lunes, 7 de septiembre de 2009

Un valor y significado para nuestros trabajos y dolores

Col. 1,24-2, 3
Sal. 61
Lc. 6, 6-11


San Pablo nos habla hoy de sus luchas y trabajos para anunciar a todos el evangelio de Jesús. ‘Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros el mensaje completo….’ Y quiere que el anuncio llegue a todos y es lo que quiere hacer. ‘Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos con todos los recursos de la sabiduría…’
Por eso les dice que quiere que tengan ‘noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente… tarea en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que El me da’.
Pero esta lucha y este esfuerzo le hace sufrir. Es el celo del apóstol que a todos quiere llegar y que busca la manera de mejor hacerlo y no siempre obtiene la respuesta deseada. Pero este sufrimiento no es para él un tormento sino una alegría. ‘Me alegro de sufrir por vosotros’, les dice. Podría parecer incomprensible que sufra y al mismo tiempo esté alegre. Pero hay un motivo, que además nos descubre un mensaje bien hermoso.
Y este mensaje es el descubrir el valor del sufrimiento. Algo que nos vale para motivarnos a nosotros cuando también tenemos que enfrentarnos al dolor y al sufrimiento que padecemos muchas veces en nuestra propia carne, allá en lo más hondo de la persona. ‘Me alegro de sufrir por vosotros, les dice, así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia’.
¿Significa esto, acaso, que la pasión de Cristo no está completa? No es eso lo que nos quiere decir el apóstol. Los dolores y sufrimientos de Cristo en su entrega por nosotros que le hizo padecer la pasión y la muerte, son de un valor infinito. Por amor Cristo se entregó por nosotros dándole valor y sentido al sufrimiento para así hacernos llegar la vida y la redención.
Cuando el apóstol habla de completar es una manera de decirnos que él con sus sufrimiento se une a los sufrimientos y la pasión de Cristo. Es querer ponernos al lado de Cristo sufriente, de Cristo en el amor de su pasión y su cruz. Nos está enseñando a darle un valor y un sentido a nuestro propio dolor y sufrimiento, cuando seamos capaces de hacer una ofrenda de amor en El, para unirnos al amor de Cristo en su entrega por nosotros.
Es Cristo quien nos ha redimido, nos ha salvado. Nosotros queremos recibir su salvación, su vida, su gracia, su perdón. Pero tenemos la oportunidad de unirnos a El en su sacrificio con nuestro sacrificio y nuestra vida, con nuestro dolor y con nuestro amor. Y así nuestro sufrimiento en ese amor y en esa unión con Cristo adquiere un nuevo valor y un nuevo sentido. No es lo mismo sufrir resignadamente que poner amor en nuestro dolor. Y cuando por amor nos unimos a Cristo El no nos va a dejar solos; si queremos nosotros ser sus cireneos que le ayudemos a llevar la Cruz, es El quien se convierte en nuestro Cirineo estando a nuestro lado y ayudándonos a llevar nuestra cruz.
Les decía a mis ancianitos y ancianitas esta mañana cuando les comentaba este texto: No penséis que porque sois mayores, llenos de achaques y debilidades, con muchas enfermedades en vuestros cuerpos, ya sois unas personas para arrinconar y que no valéis nada. Tenéis un valor grande, no solo en esa riqueza inmensa que atesora vuestra vida con tanta sabiduría que habéis adquirido con el paso de los años, sino que tenéis el potencial de vuestras debilidades, de vuestros achaques, de vuestros sufrimientos, si sabéis ofrecerlos al Señor.
Tienen ustedes una palanca muy poderosa en vuestras manos para pedir al Señor. Os acordáis mucho, por ejemplo, de vuestros hijos y de vuestros familiares y aunque estéis aquí dentro os sigue preocupando su futuro, su prosperidad, su vida. Pues desde aquí podéis hacer mucho para ayudarles ofreciendo vuestra vida, vuestros dolores, vuestras debilidades al Señor.
Una palanca poderosa para pedir por la Iglesia y por el mundo, para pedir por la paz y para que cambien muchas cosas a mejor: el ofrecimiento de vuestra vida. Y lo digo a todos los que comparten esta reflexión. Todos tenemos muchas cosas que ofrecer al Señor desde la debilidad que de una manera u otra aparece continuamente en nuestra vida. Completamos, si, en nuestra carne, los dolores de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia, por nuestro mundo, por tantas cosas que queremos pedirle al Señor.

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