martes, 28 de enero de 2025

Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano… amigos más afectos que un hermano… El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre

 


Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano… amigos más afectos que un hermano… El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre

Hebreos 10,1-10; Salmo 39; Marcos 3,31-35

Ha sido para mí como una madre… es para mí como un hermano. Son expresiones que probablemente habremos empleado alguna vez cuando estamos con una persona, que aun sin ser familia, a la que tenemos un afecto especial. Personas que han sido cercanas a nosotros en la vida, que no nos ha faltado su compañía en momentos importantes, o en momentos que han sido trascendentales en nuestra existencia. Nos acompañaron en momentos de soledad, en momentos tormentosos quizás de la vida, que tuvieron para nosotros palabras verdaderamente orientadoras, que nos mostraron su cariño, no siempre necesariamente con palabras, pero sin con los hechos, con su presencia, con su ayuda. Hay una familia en la vida que no siempre es la familia de la carne y de la sangre, sin menoscabar en nada lo que significa la familia carnal, pero con la que hemos contado y seguiremos contando. Ya dice la Escritura en los libros de la Sabiduría que ‘hay amigos que son más afectos que un hermano’.

¿Por qué saco a colación todo esto? Son cosas que necesariamente hemos de saber valorar, pero viene a cuento con lo que hoy nos presenta el evangelio. Se hacen presentes allí donde está Jesús enseñando a la gente, realizando algunos signos quizás, su madre y sus familiares. En el lenguaje semítico empleado por el evangelio la expresión es que le anuncian a Jesús que allí están su madre y sus hermanos.

¿Tuvo más hermanos Jesús? Ya sé que esté es un punto de batalla en ciertas interpretaciones que se hacen muy literalmente de los evangelio en ciertos sectores de algunas iglesias cristianas y que son aprovechadas muchas veces para confundir a la gente y atraerlos a sus caminos. No es una manera muy leal de anunciar el evangelio de Jesús. Nosotros siempre hemos interpretado que esta expresión de ‘hermanos’ en el lenguaje semítico se aplica a todos los que son familiares cercanos; el concepto y sentido de familia no es tan reductivo como en occidente tenemos de alguna manera sino que se amplia a todo el ámbito familiar. Todos sin embargo tenemos quizás la experiencia de tener primos que algunas veces son más queridos para nosotros que los propios hermanos por distintas circunstancias de la vida. Pero no es la cuestión que más nos importa hoy al comentar el evangelio.

Cuando le anuncian a Jesús la presencia de María, su madre, y sus hermanos Jesús se hace la pregunta. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y nos dice el evangelista que volviéndose a todos los que le rodeaban y como queriendo envolverlos a todos en un mismo abrazo el mismo Jesús nos responde. ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

¿Está negando Jesús la importancia de su madre y de su familia como queriendo dejarlos a un lado? Jesús lo que está haciendo es darnos una nueva amplitud, con una nueva universalidad y fraternidad, que tiene que hacer que en verdad nos sintamos unidos desde una misma fe pero desde esa escucha que hacemos de la Palabra de Dios.

El ejemplo, por decirlo así, lo tenemos en María. El Verbo de Dios se encarna en su seno para ser la madre de Jesús, para ser la madre de Dios, porque ella antes ha plantado la Palabra de Dios en su corazón. No es solamente lo que luego al final de la visita del ángel responderá María, ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’, sino que en el camino de María había estado como plan de su vida, como trayectoria de su vida, el buscar siempre lo que era la voluntad del Señor. ¿Por qué, si no, el ángel la llama la agraciada de Dios, la que ha encontrado gracia ante Dios? Porque era lo que María siempre estaba buscando, conocer la voluntad de Dios, escuchar la Palabra de Dios en su corazón. Es lo que realmente la ha convertido en la Madre de Dios.

Hoy precisamente la carta de los Hebreos, escuchada como primera lectura, nos habla de lo que fue la voluntad del Hijo de Dios desde su entrada en el mundo. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Esa búsqueda de la voluntad de Dios, esa aceptación de la voluntad de Dios en nuestra vida, esa escucha de la Palabra de Dios plantándola en nuestro corazón es lo que nos hace hijos de Dios. Así nos lo dice el principio del evangelio de san Juan. ‘Estos nos han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’.

¿Cómo, entonces, nos hacemos en verdad esa familia de Dios? Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios, como nos dice hoy Jesús en el evangelio. Es así como nos hacemos hermanos los unos de los otros, es así como entramos a formar parte de esa nueva familia; será así, desde la escucha de la Palabra de Dios, cómo comprenderemos que somos hermanos y como tales tenemos que tratarnos, amarnos, es la trayectoria que también nosotros hemos de seguir en nuestra vida. Así tenemos que sentirnos, así tenemos que amarnos.


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