sábado, 25 de diciembre de 2010

Es navidad porque ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre


Es navidad porque ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre

Caminaba ayer en la mañana por la calle ensimismado en mis pensamientos cuando detrás de mi escuché la angelical voz de un niño que iba cantando con mucha alegría ‘cumpleaños feliz’. Curioso me volví y miré a su madre con una sonrisa y espontáneamente me dijo, es su cumpleaños pero él se lo va cantando a todos.

Ese detalle tan bonito de aquel niño me hizo pensar. Estamos nosotros también celebrando un cumpleaños; es el cumpleaños de Jesús, celebramos su nacimiento hoy. Tendríamos que cantarle nosotros a El el cumpleaños feliz – lo queremos hacer con nuestros cantos y con toda nuestra fiesta -, pero resulta que es Jesús el que quiere cantarnos a nosotros - sí, El a nosotros – el cumpleaños feliz. Nosotros nos alegramos y nos felicitamos porque estamos celebrando el nacimiento de Jesús. Y con mucha y honda alegría tenemos que celebrarlo.

Hoy es un día grande porque el que tenemos que felicitarnos, es cierto. Pero nos felicitamos no sólo porque ahora todo el mundo tiene buenos deseos los unos para con los otros. Eso está bien y así cada día tendríamos que saber hacernos felices los unos a los otros. Pero nos felicitamos porque tenemos a Jesús, porque celebramos su nacimiento, con todo lo que eso significa para nosotros, y para nuestro mundo. Y de ahí es de donde tiene que brotar toda nuestra alegría; eso es lo que tiene que producir en nuestros corazones todos esos buenos deseos que hoy nos tenemos.

Anoche nos sentimos sorprendidos con su nacimiento y con el anuncio de los ángeles de que entre nosotros teníamos ya un Salvador. Como aquellos pastores de Belén corríamos anoche hasta el portal, corremos ahora en esta mañana de pascua, venimos aquí para ver, para contemplar eso que el Señor nos ha anunciado por medio del ángel.

Hoy toda la Iglesia se congrega en torno a este Niño nacido en Belén que bien sabemos que es el Emmanuel, que es Dios con nosotros, que es nuestro Salvador que viene a liberarnos de las tinieblas y a inundarnos de su luz. Con gozo grande, con alegría profunda queremos celebrar con la mayor sencillez al tiempo que con la solemnidad que se merece el Señor la Eucaristía en este día de Pascua.

Bueno será que nos detengamos un poco a considerar el misterio grande que celebramos. Maravilla del amor de Dios, locura de amor. ‘En el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para ssumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado’.

Así lo expresa maravillosamente la liturgia de este día en uno de los prefacios de la Navidad. Presente en medio de nosotros, lo contemplamos asumiendo nuestra naturaleza pero para darnos vida, para elevarnos, para limpiarnos y purificarnos de nuestro pecado, para regalarnos su vida. Toma nuestra vida y nos regala su vida. Cargará con nuestro pecado para llenarnos de gracia.

Todo eso hemos de contemplar al mirar a este Niño recien nacido en Belén. No nos quedamos en un niño aunque ahora lo contemplemos en el misterio de su nacimiento. Es Dios verdadero en medio nuestro al hacerse también verdadero hombre. Se hace así nuestra salvación, nuestra vida. No podemos separarlo nunca del misterio pascual. Pensemos que estamos celebrando hoy su nacimiento y lo hacemos celebrando el misterio pascual de su muerte y resurrección que es lo que celebramos y proclamamos siempre en la Eucaristía.

Necesitamos, sí, penetrar con fe profunda en el misterio que estamos celebrando y así nos llenaremos de inmensa alegría. Una alegría que nace de toda esta consideración que nos hacemos del amor que el Señor nos tiene y alegría que vivimos hondamente en la medida en que queremos comenzar a vivir esa nueva vida de amor a la que El nos llama. Por eso nos desbordamos en estos días en gestos de amor para con los demás; parecería que todos somos más buenos; parece que la paz es más posible, y la armonía entre todos; hoy nos sentimos más impulsados a buscar lo bueno para con los demás y a hacernos felices los unos a los otros.

Pero todo eso tiene que nacer de Jesús, de su amor, de ese regalo grande que Dios nos ha hecho cuando nos ha dado a Jesús, cuando se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. Sí así lo hacemos lo podremos vivir con mayor profundidad y hondura. No será un deseo fugaz o una palabra que se lleva el viento, o la alegría que surja por estímulos artificiales.

Cuando comenzamos al revés, y digo al revés en el sentido de que lo hacemos buscando cosas externas que nos estimulen a esa alegría y a esa fiesta, todo se quedará en nada, en unos días de fiesta pasajera, pasarán esos momentos de euforia y seguiremos luego con las mismas batallitas de todos los días y con las mismas negruras en nuestras relaciones. Qué lástima que para muchos la navidad se quede en eso nada más.

Pero cuando arrancamos de verdad de ese amor tan grande de Dios que se nos manifiesta en Cristo, entonces sí que estaremos comenzando un mundo nuevo de auténtico amor y verdadera fraternidad. Los que vivimos inmersos en la luz de la Palabra hecha carne hemos de hacer resplandecer en obras y en obras de amor esa fe que tenemos en nuestro corazón. Es una de las peticiones que hacemos en las oraciones de la liturgia de este día.

Que resplandezca con el nacimiento de Jesús nuestra fe; que resplandezca nuestro amor. Nos llenamos de alegría y queremos contargiar de esa alegría verdadera al mundo. Que con la presencia de Cristo en nuestra vida, dejándolo que penetre profundamente en nuestro corazón, desaparezcan para siempre esas superficialidades y vanalidades.

En en el Niño Dios que contemplamos nacer hoy en Belén tenemos toda la fuerza que puede transformar nuestro mundo. ‘Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor al hombre…’ nos decía el apóstol en una de las lecturas de esta fiesta. Tenemos el amor que es el que en verdad lo transformará; el amor que hará que nuestro mundo sea mejor cuando nos amemos más entre nosotros, seamos capaces de compartir y ser solidarios los unos con los otros, el amor que nos hace hermanos y nos hará vivir en paz y en bonita armonía. Pidamos esa gracia del Señor.

El evangelio del nacimiento nos dice que después que los pastores llegaron al lugar del nacimiento, contemplando ‘a María y a José, y al niño acostado en el pesebre… se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, todo como les habían dicho’. Es como nosotros tenemos que prolongar nuestra celebración más allá de los muros de la iglesia en que lo celebremos, porque daremos gloria y alabanza a Dios contando a todos lo que es nuestra fe, lo que hoy hemos contemplado y celebrado. Cuando nos felicitemos, pues, los unos a los otros en este día de Navidad hemos de hacerlo haciendo referencia a Jesús porque esa es, tiene que ser la verdadera Navidad que celebramos y que vivimos.

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