sábado, 11 de enero de 2025

La humildad, el mejor antídoto para curar nuestros males, desprendernos de nuestros orgullos, entrar en camino de sanción y saborear de verdad lo que es el amor

 


La humildad, el mejor antídoto para curar nuestros males, desprendernos de nuestros orgullos, entrar en camino de sanción y saborear de verdad lo que es el amor

1Juan 5, 5-13; Salmo 147; Lucas 5, 12-16

Muchas cortinas ponemos en las ventanas de la vida. ¿Por qué no queremos que entre el sol, que entre la luz? ¿Por qué queremos ocultar nuestras vergüenzas, como solemos decir, aquellas cosas que hemos acumulado en la vida y de lo que no nos sentimos contentos? Siendo sinceros con nosotros mismos tenemos que reconocer que ponemos muchos velos en tantas cosas que no queremos que se sepan de nosotros; siempre tenemos algo que ocultar, algo de lo que nos avergonzamos, pero no lo queremos reconocer. Es dura esa catarsis que tenemos que hacer de nuestra vida y no siempre nos encontramos con valor.

Es importante la sinceridad con que vamos por la vida, porque nos sentiremos liberados de tantos pesos muertos que vamos acumulando en nosotros. Es cierto que nos duele, por la vergüenza que podamos pasar, el que alguien descubra o nos haga descubrir la realidad de nuestra vida, pero sin eso no nos podemos sanar. Si estamos enfermos y por la vergüenza que nos produce reconocer nuestra enfermedad o incluso contar con el médico, no nos podremos sanar y siempre seguiremos con esa herida sin curar, que nos va a producir más daño en nuestra vida.

El evangelio nos habla hoy de un leproso que valientemente se atrevió a acercarse a Jesús delante de toda la gente para reconocer que estaba leproso y que Jesús podía curarle. Siempre insistimos cuando comentamos este texto en ese reconocer el poder de Jesús y no nos hemos fijado suficientemente en ese detalle del leproso que reconoce su enfermedad.

En aquellos tiempos era una vergüenza terrible, porque además se consideraba un castigo de Dios – y si era castigo por algo sería, pensaban – y los leprosos eran confinados en lugares apartados a los que ni siquiera a los familiares más cercanos se les permitía acercarse. Y este leproso no tiene temor de reconocer su enfermedad y decirle a Jesús que puede curarle con una fe grande. Su reconocimiento era el primer paso de su curación.

¿Qué sería lo que nosotros tendríamos que reconocer? Este pasaje del evangelio es todo un signo también para nosotros hoy. No solo fue en aquel momento signo de la salvación y liberación que Jesús venía a traer – escuchamos hace poco el relato de la proclamación del profeta en la sinagoga de Nazaret que nos hablaba de esa liberación. Enfermedades del alma, enfermedades del espíritu, cosas que nos oprimen por dentro y no nos dejan tener la paz que deseamos, actitudes y postura que vamos tomando en la vida en nuestra relación con los demás, actitudes egoístas e insolidarias que nos aparecen continuamente y no sabemos superar, apariencias de las que nos envolvemos que como aquellas cortinas de las que hablábamos con las que vamos tapando tantas cosas de nuestra vida para dar una buena imagen, esa falta de autenticidad y sinceridad que tenemos para no reconocer lo que necesita curarse en nuestra vida.

¿Seremos capaces de una vez por todas de acercarnos a Jesús y con valentía decirle también que estamos enfermos y El puede curarnos? ¿Qué hacemos tantas veces incluso cuando vamos al sacramento de la Penitencia donde aunque decimos que somos pecadores y vamos a pedir perdón en el reconocimiento de nuestras faltas y pecados envolvemos lo que decimos en bonitas palabras para no decir al pan, pan y al vino, vino con total sinceridad?

La humildad es el mejor antídoto para curar nuestros males, porque nos hace bajarnos de nuestros orgullos; si no hay verdadera humildad no habremos entrado en el camino de sanción y liberación que Jesús nos ofrece; solo desde una autentica humildad comenzaremos a saborear de verdad lo que es el amor, para dejarnos amar, para sentirnos amados, y para poner todo nuestro amor en los demás y en lo que hacemos.

‘Sí, quiero, queda limpio’, nos dirá Jesús. Ojalá podamos escucharlo.

viernes, 10 de enero de 2025

Tenemos que saber escuchar el evangelio de Jesús, entender esa buena nueva que nos ofrece, comprender ese hermoso proyecto de vida que tiene para nosotros e implicarnos en El

 


Tenemos que saber escuchar el evangelio de Jesús, entender esa buena nueva que nos ofrece, comprender ese hermoso proyecto de vida que tiene para nosotros e implicarnos en El

1Juan 4, 19–5, 4; Salmo 71; Lucas 4, 14-22a

Cuando tenemos un proyecto entre manos y que consideramos importante, que queremos llevar a cabo ya nos encargaremos de buscar los mejores medios para realizarlo, ya trataremos de convencer a aquellos que por una parte podrían salir beneficiados de aquella obra que emprendemos, o que sabemos que tienen medios y posibilidades de ayudarnos a realizarla, que hagan su aportación, que pongan mano a la obra con nosotros, que nos ofrezcan los medios que necesitamos y quizás no tenemos, pero lo importante es llevarla a cabo, desarrollar aquel proyecto. Buscaremos los mejores medios, ofreceremos quizás la mejor publicidad, trataremos de crear entusiasmo en los que nos rodean, queremos conseguir lo mejor, lo que resulte incluso más esplendido.

Pero ¿en todas las cosas, en todos nuestros proyectos actuaremos de la misma manera? ¿Pondremos quizás más empeño en cosas que en lo material reluzcan más? ¿En esos proyectos incluiremos un sentido de vida para hacer que nuestro mundo sea mejor? ¿Qué lugar le damos a las cosas del espíritu, a lo espiritual, o a un sentido religioso de la vida? Cuando hablamos del crecimiento y mejora de nuestros pueblos, ¿en qué nos fijaremos de manera primordial? ¿Solo pensamos alcanzar mayor riqueza, que nuestro pueblo tenga un mejor nombre y prestigio entre los pueblos de alrededor, o que la gente viva mejor solo porque tiene de todo?

Estamos estos días recorriendo esas primeras páginas del evangelio en sus diferentes relatos y contemplando los primeros pasos de Jesús. Por las palabras que pronuncia, por las señales que va realizando, por las esperanzas latentes en el pueblo de Israel en la espera de un Mesías, pero contando también con la situación social que vivían en aquellos momentos puede comenzar a vislumbrarse en aquel ‘profeta’ – porque así comenzaban a considerarlo – que apareció por los diferentes pueblos de Galilea la posibilidad de que fuera el Mesías, con lo se culminarían todas sus esperanzas. Pero, ¿dónde tenían puestas sus esperanzas en aquellos momentos? ¿Qué imagen se habían formado del Mesías anunciado y prometido y que quizás podían pensar que estaba entre ellos?

Hoy contemplamos a Jesús en la visita que hace al pueblo donde se había criado, cuando ya había recorrido otros muchos lugares de Galilea, y se presenta en la sinagoga el sábado para hacer la lectura de la ley y de los profetas. Era su primera aparición pública además en la que había sido su ciudad. Sus palabras y sus anuncios podían tener el carácter de programáticas. La lectura que hace del profeta Isaías podía tener perfectamente ese sentido al hablar del que lleno del Espíritu venía a proclamar una buena noticia y un año de gracia del Señor.

Pero los comentarios de Jesús en su brevedad, pero también las señales que está dando de lo que va a ser su vida que podían llenar de esperanza los corazones, para otros podrían resultar decepcionantes; no estaban cumpliendo las expectativas que ellos tenían de lo que sería y haría el Mesías. Jesús das unas señales en los enfermos que recobran la salud y la vida, pero habla de una liberación que no era lo que ellos realmente estaban soñando. Esa liberación que Jesús quiere realizar tiene que ir a lo más hondo de la persona, de cada persona, porque es el camino auténtico para encontrar la verdadera paz.

Pero los hombres siempre andamos con nuestras prisas, queremos conseguirlo todo de un golpe, y no parecen ser los caminos que Jesús nos propone en el proyecto que tiene para nosotros y para nuestro mundo. Nos creamos muchas ilusiones, pero eludimos el compromiso, lo que de nuestra parte tenemos que no solo hacer sino ser. Los planes de salvación que Dios nos ofrece son otros y serán los que nos podrán llevar a la verdadera felicidad, a hacer un mundo mejor, pero no siempre los entendemos, ni siempre queremos comprometernos con ello.

Queremos muchas veces cosas espectaculares, nos llaman la atención las cosas extraordinarias aunque muchas veces se puedan quedar en el brillo de lo superficial, buscamos en fin las vanidades de la vida; es incluso como muchas veces hemos entendido la religión, la forma de expresar nuestros sentimientos religiosos; por eso en alguna ocasión nos dirá Jesús que le honramos solamente con los labios mientras nuestro corazón está lejos de Él.

Tenemos que saber escuchar el evangelio, entender esa buena nueva que nos ofrece Jesús, comprender ese hermoso proyecto de vida que tiene para nosotros e implicarnos en El. En ese proyecto de Jesús tenemos que poner todos nuestros empeños y todo nuestro esfuerzo; merece la pena. Es lo que hoy Jesús en el evangelio nos viene a ofrecer.

jueves, 9 de enero de 2025

Necesitamos pasar por la experiencia de sentir la voz de Jesús que nos invita a la confianza y a la fe para borrar todos nuestros miedos y temores

 



Necesitamos pasar por la experiencia de sentir la voz de Jesús que nos invita a la confianza y a la fe para borrar todos nuestros miedos y temores

1Juan 4, 11-18; Salmo 71; Marcos 6, 45-52

Nos gusta ir de seguros por la vida, no nos agrada que nos vean miedosos y cobardes, tratamos de mantenernos firme y fuertes aun en las circunstancias más difíciles y aunque sintamos un cierto miedo interior tratamos de disimularlo. Pero lo cierto es que no siempre nos encontramos con esa seguridad, porque muchas veces surgen dudas, hay cosas que no acabamos de entender, se nos hace difícil ese camino de la vida y al final surgen como una explosión todos esos miedos, que de alguna manera nos destrozan, nos hacen como caminar sin sentido y sin rumbo. La vida no es siempre tan fácil como queremos planteárnosla y nos aparecen muchas sombras que nos oscurecen la luz, que nos desorientan en los caminos de la vida.

Hoy nos encontramos en el evangelio un pasaje en el que nos aparece un mal momento por el pasan los discípulos. En una lectura muy superficial del hecho nos parece una anécdota más que además nos resulta curiosa por el lugar, atravesando el lago que tan bien tendrían que conocer pues eran pescadores de aquellas aguas, pero donde se encuentran con unos vientos en contra que les hace zozobrar incluso en su fe. No es solo la dificultad material de avanzar porque tienen el viento en contra, es el hecho de lo que anteriormente ha sucedido, pero que ahora además se encuentren sin la presencia de Jesús.

Realmente hemos de considerar desconcertante lo sucedido cuando lo de la multiplicación de los panes. Muchas preguntas, incluso, podrían hacerse en su interior a pesar del entusiasmo producido por aquel hecho prodigioso. En fin de cuentas estaban comenzando a conocer a Jesús y aun no tenían muy claro quien era Jesús, aunque les entusiasmaran sus palabras y los signos que realizaba. Pero además cuando incluso la multitud estaba poco menos que queriendo hacer rey a Jesús, El les pide que se marchen a la otra orilla mientras se va solo a la montaña, alejándose de todo y de todos.

Con muchas preguntas en su interior se encuentran ahora en la dificultad de avanzar en medio de aquel lago que de alguna manera se les ponía en contra. Y aparece una figura, para ellos misteriosa, que parece caminar sobre las aguas. Y aparecen sus miedos interiores que salen a flote, poco menos que se ponen a gritar porque les parece que es fantasma.

Pero en medio aparece la voz del maestro, la voz Jesús que les invita a apaciguar sus miedos, porque es El quien viene a su encuentro. Con la presencia de Jesús desaparecen sus miedos y sus dudas, todo se vuelve en calma, porque incluso el viento cesa y podrán continuar su travesía. Pero no es solo la travesía del lago la que continúan sino la travesía de sus vidas, disipando dudas, desapareciendo sombras e interrogantes, encontrando un sentido a todo, aprendiendo a conocer a Jesús, aunque algunas veces les parezca tan enigmático que lo confundan con un fantasma; renace la fe en sus corazones, aparece la luz en su vida. Aquello que había anunciado el profeta que una luz iba a aparecer que disiparía todas las tinieblas y las sombras. Allí estaba Jesús. Ahora podían sentirse seguros de verdad.

¿Necesitaremos nosotros pasar por una experiencia así? Cosas semejantes nos suceden tantas veces que nos llenamos de dudas sobre lo que estamos haciendo, dudas sobre el sentido incluso de nuestra vida, dudas sobre nuestra fe y nos sentimos también turbados, como estaban los discípulos en medio del mar y con el viento en contra. Nos encontramos así, pero tenemos que saber descubrir a Jesús que viene a nuestro encuentro aun en medio de las peores sombras por las que podamos pasar.

Tener la experiencia de sentir en lo hondo de nuestro corazón esa voz de Jesús que también nos dice: ‘No temáis, soy yo’, y sentir como se sube a la barca de nuestra vida, y comenzaremos a tener una nueva paz en nuestro corazón, y podremos seguir haciendo la travesía de nuestra vida. Que no se nos derrumbe nunca esa fe, que aparezca siempre esa luz, que sintamos la presencia del Espíritu de Jesús que va con nosotros. Nuestra vida también comenzará a ser distinta.

miércoles, 8 de enero de 2025

La abundancia renace en medio de la pobreza llenando los corazones de esperanza cuando hay amor y bendición de Dios

 


La abundancia renace en medio de la pobreza llenando los corazones de esperanza cuando hay amor y bendición de Dios

1Juan 4, 7-10; Salmo 71; Marcos 6, 34-44

¿Qué hacemos? Nos planteamos muchas veces cuando contemplamos una necesidad, una persona con problemas, alguien que nos sale al paso pidiéndonos una ayuda en cualquier esquina. Quizás nuestros buenos sentimientos nos lleva de forma espontánea a tratar de ayudar aunque sea con lo poco que llevamos en el bolsillo, pero quizás en otros momentos pensamos en por qué esas personas en lugar de pedir no se ponen a trabajar, y nos hacemos mil razonamientos de lo que podrían o tendrían que hacer. Es cierto que tenemos que incitar a que las personas por si mismas sepan salir de sus malas situaciones y no siempre hay que darle todas las cosas hechas, pero quizá también tendríamos que pensar en lo positivo que nosotros podemos hacer por esas personas para que vivan con dignidad en lo que por otra parte podría resultar al mismo tiempo humillante. Daría para muchas consideraciones lo que nos estamos planteando, no es tema baladí y sin trascendencia.

El evangelio, el mensaje que Jesús quiere trasmitirnos y que contemplamos en los relatos del texto sagrado siempre tiene que ser para nosotros luz. No es que nos dé soluciones técnicas, respuestas sociológicas que podríamos llamar así, pero la presencia y las palabras de Jesús son siempre palabras de vida para nosotros. Con ese sentido de la fe nos tenemos que saber acercar al texto sagrado y escuchar lo que para nosotros se convierte en Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios siempre es una palabra viva, una palabra de vida.

Es la situación que se nos presenta hoy en el texto sagrado. Una multitud que sigue a Jesús y le sigue hasta los descampados; llevan varios días con Jesús e incluso sus posibles provisiones se han ido agotando, ahora están hambrientos y cansados alrededor de Jesús. Claro que en este texto no solo hemos de ver la materialidad de esa multitud hambrienta sino en cuanto tiene de signo para nuestra vida.

Los apóstoles cercanos a Jesús se han dado cuenta de la situación y saben que allí hay pocas soluciones. ¿Dónde encontrar pan para toda esa multitud? Luego nos hablará de cantidades. Y el primer pensamiento que surge es decirles a la gente que se vayan a las aldeas vecinas o regresen a sus casas porque las provisiones se han agotado; con los entusiasmos de seguir a Jesús algunos ni se dan cuenta quizás de su situación, como en ocasiones nos puede suceder a nosotros que no caemos en la cuenta de muchos detalles de cosas ordinarias de la vida. Y es lo que le piden a Jesús que les diga a todas aquellas multitudes.

Pero ese no es el camino de Jesús. Su corazón compasivo y misericordioso que ya le ha movido a acoger a aquella gente, escucharla, atenderla, curarle de sus desesperanzas y de sus enfermedades, no está por aquello de despedir a la gente. ‘Dadle vosotros de comer’, les dice con lo que se van sorprendidos. ¿De donde vamos a sacar pan para dar de comer a tanta gente? Se siguen preguntando y planteando.

Había que buscar soluciones y por allí aparece quien tiene unos pocos panes y un poco de pescado. ‘Pero, ¿qué es eso para tantos?’ ¿Habría alguien más que ofreciera las pocas provisiones que aun le quedaban? No nos dice nada el evangelio. Solo nos dice que Jesús les pide que se sienten en el suelo. Las palabras de Jesús son de bendición a Dios por aquellos panes, por aquella generosidad del muchacho, podemos pensar también, por la maravillas que ahora todos van a contemplar. Porque los panes y los peces comienzan a repartirse y todos pueden comer. Sobrará al final una buena cantidad. La abundancia renació en medio de la pobreza cuando hay amor y bendición de Dios.

Cuando nos preguntamos o nos planteamos cosas, tal como comenzamos hoy nuestra reflexión, aquí encontramos un camino que hemos de saber transitar. Es el camino del amor y de la bendición. Del amor porque nunca nos podemos encerrar en nuestro egoísmo e insolidaridad, del amor porque son los caminos de Dios porque Dios es amor, del amor que nos hace entrar en una nueva sintonía, que nos abre horizontes, que abre también los cierra que no solo ponemos en nuestros bolsillos sino también muchas veces en nuestro corazón, que nos hace tener una mirada distinta para ver las cosas de otra manera, para ver los problemas no como caminos oscuros sino siempre con una luz que como meta encontramos al final del camino y nos está ya iluminando nuestro sendero.

Y es el camino de la bendición. Bendición a Dios que siempre estará presente en nuestros caminos aunque sean oscuros, bendición a Dios porque nos vemos regalados por su amor, bendición de Dios en que nosotros hemos de convertirnos para los demás. ¿Qué podemos hacer? Ya sabemos los caminos nuevos que se abren ante nosotros y con los que tanto bien podemos hacer por los demás.

martes, 7 de enero de 2025

Qué lástima que pase el esplendor de la navidad y de nuevo nos quedemos a oscuras, que tras la celebración de la navidad no haya un renacer de la vida de fe de nuestras comunidades

 


Qué lástima que pase el esplendor de la navidad y de nuevo nos quedemos a oscuras, que tras la celebración de la navidad no haya un renacer de la vida de fe de nuestras comunidades

1Juan 3, 22 – 4, 6; Salmo 2; Mateo 4, 12-17. 23-25

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, puso su tienda entre nosotros…’ hemos escuchado repetidamente estos días en que venimos celebrando el misterio de la Navidad. Aunque aun estamos dentro del ciclo de la Navidad hasta el próximo domingo en que celebraremos el Bautismo del Señor, ya en el evangelio nos van apareciendo esos primeros momentos de la predicación de Jesús. Hoy nos habla de que Jesús se estableció en Galilea, la tierra de Zabulón y Neptalí, haciendo referencia a las distintas regiones de Palestina donde se fueron estableciendo las distintas tribus que conformaban el estado de Israel.

Pero hay algo importante. Nos habla de que al establecerse Jesús en aquellos lugares fue como si una nueva luz maravillosa los iluminara. Recuerda el evangelista los anuncios de los profetas que hablaban de aquel pueblo que habitaban en tinieblas y sombras de muerte y una luz les brilló. El evangelista esta aplicando esa profecía al comienzo de la predicación de Jesús, al que acudían de todas partes, no solo en este caso de Galilea donde se estaba desarrollando la actividad de Jesús que se había establecido en Cafarnaún, sino que acudían de todos los lugares, multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania, que le traían a sus enfermos y a sus poseídos por espíritus inmundos, paralíticos y lunáticos, para que Jesús los curara.

Eso significaba la presencia de Jesús, esa luz que brillaba en la tiniebla, aunque muchas veces la tiniebla la rechazara, no quisiera recibirla, como ya nos decía el principio del Evangelio de Juan, pero que contemplaremos a lo largo de todo el evangelio.

¿Serán también momentos de luz los que nosotros los cristianos estamos viviendo en este momento con el anuncio del evangelio de Jesús? Es cierto que en la pasada Navidad todo se ha llenado de luces en nuestras vidas, en nuestros ambientes, en nuestros hogares, en nuestras calles, pero ¿habremos dejamos que la luz de Jesús haya iluminado de verdad nuestras vidas? ¿Serían solo luces parpadeantes que pronto perdieron su intensidad y dejaron de alumbrar? Se nos agotan las pilas y baterías, se agota la luz acumulada en las placas solares que quieren mantener encendidas nuestras luces y pronto se apagan. Lo habremos experimentado cuando hemos encendido las luces de nuestras ventanas y pronto dejaron de funcionar. ¿Será para nosotros como un ejemplo, como una parábola de lo que nos sucede y de lo que no tendría que sucedernos?

Los cristianos no podemos iluminarnos por luces parpadeantes que pronto pierden su energía, tenemos que buscar la luz verdadera, tenemos que dejarnos en verdad iluminar por esa luz de Jesús que nunca nos defraudará. Así tenemos que cuidar nuestra fe, así tenemos que saberla alimentar, así tenemos que dejarnos empapar por esa luz del Evangelio, así tenemos que cuidar nuestra escucha, nuestra atención, pero también la manera en que nosotros vamos a ser esos trasmisores de luz para los demás. Es lo que El nos ha confiado, es la luz que ha puesto en nuestras manos, que recibimos en el bautismo y que tenemos que mantener encendida para ir al encuentro con el Señor. No podemos permitir que las tinieblas ahoguen esa luz, ahoguen nuestra fe; es una tentación que continuamente sufrimos porque hay muchas falsas luces que nos hacen candilejas y nos confunden.

¡Qué lástima que pase el esplendor de la navidad y de nuevo nos quedemos a oscuras! ¡Qué lástimas que tras la celebración cristiana de la navidad no hay un renacer de la vida de fe de nuestras comunidades! ¡Qué lástima que en nuestras comunidades no veamos ese relevo generacional que normalmente tendría que haber para ver cómo otras manos jóvenes toman esa luz en sus manos para seguir iluminando nuestro mundo! ¿Qué es lo que estamos haciendo los cristianos? ¿Dónde está esa urgencia que tenemos que sentir en nuestro corazón para realizar una nueva evangelización de nuestro mundo?

lunes, 6 de enero de 2025

Una nueva Epifanía para saber hacernos los regalos de una generosa acogida también entre aquellos que no nos conocemos

 


Una nueva Epifanía para saber hacernos los regalos de una generosa acogida también entre aquellos que no nos conocemos

Isaías 60, 1-6; Salmo 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

Aquella comitiva de tres extranjeros que se adentra por la calles de Jerusalén haciendo preguntas que para algunos resultan ignotas, mientras en otros producen cierta inquietud me hace pensar en situaciones semejantes que no sé si terminamos de acostumbrarnos pero que también de manera semejante se nos dan hoy en nuestras calles.

Es cierto que en el mundo globalizado en que nos encontramos ya no es extraño encontrarnos en nuestro entorno extranjeros que nos hablan idiomas para nosotros desconocidos, pero también algunos nos producen cierta inquietud y nos preguntamos a donde vamos a llegar, porque muchas veces nos parece poco menos que una invasión; en la tierra donde vivo, en nuestras islas, ya no nos es extraño encontrarnos gentes de otras razas y lugares, extranjeros que llegan a nuestras cosas desde diversos motivos que a muchos, es cierto, llenan de inquietud, a unos llamamos turistas, otros llamamos inmigrantes, algunos los consideramos incluso ilegales y es grande la presión que está sufriendo la demografía de nuestras tierras. Cuando nos cruzamos con ellos, ¿cómo nos sentimos? ¿Qué pensamos quizás que tenemos que hacer? ¿A dónde vamos a llegar?

Un revuelo semejante se armó aquellos días en Jerusalén con aquellos personajes que llegaron a Jerusalén y que no eran precisamente judíos provenientes de la diáspora, tampoco los podían considerar prosélitos, aunque unas preguntas inquietantes venían haciendo que tendrían que descifrar su significado y que les llevó incluso a la consulta de las autoridades religiosas para entender qué es lo que preguntaban. ¿Un recién nacido rey de los judíos? Pero no parecía que fueran cosas que sucedieran en el palacio de Herodes, aunque en las profecías fueron a buscar respuestas.

Conocemos bien el texto del evangelio que tantas veces hemos escuchado y meditado. A Belén se dirigieron y allí encontraron lo que buscaban en aquel niño envuelto en pañales en brazos de María a quien ofrecieron sus ofrendas. Con la resonancia de las profecías y de los salmos para nosotros se han quedado como los reyes magos, pues el evangelista ha hablado de unos magos venidos de oriente, con su especial significado.

Para nosotros este texto se ha convertido en evangelio, en buena noticia, porque nos está hablando del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en aquel hijo de María y de José que para nosotros será Jesús, porque será el Salvador de nuestras vidas.

Pero el evangelio hoy no se nos puede quedar para nosotros en un recuerdo de antiguos acontecimientos, sino que en eso que nos está sucediendo cada día hemos de saber leer el mensaje de este evangelio, en eso que cada día nos está sucediendo en nuestro entorno hemos de saber leer y encontrar una buena noticia de salvación para nosotros hoy.

¿Habrá evangelio, habrá buena noticia, habrá una llamada de Dios en lo que ahora mismo está sucediendo en nuestro mundo? Algo seguramente tiene Dios que decirnos. Y en aquel que por nosotros se hizo emigrante y hasta desterrado - ¿no habían venido sus padres desde la lejana Galilea hasta Judea y hasta Belén y allí nacería aquel niño?, ¿no lo contemplaremos luego poco menos que desterrado a Egipto en donde habrá de refugiarse en su huida de aquel rey Herodes que atentaba contra la vida del niño?  -, en aquel Niño, pero en esto que nos está sucediendo en nuestro entorno con emigrantes o desplazados, con turistas o con gentes que nos visitan Dios quizás tiene una Buena Noticia, una llamada para nosotros. Es en lo que tenemos que detenernos, lo que nos tiene que hacer pensar, lo que hemos de saber descubrir, aunque no sea fácil.

Para nosotros los creyentes las cosas no suceden porque sí, no son tampoco un destino fatal, no tienen que ser cosas que irremediablemente tienen que suceder, detrás podremos descubrir un plan de Dios, detrás podríamos o tendríamos que descubrir una buena noticia de salvación para nosotros.

Es lo que tenemos que llevar a nuestra oración, es lo que tenemos que saber escuchar en lo  hondo del corazón, es lo que tenemos que aprender a leer en los acontecimientos de la vida. ¿Nos estará todo esto pidiendo unas nuevas actitudes ante la gente nueva y desconocida que nos rodea? ¿Tendremos que aprender a acercarnos a ellos de otra manera haciendo que haya una acogida desde lo más profundo de nuestro corazón? ¿Cuántas veces nos hemos detenido ante esas personas, no simplemente para enseñarle una dirección de un monumento artístico, sino para interesarnos por su vida, por sus preocupaciones, por los sufrimientos que muchas veces podemos ver marcados en su rostro?

Aquí tiene que haber una nueva Epifanía del Señor para nuestra vida. No es solo una celebración que nos lleve a hacernos regalos entre los que nos queremos. ¿No tendría que ser una invitación en esa nueva Epifanía a hacernos el regalo de nuestra mejor acogida mutua también entre aquellos que no nos conocemos? Da que pensar.

domingo, 5 de enero de 2025

La mirada de Dios hacia la humanidad es la mirada de amor que se nos manifiesta en Jesús para hacernos a nosotros también hijos en el Hijo de Dios

 


La mirada de Dios hacia la humanidad es la mirada de amor que se nos manifiesta en Jesús para hacernos a nosotros también hijos en el Hijo de Dios

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Salmo 147; Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18

La mirada de Dios hacia la humanidad es la mirada de amor que se nos manifiesta en Jesús, como la mirada que nos lleva a conocer a Dios es a través de Jesús, que es revelación de Dios, que es Palabra de Dios, Palabra del amor de Dios para la humanidad. En Jesús hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones celestiales, como nos dice la carta a los Efesios, hemos sido elegidos y amados, y estamos llamados y predestinados a ser sus hijos. Hijos de Dios en el Hijo, en Jesús que nos hace participes de la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu.

Es el mensaje maravilloso de la Navidad que seguimos viviendo y celebrando. Es la Sabiduría de Dios que nos llena de vida, que se hace luz y salvación, que se hace verdad y se hace gracia, que nos revela todo el amor de Dios que nos engrandece y nos hace hijos; es la participación en el misterio de Dios, Palabra de Dios que se hace carne y que planta su tienda entre nosotros, como estamos viviendo en la Navidad. Mucho más allá que en la cueva de Belén Dios quiere plantar su tienda en nosotros cuando nosotros le recibimos y le acogemos, porque a aquellos que le reciben les da el poder ser hijos de Dios, como escuchamos hoy en el mensaje del evangelio.

Nos encontramos hoy ante una de la páginas más bellas y profundas del evangelio; es lo que llamamos habitualmente el prólogo del evangelio de san Juan donde se nos está revelando y ofreciendo como en un hermoso resumen toda la teología del misterio de la Encarnación. San Juan no nos narra el misterio del nacimiento de Jesús con la tradición de los otros evangelistas, pero sí nos está expresando todo ese misterio del Dios que existiendo desde toda la eternidad quiere encarnarse y hacerse hombre para ser nuestra Sabiduría y nuestra Salvación, nuestra Luz y nuestra Vida, gracia que nos salva y que nos redime, gracia que tenemos que acoger porque al encarnarse Dios en nuestra carne a nosotros nos eleva para hacernos también sus hijos.

Aparecen en medio de la sombras de nuestra vida, como las tinieblas que rechazan la luz, que no quieren recibir la luz, pero nos abre el camino para que finalmente nos dejemos envolver por esa luz, nos dejemos inundar por esa gracia, podamos alcanzar también la vida.

Es el camino de la redención, el camino de la Salvación que Dios nos está ofreciendo. Es el camino de sabiduría que se abre ante nosotros cuando acogemos su Palabra. Esa palabra que nos revela lo más profundo de Dios, igual que con nuestras palabras estamos manifestando lo que llevamos dentro de nosotros mismos, expresamos nuestros pensamientos o nuestros deseos, reflejamos lo que somos y lo que sentimos, estamos diciendo nuestro propio yo, así nos revela Dios en su Palabra lo más profundo de su ser.

Como nos dice es la Palabra por la que se hizo todo cuanto ha sido hecho, la Palabra de la creación, pero es también la Palabra que ilumina cuanto existe y nos da el sentido de todo, Palabra que es revelación, y es también la Palabra que nos levanta y nos redime ofreciéndonos la gracia y el perdón, es Palabra de Salvación. ‘Basta una sola palabra tuya, le decía el centurión a Jesús, y mi criado quedará sano’. ¡Qué bien lo expresaba la fe de aquel centurión romano! Es la Palabra que en Jesús llega a nosotros para levantarnos y para salvarnos, para inundarnos del amor de Dios y para hacernos hijos de Dios.

No terminamos de considerar lo suficiente tanta maravilla, tanto amor, tanta gracia. Por algo nos decía san Pablo que en Jesús hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Hoy nos invita el apóstol a dar gracia a Dios, que es reconocer humildemente toda la maravilla del amor de Dios. ¡Bendito sea Dios que así nos ha enriquecido con tanta gracia! ‘Santificado sea tu nombre’, bendito sea el nombre del Señor, como decimos en el padrenuestro.

Pero nos enseña también cuál ha de ser nuestra mejor oración. Que nos dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a sus santos.

¿Será así nuestra oración? ¿Será esa la forma en que bendecimos a Dios y pedimos la sabiduría de su Palabra? ¿Cuál es la esperanza que tenemos en nuestro corazón y la verdadera riqueza que buscamos para nuestra vida?