martes, 30 de septiembre de 2025

Evangelizar es hacer una oferta de amor como sentido de vida con el testimonio de nuestra vida que siempre espera respuesta libre

 


Evangelizar es hacer una oferta de amor como sentido de vida con el testimonio de nuestra vida que siempre espera respuesta libre

Zacarías 8,20-23; Salmo 86; Lucas 9,51-56

Quizás porque decimos que somos más civilizados ya no se suele dar con tanta frecuencia aquellas peleas o discusiones entre pueblos cercanos donde siempre lo de mi pueblo es mejor que lo del tuyo. Algo en ocasiones se sigue dando muchas veces quizás desde polémicas entre las fiestas de pueblos vecinos, o incluso en ocasiones dentro del mismo pueblo pues se crean unos bandos según se sea de una parte del pueblo o de otra. Pero siempre ha habido esas rencillas y esas envidias entre pueblos cercanos, en  ocasiones son situaciones verdaderamente pintorescas pero también en cierto modo grave por resentimientos que se crean.  Una guerra de bandos, podríamos decir, unos resentimientos entre pueblos vecinos, unos distanciamientos que pueden dar pie a situaciones que se pueden convertir en algo difícil.

Menciono esto en referencia a lo que nos dice el evangelio. Los discípulos de Jesús que realizaban su subida a Jerusalén atravesando Samaría se encuentran que no son bien recibidos en algún pueblo por el hecho de que iban a la Pascua a Jerusalén. Conocido es, y nos aparecen distintos episodios a lo largo del evangelio, cómo desde la división del Reino judío los samaritanos y los judíos no se llevaban y estaban enfrentados en relación a la situación del Templo, entre el de Jerusalén de todos los judíos y el que se habían levantado en el Reino del Norte, en Samaría como una oposición a Jerusalén.

¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mi que soy samaritana?, le había replicado aquella mujer junto al pozo de Jacob en Samaría. Jesús resaltará, por el contra, en la parábola que fue el samaritano el que se bajó de su cabalgadura para atender al hombre caído mientras el sacerdote y el levita habían pasado de largo. Hoy contemplamos este rechazo por el hecho de ir subiendo a Jerusalén.

Los discípulos que se habían visto rechazo en su fervor por Jesús habían querido hacer bajar fuego del cielo como castigo a quienes no les habían recibido. Pero no es esa la actitud de Jesús. La verdad y el amor no se pueden imponer por la fuerza, tampoco con la violencia es manera de proclamar el Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Dios no se impone, solamente ofrece su amor y su salvación a la que nosotros libremente hemos de dar respuesta. La fe no se puede imponer, la fe se ha de contagiar, la fe es una invitación a dar una respuesta con libertad.

¿Habremos llegado a entender de verdad este mensaje de Jesús que nos ofrece hoy el evangelio? Podemos estar muy seguros y muy ciertos de la verdad del evangelio y de la fe que nosotros profesamos, para nosotros es la única salvación, lo único que da vida al hombre, pero la seguridad de los pasos que nosotros damos no se puede imponer a nadie, siempre ha de ser una oferta de amor a la que libremente se da respuesta.

Quizás en la historia, y podemos pensar de forma concreta en nuestra historia personal, la que nosotros hemos vivido, la que se ha desarrollado a nuestro lado, por un fervor mal entendido hemos convertido la transmisión de nuestra fe en una guerra invasiva de la conciencias de los demás. Precisamente porque estamos plenamente convencidos nos hacemos misioneros, llevamos el anuncio a los demás, expresamos nuestro testimonio, pero siempre será una invitación, una invitación hecha desde el amor. Queremos contagiar nuestra fe pero desde el descubrimiento que los otros hacen del testimonio que nosotros le ofrecemos con nuestra vida.

No es un evangelio de palabras y doctrinas que tengamos que aprender, sino que es un anuncio de salvación cuando ayudamos a descubrir un sentido de vida que nos conduce por caminos de plenitud. ¿Será eso en verdad lo que nosotros ofrecemos? Lo malo sería que ya hubiéramos perdido ese sentido de vida y no tengamos nada que ofrecer. Es la frialdad que se ha apoderado de los cristianos que solo lo son de nombre, es la pasividad con que vivimos en nuestras comunidades cristiana donde ya nos falta ese arrojo para hacer el anuncio del evangelio. ¿Dónde están los evangelizadores de nuestro tiempo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario