Un
denario al final de la vida por nuestro trabajo que en la medida de Dios ese
denario no se reduce a una cantidad contante y sonante, sino es el gozo de Dios
Jueces 9,6-15; Salmo 20; Mateo 20, 1-16a
Yo ahora estoy de vacaciones, a mi
ahora que no me molesten, que este tiempo es para mi y no pienso dar golpe, nos
dirá uno; otro nos dirá que ya está jubilado, que bastante ha trabajado en la
vida, y para que va a andar ahora con preocupaciones; otro nos hablará que
tiene su ‘paguita’, que bastante le costó conseguirla – aunque tendríamos que
ver con que artimañas – y que ya el trabajo no es para él; otros están soñando
y contando el tiempo que le falta para la jubilación porque bien se merece un
descanso con todo lo que ha trabajado en la vida. Así podríamos seguir
fijándonos en tantos que han llegado a una situación en la vida en la que reina
la pasividad, el dejarse arrastrar por los días, en un vacío del que al final
incluso nos van a decir que qué vida más aburrida.
Y yo realmente me pregunto ¿qué sentido
tiene una vida así? ¿Eso es realmente vivir y gozar de la vida? ¿No tenemos
nada que aportar a la vida con nuestros años, con nuestra experiencia, con la
riqueza de espíritu, sabiduría, que hayamos podido acumular en nuestro
interior?
‘¿Qué hacéis ahí ociosos todo el
día?’ se pregunta aquel buen hombre
que está buscando trabajadores para su viña. Es la parábola que hoy nos ofrece
Jesús. No solo en la mañana al comienzo de la jornada, sino en diversas horas
del día saldrá a la plaza y a los que va encontrando los va invitando a
trabajar en su viña. Ya ha ajustado lo justo con los primeros contratados,
aunque luego veremos realmente el pago que les ofrece a todos.
La parábola, es cierto, sugiere que
aquellos que están en la plaza querían trabajar pero nadie les había
contratado. Pero esa pregunta que hace aquel que va buscando trabajadores para
su viña nos puede sugerir muchas más cosas; creo que nos puede estar planteando
ese sentido que le damos a la vida y a nuestro trabajo; lo veremos luego en la
valoración que hará aquel buen hombre del trabajo de todos, aunque fueran a
trabajar en distintas horas. Era algo más que una remutación económica, aunque
es cierto que con nuestro trabajo nos ganamos la vida, obtenemos unos medios
para valernos y para tener una vida digna.
Pero el trabajo es mucho más. Estamos
contribuyendo con nuestras posibilidades y capacidades a la vida de nuestro
mundo. Podríamos decir quizás que no somos indispensables, pero sí que podemos
pensar que ese grano de arena que yo estoy poniendo con mi trabajo, sea en lo
que sea, o sea a la hora que sea de nuestra vida es importante para el bien de
ese mundo en el que vivimos y vivimos interrelaciones los unos con los otros.
De ahí cómo hemos de amar nuestro trabajo, cómo hemos de disfrutar con lo que
hacemos, como sentimos el gozo que aquello que nosotros hacemos puede hacer
felices a los demás. Hacemos una pelota, por ejemplo, y nos puede parecer
insignificante, pero ¿habremos pensado en lo feliz que se a sentir un niño el
día que juegue con esa pelota?
Nuestra vida en la pasividad no tiene
sentido ni valor, no podemos andar dormidos por la vida porque decimos que
ahora nos toca descansar, esa riqueza interior que hemos acumulado a través de
nuestros años, nuestras luchas, nuestros logros, nuestras experiencias es algo
que le debemos también a ese mundo que nos rodea y con ellos lo hemos de
compartir.
¿Un denario va a ser el usufructo de lo
que realicemos? En la medida de Dios ese denario no se reduce a una cantidad
contante y sonante, es algo mucho más intenso porque es llenarnos del gozo de
Dios.
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