sábado, 12 de septiembre de 2009

Dulce nombre de María con olor a jardín florecido


Ecles. 24, 17-22
Sal.: Lc. 1, 46-55
Lc. 1, 26-38



‘¡Alégrate, la llena de gracia! ¡Alégrate, no temas, María! El Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios…’
Bendito nombre el de María. Su nombre es bendición y es gracia. Decir María es decir Madre, la Madre de Dios… también nuestra madre. Decir María es caminar hacia la luz, es sentir que la luz viene sobre nosotros. Decir María es pensar en Jesús. Bendito el nombre de María… bendito el nombre de Jesús.
No hay otro nombre bajo el cielo ni sobre la tierra que sea para nosotros salvación como el nombre de Jesús. ‘Ante El toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo…’ porque al decir Jesús estamos llamando a Dios, al decir Jesús sobre nosotros se derrama la salvación. Jesús es el Dios que nos salva, el que nos trae el perdón, el que nos llena de vida.
Pero hoy estamos haciendo fiesta de María y aprendiendo a invocar su nombre; hacemos fiesta de María y le damos gracias a Dios porque nos ha dado una madre tan hermosa que es la Madre de Dios; bendecimos y alabamos al Señor porque cuando llamamos a María parece que todos los caminos se nos abren, los caminos que nos llevan y acercan al Salvador.
¡Qué hermoso es el nombre de María, el nombre de la Madre, de nuestra Madre, la Madre del Señor! Un nombre que nos huele a jardines florecidos, porque al decir María, al nombrar a María van brotando en su derredor todas las hermosas flores que son sus virtudes, sus gracias de las que toda ella está inundada. Además de María brota la más hermosa frescura, el más intenso aroma del amor, el perfume más exquisito de todas sus virtudes de las que ella es para nosotros el mejor ejemplo.
Glorioso es el nombre de María, como decíamos en la antífona de entrada tomando palabras del cántico a Judith, la heroína del Antiguo Testamento por la que se vio libre el pueblo antiguo de la vara del opresor. ‘El Señor te ha bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra; ha glorificado tu nombre de tal modo que tu alabanza está siempre en boca de todos’. ‘Bendita tú entre todas las mujeres’, como le dijo Isabel y como le repetimos una y otra vez en el Avemaría.
Su nombre es santo porque con él llamamos e invocamos a ‘la llena de gracia’, la que encontró gracia ante Dios de manera que fecundada por obra del Espíritu Santo de ella había de nacer el que nos trajera la gracia y la salvación.
Es su nombre el que invocamos y está frecuentemente en nuestros labios porque así recurrimos a su protección maternal; así nos sentimos defendidos y protegidos contra las acechanzas del enemigo, contra todos los peligros que nos acechan. ‘Has querido, con amorosa providencia, que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de tus fieles; éstos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella’, diremos en el prefacio de esta fiesta de María.
Queremos que la protección de María, cuando invocamos su nombre, nos haga comprender lo que significa también llevar el nombre de cristiano; que nunca profanemos la dignidad a la que está elevada nuestra vida desde el bautismo; que siempre seamos capaces de comportarnos conforme a esa dignidad con una santidad de vida.
Que María nos proteja; que María nos ayude; que María nos alcance esa gracia de parte del Señor.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Se fió de mi y me confió este ministerio

1Tim. 1, 1-2.12-14
Sal. 15
Lc. 6, 39-42


Iniciamos hoy la lectura de la primera carta de san Pablo a Timoteo, ‘verdadero hijo en la fe’, como le llama en el saludo de la carta. Efectivamente Timoteo se había unido a Pablo en su segundo viaje por el Asia Menor. Le había acompañado hasta que Pablo lo dejó al frente de la comunidad de Éfeso. A él dirige dos cartas, llamadas pastorales, donde principalmente le da orientaciones en orden a organizar la comunidad, pero con hermoso contenido que nos ilumina en nuestro camino de la vida cristiana.
Tras el saludo Pablo hace una auténtica confesión de fe, reconociendo de quien ha recibido la misión que se le ha encomendado. ‘Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio…’
Que me hizo capaz…’ Ya en su presentación en el saludo se llama a sí mismo ‘Apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro Salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza’. No es un ministerio o servicio que haya asumido por sí mismo, como reconocerá también en otros lugares, sino que ha sido llamado por el Señor para ser apóstol.
‘Y se fió de mí…’ A continuación reconoce humildemente su condición anterior a su conversión. ‘Eso que yo era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía’. Hermoso su gesto de humildad, al tiempo que el reconocimiento de la grandeza del Señor que le ha llamado y se ha fiado de él. Tiene otras resonancias esta confesión. María, se llama a sí mismo la esclava del Señor, pero reconoce que el Señor ha hecho en ella cosas grandes.
Y terminará diciendo Pablo: ‘Y me confió este ministerio’. Y es que ‘Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano’. Todo es gracia, regalo de Dios. Y los regalos de Dios son siempre generosos, sin medida. Por eso dice ‘derrochó’. Todo es un derroche de gracia del Señor.
Muchas cosas podemos aprender de estas palabras y de esta actitud de Pablo. El ha experimentado en su vida lo que es la gracia de Dios, el amor misericordioso del Señor. Eso le hace actuar también con misericordia con los demás. Cómo tenemos que aprender la lección. Reconocer en nuestra vida la misericordia del Señor con nosotros que somos pecadores, nos tendrá que hacer actuar de manera distinta con los otros. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar? Como nos dice hoy el evangelio tenemos que mirar la viga de nuestro ojo antes de ver la mota que pueda haber en ojo de nuestro hermano. Pero qué dados somos para el juicio y la condena, ver las faltas de los demás pero no ser capaces de reconocer nuestras propias debilidades y flaquezas.
Yo también, de manera personal, quiero como el Apóstol dar gracias a Dios ‘que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio’, el ministerio sacerdotal. Así de grande ha sido el amor de Dios en mi vida. Así lo ha derrochado sobre mi para seguir confiando en mí a pesar de mis debilidades, de mis fracasos, de mi pecado. Y el Señor sigue confiándome este ministerio. Invito a quien lea estas consideraciones a dar gracias a Dios conmigo.
Pero todos hemos de saber descubrir esa acción maravillosa en nuestra vida, ese amor que se derrama sobre cada uno de nosotros, allí donde estemos, y en la misión que nos haya confiado. Todo es vocación, porque todo es llamada de Dios. Ese lugar que ocupo, esa profesión que realizo, esas actividades que hago, esa vida en el seno del hogar y de la familia, todo son llamadas de Dios, y todo es un derroche de la gracia de Dios sobre nosotros para el cumplimiento fiel de esa vocación a la que hemos sido llamados.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado

Col. 3, 12-17
Sal. 150
Lc. 6, 27-38


Tenemos que comenzar por decir que pueblo no es sólo una determinada demarcación geográfica, ni sólo un conglomerado de personas que viven en un lugar determinado. Quizá muchas veces cuando nos referimos a un pueblo nos quedemos en esa primaria idea de lo que es un pueblo, pero si nos paramos a pensar nos damos cuenta que es algo más.
Las personas que conforman un pueblo normalmente y se sienten de verdad miembros de ese pueblo o comunidad tienen unas características que les son comunes. Es lo que llamamos idiosincrasia o la manera de ser de las personas de un lugar y que de alguna manera las caracterizan y definen. Eso lo notamos claramente sobre todo de algunos pueblos fijándonos en sus costumbres, su manera de actuar y, si queremos, comparando pueblos vecinos y descifrando las características propias de cada pueblo.
¿Por qué decimos todo esto? San Pablo hoy en su carta a los Colosenses nos habla de un pueblo, al que llama ‘elegido de Dios, pueblo sacro (sagrado) y amado…’ Está refiriéndose, como todos podemos comprender, a la Iglesia, a la comunidad de los que creemos en Jesús.
Y nos habla de un uniforme. Y ya sabemos que el uniforme es el vestuario que define a un determinado grupo, porque en él todos llevan el mismo vestido y apariencia.
Pero Pablo nos está hablando del uniforme del cristiano que no puede quedarse reducido a un vestido externo, sino que está haciendo referencia a algo mucho más hondo. Nuestra idiosincrasia, por emplear la palabra que mencionábamos anteriormente, nuestra manera de ser, aquello que nos distingue como pueblo de Dios.
¿Cuál es ese uniforme? En una palabra, es el amor. Ya nos lo dejó dicho Jesús que sería por lo que nos distinguirían. Claro que el amor tiene como su raíz más profunda la fe y la esperanza. Ese amor va a nacer en esa fe que tenemos en Dios, que primero El nos ha amado y elegido. Porque desde esa fe en Dios encontramos el modelo y la fuerza para vestirnos de él.
¿Qué características nos propone el apóstol? ‘La misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión…’ No amamos simplemente porque no hagamos daño al otro, o formalmente seamos buenos y respetuosos con él. Es algo más hondo y más lleno de matices. Nos habla de un amor entrañable, luego tiene que nacer de lo más hondo de nuestras entrañas, o de nuestro corazón. Pero nos habla también de los detalles en los que se ha de manifestar ese amor, porque está lleno de dulzura, de comprensión, de bondad, de humildad. Y cuántas cosas se encierran en estas palabras.
Eso nos llevará, por ejemplo, a aceptarnos y sobrellevarnos, que no es simplemente aguantarnos, sino que es aceptarnos desde una relación de amor. Amor que tendrá que traducirse en perdón. ‘Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro…’, que nos dice el apóstol. Precisamente hoy en el Evangelio Jesús nos ha hablado del perdón. Perdón a todos, también a los enemigos; perdón que se hace oración también por aquellos a los que nos cuesta amar. ‘Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian…’ Porque en algo tenemos que diferenciarnos los que seguimos a Jesús.
Nos habla de amor como ceñidor y de paz como árbitro. Todo envuelto en el amor, buscando siempre la paz. Y ante cualquier dificultad o conflicto, la paz que nace del amor es lo que tiene siempre que primar. Cuánto tendríamos que decir en este aspecto, pero no queremos alargarnos.
Y como termina diciéndonos hoy el apóstol, todo siempre para la gloria de Dios. ‘Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de El’.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Las bienaventuranzas ¿una utopía irrealizable o el proyecto de Dios?

Col. 3, 1-11
Sal. 144
Lc. 6, 20-26


¿Utopía, sueño inalcanzable, proyecto de Dios? Hay quienes al escuchar el mensaje del evangelio, sobre todo cuando escuchan las Bienaventuranzas tal como nos las presenta Mateo o como Lucas como hoy hemos escuchado, piensan que eso es una utopía, queriendo decir que es un sueño bonito, sí, pero que eso no se puede realizar en la vida.
Consciente de la dificultad, sin embargo me atrevo a decir, es el proyecto de Dios para el hombre, un hermoso proyecto que nos haría inmensamente felices. Es que Jesús lo que quiere proponernos es algo nuevo, Buena Noticia, Evangelio. Nos plantea un nuevo sentido de vivir, una nueva óptica para ver las cosas, un nuevo corazón.
Por eso, no nos extrañe que comience su predicación precisamente invitándonos a la conversión, al cambio del corazón, de la mentalidad. Nos anuncia el Reino de Dios, pero para poder aceptarlo tiene que haber una nueva disponibilidad en el corazón, una apertura a lo grande y maravilloso que nos presenta, aunque de entrada pudiera parecernos inalcanzable.
Las palabras y los gestos de Jesús muchas veces nos desconciertan, nos encuentran mal colocados, pero sus palabras y sus gestos no son locuras, son hermosos proyectos de vida nueva que nos ofrece el amor inmenso de Dios.
En las Bienaventuranzas que nos propone Lucas y que hoy hemos escuchado, se nos habla de que serán dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos. Ya decíamos que nos puede parecer desconcertante. ‘Dichosos los pobres… dichosos los que ahora tenéis hambre… dichosos los que ahora lloráis… dichosos vosotros cuando os odien los hombres, os excluyan y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre…’ ¿Y qué nos ofrece? ‘…porque vuestro es el Reino de los cielos… quedaréis saciados… reiréis… alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo’.
Todo esto se puede comprender con la esperanza del Reino de Dios. En la sinagoga de Nazaret en lo que hemos dicho que fue su presentación había dicho que los pobres serían evangelizados, que habría libertad para los oprimidos, alegría para los que lloran y para los que son perseverantes hasta el final a pesar de las dificultades era el año de gracia. En otro lugar también nos dirá ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.
Se anuncia pues la Buena noticia a los pobres y a los que sufren, a los que se sienten oprimidos y a los que lloran. En la esperanza ya sentimos el gozo. Pero es que ese gozo no es un sueño, sino es la consecuencia de la vida nueva que surge cuando de verdad hemos optado por el Reino de Dios. Cuando hemos optado por seguir a Jesús y vivir el Reino de Dios nuestra vida, la vida de todos ha comenzado a ser distinta; habrá más amor y más solidaridad, habrá más autenticidad en la vida del hombre y habrá más justicia. Y eso ¿no hará que la vida de los pobres y de los que sufren cambie? Comenzarán día de dicha y de felicidad porque nos hemos tomando en serio el seguir a Jesús.
Ya no es un sueño irrealizable sino que es algo que ya estamos comenzando a vivir. Es el proyecto de Dios. Y para realizarlo no nos sentimos solos y sin fuerzas. Si Jesús en la Sinagoga con Palabras del Profeta había dicho ‘el Espíritu está sobre mí porque El me ha ungido y me ha enviado…’ eso lo podemos sentir nosotros también. Somos los ungidos y los enviados con la fuerza del Espíritu Santo. No nos faltará nunca la gracia divina para que se cumplan esas esperanzas del Reino de Dios y lo comencemos a vivir.

martes, 8 de septiembre de 2009

El nacimiento de María es la aurora que anuncia el día




Miqueas, 8, 2-5
Sal. 12
Mt. 1, 1-16.18-23




Los textos bíblicos que nos ofrece hoy la liturgia hacen más bien referencia al nacimiento de Jesús aun cuando estemos celebrando el nacimiento de María. Creo que podemos comprenderlo fácilmente porque en primer lugar celebrar el misterio de María no podemos hacer sin referencia a Jesús su Hijo. Y por otra parte nada hay en la Biblia que directamente nos cuente el nacimiento de María. Y es que además nunca podemos quedarnos en María sino que siempre ella nos llevará a que nos centremos en Jesús.
Nos llenamos de gozo en esta fiesta del nacimiento de María que es como un anticipo o como un ensayo general para lo que será la alegría del Nacimiento de Jesús. Hay un Himno en la Liturgia de las Horas, tomado probablemente del tesoro inagotable y riquísimo de nuestros poetas místicos de la Edad de Oro del Misticismo, que así precisamente la canta como una invitación a los ángeles a la alegría y a la fiesta en el nacimiento de María como un ensayo para los cantos y las aclamaciones de los coros celestiales en el nacimiento de Jesús.



‘Canten hoy, pues nacéis vos,


los ángeles, gran Señora,


y ensáyense desde ahora,


para cuando nazca Dios.


Canten hoy, pues a ver vienen


nacida su Reina bella,


que el fruto que esperan de ella


es por quien la gracia tienen.


Digan, Señora, de voz,


que habéis de ser su Señora,


y ensáyense, desde ahora,


para cuando nazca Dios’.



El nacimiento de María es la aurora que anuncia el día. María es la Madre de la luz, con una de las hermosas advocaciones con las que el pueblo cristiano la celebra en muchos lugares en este día, porque es la Madre de Cristo, la verdadera luz del mundo. La luz que brilla y resplandece en la santidad de María es el reflejo de la santidad de Dios, de la que ella bien supo llenarse. Porque ella es la llena de gracia, la que está inundada de Dios, ‘el Señor está contigo’, le dice el ángel de la anunciación.
Pero es que Dios la había llamado y escogido de manera especial para ser su Madre. La había adornado de toda gracia. En el conocimiento de Dios, para quien no hay tiempo, El sabía del sí de María al proyecto de Dios, que no sólo era para su vida, sino para la salvación de la humanidad. Por eso la hizo toda pura, toda santa desde el primer instante de su concepción. Porque si hoy nos alegramos y hacemos fiesta en el nacimiento de María, hace nueves meses exactamente, el 8 de diciembre, la proclamábamos Inmaculada, sin pecado, purísima desde el primer instante de su concepción.
Nos alegramos y cantamos las alabanzas de María en su fiesta. La felicitamos en su cumpleaños, podemos decir con toda razón. ¿No nos felicitamos unos a otros en nuestros cumpleaños, en la coincidencia con el día de nuestro nacimiento? ¡Cómo no hacerlo y hacerlo de manera especial con la Madre, la Madre de Dios pero también nuestra Madre!
Pero ya sabemos cuál es la mejor alabanza y felicitación que podemos hacer a nuestra madre. No son regalos de flores o de joyas lo que ella quiere de nosotros. Esos regalos tendríamos que hacérselos a ella en nuestros hermanos, sus hijos, más pobres. El mejor regalo que podemos hacerle es copiar de ella en nuestra vida sus virtudes y su santidad.
Que aprendamos de María a decir Sí al proyecto de Dios para nuestra vida. Y el proyecto de Dios es un proyecto de salvación. Llenándonos y viviendo su salvación es como estaremos diciendo sí a ese proyecto divino para nosotros. Ese sí pasa por una vida santa, una vida sin pecado, una vida llena de gracia, como la de María. A su lado nos sentimos pequeños y pobres con nuestra vida tan llena de pecado.
Lo que agradaría a María es nuestro propósito y nuestro compromiso de mejorar y cambiar nuestra vida. Ser cada día más santos. si tan prontos somos desgraciadamente para caer en las redes de la tentación y del maligno que nos lleva al pecado, que prontos seamos para levantarnos de nuestro pecado. Sabemos que la Madre está siempre rogando por nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte como le decimos en el Avemaría, y que con su ayuda seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Un valor y significado para nuestros trabajos y dolores

Col. 1,24-2, 3
Sal. 61
Lc. 6, 6-11


San Pablo nos habla hoy de sus luchas y trabajos para anunciar a todos el evangelio de Jesús. ‘Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros el mensaje completo….’ Y quiere que el anuncio llegue a todos y es lo que quiere hacer. ‘Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos con todos los recursos de la sabiduría…’
Por eso les dice que quiere que tengan ‘noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente… tarea en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que El me da’.
Pero esta lucha y este esfuerzo le hace sufrir. Es el celo del apóstol que a todos quiere llegar y que busca la manera de mejor hacerlo y no siempre obtiene la respuesta deseada. Pero este sufrimiento no es para él un tormento sino una alegría. ‘Me alegro de sufrir por vosotros’, les dice. Podría parecer incomprensible que sufra y al mismo tiempo esté alegre. Pero hay un motivo, que además nos descubre un mensaje bien hermoso.
Y este mensaje es el descubrir el valor del sufrimiento. Algo que nos vale para motivarnos a nosotros cuando también tenemos que enfrentarnos al dolor y al sufrimiento que padecemos muchas veces en nuestra propia carne, allá en lo más hondo de la persona. ‘Me alegro de sufrir por vosotros, les dice, así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia’.
¿Significa esto, acaso, que la pasión de Cristo no está completa? No es eso lo que nos quiere decir el apóstol. Los dolores y sufrimientos de Cristo en su entrega por nosotros que le hizo padecer la pasión y la muerte, son de un valor infinito. Por amor Cristo se entregó por nosotros dándole valor y sentido al sufrimiento para así hacernos llegar la vida y la redención.
Cuando el apóstol habla de completar es una manera de decirnos que él con sus sufrimiento se une a los sufrimientos y la pasión de Cristo. Es querer ponernos al lado de Cristo sufriente, de Cristo en el amor de su pasión y su cruz. Nos está enseñando a darle un valor y un sentido a nuestro propio dolor y sufrimiento, cuando seamos capaces de hacer una ofrenda de amor en El, para unirnos al amor de Cristo en su entrega por nosotros.
Es Cristo quien nos ha redimido, nos ha salvado. Nosotros queremos recibir su salvación, su vida, su gracia, su perdón. Pero tenemos la oportunidad de unirnos a El en su sacrificio con nuestro sacrificio y nuestra vida, con nuestro dolor y con nuestro amor. Y así nuestro sufrimiento en ese amor y en esa unión con Cristo adquiere un nuevo valor y un nuevo sentido. No es lo mismo sufrir resignadamente que poner amor en nuestro dolor. Y cuando por amor nos unimos a Cristo El no nos va a dejar solos; si queremos nosotros ser sus cireneos que le ayudemos a llevar la Cruz, es El quien se convierte en nuestro Cirineo estando a nuestro lado y ayudándonos a llevar nuestra cruz.
Les decía a mis ancianitos y ancianitas esta mañana cuando les comentaba este texto: No penséis que porque sois mayores, llenos de achaques y debilidades, con muchas enfermedades en vuestros cuerpos, ya sois unas personas para arrinconar y que no valéis nada. Tenéis un valor grande, no solo en esa riqueza inmensa que atesora vuestra vida con tanta sabiduría que habéis adquirido con el paso de los años, sino que tenéis el potencial de vuestras debilidades, de vuestros achaques, de vuestros sufrimientos, si sabéis ofrecerlos al Señor.
Tienen ustedes una palanca muy poderosa en vuestras manos para pedir al Señor. Os acordáis mucho, por ejemplo, de vuestros hijos y de vuestros familiares y aunque estéis aquí dentro os sigue preocupando su futuro, su prosperidad, su vida. Pues desde aquí podéis hacer mucho para ayudarles ofreciendo vuestra vida, vuestros dolores, vuestras debilidades al Señor.
Una palanca poderosa para pedir por la Iglesia y por el mundo, para pedir por la paz y para que cambien muchas cosas a mejor: el ofrecimiento de vuestra vida. Y lo digo a todos los que comparten esta reflexión. Todos tenemos muchas cosas que ofrecer al Señor desde la debilidad que de una manera u otra aparece continuamente en nuestra vida. Completamos, si, en nuestra carne, los dolores de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia, por nuestro mundo, por tantas cosas que queremos pedirle al Señor.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Complejos, discapacidades, barreras de las que nos cure o libere el Señor


Is. 35, 4-7;
Sal. 145;
Sant. 2, 1-5;
Mc. 7, 31-37


‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’.
Fue la reacción de la gente. Un milagro que contemplamos hoy en el evangelio que nos hace comprender que Jesús hace lo anunciado por los profetas. ‘Mirad que viene nuestro Dios… se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará’.
Recordamos que cuando Juan, el Bautista, está en la cárcel prisionero de Herodes mandó a sus discípulos a preguntar ‘¿eres tú el que ha de venir, o sea tu eres el anunciado por los profetas como Mesías de Dios, o hemos de esperar a otro?’ Ya sabemos la respuesta de Jesús que, después de hacer milagros curando enfermos, les dice a los embajadores de Juan: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído…’
Signos de la llegada del Señor con su salvación. Alegría porque la transformación es tan grande como que el desierto y el páramo se conviertan en vergel porque lo surcan abundantes corrientes de agua. Nos lo decía hoy también Isaías. ‘Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramos será un estanque, lo reseco un manantial’.
Pero, ¿qué tendremos que transformar en nuestra vida o cuáles son los males de los que el Señor habrá de curarnos? Eso mismo que hemos escuchado en el evangelio tendría, tiene que realizarse hoy en nosotros. Sí, hemos de decir como Jesús en la Sinagoga de Nazaret: ‘Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír’. Tiene que ser lo que vivimos y celebramos.
Jesús curó a un hombre con una tremenda discapacidad que le impedía mantener una relación normal y fluida con las demás personas. Era un sordomudo. Si eso sigue sucediendo hoy con tantos tipos de discapacidades que aíslan, crean barreras, incomunican y hasta pueden llevar a una minusvaloración de los que padecen tales discapacidades, cómo sería en aquella época y aquella cultura. No podemos culpabilizar lo sucedido entonces porque es consecuencia de sus costumbres y la cultura de una época; pero sí tendríamos que sacar lecciones para que en nuestra época no sigan sucediendo ese tipo de cosas. Ese cambio de mentalidad en nosotros podría ser un primer fruto de la reflexión en torno a la Palabra de Dios que nos estamos haciendo.
Pero creo que podríamos ahondar más para ver nuestras propias discapacidades que también nos aíslan, los complejos que nos encierran, las barreras que siguen existiendo en nuestra vida que nos incomunican porque nos impiden acercarnos a los demás, o porque impiden que los demás se acerquen a nosotros. Tendríamos que reflexionar seriamente sobre ello y pensar en cosas concretas en nuestra vida.
Dejemos que el Señor venga y nos imponga sus manos, como le pedían que hiciera con aquel sordomudo del evangelio; que toque nuestros oídos o nuestra lengua; nos tienda la mano para levantarnos de la postración e invalidez, no ya de nuestro cuerpo sino de nuestro espíritu. Que con la fuerza del Señor sepamos ir siempre al encuentro de los demás, rompamos esas barreras y nos liberemos de tantas ataduras.
Podríamos decir, por ejemplo, que nos falta amor y llenamos nuestra vida de prejuicios contra los demás. Son barreras que nos creamos. Yo no tengo prejuicios, yo no soy racista, o yo no desprecio a nadie, saltamos a decir enseguida. Pero preguntémonos sinceramente si nuestros juicios hacia los otros son siempre limpios, o si acaso más bien lo que hacemos cuando pensamos algo de los demás no será su historia, o su supuesta historia como nosotros nos la hayamos imaginado, lo primero que veamos en el otro. Es que es así, que hizo esto o lo otro, que proviene de tal familia o aquel lugar, o cuando no, sentimos prevención hacia su cultura o su estilo de vida y, aunque lo tratemos de disimular, el color de su piel.
¿No nos faltará entonces amor? ¿No tendría el Señor algo de lo que liberarnos? Así podemos pensar en muchas cosas y situaciones. Lo vemos y lo oímos cada día a nuestro alrededor y fácilmente nos dejamos influir por esas actitudes y posturas.
Jesús libera de la traba de su lengua a aquel sordomudo y abre sus oídos y enseguida comenzó a comunicarse con los demás y también a comunicar lo que el Señor había hecho con él. Que se suelten también las trabas que tenemos en la vida. Que nunca más nos encerremos en nosotros mismos. Que el amor abra nuestro espíritu para acercarnos más a los demás, parea mejor comunicarnos y aprendamos a caminar juntos en la vida. No caminemos nunca solos como si nosotros fuéramos los únicos que hay en el mundo. Es una tentación.
Por otra parte podemos pensar en más cosas. En el mundo en el que vivimos se han inventado mil redes de comunicación y podemos comunicarnos con alguien del otro lado del mundo con toda facilidad o sabemos lo que sucede en cualquier lugar del planeta al instante, pero quizá no nos comunicamos con el que está a nuestro lado y no sabemos, o no queremos saber, el problema que hace sufrir al que está sentado en la silla de al lado o vive enfrente de mi casa. ¿No seremos también sordomudos que queremos serlo para evitar una comunicación de corazón con el que está cerca de nosotros?
Mucho tiene que transformar el Señor en nuestro corazón y en nuestra vida. Que ponga su mano sobre nosotros para que nos cure. Es lo que el Señor hoy quiere realizar en nosotros. Ojalá al final podamos decir: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabamos de oír’.