martes, 28 de diciembre de 2010

Los Santos Inocentes y la brillante multitud de los mártires que alaba al Señor



1Jn. 1, 5-2, 2;

Sal. 123;

Mt. 2, 13-18


‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Con estas versículos tomados del Tedeum, himno de acción de gracias que rezamos en la liturgia, hemos aclamado hoy al Evangelio que se nos ha proclamado. ‘Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Inocente multitud de niños que en Belén y sus alrededores murieron masacrados por la crueldad de Herodes, como hemos escuchado en el Evangelio. Celebramos hoy la fiesta de los Santos Inocentes.

Protomártires, en verdad podemos decir, por ser los primeros que mueren por la causa de Jesús. Era Jesús el que era ya perseguido queriéndolo quitar de en medio a causa de la ambición y orgullo de aquel malvado rey. Ya lo hemos escuchado en el evangelio. Es ya como un preanuncio de la Pascua de Jesús que escuchamos y celebramos en medio de este ambiente navideño mientras estamos celebrando su nacimiento en Belén. Contemplar y celebrar a Jesús en cualquiera de los misterios de su vida es contemplar y celebrar siempre su Pascua, su entrega por nuestra salvación. Estos niños inocentes que hoy celebramos en cierta medida se están uniendo a ese misterio pascual de Cristo, a ese misterio de salvación.

Para nosotros siempre el testimonio de los mártires es un estímulo grande para nuestra vida, para nuestra fidelidad y para el testimonio que igualmente nosotros hemos de dar del nombre de Jesús. En ese sentido van las oraciones y todos los textos de la liturgia de este día. Así pedíamos en la oración que si bien los mártires inocentes proclaman la gloria del Señor, no de palabra, sino con su muerte, que el Señor nos conceda a nosotros testimoniar con nuestra vida lo que profesamos de palabra.

Es esa fortaleza de la fe que hemos de testimoniar con nuestra vida. Confesamos la fe, decimos lo que creemos y lo manifestamos a los demás con nuestras palabras, pero el gran testimonio que hemos de dar ha de ser con nuestra vida, con nuestras obras. Hemos recibido el don del Espíritu para hacernos testigos.

Sin querer ser pesimista ni ver las cosas con negrura bien sabemos que no siempre es fácil nuestro testimonio cristiano; y que en el momento que vivimos no siempre es bien recibido quizá ese testimonio que hemos de dar. Pero no podemos callar, tenemos que ser valientes para proclamar con nuestras obras y palabras esa fe que confesamos, manifestarnos como creyentes y como cristianos, dar razón de lo que es nuestra fe y nuestra esperanza con las obras de amor de nuestra vida.

El celebrar esta fiesta de estos mártires inocentes y precisamente en estos días de navidad como la liturgia nos propone, me hace pensar en tantos cristianos que hoy en el mundo están sufriendo persecusión por el nombre de Cristo. Quizá habremos escuchado noticias estos días que en algunos lugares no se pudo celebrar la misa de nochebuena por falta de seguridad, o que incluso en otros lugares estos días fueron heridos muchos cristianos que estaban participando en la misa de medianoche de Navidad.

Hablando desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, el pontífice deseó "que el amor del 'Dios con nosotros' otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos".

Deseó que "el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo Oriente Medio, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las naciones a una solidaridad efectiva para con ellas".

Que al celebrar hoy esta fiesta de los Santos Inocentes, no sólo nos sintamos estimulados, como decíamos con el testimonio de tantos mártires, sino que además nos sintamos solidarios con tantos cristianos que en distintos lugares están sufriendo persecusión a causa de su fe. Oremos por ellos y que el Señor les dé a ellos y nos dé a nosotros también esa fortaleza de la fe, esa fortaleza de la gracia y que con esa brillante multitud de los mártires alabemos al Señor, cantemos la gloria del Señor.

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