domingo, 26 de diciembre de 2010

La familia escuela de humanismo y semillero de santidad a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret


Eclesiástico, 3, 2-6.12-14;

Sal. 127;

Col. 3, 12-21;

Mt. 2, 13-15.19-23

‘Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre’. Así escuchábamos ayer en el evangelio. Así lo encontrarán los Magos de Oriente, como escucharemos en unos días. Y en el evangelio hemos escuchado hoy que nos habla de aquella sagrada familia de José, María y Jesús con sus dificultades que le harán emigrar a Egipto y luego finalmente establecerse en Nazaret.

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. En medio de este ambiente navideño que por otra parte tiene también tan hermosas resonancias familiares, la liturgia nos invita en este primer domingo después de la celebración del Nacimiento del Señor a contemplar y a celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, imagen en quien mirarse y modelo que imitar para todas nuestras familias.

El Dios amor no podía encontrar mejor realidad humana a la hora de encarnarse y hacerse presente en medio de nosotros para nuestra salvación que la familia. Cuna de amor donde se hace realidad viva esas variadas situaciones de nuestro amor humano. ‘Una realidad con los cuatro rostros del amor humano: paternidad, filiación, hermandad y nupcialidad’ (Puebla 1979).

En la familia llega a la más hermosa plenitud el amor matrimonial y esponsal de un hombre y una mujer que forman matrimonio; en la familia se vive con toda intensidad todo lo que es el amor de una paternidad y una maternidad en esa donación de amor tan hermosa que hacen los padres para con sus hijos; y es en la familia donde se vive esa hermosa relación filial que ya no es solo recibir amor sino también ofrenda de amor de unos hijos para con sus padres; y es también en la familia donde se tiene la rica experiencia de esa hermosisima relación fraternal del amor de los hermanos que caminan juntos, que crecen y maduran juntos alimentados en el amor de los padres, y donde se aprenderá todo el sentido del amor al otro para vivir siempre en esa donación de si a favor de los demás. Es por eso por lo que decimos también que ‘la familia es la célula primera y vital de la sociedad y la primera escuela de virtudes sociales’, como nos enseña el concilio Vaticano II.

La familia, pues, escuela de la más rica y hermosa humanidad, como el mejor caldo de cultivo para la realización de sí mismo y el mejor semillero de un crecimiento espiritual. ‘Escuela del más rico humanismo’, que nos dice la Gaudium et spes del Concilio. En la familia no vivimos unas relaciones interesadas ni nuestro trato desde un mercantilismo del doy para que me des o me das para que yo te dé. No son las cosas materiales las que nos unen, sino son otros lazos más íntimos y sutiles nacidos del amor más puro los que crean y mantienen esa comunidad de vida y amor que es la familia.

Es la familia, entonces, escuela también escuela de espiritualidad de tal manera que como cristianos la podemos llamar también Iglesia doméstica. Es ahí donde mejor poder aprender a conocer a Dios, donde primero se nos habla de Dios y se nos descubre su misterio de amor aprendiendo a llamarlo Padre; pero será ahí en la familia donde aprenderemos a relacionarnos con Dios – en la familia deberíamos aprender las primeras oraciones – y donde hemos de saber hacer Iglesia que escucha y ora al Señor, que le alaba y la de gracias en las distintas situaciones de la vida, y donde también aprenderá a contar con la ayuda y la fuerza de Dios en las diversas necesidades de la vida.

Como familias cristianas hemos de saber poner el centro de nuestra vida en Jesús al tiempo que de El y su Palabra recibir la luz que nos guíe, nos ilumine en los caminos de la vida y nos de la fuerza que necesitamos. Si supiéramos hacerlo que distinta sería la realidad en comparación con tantas familias rotas y con dificultades de todo tipo que contemplamos a nuestro alrededor. Lástima que nuestras familias cristianas no sepan aprovechar y beneficiarse, por decirlo de alguna manera, de toda esa riqueza de gracia que Cristo nos deja en el sacramento del matrimonio.

Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret y en ella podemos ver reflejadas todas esas virtudes y valores que hemos de cultivar en el seno de nuestras familias. Precisamente la realidad en que se nos presenta en concreto en el texto hoy escuchado no es una situación fácil. La huída a Egipto como unos emigrantes o unos desplazados de la sociedad, como tantas situaciones difíciles que contemplamos a nuestro alrededor. Pero allí está la entereza de una familia unida, de un matrimonio de creyentes que se dejan conducir por el Señor, de una fortaleza humana y espiritual que les hace afrontar esas situaciones difíciles de una manera distinta.

Es por eso por lo que tenemos que aprender a entrenarnos y hacer ese crecimiento de nuestra vida interior, de una espiritualidad profunda que nos dé sentido y fortaleza porque en verdad nos dejemos guiar por el Espíritu del Señor y en El siempre encontremos la fortaleza de la gracia. Es la gracia del sacramento que un matrimonio cristiano recibe cuando se casa en el Señor, cuando vive en verdad su matrimonio como sacramento. Que distinta sería la solución de tantos problemas que afectan al matrimonio y a la familia si se supiera contar con la gracia y la fuerza del Sacramento, que es la gracia y la fuerza del Señor.

Muchas reflexiones podríamos seguir haciéndonos en torno a esta realidad de la familia. Mucho tendríamos que aprender de aquel hogar bendito de Nazaret. Pero hoy en nuestra celebración vamos a pedir con toda intensidad por la familia, que en la sociedad en la que vivimos se ve hasta bombardeada por tantas cosas que quieren destruirla. Para nosotros es un valor fundamental que no podemos dejar desaparecer de ninguna manera.

Pidamos al Señor por nuestras familias y pidamos por todas las familias que se encuentran con problemas. Pueden ser problemas de subsistencia para muchos en estos momentos de crisis económica y social, pero pueden ser también otros problemas sociales y humanos los que puedan poner en peligro su estabilidad. Pidamos al Señor por esos matrimonios rotos y esas familias destrozadas donde falta la paz, porque quizá se haya enfriado el amor.

El texto de la Carta a los Colosenses nos da hermosas pistas de esas virtudes que hemos de cultivar: miseriordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón y aceptación mutua, unidad, amor. Y todo iluminado por la Palabra del Señor y alimentado con la oración y la alabanza al Señor.

Pidamos hoy a la Sagrada Familia de Nazaret que se derramen abundantes bendiciones del Señor sobre nuestras familias y se pueda seguir dando ese hermoso testimonio del amor y sigan siendo esas escuelas de humanidad, de espiritualidad, como antes decíamos, y verdaderos semilleros donde cultivemos cada día la santidad de nuestra vida.

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