viernes, 11 de septiembre de 2009

Se fió de mi y me confió este ministerio

1Tim. 1, 1-2.12-14
Sal. 15
Lc. 6, 39-42


Iniciamos hoy la lectura de la primera carta de san Pablo a Timoteo, ‘verdadero hijo en la fe’, como le llama en el saludo de la carta. Efectivamente Timoteo se había unido a Pablo en su segundo viaje por el Asia Menor. Le había acompañado hasta que Pablo lo dejó al frente de la comunidad de Éfeso. A él dirige dos cartas, llamadas pastorales, donde principalmente le da orientaciones en orden a organizar la comunidad, pero con hermoso contenido que nos ilumina en nuestro camino de la vida cristiana.
Tras el saludo Pablo hace una auténtica confesión de fe, reconociendo de quien ha recibido la misión que se le ha encomendado. ‘Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio…’
Que me hizo capaz…’ Ya en su presentación en el saludo se llama a sí mismo ‘Apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro Salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza’. No es un ministerio o servicio que haya asumido por sí mismo, como reconocerá también en otros lugares, sino que ha sido llamado por el Señor para ser apóstol.
‘Y se fió de mí…’ A continuación reconoce humildemente su condición anterior a su conversión. ‘Eso que yo era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía’. Hermoso su gesto de humildad, al tiempo que el reconocimiento de la grandeza del Señor que le ha llamado y se ha fiado de él. Tiene otras resonancias esta confesión. María, se llama a sí mismo la esclava del Señor, pero reconoce que el Señor ha hecho en ella cosas grandes.
Y terminará diciendo Pablo: ‘Y me confió este ministerio’. Y es que ‘Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano’. Todo es gracia, regalo de Dios. Y los regalos de Dios son siempre generosos, sin medida. Por eso dice ‘derrochó’. Todo es un derroche de gracia del Señor.
Muchas cosas podemos aprender de estas palabras y de esta actitud de Pablo. El ha experimentado en su vida lo que es la gracia de Dios, el amor misericordioso del Señor. Eso le hace actuar también con misericordia con los demás. Cómo tenemos que aprender la lección. Reconocer en nuestra vida la misericordia del Señor con nosotros que somos pecadores, nos tendrá que hacer actuar de manera distinta con los otros. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar? Como nos dice hoy el evangelio tenemos que mirar la viga de nuestro ojo antes de ver la mota que pueda haber en ojo de nuestro hermano. Pero qué dados somos para el juicio y la condena, ver las faltas de los demás pero no ser capaces de reconocer nuestras propias debilidades y flaquezas.
Yo también, de manera personal, quiero como el Apóstol dar gracias a Dios ‘que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio’, el ministerio sacerdotal. Así de grande ha sido el amor de Dios en mi vida. Así lo ha derrochado sobre mi para seguir confiando en mí a pesar de mis debilidades, de mis fracasos, de mi pecado. Y el Señor sigue confiándome este ministerio. Invito a quien lea estas consideraciones a dar gracias a Dios conmigo.
Pero todos hemos de saber descubrir esa acción maravillosa en nuestra vida, ese amor que se derrama sobre cada uno de nosotros, allí donde estemos, y en la misión que nos haya confiado. Todo es vocación, porque todo es llamada de Dios. Ese lugar que ocupo, esa profesión que realizo, esas actividades que hago, esa vida en el seno del hogar y de la familia, todo son llamadas de Dios, y todo es un derroche de la gracia de Dios sobre nosotros para el cumplimiento fiel de esa vocación a la que hemos sido llamados.

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