miércoles, 25 de junio de 2025

Tenemos que meditar el evangelio y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón

 


Tenemos que meditar el evangelio y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón

Génesis 15,1-12.17-18; Salmo 104; Mateo 7,15-20

A veces pensamos ¿y de quien nos podemos fiar? Nos sentimos engañados, bonitas apariencias, bonitas palabras, promesas que ya no sabemos a qué más pueden llegar, pero pronto la apariencia se desbarata, la máscara bonita que se han puesto para dar una buena imagen se cae y al final es como una máscara de carnaval tirada por los suelos cuando se acaba la fiesta, las palabras, como se suele decir, se las lleva el tiempo y las promesas con engodo para engatusarnos que al final resulta venenoso. Lo estamos viendo demasiado en nuestra sociedad y parece que se acaban las ilusiones, porque ya nos cuesta creer en alguien.

Puede parecer un cuadro demasiado trágico y triste el que estoy presentando pero por una parte no hago sino reflejar mucho de lo que estamos viendo en la vida social, en la política, en las relaciones entre unos y otros muy llenas de vanidad y en consecuencia de demasiadas apariencias y caretas. Y es que además nos podemos ver envueltos en esa turbina y terminar nosotros viviendo también de las apariencias y perdiendo autenticidad en nuestra vida.

Nuestras palabras y nuestras obras han de estar en la misma sintonía. Eso que llamamos congruencia, eso que nos tiene que manifestar auténticos, tal como somos, quizás también con nuestros fallos, pero con la aceptación de nuestros errores, con nuestros deseos de superarnos aunque nos cueste, con nuestras ganas de querer seguir avanzando y subiendo esos peldaños que nos llevan a ser mejores y a contribuir también a que nuestro mundo sea mejor.

Jesús nos previene por una parte para que no nos dejemos embaucar, pero también para que trabajemos por esa autenticidad de nuestra vida. Y es que en nuestros ámbitos, llamémoslos religiosos, también podemos encontrar esas tentaciones, o esos cantos de sirena que quieren atraernos, como nos dice Jesús esos falsos profetas que no nos trasmitirán con autenticidad la Palabra de Dios.

Ovejas con piel de lobos, los llama Jesús. Muchos predicadores en todos los ámbitos o que de rigurosos se ponen catastrofistas, lo que está muy lejos del sentido del evangelio que siempre es un anuncio de alegría y de esperanza, o vienen con la suavidad de dulces palabras que nada nos dicen o que nos confunden, personas que no son constructivas con lo que nos dicen sino que sintiéndose furibundos profetas todo lo quieren destruir para comenzar algo nuevo a su imagen. Pero también podemos encontrarnos los que no se acercan con radicalidad y apertura de corazón a la palabra y solo nos ofrecerán o cosas bonitas, o cosas repetidas tantas veces como de memoria como una cantinela que ya no nos dicen nada. De todo nos podemos encontrar.

¡Qué difícil es muchas veces ser fieles de verdad a la Palabra de Dios! Algunas veces parece que le tenemos miedo, o que aquello que vamos a escuchar o tengamos que decir nos compromete y nos exige algo nuevo en nosotros que no estamos dispuestos a dar. Tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu del Señor, es quien nos lo revelará todo, es quien va a conducirnos de verdad por esos caminos nuevos del Reino de Dios; es quien inspira de verdad nuestra vida, pero tenemos que dejarnos conducir por El.

Recuerdo de nuevo íntegro el texto del evangelio que hoy se nos ha ofrecido. Tenemos que meditarlo y rumiarlo bien en nuestro corazón, sin miedos, sin suavizantes, sin filtros, con valentía, con apertura del corazón. ‘Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis’.

Y nosotros, ¿qué fruto es el que estamos manifestando?

 

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