lunes, 7 de abril de 2025

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

 


No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Salmo 22; Juan 8, 1-11

Alguna vez nos hemos encontrado a nosotros mismos haciendo dibujitos en lo que tengamos a mano, ‘pintando machanguitos’; estamos como distraídos de nuestro entorno más cercano, ensimismados en nuestros pensamientos, con la mente quizás muy lejos de donde físicamente estamos, pero son momentos de relax, de pensar, de darle vueltas a las cosas, de abstraernos de lo que nos rodea, de estar oyendo sí pero no escuchando, no prestando atención porque nosotros estamos en la nuestro. Hasta que en un punto despertamos, sí, como si saliéramos de un sueño tratamos de situarnos donde estamos.

¿Momentos quizás para tomar decisiones, para pensarnos las cosas, para emprender con empuje algo nuevo, para decir una palabra quizás llena de sabiduría que ni nosotros mismos habíamos pensado? Algo paradójico lo que nos puede suceder. Momentos y silencios que necesitamos en la vida.

¿Nos quedaremos así ante el evangelio? Hay ocasiones en que es tal la novedad que se nos presenta que de alguna manera nos quedamos paralizados hasta darnos cuenta de la profundidad del mensaje. Y es que el evangelio no nos lo podemos tomar a la ligera; no podemos decir nunca, eso ya lo sabía. Cada página del evangelio tiene el  olor y el sabor de lo nuevo cada vez que nos acercamos a ella, la leemos o la escuchamos. Y aunque un texto lo hayamos leído o escuchado en el día anterior e incluso lo hayamos meditado, cuando lo escuchamos de nuevo, si lo hacemos con fe, vamos a encontrar siempre la novedad que es el evangelio, porque siempre es noticia de algo para nosotros, siempre es buena noticia que quiere llegar al corazón, a lo más hondo de la vida y nos producirá interrogantes, nos abrirá caminos, nos dejará el sabor del vino nuevo.

Hoy estamos acercándonos de nuevo a una página que ya escuchamos ayer en el quinto domingo de la cuaresma. Hoy la liturgia nos la vuelve a presentar, pero para nosotros no puede representar una repetición que ya damos por sabida. Como hacíamos referencia en la introducción a este comentario Jesús parece que se queda como abstraído cuando en medio de la predicación le traen a aquella mujer con las acusaciones del adulterio y las condenas que a las mujeres adúlteras se les aplicaban; y Jesús no dice nada, se queda en silencio, como nos dice el evangelio haciendo dibujitos en el suelo. Le apremian aquellos que están pronto para la condena, pero Jesús está en silencio; parece que no tiene prisa. ¡Cuántas prisas nos damos sobre todo cuando queremos quedar por encima de los otros, cuando queremos ganar nuestra partida sea como sea!

Solo una palabra saldrá de la boca de Jesús en consonancia con lo que había venido haciendo siempre poniendo siempre la misericordia por encima de todo. No invoca directamente la misericordia aunque está en el trasfondo sino que interroga con su mirada. ¿Quién es el que no tiene pecado y se atreve a tirar la primera piedra? Y ahora el silencio se hace más denso, mientras uno a uno todos aquellos acusadores se van escabullendo empezando por los mayores, a los que se les pediría quizás mayor sensatez.

Y en ese silencio, solos la mujer aun tirada por los suelos y Jesús también agachado en el suelo con sus dibujitos, comienza a refulgir del todo la luz de la misericordia. ‘¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco… vete en paz y no peques más’.

Es el sabor del vino nuevo que ahora estamos saboreando. Ha aparecido sobre la tierra la misericordia del Señor. Es la esperanza de los pecadores que no siempre todos llegan a comprender. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’, les decían los fariseos a los discípulos de Jesús. Tiene que sonar fuerte el evangelio de este día y esas palabras finales de Jesús.

Los hombres decimos tantas veces que perdonamos pero seguimos guardando el recuerdo del pecado de aquel pecador. Como si aun siguiéramos con la costumbre de poner un cartel sobre la cabeza del pecador aunque se hubiera arrepentido para seguirle recordando que cometió tal atrocidad. Es lo que seguimos haciendo en nuestra sociedad. Cuidado que los cristianos nos contagiemos de esas costumbres y posturas que seguirán produciendo dolor y amargura; cuidado el daño que podemos hacer, el daño que puede hacer la iglesia también cuando se deja contagiar por esas posturas.

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud con que nosotros nos acerquemos a los demás ofreciendo siempre generoso perdón.

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