Invitados
al banquete del Reino vistamos el traje de fiesta de nuestra fraternidad para
que seamos en verdad signos de comunión y fraternidad para todos
Jueces 11.29-39ª; Salmo 39; Mateo 22,1-14
Las disculpas que no se sostienen.
Puede ser que en ocasiones tengamos que disculparnos realmente por algo que
hemos hecho mal, por un mal momento que hayamos tenido que nos ha llevado a
unas actitudes no siempre correctas, pero son disculpas con humildad y
sinceridad. Pero en ocasiones, ya sabemos, porque no queremos participar
rechazamos cosas en las que han querido hacernos partícipes, porque no queremos
mezclarnos, como solemos decir, con toda clase de gentes, pero que realmente
son barreras que nosotros queremos poner por nuestra falta de comunión, porque
son cosas que se salen de nuestros planes en que preferimos nuestras
comodidades y no queremos tener el fastidio, como decimos, de tener que
participar, porque no somos agradecidos con quienes nos ofrecen algo, aparecen
las disculpas que no se sostienen, como decíamos al principio, que son
realmente un rechazo a lo que se nos ofrece.
Seamos sinceros y reconozcamos cuantas
disculpas ponemos en la vida en muchas situaciones porque no queremos
implicarnos, porque nos falta esa disponibilidad y generosidad, porque no
queremos comprometernos, porque no queremos que nos vean algo que tendríamos
que hacer, y aparecen, como decíamos, las disculpas que no se sostienen, o que
son reflejos de nuestros orgullos o de la insolidaridad a pesar de que con
palabras proclamemos tantas cosas.
Es de lo que nos quiere llamar la
atención Jesús con la parábola que hoy nos propone y que tantas veces habremos
meditado. Un banquete de bodas que el rey prepara para su hijo, pero al que los
invitados no quieren venir, no quieren participar. Y escuchamos sus disculpas
que incluso se convierten en actitudes violentas con quienes les trasmiten la invitación
del rey.
Es una parábola que nos está hablando
del reino de Dios, del reino de los cielos. Ese banquete al que estamos
invitados es un signo de esa fiesta del Reino de Dios del que todos hemos de
participar, porque todos hemos sido invitados. Es cierto que una connotación
primaria de la parábola en el momento en que fue pronunciada por Jesús viene a
ser como una denuncia de lo que en aquel momento está sucediendo con el rechazo
al Reino de Dios por parte de muchos allí en Jerusalén, donde al final será
entregado Jesús a la muerte.
Pero la convocatoria al reino de Dios
sigue siendo universal, porque todos estamos invitados. Como se nos dice en el
relato de la parábola todo estaba preparado y la mesa de comensales había que
llenarla. Salen a los cruces de los caminos y a todos los que encuentran los
van llevando a la sala del banquete. ¿Será eso en verdad lo que en nombre de
Jesús estamos haciendo los cristianos? ¿Estaremos en verdad comprometidos a ir
donde sea necesario para atraer a alguien a participar del Reino de Dios? Nos
quejamos muchas veces que nuestras iglesias cada día más se nos están quedando
vacías, pero no solo tenemos que pensar en quienes dicen no, en quienes buscan
disculpas para quedarse fuera, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos
que estamos llamados a ser signos que llamen, que convoquen, que atraigan, que
inviten a todos a escuchar esa buena nueva de salvación que nos ofrece Jesús.
Pero hay otro detalle que nos ofrece la
parábola. En la sala del banquete había alguien que no estaba con traje de
fiesta. No vamos a ponernos ahora a elucubrar si aquellos pobres de los caminos
podían o no podían tener un traje digno de fiesta para participar en el
banquete. ¡Qué guapos nos ponemos cuando nos invitan a un banquete, cuando nos
invitan, por ejemplo a una boda! Los cristianos, los que nos decimos que
estamos más cerca de la Iglesia, de Jesús y de la religión, ¿nos mostraremos
siempre con ese traje de fiesta como un signo para los demás de lo que queremos
vivir en nuestro corazón?
Me parece que muchas veces nos falta
ese traje, no estamos con el traje de fiesta de la fraternidad, el traje de
fiesta de la apertura de nuestro corazón para acoger a todos, el traje de
fiesta de la comunión y de la amistad sincera, el traje de fiesta de nuestros
compromisos por lograr esa paz y esa comunión entre todos; nos falta el traje
de fiesta de nuestro testimonio, ¿cómo podemos estar tan tranquilos
participando de nuestras celebraciones si no somos capaces de ser signos para
los demás? Tampoco nosotros podemos andarnos con disculpas que no se sostienen.
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