jueves, 21 de agosto de 2025

Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

 


Invitados al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos

Jueces 11.29-39ª; Salmo 39; Mateo 22,1-14

Las disculpas que no se sostienen. Puede ser que en ocasiones tengamos que disculparnos realmente por algo que hemos hecho mal, por un mal momento que hayamos tenido que nos ha llevado a unas actitudes no siempre correctas, pero son disculpas con humildad y sinceridad. Pero en ocasiones, ya sabemos, porque no queremos participar rechazamos cosas en las que han querido hacernos partícipes, porque no queremos mezclarnos, como solemos decir, con toda clase de gentes, pero que realmente son barreras que nosotros queremos poner por nuestra falta de comunión, porque son cosas que se salen de nuestros planes en que preferimos nuestras comodidades y no queremos tener el fastidio, como decimos, de tener que participar, porque no somos agradecidos con quienes nos ofrecen algo, aparecen las disculpas que no se sostienen, como decíamos al principio, que son realmente un rechazo a lo que se nos ofrece.

Seamos sinceros y reconozcamos cuantas disculpas ponemos en la vida en muchas situaciones porque no queremos implicarnos, porque nos falta esa disponibilidad y generosidad, porque no queremos comprometernos, porque no queremos que nos vean algo que tendríamos que hacer, y aparecen, como decíamos, las disculpas que no se sostienen, o que son reflejos de nuestros orgullos o de la insolidaridad a pesar de que con palabras proclamemos tantas cosas.

Es de lo que nos quiere llamar la atención Jesús con la parábola que hoy nos propone y que tantas veces habremos meditado. Un banquete de bodas que el rey prepara para su hijo, pero al que los invitados no quieren venir, no quieren participar. Y escuchamos sus disculpas que incluso se convierten en actitudes violentas con quienes les trasmiten la invitación del rey.

Es una parábola que nos está hablando del reino de Dios, del reino de los cielos. Ese banquete al que estamos invitados es un signo de esa fiesta del Reino de Dios del que todos hemos de participar, porque todos hemos sido invitados. Es cierto que una connotación primaria de la parábola en el momento en que fue pronunciada por Jesús viene a ser como una denuncia de lo que en aquel momento está sucediendo con el rechazo al Reino de Dios por parte de muchos allí en Jerusalén, donde al final será entregado Jesús a la muerte.

Pero la convocatoria al reino de Dios sigue siendo universal, porque todos estamos invitados. Como se nos dice en el relato de la parábola todo estaba preparado y la mesa de comensales había que llenarla. Salen a los cruces de los caminos y a todos los que encuentran los van llevando a la sala del banquete. ¿Será eso en verdad lo que en nombre de Jesús estamos haciendo los cristianos? ¿Estaremos en verdad comprometidos a ir donde sea necesario para atraer a alguien a participar del Reino de Dios? Nos quejamos muchas veces que nuestras iglesias cada día más se nos están quedando vacías, pero no solo tenemos que pensar en quienes dicen no, en quienes buscan disculpas para quedarse fuera, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos que estamos llamados a ser signos que llamen, que convoquen, que atraigan, que inviten a todos a escuchar esa buena nueva de salvación que nos ofrece Jesús.

Pero hay otro detalle que nos ofrece la parábola. En la sala del banquete había alguien que no estaba con traje de fiesta. No vamos a ponernos ahora a elucubrar si aquellos pobres de los caminos podían o no podían tener un traje digno de fiesta para participar en el banquete. ¡Qué guapos nos ponemos cuando nos invitan a un banquete, cuando nos invitan, por ejemplo a una boda! Los cristianos, los que nos decimos que estamos más cerca de la Iglesia, de Jesús y de la religión, ¿nos mostraremos siempre con ese traje de fiesta como un signo para los demás de lo que queremos vivir en nuestro corazón?

Me parece que muchas veces nos falta ese traje, no estamos con el traje de fiesta de la fraternidad, el traje de fiesta de la apertura de nuestro corazón para acoger a todos, el traje de fiesta de la comunión y de la amistad sincera, el traje de fiesta de nuestros compromisos por lograr esa paz y esa comunión entre todos; nos falta el traje de fiesta de nuestro testimonio, ¿cómo podemos estar tan tranquilos participando de nuestras celebraciones si no somos capaces de ser signos para los demás? Tampoco nosotros podemos andarnos con disculpas que no se sostienen.

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