No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados
porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la
actitud de perdón que ofrezcamos
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Salmo
22; Juan 8, 1-11
Alguna vez nos hemos encontrado a nosotros
mismos haciendo dibujitos en lo que tengamos a mano, ‘pintando machanguitos’;
estamos como distraídos de nuestro entorno más cercano, ensimismados en
nuestros pensamientos, con la mente quizás muy lejos de donde físicamente
estamos, pero son momentos de relax, de pensar, de darle vueltas a las cosas,
de abstraernos de lo que nos rodea, de estar oyendo sí pero no escuchando, no
prestando atención porque nosotros estamos en la nuestro. Hasta que en un punto
despertamos, sí, como si saliéramos de un sueño tratamos de situarnos donde
estamos.
¿Momentos quizás para tomar decisiones,
para pensarnos las cosas, para emprender con empuje algo nuevo, para decir una
palabra quizás llena de sabiduría que ni nosotros mismos habíamos pensado? Algo
paradójico lo que nos puede suceder. Momentos y silencios que necesitamos en la
vida.
¿Nos quedaremos así ante el evangelio?
Hay ocasiones en que es tal la novedad que se nos presenta que de alguna manera
nos quedamos paralizados hasta darnos cuenta de la profundidad del mensaje. Y
es que el evangelio no nos lo podemos tomar a la ligera; no podemos decir
nunca, eso ya lo sabía. Cada página del evangelio tiene el olor y el sabor de lo nuevo cada vez que nos acercamos
a ella, la leemos o la escuchamos. Y aunque un texto lo hayamos leído o
escuchado en el día anterior e incluso lo hayamos meditado, cuando lo
escuchamos de nuevo, si lo hacemos con fe, vamos a encontrar siempre la novedad
que es el evangelio, porque siempre es noticia de algo para nosotros, siempre
es buena noticia que quiere llegar al corazón, a lo más hondo de la vida y nos
producirá interrogantes, nos abrirá caminos, nos dejará el sabor del vino
nuevo.
Hoy estamos acercándonos de nuevo a una
página que ya escuchamos ayer en el quinto domingo de la cuaresma. Hoy la
liturgia nos la vuelve a presentar, pero para nosotros no puede representar una
repetición que ya damos por sabida. Como hacíamos referencia en la introducción
a este comentario Jesús parece que se queda como abstraído cuando en medio de
la predicación le traen a aquella mujer con las acusaciones del adulterio y las
condenas que a las mujeres adúlteras se les aplicaban; y Jesús no dice nada, se
queda en silencio, como nos dice el evangelio haciendo dibujitos en el suelo.
Le apremian aquellos que están pronto para la condena, pero Jesús está en
silencio; parece que no tiene prisa. ¡Cuántas prisas nos damos sobre todo
cuando queremos quedar por encima de los otros, cuando queremos ganar nuestra
partida sea como sea!
Solo una palabra saldrá de la boca de
Jesús en consonancia con lo que había venido haciendo siempre poniendo siempre
la misericordia por encima de todo. No invoca directamente la misericordia
aunque está en el trasfondo sino que interroga con su mirada. ¿Quién es el que
no tiene pecado y se atreve a tirar la primera piedra? Y ahora el silencio se
hace más denso, mientras uno a uno todos aquellos acusadores se van
escabullendo empezando por los mayores, a los que se les pediría quizás mayor
sensatez.
Y en ese silencio, solos la mujer aun
tirada por los suelos y Jesús también agachado en el suelo con sus dibujitos,
comienza a refulgir del todo la luz de la misericordia. ‘¿Nadie te ha
condenado? Yo tampoco… vete en paz y no peques más’.
Es el sabor del vino nuevo que ahora
estamos saboreando. Ha aparecido sobre la tierra la misericordia del Señor. Es
la esperanza de los pecadores que no siempre todos llegan a comprender. ‘Vuestro
maestro come con publicanos y pecadores’, les decían los fariseos a los discípulos
de Jesús. Tiene que sonar fuerte el evangelio de este día y esas palabras
finales de Jesús.
Los hombres decimos tantas veces que
perdonamos pero seguimos guardando el recuerdo del pecado de aquel pecador.
Como si aun siguiéramos con la costumbre de poner un cartel sobre la cabeza del
pecador aunque se hubiera arrepentido para seguirle recordando que cometió tal
atrocidad. Es lo que seguimos haciendo en nuestra sociedad. Cuidado que los
cristianos nos contagiemos de esas costumbres y posturas que seguirán
produciendo dolor y amargura; cuidado el daño que podemos hacer, el daño que
puede hacer la iglesia también cuando se deja contagiar por esas posturas.
No solo tenemos que sentirnos liberados
y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que
tiene que ser la actitud con que nosotros nos acerquemos a los demás ofreciendo
siempre generoso perdón.
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