. Es la actitud del creyente que reconoce en todo la acción del poder del Señor y que da gracias a Dios por la vida que ha recibido. Había de ofrecer las primicias y lo mejor de todos sus frutos al Señor como un reconocimiento del poder y gracia del Señor.

Aquel niño que había nacido pobre entre los pobres porque ni siquiera había sitio para su nacimiento en una posada, sino que ha de nacer en un establo y ser recostado entre pajas, ahora en la ofrenda al Señor también se hace la oblación de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones, que es lo que ofrecen María y José. Es bien significativo en aquel cuyo nacimiento fue anunciado a unos pastores y en quien viene a evangelizar a los pobres, a los que llamará dichosos porque de ellos es el Reino de los cielos. ¿Nos estará queriendo decir algo ya a nosotros para que aprendamos a vivir con ese corazón pobre y para que le sepamos ofrecer lo mejor de nuestro corazón y nuestra vida al Señor?

El otro aspecto en el que podemos fijarnos es en el anciano Simeón. Está manifestándonos lo que eran la esperanzas del pueblo de Israel. Allí está en el templo cada día en la espera de que sus ojos puedan contemplar al Mesías de Dios, como le había prometido el Espíritu Santo, ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías de Dios’. Sus esperanzas y las promesas del Señor se ven cumplidas. ‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’, nos dice el evangelista.

‘Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz’. Ha contemplado con sus ojos al Salvador que viene como ‘luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel’. Es la alegría y la acción de gracias, es el reconocimiento de la presencia del Señor, de su Salvador y es el gozo en el Espíritu. Bendice a Dios, porque el Deseado de todos los pueblos se ha hecho presente en medio de su pueblo.

Quizá podríamos preguntarnos si nosotros, que estamos celebrando el nacimiento del Señor, que contemplamos también con nuestros propios ojos desde lo más hondo de nuestra fe que llega a nuestra vida la salvación, habremos dado gracias suficientemente estos días al Señor. Es cierto que lo hemos celebrado. Aquí entre nosotros hemos querido vivir con la mayor intensidad nuestras celebraciones. Pero una y otra vez hemos de saber dar gracias, bendecir al Señor, reconocer su presencia salvadora en medio de nosotros.

Finalmente otro aspecto en que fijarnos podrían ser las palabras proféticas que el anciano Simeón le dice a María anunciándole una vez el significado de Jesús para nuestra salvación y también la espada de dolor que iba a atravesar su alma sobre todo cuando llegase el momento de la pasión. No es necesario decir más cosas sino contemplemos a María y pongámonos a su lado, sintámonos a nuestro lado para que aliente nuestra fe y nuestra esperanza.

martes, 28 de diciembre de 2010

Los Santos Inocentes y la brillante multitud de los mártires que alaba al Señor



1Jn. 1, 5-2, 2;

Sal. 123;

Mt. 2, 13-18


‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Con estas versículos tomados del Tedeum, himno de acción de gracias que rezamos en la liturgia, hemos aclamado hoy al Evangelio que se nos ha proclamado. ‘Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Inocente multitud de niños que en Belén y sus alrededores murieron masacrados por la crueldad de Herodes, como hemos escuchado en el Evangelio. Celebramos hoy la fiesta de los Santos Inocentes.

Protomártires, en verdad podemos decir, por ser los primeros que mueren por la causa de Jesús. Era Jesús el que era ya perseguido queriéndolo quitar de en medio a causa de la ambición y orgullo de aquel malvado rey. Ya lo hemos escuchado en el evangelio. Es ya como un preanuncio de la Pascua de Jesús que escuchamos y celebramos en medio de este ambiente navideño mientras estamos celebrando su nacimiento en Belén. Contemplar y celebrar a Jesús en cualquiera de los misterios de su vida es contemplar y celebrar siempre su Pascua, su entrega por nuestra salvación. Estos niños inocentes que hoy celebramos en cierta medida se están uniendo a ese misterio pascual de Cristo, a ese misterio de salvación.

Para nosotros siempre el testimonio de los mártires es un estímulo grande para nuestra vida, para nuestra fidelidad y para el testimonio que igualmente nosotros hemos de dar del nombre de Jesús. En ese sentido van las oraciones y todos los textos de la liturgia de este día. Así pedíamos en la oración que si bien los mártires inocentes proclaman la gloria del Señor, no de palabra, sino con su muerte, que el Señor nos conceda a nosotros testimoniar con nuestra vida lo que profesamos de palabra.

Es esa fortaleza de la fe que hemos de testimoniar con nuestra vida. Confesamos la fe, decimos lo que creemos y lo manifestamos a los demás con nuestras palabras, pero el gran testimonio que hemos de dar ha de ser con nuestra vida, con nuestras obras. Hemos recibido el don del Espíritu para hacernos testigos.

Sin querer ser pesimista ni ver las cosas con negrura bien sabemos que no siempre es fácil nuestro testimonio cristiano; y que en el momento que vivimos no siempre es bien recibido quizá ese testimonio que hemos de dar. Pero no podemos callar, tenemos que ser valientes para proclamar con nuestras obras y palabras esa fe que confesamos, manifestarnos como creyentes y como cristianos, dar razón de lo que es nuestra fe y nuestra esperanza con las obras de amor de nuestra vida.

El celebrar esta fiesta de estos mártires inocentes y precisamente en estos días de navidad como la liturgia nos propone, me hace pensar en tantos cristianos que hoy en el mundo están sufriendo persecusión por el nombre de Cristo. Quizá habremos escuchado noticias estos días que en algunos lugares no se pudo celebrar la misa de nochebuena por falta de seguridad, o que incluso en otros lugares estos días fueron heridos muchos cristianos que estaban participando en la misa de medianoche de Navidad.

Hablando desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, el pontífice deseó "que el amor del 'Dios con nosotros' otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos".

Deseó que "el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo Oriente Medio, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las naciones a una solidaridad efectiva para con ellas".

Que al celebrar hoy esta fiesta de los Santos Inocentes, no sólo nos sintamos estimulados, como decíamos con el testimonio de tantos mártires, sino que además nos sintamos solidarios con tantos cristianos que en distintos lugares están sufriendo persecusión a causa de su fe. Oremos por ellos y que el Señor les dé a ellos y nos dé a nosotros también esa fortaleza de la fe, esa fortaleza de la gracia y que con esa brillante multitud de los mártires alabemos al Señor, cantemos la gloria del Señor.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Con un amor puro como el de Juan vayamos hasta Jesús para conocerle

1Jn. 1, 1-4;

Sal. 96;

Jn. 20, 2-8

‘Este es el apóstol Juan que durante la cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra’. Es la antífona que nos ofrece la liturgia para comenzar la celebración de este día. Celebramos hoy en las inmediaciones del día de la Navidad la fiesta de san Juan Evangelista. El apóstol que reclinó su cabeza en el pecho del Señor en la última cena como nos recuerda la antífona.

Como nos narra su propio evangelio junto con Andrés fueron los dos primeros discípulos que siguieron a Jesús, tras haberles señalado el Bautista que Jesús era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En el relato del Evangelio que hoy se nos ha proclamado será el primero de los apóstoles que llegue al sepulcro del Señor en carrera con Simón tras el anuncio de la Magdalena. Aunque llegó antes dejó que Pedro entrar el primero en la tumba, pero será él quien se fije con detalle de ‘las vendas por el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza , no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte’. Pero nos dirá a continuación ‘entró… vio y creyó’.

Será el que nos hable en el principio de su evangelio con una sublimidad exquisita del Misterio del Verbo de Dios que en Dios existe desde siempre porque ‘la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios’, para concluir que ‘la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Pero será Juan el que en su evangelio nos hablará de que su carne es verdadera comida y que el que le come vivirá por El, haciéndonos el anuncio de la Eucaristía.

Testigo será Juan de momentos especiales de la vida de Cristo porque con Pedro y con Santiago contemplará la gloria del Tabor, la resurrección de la hija de Jairo y la agonía de Getsemaní. Testigo fue de esos anuncios proféticos del misterio pascual de Cristo, su pasión y la imagen de la resurrección pero sería también el único de los Apóstoles para estar al pie de la Cruz de Jesús en la hora suprema de su muerte.

Por eso podrá decir como le hemos escuchado en el inicio de la primera de sus cartas ‘lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida… os damos testimonio y os lo anunciamos… para que vuestra alegría sea completa’.

Es admirable cómo Juan se introdujo en el Misterio de Dios. Era el discípulo amado de Jesús. Lo que le llevó a poder penetrar en su Misterio de la manera que lo hizo y nos lo trasmitió tanto en el evangelio como en sus cartas. El amor a Jesús que le llevaría valientemente incluso hasta el Calvario para estar a los pies de su Cruz.

Que nosotros también tratemos desde un amor puro como el de Juan acercarnos al misterio de Jesús para llegar así a conocerle y amarle, para hacerle vida nuestra. Siempre lo estamos diciendo, cómo tenemos que crecer más y más en ese conocimiento de Jesús. Cómo tenemos que saber ir a buscarle, como Juan que preguntaba ‘Maestro, ¿dónde vives?’. Sabemos la respuesta de Jesús. ‘Ven y lo verás’.

Jesús nos invita a ir hasta El. El se deja conocer porque para eso nos da su Espíritu que nos ilumina y nos conducirá a la verdad plena. Ir hasta Jesús para conocerle. ¿Cómo lo podemos hacer? Es ese crecimiento espiritual que hemos de lograr en la oración y en la escucha de la Palabra. Es esa espiritualidad profunda de la que hemos de llenar nuestra vida. Esa imagen de Juan recostado en el pecho del Señor de esto podría estarnos hablando. Podría ser un buen propósito de esta Navidad que estamos celebrando.

domingo, 26 de diciembre de 2010

La familia escuela de humanismo y semillero de santidad a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret


Eclesiástico, 3, 2-6.12-14;

Sal. 127;

Col. 3, 12-21;

Mt. 2, 13-15.19-23

‘Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre’. Así escuchábamos ayer en el evangelio. Así lo encontrarán los Magos de Oriente, como escucharemos en unos días. Y en el evangelio hemos escuchado hoy que nos habla de aquella sagrada familia de José, María y Jesús con sus dificultades que le harán emigrar a Egipto y luego finalmente establecerse en Nazaret.

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. En medio de este ambiente navideño que por otra parte tiene también tan hermosas resonancias familiares, la liturgia nos invita en este primer domingo después de la celebración del Nacimiento del Señor a contemplar y a celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, imagen en quien mirarse y modelo que imitar para todas nuestras familias.

El Dios amor no podía encontrar mejor realidad humana a la hora de encarnarse y hacerse presente en medio de nosotros para nuestra salvación que la familia. Cuna de amor donde se hace realidad viva esas variadas situaciones de nuestro amor humano. ‘Una realidad con los cuatro rostros del amor humano: paternidad, filiación, hermandad y nupcialidad’ (Puebla 1979).

En la familia llega a la más hermosa plenitud el amor matrimonial y esponsal de un hombre y una mujer que forman matrimonio; en la familia se vive con toda intensidad todo lo que es el amor de una paternidad y una maternidad en esa donación de amor tan hermosa que hacen los padres para con sus hijos; y es en la familia donde se vive esa hermosa relación filial que ya no es solo recibir amor sino también ofrenda de amor de unos hijos para con sus padres; y es también en la familia donde se tiene la rica experiencia de esa hermosisima relación fraternal del amor de los hermanos que caminan juntos, que crecen y maduran juntos alimentados en el amor de los padres, y donde se aprenderá todo el sentido del amor al otro para vivir siempre en esa donación de si a favor de los demás. Es por eso por lo que decimos también que ‘la familia es la célula primera y vital de la sociedad y la primera escuela de virtudes sociales’, como nos enseña el concilio Vaticano II.

La familia, pues, escuela de la más rica y hermosa humanidad, como el mejor caldo de cultivo para la realización de sí mismo y el mejor semillero de un crecimiento espiritual. ‘Escuela del más rico humanismo’, que nos dice la Gaudium et spes del Concilio. En la familia no vivimos unas relaciones interesadas ni nuestro trato desde un mercantilismo del doy para que me des o me das para que yo te dé. No son las cosas materiales las que nos unen, sino son otros lazos más íntimos y sutiles nacidos del amor más puro los que crean y mantienen esa comunidad de vida y amor que es la familia.

Es la familia, entonces, escuela también escuela de espiritualidad de tal manera que como cristianos la podemos llamar también Iglesia doméstica. Es ahí donde mejor poder aprender a conocer a Dios, donde primero se nos habla de Dios y se nos descubre su misterio de amor aprendiendo a llamarlo Padre; pero será ahí en la familia donde aprenderemos a relacionarnos con Dios – en la familia deberíamos aprender las primeras oraciones – y donde hemos de saber hacer Iglesia que escucha y ora al Señor, que le alaba y la de gracias en las distintas situaciones de la vida, y donde también aprenderá a contar con la ayuda y la fuerza de Dios en las diversas necesidades de la vida.

Como familias cristianas hemos de saber poner el centro de nuestra vida en Jesús al tiempo que de El y su Palabra recibir la luz que nos guíe, nos ilumine en los caminos de la vida y nos de la fuerza que necesitamos. Si supiéramos hacerlo que distinta sería la realidad en comparación con tantas familias rotas y con dificultades de todo tipo que contemplamos a nuestro alrededor. Lástima que nuestras familias cristianas no sepan aprovechar y beneficiarse, por decirlo de alguna manera, de toda esa riqueza de gracia que Cristo nos deja en el sacramento del matrimonio.

Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret y en ella podemos ver reflejadas todas esas virtudes y valores que hemos de cultivar en el seno de nuestras familias. Precisamente la realidad en que se nos presenta en concreto en el texto hoy escuchado no es una situación fácil. La huída a Egipto como unos emigrantes o unos desplazados de la sociedad, como tantas situaciones difíciles que contemplamos a nuestro alrededor. Pero allí está la entereza de una familia unida, de un matrimonio de creyentes que se dejan conducir por el Señor, de una fortaleza humana y espiritual que les hace afrontar esas situaciones difíciles de una manera distinta.

Es por eso por lo que tenemos que aprender a entrenarnos y hacer ese crecimiento de nuestra vida interior, de una espiritualidad profunda que nos dé sentido y fortaleza porque en verdad nos dejemos guiar por el Espíritu del Señor y en El siempre encontremos la fortaleza de la gracia. Es la gracia del sacramento que un matrimonio cristiano recibe cuando se casa en el Señor, cuando vive en verdad su matrimonio como sacramento. Que distinta sería la solución de tantos problemas que afectan al matrimonio y a la familia si se supiera contar con la gracia y la fuerza del Sacramento, que es la gracia y la fuerza del Señor.

Muchas reflexiones podríamos seguir haciéndonos en torno a esta realidad de la familia. Mucho tendríamos que aprender de aquel hogar bendito de Nazaret. Pero hoy en nuestra celebración vamos a pedir con toda intensidad por la familia, que en la sociedad en la que vivimos se ve hasta bombardeada por tantas cosas que quieren destruirla. Para nosotros es un valor fundamental que no podemos dejar desaparecer de ninguna manera.

Pidamos al Señor por nuestras familias y pidamos por todas las familias que se encuentran con problemas. Pueden ser problemas de subsistencia para muchos en estos momentos de crisis económica y social, pero pueden ser también otros problemas sociales y humanos los que puedan poner en peligro su estabilidad. Pidamos al Señor por esos matrimonios rotos y esas familias destrozadas donde falta la paz, porque quizá se haya enfriado el amor.

El texto de la Carta a los Colosenses nos da hermosas pistas de esas virtudes que hemos de cultivar: miseriordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón y aceptación mutua, unidad, amor. Y todo iluminado por la Palabra del Señor y alimentado con la oración y la alabanza al Señor.

Pidamos hoy a la Sagrada Familia de Nazaret que se derramen abundantes bendiciones del Señor sobre nuestras familias y se pueda seguir dando ese hermoso testimonio del amor y sigan siendo esas escuelas de humanidad, de espiritualidad, como antes decíamos, y verdaderos semilleros donde cultivemos cada día la santidad de nuestra vida.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Es navidad porque ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre


Es navidad porque ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre

Caminaba ayer en la mañana por la calle ensimismado en mis pensamientos cuando detrás de mi escuché la angelical voz de un niño que iba cantando con mucha alegría ‘cumpleaños feliz’. Curioso me volví y miré a su madre con una sonrisa y espontáneamente me dijo, es su cumpleaños pero él se lo va cantando a todos.

Ese detalle tan bonito de aquel niño me hizo pensar. Estamos nosotros también celebrando un cumpleaños; es el cumpleaños de Jesús, celebramos su nacimiento hoy. Tendríamos que cantarle nosotros a El el cumpleaños feliz – lo queremos hacer con nuestros cantos y con toda nuestra fiesta -, pero resulta que es Jesús el que quiere cantarnos a nosotros - sí, El a nosotros – el cumpleaños feliz. Nosotros nos alegramos y nos felicitamos porque estamos celebrando el nacimiento de Jesús. Y con mucha y honda alegría tenemos que celebrarlo.

Hoy es un día grande porque el que tenemos que felicitarnos, es cierto. Pero nos felicitamos no sólo porque ahora todo el mundo tiene buenos deseos los unos para con los otros. Eso está bien y así cada día tendríamos que saber hacernos felices los unos a los otros. Pero nos felicitamos porque tenemos a Jesús, porque celebramos su nacimiento, con todo lo que eso significa para nosotros, y para nuestro mundo. Y de ahí es de donde tiene que brotar toda nuestra alegría; eso es lo que tiene que producir en nuestros corazones todos esos buenos deseos que hoy nos tenemos.

Anoche nos sentimos sorprendidos con su nacimiento y con el anuncio de los ángeles de que entre nosotros teníamos ya un Salvador. Como aquellos pastores de Belén corríamos anoche hasta el portal, corremos ahora en esta mañana de pascua, venimos aquí para ver, para contemplar eso que el Señor nos ha anunciado por medio del ángel.

Hoy toda la Iglesia se congrega en torno a este Niño nacido en Belén que bien sabemos que es el Emmanuel, que es Dios con nosotros, que es nuestro Salvador que viene a liberarnos de las tinieblas y a inundarnos de su luz. Con gozo grande, con alegría profunda queremos celebrar con la mayor sencillez al tiempo que con la solemnidad que se merece el Señor la Eucaristía en este día de Pascua.

Bueno será que nos detengamos un poco a considerar el misterio grande que celebramos. Maravilla del amor de Dios, locura de amor. ‘En el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para ssumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado’.

Así lo expresa maravillosamente la liturgia de este día en uno de los prefacios de la Navidad. Presente en medio de nosotros, lo contemplamos asumiendo nuestra naturaleza pero para darnos vida, para elevarnos, para limpiarnos y purificarnos de nuestro pecado, para regalarnos su vida. Toma nuestra vida y nos regala su vida. Cargará con nuestro pecado para llenarnos de gracia.

Todo eso hemos de contemplar al mirar a este Niño recien nacido en Belén. No nos quedamos en un niño aunque ahora lo contemplemos en el misterio de su nacimiento. Es Dios verdadero en medio nuestro al hacerse también verdadero hombre. Se hace así nuestra salvación, nuestra vida. No podemos separarlo nunca del misterio pascual. Pensemos que estamos celebrando hoy su nacimiento y lo hacemos celebrando el misterio pascual de su muerte y resurrección que es lo que celebramos y proclamamos siempre en la Eucaristía.

Necesitamos, sí, penetrar con fe profunda en el misterio que estamos celebrando y así nos llenaremos de inmensa alegría. Una alegría que nace de toda esta consideración que nos hacemos del amor que el Señor nos tiene y alegría que vivimos hondamente en la medida en que queremos comenzar a vivir esa nueva vida de amor a la que El nos llama. Por eso nos desbordamos en estos días en gestos de amor para con los demás; parecería que todos somos más buenos; parece que la paz es más posible, y la armonía entre todos; hoy nos sentimos más impulsados a buscar lo bueno para con los demás y a hacernos felices los unos a los otros.

Pero todo eso tiene que nacer de Jesús, de su amor, de ese regalo grande que Dios nos ha hecho cuando nos ha dado a Jesús, cuando se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. Sí así lo hacemos lo podremos vivir con mayor profundidad y hondura. No será un deseo fugaz o una palabra que se lleva el viento, o la alegría que surja por estímulos artificiales.

Cuando comenzamos al revés, y digo al revés en el sentido de que lo hacemos buscando cosas externas que nos estimulen a esa alegría y a esa fiesta, todo se quedará en nada, en unos días de fiesta pasajera, pasarán esos momentos de euforia y seguiremos luego con las mismas batallitas de todos los días y con las mismas negruras en nuestras relaciones. Qué lástima que para muchos la navidad se quede en eso nada más.

Pero cuando arrancamos de verdad de ese amor tan grande de Dios que se nos manifiesta en Cristo, entonces sí que estaremos comenzando un mundo nuevo de auténtico amor y verdadera fraternidad. Los que vivimos inmersos en la luz de la Palabra hecha carne hemos de hacer resplandecer en obras y en obras de amor esa fe que tenemos en nuestro corazón. Es una de las peticiones que hacemos en las oraciones de la liturgia de este día.

Que resplandezca con el nacimiento de Jesús nuestra fe; que resplandezca nuestro amor. Nos llenamos de alegría y queremos contargiar de esa alegría verdadera al mundo. Que con la presencia de Cristo en nuestra vida, dejándolo que penetre profundamente en nuestro corazón, desaparezcan para siempre esas superficialidades y vanalidades.

En en el Niño Dios que contemplamos nacer hoy en Belén tenemos toda la fuerza que puede transformar nuestro mundo. ‘Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor al hombre…’ nos decía el apóstol en una de las lecturas de esta fiesta. Tenemos el amor que es el que en verdad lo transformará; el amor que hará que nuestro mundo sea mejor cuando nos amemos más entre nosotros, seamos capaces de compartir y ser solidarios los unos con los otros, el amor que nos hace hermanos y nos hará vivir en paz y en bonita armonía. Pidamos esa gracia del Señor.

El evangelio del nacimiento nos dice que después que los pastores llegaron al lugar del nacimiento, contemplando ‘a María y a José, y al niño acostado en el pesebre… se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, todo como les habían dicho’. Es como nosotros tenemos que prolongar nuestra celebración más allá de los muros de la iglesia en que lo celebremos, porque daremos gloria y alabanza a Dios contando a todos lo que es nuestra fe, lo que hoy hemos contemplado y celebrado. Cuando nos felicitemos, pues, los unos a los otros en este día de Navidad hemos de hacerlo haciendo referencia a Jesús porque esa es, tiene que ser la verdadera Navidad que celebramos y que vivimos.

Es navidad fiesta de gozo y salvación


Es navidad fiesta de gozo y salvación


Tenemos que repetir el anuncio sin cansarnos. Hoy es un día de alegría desbordante. ‘Fiesta de gozo y salvación con alegría desbordante’, ya decíamos hace días en nuestras oraciones y para eso nos preparábamos. ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Los pastores, aunque con gran temor cuando los envolvió la gloria del Señor con su claridad, creyeron el anuncio de los ángeles y corrieron hasta Belén.
Nuestra noche también se ha llenado de claridad y resplandor en el nacimiento de Jesús. Desaparecen las tinieblas y todo se llena de luz no porque pongamos unas lucecitas tintineantes, sino porque la luz que brota del portal de Belén es la verdadera luz que nos ilumina y nos trasforma, es la luz que nos llena de gracia y nos hace contemplar a Dios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ que decía el profeta. Así nosotros también en esta noche que se convierte en noche de luz y de vida.
Hemos venido nosotros también hasta Belén. Hemos escuchado ese anuncio y nosotros también queremos comunicárselo a los demás. En la ciudad de David, en Belén, nos ha nacido el Salvador; es el Señor. Es Jesús, el hijo de María pero que es nuestro salvador. Así le dijo el ángel que había que llamarlo. Su nombre nos viene del cielo. Es el Hijo del Altísimo que le anunció el ángel a María, porque es el Hijo de Dios. El Señor está con nosotros. Es el Emmanuel anunciado por los profetas. Dios está aquí. Dios está en medio de nosotros.
Así lo contemplamos en el relato sencillo y a la vez asombroso que nos hace Lucas del nacimiento de Jesús. Sencillo porque podría parecer simplemente el nacimiento de un niño de unos padres pobres y emigrantes, como tantos que podemos ver a nuestro lado, que no tienen donde guarecerse y se tienen que acomodar en la pobreza de una cueva o un estable. Pero es al mismo tiempo impresionante lo que estamos contemplando porque quien nace allí de María es Dios que se ha hecho hombre. El que viene a asumir nuestra naturaleza y condición mortal y lo hace en la más extrema pobreza es el mismo Dios que será nuestro Salvador. Cuántas cosas nos podría enseñar esta escena maravillosa que contemplamos.
Lo esperábamos, lo buscábamos. Queríamos llenar nuestro corazón de esperanza, y de esperanza de la verdadera. Había ansias de cosas grandes en nuestro corazón; presentíamos que tenía que haber algo que diera hondura a nuestra vida, que saciara nuestras aspiraciones más hondas, o que elevara nuestro espíritu a algo más alto o más espiritual. Buscábamos una salvación que nos diera nueva vida. Estábamos buscando a Dios quizá sin saberlo y Dios nos ha salido al encuentro, ha venido a estar con nosotros, se ha encarnado en el seno de María para hacerse hombre como nosotros pero para ser también Emmanuel, Dios con nosotros. Deseado de las naciones, esperanza de los hombres, consuelo de los afligidos, vida y luz para los que estamos en las tinieblas de la muerte del pecado, Buena Noticia para los pobres y los que sufren.
Queríamos encontrarnos con la Salvación y la Salvación ha llegado, ha llegado el Salvador. Tenemos que alegrarnos, tenemos que hacer fiesta, tenemos que gozarnos desde lo más hondo, porque ha llegado lo más grande y más hermoso que podíamos esperar. Nos ha llegado Dios. Por eso para los cristianos hoy es un día de fiesta especial. La celebración de esta fiesta cristiana ha contagiado al mundo a través de la historia, aunque quizá hoy siga habiendo gente que celebre la Navidad sin saber bien lo que es la Navidad. ¿Necesitará unos nuevos ángeles que lo anuncien para que todos los sepan de verdad? ¿No tendríamos que hacer ese anuncio los cristianos dándole un verdadero sentido a la Navidad?
Nosotros no podemos olvidar ese auténtico sentido de la Navidad. Nada ni nadie podrá apagarnos esa alegría. Nadá tedrá que apartarnos de lo que es el centro de la Navidad, el nacimiento del Salvador. Nuestra alegría no se puede desvirtuar. No podemos distraernos con otras cosas. Todo esto, mejor aún, Cristo Jesús tiene que ser en verdad el centro de nuestra celebración de la navidad como es el centro de nuestra vida.
Ahora sí que decimos Jesús con el más profundo amor y con el más verdadero sentido. Lo hemos visto, está con nosotros. Diremos Jesús porque con su salvación ha comenzado algo nuevo en nuestra vida. Es el tronco viejo lleno de pecado que ha reverdecido para hacer brotar una flor nueva, una vida nueva. Recordemos el tronco de Jesé anunciado por el profeta. En la fría y oscura noche de nuestras dudas y de las tinieblas de nuestras infidelidades ha brotado una primavera llena de flores nuevas prometedoras de buenas frutos. Cristo que nace en nuestra vida y en nuestro corazón hará surgir esa nueva primavera para el mundo con el testimonio de nuestras obras de amor.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…’ nos decía el apóstol. Hemos visto aparecer la gracia Dios en el niño recién nacido en Belén porque es Dios que viene a nosotros y con El todo es gracia, todo es vida, todo es regalo de Dios, todo es amor y salvación.
Ha aparecido la gracia de Dios…’ Es la vida de la gracia en la que nos sentimos tan amados que ya nos sentimos y somos hijos en el Hijo que nos regala su vida divina. Es la vida nueva de la gracia que, porque nos sentimos amados, aprendemos de verdad lo que es el amor y ahora sí que comenzamos a amarnos con un amor nuevo y de verdad. Es la vida nueva de la gracia que nos hace sentirnos hermanos y se ha creado una comunión nueva y paz y armonía entre todos nosotros.
Con el nacimiento de Jesús florecen ya en nuestro corazón esos valores tan hermosos que nos hacen más solidarios y más generosos, que nos llevan a compartir y a ser capaces de amar de corazón, que nos comprometen a hacer un mundo más justo y más lleno de paz, que llenan nuestro corazón de misericordia y de compasión. Era lo que pedíamos de corazón en este camino que hemos seguido de preparación y en lo que hemos ido ejercitándonos; y ya lo tenemos aquí. Cristo está con nosotros y ya vivimos una vida nueva. Es lo que con la navidad tiene que resplandecer en nosotros.
Esta noche santa y preciosa del nacimiento del Señor parece que nos amamos más, todos nos deseamos mucha felicidad y mucha paz, todos hacemos lo posible por encontrarnos con los seres queridos para hacerlos felices, con los amigos para compatir y parece que ya vamos derramando amor sobre todos los que nos encontramos.
Que desborde nuestra alegría y contagiemos a los demás. Nadie puede estar triste a nuestro lado sin que le ofrezcamos nuestro consuelo. Nadie se puede sentir solo porque ahí estamos nosotros para ofrecerle nuestra compañía y nuestro cariño que alivie soledades. Repartamos sonrisas de amor y alegremos el corazón de los que están tristes o sufren por cualquier motivo.
Es lo que queremos hacer para que sea verdadera navidad, para no quedarnos en cosas superficiales, sino para con nuestro amor hacer presente de verdad a Jesús en nuestro mundo, en ese mundo en el que vivimos, empezando por el ámbito familiar o donde realizamos nuestra convivencia. Será así como vivamos verdadera navidad.
‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’, proclamaba todo el coro celestial alabando a Dios. Que nuestra navidad, esta celebración que ahora estamos viviendo pero todo lo que va a ser nuestra fiesta navideña sea en verdad para la gloria de Dios y para hacer llegar la paz a todos los hombres, porque todos somos amados de Dios.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Salgamos al encuentro del Señor que viene con nuestras lámparas encendidas

Salgamos al encuentro del Señor que viene con nuestras lámparas encendidas

2Sam. 7, 1-5.8-11.16; Sal. 88; Lc. 1, 67-79

‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Así cantaba al Señor Zacaría proféticamente inspirado por el Espíritu Santo.

Bendito sea Dios, repetimos nosotros una y otra vez. Es un momento para detenernos y quedarnos como extasiados en la espera del Señor que viene cuando estamos ya a las puertas de la Navidad. No es momento para decir muchas cosas. Silencio para contemplar, para esperar, para avivar el fuego de nuestro corazón. ¿No aprendimos a hacer silencio como san José ante todo el misterio que ante El estaba sucediendo?

En la vida muchas veces nos sucede. Nos anuncian que vamos a recibir la visita de alguien que nosotros consideramos importante y enseguida nos ponemos a preparar todo lo necesario, con intensidad limpiamos, ponemos en orden, queremos tenerlo todo a punto. Y cuando se va acercando el momento y más o menos lo tenemos todo preparado nos quedamos como sin saber qué hacer quizá, simplemente esperando, mirando la hora, asomándonos a ver si llega.

Quiero pensar que ese es el momento en que nos encontramos hoy. Estamos en las visperas de la navidad y ya no hacemos otra cosa que esperar la hora. Hagamos ese silencio en nuestro corazón; no un silencio pasivo, sino un silencio de espera, de atención, en el que vamos musitando en nuestro interior una oración, ‘ven, Señor, ven pronto, Señor’. Es el tensar el espíritu para que esté pronto y atento.

Hemos venido contemplando en estos dias esos momentos que nos narra el evangelio del anuncio del ángel a Zacarías en el templo, a María en Nazaret, la visita a su prima Isabel con todas las cosas hermosas que sucedieron en aquel encuentro, el nacimiento de Juan y su circuncisión. Ahora nos quedamos con Zacarías bendiciendo y alabando a Dios. ‘Bendito sea Dios…’ que nos visita, que llega a nosotros con su gracia y su salvación.

Queremos que llegue la luz, que brille el sol que nace de lo alto, que desaparezcan nuestras tinieblas. Esta noche vamos a escuchar que al pueblo que caminaba en tinieblas una luz les brilló. Brilla para nosotros una luz nueva, un sol que no es simplemente el astro que camina por nuestro firmamento. Llega a nosotros Jesús; llega a nosotros su luz. Dejémonos iluminar.

Como un signo hemos ido encendiendo las luces de nuestra corona de Adviento en ese bello rito que se ha ido introduciendo en nuestras celebraciones. Ya están todas las luces encendidas, estamos preparados para que llegue el Señor. Que no se nos apaguen. Recordemos la parábola que nos pondrá Jesús. Que podamos salir al encuentro del Señor con nuestras lámparas encendidas, de nuestra vigilancia y espera, de nuestra fe y nuestro amor.

Bendito sea Dios que ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha traido la salvación.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Dios se ha compadecido y llega Juan


Malaquías, 3, 1-4; 4, 5-6;

Sal. 24;

Lc. 1, 57-66

‘Mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra redención’. Es el grito que hemos escuchado en el salmo y que luego hemos ido repitiendo una y otra vez, rumiándolo en nosotros, gozándonos en la cercanía de la navidad, auto-convenciéndonos de que el Señor está cerca y con él viene la salvación, la redención.

Varias palabras se han ido repitiendo también en la palabra proclamada y que tendríamos que resaltar. Alegría, misericordia, asombro y preguntas en el interior buscando respuestas. Alegría de las gentes de la montaña donde vivían Zacarías e Isabel por el nacimiento de aquel niño. Misericordia, misericordia del Señor que palpaban en el acontecimiento del nacimiento de aquel niño de unos padres ya mayores y que parecían no poder tener descendencia.

Asombro ante los acontecimientos que se iban desarrollando, por una parte la mudez de Zacarías desde que había vuelto del templo hacia ya nueve meses y el que ahora, por otra parte, prorrumpiera a hablar para decir que el nombre del niño sería Juan y no Zacarías como hubiera correspondido en un hijo primogénito. Será Juan porque en él se está manifestando la misericordia del Señor. Su mismo nombre lo significa: ‘Dios se ha compadecido’. Como el Señor cuando allá en el Horeb escuchó el clamor de su pueblo desde Egipto, el Señor escucha nuestro clamor y se compadece de nosotros. Juan es el anuncio de que la salvación está ya para llegar. Juan nos ayudará a preparar los caminos, los corazones para el Señor.

Por eso se preguntaban sobrecogidos por tantos hechos extraordinarios: ‘¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba sobre él’. Claro que podían preguntarse por el sentido de aquel niño que parecía estar recibiendo una especial gracia del Señor. Todo parecía indicar que una misión importante iba a tener, aunque desconocieran concretamente lo dicho por el ángel del Señor en el templo a Zacarías y lo que había sucedido en el encuentro de su madre Isabel con María, la prima venida de la lejana Nazaret, que se quedaría en el secreto de ambas.

‘Yo envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí’, había dicho el Señor por boca del profeta Malaquías. Isaías también tenía anuncios semejantes. ‘Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero; se sentará como fundidor que refina la plata, como a plata y oro refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido…’

Era la misión de Juan el Bautista, el precursor del Mesías, el que allá en la orilla del Jordán en el desierto invitaba al pueblo a purificarse, a manifestar su conversión al Señor sumergiéndose en las aguas del Jordán para que Juan los purificase. Será el profeta que ‘convertirá los corazones de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…’

Se acerca nuestra liberación, nuestra salvación. Ya está ahí. Ya llega el precursor y su mismo nacimiento es en sí mismo una llamada a descubrir las maravillas del Señor. Es lo que estamos haciendo, queriendo hacer con toda intensidad en estos días. Es para lo que nos preparamos. Queremos sentir la misericordia del Señor sobre nosotros. Dios se ha compadecido y ya no es Juan sino que será Jesús, el Dios que nos salva, el Salvador a quien nos disponemos a recibir. ‘Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación’.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

María nos enseña a asombrarnos ante las maravillas del Señor


Sam. 1, 24-28;

Sal. 1Sam. 1, 4-8;

Lc. 1, 46-56


María no salía de asombro en asombro. Anonadada se había quedado con el anuncio del ángel y las maravillas que Dios le anunciaba que en ella se iban a realizar –se había turbado ante las palabras del ángel y se preguntaba qué saludo era aquel y qué era lo que el Señor le quería manifestar y al final no había sabido decir sino que era la esclava del Señor y que se hiciese y cumpliese en ella lo que su palabra le decía. Su admiración y asombro era una admiración y asombro de fe.

Ahora que había caminado hasta la montaña a casa de su prima Isabel porque el ángel le había dicho que el Señor le había hecho la misericordia de concederle el don de la maternidad – asombro también en esa misericordia de Dios para con su prima – pero se había encontrado que lo que en ella había sucedido era motivo también para que Isabel la llenara de bendiciones y alabara y bendijera también al Señor. No salía de su asombro pero era, como decíamos el asombro y la admiración de la fe que le haría prorrumpir a ella también en cánticos de alabanza al Señor.

No puede menos que hacerlo. Se regocija en el Señor, le canta agradecida, su corazón se llena de la más inmensa alegría, proclama las maravillas del Señor. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. También el Señor ha vuelto su rostro misericordioso hacia ella y se ha fijado en su humildad. Aunque reconoce las grandezas del Señor que en ella se están manifestando, sigue sintiéndose anonada y pequeña, se sigue sintiendo la humilde esclava del Señor.

El cántico de María es ese cántico alborozado y lleno de gratitud por cuanto Dios se ha fijado en ella como un día Ana, la madre de Samuel, también habia cantado al Señor que en ella también había manifestado su misericordia y le había concedido el don de la maternidad. Es lo que hemos escuchado en la primera lectura y el cántico que hemos proclamado en el salmo de gran semejanza con el cántico de María.

María canta al Señor reconociendo las obras grandes que el Señor ha hecho en ella y todo es alabanza para el Señor; ‘su nombre es santo’, proclama casi como anunciándonos lo que Jesús nos va a decir cuando nos enseñe a orar y nos proponga el modelo de oración del padrenuestro, ‘santificado sea tu nombre’. Se regocija María porque si bien todas las generaciones la alabarán y felicitarán eso será motivo para que todos también alaben el nombre del Señor.

Pero María no está cantando al Señor sólo por ella misma, sino que en cierto modo es el cántico de los redimidos, es el cántico de todos los que han sentido sobre sí la misericordia del Señor, es el cántico de los hombres nuevos del Reino de Dios que en Jesús se va a establecer. Son todos los pequeños y los humildes que son enaltecidos; son todos los que han sido elevados a una vida y dignidad nueva con la gracia del Señor que en su misericordia quiere derramar sobre todos los hombres.

Se cumplen las promesas del Señor, las que hizo a Abrahán y su descendencia, de las que ahora todos somos beneficiarios. El Señor manifiesta su poder y su gloria, el Señor nos ofrece la salvación, hemos de dar gracias a Dios, hemos de cantar continuamente la gloria del Señor.

Estamos a las puertas de la Navidad. El Señor viene y viene con su salvación. La misericordia eterna del Señor se va a manifestar sobre nuestra vida. sepamos asombrarnos como María ante tanta maravilla de amor en su nacimiento en Belén. No perdamos la capacidad de asombro y que se despierte nuestra fe como María para alabar y bendecir al Señor. De María aprendamos a cantar la alabanza del Señor. Haciendo nuestro el cántico y la oración de María preparémonos nosotros debidamente para hacer que Dios nazca de verdad en nuestro corazón y en nuestro mundo.

martes, 21 de diciembre de 2010

María bendecida del Señor nos llena de bendiciones

Cantar de los Cantares, 2, 8-14;

Sal. 32;

Lc. 1, 39-45

De lo que desborda el corazón canta la lengua, canta la vida. Lo hermoso que llevamos dentro de nosotros no lo podemos ocultar. Cuando el amor inunda nuestro corazón se desborda y desparrama queriendo llenar de amor y de gracia todo lo que toca.

Así podemos decir que se sentía María. La llena de gracia, la inundada por la gracia del Señor. Había encontrado gracia ante los ojos de Dios y Dios la había bendecido con tanta gracia y hermosura que en sus entrañas se encarnó para dársenos a todos los hombres, para ser Dios con nosotros, Emmanuel, como hemos repetido una y otra vez estos días; para ser Jesús porque quería ser el Salvador de todos los hombres.

Y María sale de sí y corre por los caminos porque tiene que llegar a la montaña, a casa de su prima Isabel. Conoce ella por boca del ángel cómo la misericordia del Señor la había visitado y le había concedido el don de ser madre. Y María, inundada por el amor de Dios, corre a llevar amor, y gracia, y bendición, y santificación. María llena del Espíritu Santo hará que allá donde vaya también todos se llenen de ese mismo Espíritu y de toda bendición.

‘Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel… y se llenó Isabel del Espíritu Santo’ y comenzaría a profetizar, a hablar por la fuerza y la gracia del Espíritu Santo. Y todo serán bendiciones para María, la que con ella llevaba las bendiciones del Señor. Por eso, ‘en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de alegría la criatura en su vientre’, y Juan también alcanzaría las bendiciones de Dios que iban con María.

El que habia de preparar los caminos del Señor porque como su Precursor había venido, ahora ya con la llegada de Jesús con la presencia de María ya comienza a alcanzar esa gracia que el Salvador venía a traer. Si María fue preservada de todo pecado en virtud de los méritos de Cristo porque iba a ser la Madre del Señor, Juan, que iba a ser su precursor que preparase los caminos, era ahora santificado. ‘En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre’. Y ¿cómo no iba a saltar de alegría si asi era santificado, si así ya desde el seno de su madre estaba contemplando cómo se cumplían las promesas mesiánicas y tendría fruto el anuncio que él tendría que hacer?

Es un diálogo hermoso de bendiciones el que se cruza entre María e Isabel en pocos momentos. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Era María, su prima venida desde la lejana Nazaret, pero ella sabia muy bien, porque estaba inspirada en su corazón por el Espíritu Santo, que allí está la madre del Señor, la Madre de Dios. ‘¡Dichosa tu que has creido! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.

Contemplamos nosotros esta escena en las vísperas de la celebración del nacimiento de Jesús. ¿Cómo no llenarnos nosotros de gozo también? ¿Cómo no desear acercarnos nosotros a María para llenarnos de esas bendiciones de Dios que ella va repartiendo con su presencia? Acerquémonos nosotros a María y que con ella seamos santificados nosotros también y podamos sentir también esa alegría en lo hondo de nosotros al recibir a Jesús en nuestra vida.

Que María nos ayude a prepararnos, a crecer en la gracia y en el amor, a crecer en la fe y en la santidad de nuestra vida.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Maravilla, milagro y locura de amor la Encarnación de Dios en las entrañas de María


Is. 7, 10-14;

Sal. 23;

Lc. 1, 26-38

Para lo inmenso e impresionante que se estaba realizando, el escenario y las circunstancias donde y cómo se desarrollaba era insólitamente sencillo y humilde. En el salmo hemos diccho ‘viene el Señor, es el Rey de la gloria’. Podríamos pensar y si es el Rey, ¿dónde lo podemos encontrar? Pero no lo vamos a encontrar en palacios.

Un pueblo pequeño e insignificante que podía llegar a ser el chascarrillo de los vecinos de otros pueblos, porque qué podía salir importante de semejante aldea como dirían los convencinos de Caná, cercana a Nazaret.

Una humilde casita que era poco más que una oquedad en la roca arreglada con alguna pequeña habitación que servía para todo; cuando uno se acerca hoy a la inmensa basílica de la Anunciación en Nazaret queda impresionado porque allá como en el subsuelo de tan impresonante edificación una semiderruidas paredes delante de una pequeña cueva en la roca nos señalan lo que era la casita de María de Nazaret y se siente uno deslumbrado por el misterio grande que allí se realizó, la Encarnación del Hijo de Dios en las puras entrañas de aquella humilde y sencilla doncella de Nazaret. Confieso que la visita a Nazaret y la casa de María ha sido una de las experiencias más hermosas de mi vida y que recordaré siempre.

Es lo que trata de describirnos el evangelio hoy. Una humilde doncella desposada con un pobre carpintero o artesano ante la que llega la embajada angélica para comunicarle los misteriosos y admirables designios divinos de querer hacerse hombre y encarnarse en las entrañas de María. No termina uno de comprender tal maravilla, tal milagro y tal locura de amor. Es como para quedarse extasiado ante la escena para no hacer otra cosa que cantar la alabanza del Señor para siempre.

Cuando nos estamos acercando a la Navidad es bueno que nos detengamos en silencio ante tal misterio y locura de amor. Tanto amó Dios al mundo, tanto nos ama Dios que ha querido hacerse hombre, ha querido hacerse Emmanuel para ser para siempre Dios con nosotros, y ha querido hacerse Jesús porque será para siempre también nuestro Salvador.

Nos viene bien recordarlo, meditarlo una y otra vez, rumiarlo allá desde lo más hondo de nosotros mismos para que lo tengamos tan presente que nada ni nadie nos lo haga olvidar; que nada pueda impedir que celebremos con gozo, pero desde lo más hondo de nuestra vida la Navidad que es Dios que está con nosotros porque por nosotros y por nuestra salvación se ha hecho hombre para ser nuestra redentor y salvador.

Creo que tal amor no lo podemos olvidar de ninguna manera y tal amor hemos de sentirle presente y en nosotros cada día de nuestra vida. Miramos y contemplamos ese misterio de Dios. Nos acercamos temblorosos quizá por tanto misterio y tanta grandeza porque no podemos olvidar lo grande que es Dios, pero al mismo tiempo con la confianza del amor porque de tal manera nos sentimos amados que en ese amor nos sentimos grandes nosotros que somos pequeños, nos sentimos hijos los que vamos a ser rescatados del pecado, nos sentimos impulsados a la santidad los que vamos a ser purificados de nuestro pecado por la sangre redentora de su Cruz.

Pero de nuevo miramos a María, la que se siente la última, la esclava, la pequeña pero que reconoce las cosas grandes que Dios hace en ella. Miramos a María y contemplamos su disponibilidad y su amor, la apertura de su corazón a Dios, y la alabanza y la acción de gracias a Dios con la que le canta desde un corazón agradecido y engrandecido porque reconoce que el Poderoso ha hecho obras grandes en ella.

Aprendamos de María, copiemos a María en nuestra vida reflejando sus virtudes y sus actitudes profundas, queriendo cada día parecernos más a ella por cuando se nos ha dejado como madre, y los hijos siempre imitan a la madre.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Como José descubrir el designio de Dios y la colaboración que nos pide


Is. 7, 10-14;

Sal. 23;

Rm. 1, 1-7;

Mt. 1, 18-24

La navidad está cerca. Se cumplen las promesas. Nos sentimos seguros y firmes en nuestra esperanza. Queremos abrirnos a Dios que llega a nuestra vida y lo queremos hacer hoy como lo hizo María, como lo hizo José.

En este cuarto domingo de Adviento miramos a María, pero nos aparece como en contrapunto la figura de José y de él también tenemos que aprender para abrirnos al misterio de Dios que llega a nosotros, para tener unos ojos sensibles a lo divino como los tuvo José y aprender a descubrir también ese misterio de Dios, esos planes de Dios y prestar también la colaboración que Dios nos pide como lo hizo él.

Como lo hizo con María a quien Dios envía un ángel del cielo para comunicarle la maravilla de amor y de gracia que en ella se iba a realizar esperando también su sí, lo hizo también con José. Si María se sintió turbada ante las palabras del ángel que le manifetaban tanta grandeza de Dios para con ella, para José fueron momentos duros y difíciles hasta que no descubrió los designios de Dios, pues no entendía lo que pasaba en María. Fueron momentos de prueba en los que José manifestó la entereza de su vida y la reciumbre de su fe.

Era bueno. Las tinieblas de la duda le rodeaban pero en su bondad no quería hacer daño. Prefería quizá pasar por un doloroso silencio en su corazón, pero a él también Dios se le manifiesta y podíamos decir que también su corazón estaba lleno de gracia, del amor del Señor que quería contar con El.

‘No temas, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criartura que hay en su vientre viene del Espíritu Santo’. Las tinieblas se transforman en luz. También se siente tocado por la mano de Dios y él ha de colaborar igualmente en los planes de Dios. ‘Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’. Ponerle el nombre era la función del padre. Ahí tiene José que ocupar el lugar que Dios tenía reservado para él en la obra de la salvación.

‘Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho Dios por el profeta…’ Lo hemos escuchado en la primera lectura. Es la señal que Dios nos da y que tenemos que saber descubrir. ‘El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel que significa Dios con nosotros’.

María diría como respuesta al anuncio del ángel: ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’. José, en silencio como lo hacía siempre, también aceptaba el plan de Dios. ‘Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a su casa a su mujer’. José había entrado también en el plan de Dios, en los designios divinos para nuestra salvación. Llamará al niño Jesús como le había dicho el ángel ‘porque El salvará a su pueblo de los pecados’.

¿No es hermosa la lección de José? Fidelidad y obediencia; silencio y obediencia; docilidad, humildad, servicio. Pocas pinceladas más nos dan los evangelistas de la vida de José, pero ese será el estilo del recorrido de su vida. Apertura a los designios de Dios en todo momento y obediencia; la obediencia de la fe, silenciosamente, siempre dispuesto a servir. Caminará a Belén cuando las circunstancias históricas se lo pidan, aunque también fueran momentos difíciles y llenos de carencias, pero ahí está viendo la voluntad del Señor. Marchará a Egipto para no poner en peligro la vida del niño y regresará más tarde a Nazaret en lugar de quedarse en Judea, porque en todo lo que va aconteciendo él descubre los designios de Dios para él.

Es la lección que tenemos que aprender y el camino que nos tiene que llevar a descubrir todo lo que es el amor de Dios que se nos manifiesta en esta navidad. Con fidelidad y esperanza también tenemos que aprender a abrir nuestro corazón a Dios y a su presencia maravillosa para descubrir también sus designios de amor para nosotros y para nuestro mundo. Tener unos ojos sensibles a lo divino y a lo sobrenatural como decíamos que había tenido José. Necesitamos esa sensibilidad para que se despierte nuestra fe, para que seamos capaces de admirarnos ante las maravillas que Dios quiere realizar en nosotros y a través de nosotros en los demás, en nuestro mundo.

José colaboró fielmente en ese designio de Dios que era designio de amor y salvación para la humanidad. Si nosotros llegamos a ser capaces de vivir esta navidad de una manera distinta dejándonos inundar por todo el misterio de Dios que llega a nosotros al encarnarse para nuestra salvación, no nos podemos quedar sólo para nosotros tantas maravillas de Dios sino que será algo que hemos de trasmitir, contagiar a los que nos rodean. No es sólo para nosotros; como nos decía san Pablo ‘por El hemos recibido ese don y esa misión: hacer que todos respondan a la fe, para gloria de su nombre’. Que todos puedan responder a la fe es tarea en la que hemos de empeñarnos y comprometernos.

Ya hemos dicho en otro momento de nuestro camino de adviento que el mundo necesita señales para descubrir a Dios y su plan de salvación para nosotros, y decíamos también que nosotros hemos de ser esos signos vivos del amor y de la presencia de Dios en medio del mundo. Es la colaboración que nos pide el Señor como a José. Nuestra vida quizá callada como la de José, sin embargo ha de ser un grito que despierte a los demás, una semilla que haga brotar y florecer la fe en muchos a nuestro lado.

‘Le puso por nombre Jesús porque El salvará a su pueblo…’ Con nuestra vida, con nuestro testimonio vamos nosotros diciendo también Jesús a cuantos nos rodean para que a todos llegue también esa salvación que viene a traernos. Diremos Jesús cuando hagamos ver que navidad no son sólo bonitas palabras y buenos deseos, que navidad no son sólo unos regalos que nos podamos hacer porque nos los trae papá Noel o los Reyes Magos, que navidad no son sólo unas luces parpadeantes que pongamos como adorno, que navidad no son unas simples fiestas para comer bien o mucho, sino que Navidad es el nacimiento de Jesús, que es el Hijo de Dios y nuestro Salvador.

Y diremos Jesús porque El sí es el gran regalo de Dios para nosotros porque nos está mostrando todo el amor que Dios nos tiene, que nos perdona y nos salva, que nos llena de vida y nos hace hijos, que nos pone en un camino de amor para que todos nos amemos y sintamos hermanos, y que nos llena de felicidad, pero no una felicidad externa y de jolgorio, sino una felicidad grande en lo más hondo de nosotros mismos porque nos llenamos de Dios, de su vida y de su gracia.

Aprendemos de José, aprendemos de María a abrirnos a Dios que llega a nosotros. Fidelidad y obediencia de fe, escucha de Dios y silencio como José, docilidad, humildad y servicialidad son actitudes que tenemos que poner en nosotros y así nos prepararemos de la mejor manera a vivir la próxima navidad.