Abramos
los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida y a pesar de
nuestra pobreza a causa de nuestro desprendimiento tenemos la sabiduría de Dios
Jueces 6,11-24ª; Salmo 84; Mateo 19,
23-30
¿En manos de quien dejamos o ponemos lo
que podríamos llamar ‘los destinos de la vida’ o la verdadera solución de los
problemas que nos encontramos? Fácilmente lo dejamos en los que consideramos
poderosos, los que parecen los más influyentes de la sociedad, en los que nos
parecen más sabios porque son los que han estudiado, en aquellos que quizás se
nos presentan en su prepotencia como los únicos que saben como resolver esos
problemas de la sociedad?
Eso nos lo podemos encontrar en muchos
lugares de nuestra sociedad, como algunas veces nos puede suceder también en
nuestro propio ámbito eclesial. Alguna vez me he encontrado en alguna reunión
parroquial donde se encuentran personas diferentes – si es que tendríamos que
hablar así -, con cultura diferente, con preparación muchos quizás para
emprender muchas cosas por sus estudios, por los trabajos que realizan, por el
estatus que desempeñan quizás en el propio ámbito de la sociedad, pero personas
que nos parecen humildes, que nos parecen incultas, que no tienen esos
‘estudios’ pero que calladamente se desempeñan en la vida; quizás a estos que
nos parecen más humildes les cuesta expresar sus opiniones, dejan que sean los
otros los que siempre hablen y da la impresión que tienen la última palabra,
pero nos encontramos de pronto que aquella persona callada en un momento hizo
una observación que cambió completamente los planteamientos que se hacían, que
daba una visión nueva y verdaderamente renovadora; era el buey mudo que de
repente bramó y se hizo notar y nos enseñó donde podíamos encontrar la más
valiosa sabiduría.
Me he alargado en esta consideración
partida de la experiencia, porque realmente es lo que nos viene a decir hoy
Jesús en el evangelio. Parte el evangelio del episodio ayer comentado del joven
rico, que atado a sus riquezas no supo dar el paso adelante en lo que Jesús le
ofrecía para que alcanzase la verdadera plenitud de su vida. Y yo nos dice
Jesús algo que es verdadera revolucionario y desconcertante para la mentalidad
que entonces tenían, y que algunas veces permanece en nosotros.
‘En verdad os digo que difícilmente
entrará un rico en el reino de los cielos...’ y Jesús les habla del camello que
pasa más fácilmente por el ojo de la aguja que los ricos por la puerta del
Reino de los cielos. Los discípulos se quedan desconcertados y se preguntan, ‘y
entonces, ¿quién puede salvarse?’ Y es cuando Jesús nos pide que no nos
apoyemos ni en poderes de este mundo ni en sabidurías humanas. Tenemos que
buscar algo más hondo que Dios ha sembrado en nuestros corazones y que tenemos
que saber descubrir. Nos está pidiendo toda nuestra confianza en Dios. ‘Dios lo
puede todo’, viene a decirles.
Dios lo puede todo pero sigue confiando
en el hombre, sigue queriendo contar con nosotros. No es cuestión de buscar
milagros espectaculares que nos lo den todo resuelto. El milagro está en que
sentimos en nosotros esa fuerza y esa sabiduría de Dios para mantenernos fieles
y leales en nuestras metas, en lo que queremos alcanzar no ya solo para
nosotros sino para los otros y para la sociedad que queremos mejor. Es la
fuerza interior que Dios nos da para superar malos momentos de flaqueza y
tentaciones, para querer siempre dar un paso más, para hacer que haya mayor
humanidad en nuestras relaciones, para no perder ese optimismo que nos hace
caminar con alegría a pesar de los sufrimientos o tropiezos que podamos
encontrar y mantener la esperanza de que podemos hacer siempre algo mejor.
Nos exigirá desprendernos de nuestro
yo, nuestro egoísmo, nuestra ambición, nuestros apoyos humanos o materiales,
pero aunque parezcamos pobres porque todo lo hemos dado, sabemos que Dios no
nos falla, no nos sentiremos solos, se multiplicarán en torno nuestro esos
signos de la misericordia y de la bondad del Señor, porque Dios está con
nosotros.
Cuando Pedro y los discípulos le
preguntaban a Jesús qué les iba a tocar ellos que lo habían dejado todo, Jesús
les aseguraba que no les faltará ese padre o madre, ese hermano o hermana, esa
persona que a su lado va a ser un signo de la misericordia y de la presencia de
Dios. Abramos los ojos para descubrir esas señales de Dios en nuestra vida.
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