Es
necesario hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida
regalada con el amor de Dios y a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a
celebrar
Isaías 43, 16–21; Salmo 125; Filipenses 3,
8-14; Juan 8, 1-11
Todos tenemos una historia que contar,
aunque nos parezca que nuestra vida es insignificante y no tenemos
acontecimientos reseñables que contar, siempre ha habido un momento especial,
logros alcanzados, situaciones difíciles que nos hayan podido llenar de dolor,
momentos de dicha y felicidad que merecen ser recordados y como creyentes que
somos en esos acontecimientos hemos podido ver la mano de Dios, el actuar de
Dios en nuestra vida que podemos llamar momentos de gracia para nosotros.
He querido comenzar mi reflexión sobre
el evangelio de este quinto domingo de la cuaresma con esta referencia, porque
la misma Palabra de Dios nos lo está recordando. La primera lectura que viene a
ser como el credo del pueblo de Israel lo que hace es recordar su historia y
como en esa historia ellos han sabido ver siempre el actuar de Dios, desde
Abraham al que Dios llamó a salir de su tierra y ponerse en camino, la historia
de los grandes patriarcas fundamentos de ese pueblo y sobre todo la liberación
y salida de Egipto en camino hacia la libertad y la constitución de ese pueblo
en la tierra que Dios le iba a dar.
San Pablo en la segunda lectura hará también
memoria de su vida que se transformó totalmente a partir del momento del
encuentro con Jesús en el camino de Damasco. Sabe reconocer el apóstol ese
actuar de Dios en su vida de manera que como dice ‘Todo lo considero pérdida
comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor’. Es
su vida y es su historia pero sobre la que se ha construido otra nueva desde su
encuentro con Jesús, pero que se hace camino de superación y crecimiento en
búsqueda de esa meta que espera alcanzar.
¿No tendría historia que contar aquella
mujer que porque fue sorprendida en adulterio había tirado a los pies de Jesús
esperando su condena? Hemos comentado muchas veces la escena del evangelio que
todos conocemos bien. La implacable ley mosaica que condenaba a ser apedreada
la mujer que fuera sorprendida en adulterio. Aunque fuera ley en Israel esos no
eran los caminos de Dios. Si Jesús estaba presente entre los hombres, como
signo de la presencia y de la misericordia de Dios, lo que venía a ofrecernos
no era condenación sino salvación. Misericordia quiero y no sacrificios, recordaría
precisamente con textos de los profetas.
Tensos tuvieron que ser aquellos momentos
para la mujer tirada en el suelo y condenada de antemano esperando ejecución de
la sentencia, por así decirlo. Pero tensos fueron los momentos de silencio de
Jesús antes de darnos la verdadera sentencia. ¿Quién no tiene pecado y puede
tirar la primera piedra? Era la nueva historia que se estaba labrando de
misericordia y de perdón. ¿No pediría perdón Jesús al ser crucificado por
aquellos que le clavaban al madero, ‘porque no sabían lo que hacían’?
¿No sería también la voz que se escucharía desde lo alto de la cruz prometiendo
el paraíso aquel mismo día al ladrón arrepentido?
¿Quién podría tirar la primera piedra? El
que no tenía pecado allí lo que estaba ofreciéndonos un regalo de amor. Sería
la historia que aquella mujer recordaría para siempre. ‘¿Nadie te ha
condenado? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’. Una nueva historia
de vida se estaba comenzando a escribir a partir sí de una realidad pero sobre
todo a partir del regalo de amor y de misericordia que Jesús estaba ofreciendo.
Es lo que ahora nos disponemos a
celebrar, estamos ya a las puertas de la Semana que llamamos santa porque tiene
su culminación en la Pascua del Señor. Es el memorial de su pasión y de su
muerte y también de su resurrección lo que vamos a revivir y a celebrar; es para
lo que nos hemos venido preparando en este camino cuaresmal donde hemos ido dejándonos
conducir por la Palabra de Dios que día a día ha ido enriqueciendo e iluminando
nuestra vida.
Nuestra vida con nuestra historia, que
todos tenemos nuestra historia, que tiene que convertirse para nosotros también
en historia de salvación. Tenemos la tendencia al recordar nuestra historia en
hacer hincapié en nuestros momentos de sombra, ya sea por las situaciones de
dificultad por las que hemos pasado o por los tropiezos que hemos tenido en la
vida que nos llenan de culpabilidades.
Es necesario tener otra mirada,
descubrir el lado de luz, sentir que no nos ha faltado la presencia y la gracia
de Dios en nosotros que nos llama y nos ofrece continuamente su amor; si nos
detenemos un poco podemos encontrar ese momento, esa llamada que ha convertido
nuestra vida en historia de salvación, porque es la historia del amor que Dios
nos ha tenido, es la historia que podemos relatar en muchos momentos, detalles,
gestos, acontecimientos, personas a nuestro lado donde podemos y tenemos que
descubrir ese amor de Dios, que llega a nosotros, como llegó a aquella mujer de
la que nos habla hoy el evangelio.
No se trata de rescribir nuestra
historia sino hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida
regalada con el amor de Dios. Tendremos muchas cosas que recordar y que
celebrar. Vamos a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar este
año.
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