lunes, 27 de enero de 2025

Cuidado con las posturas combativas ante la novedad del evangelio y se nos pide que algo o mucho en nosotros o nuestras comunidades tenemos que transformar

 


Cuidado con las posturas combativas ante la novedad del evangelio y se nos pide que algo o mucho en nosotros o nuestras comunidades tenemos que transformar

Hebreos 9,15.24-28; Salmo 97; Marcos 3,22-30

Eso no puede ser así. Cuántas veces habremos reaccionado así ante lo que no esperábamos, nos resultaba una sorpresa, venía como a romper nuestros esquemas, se nos planteaban cosas nuevas que iban contra lo que estábamos acostumbrados y se habían convertido como en una rutina en la vida. Eso no puede ser verdad, cómo nos van a cambiar las cosas, y en cierto modo nos volvemos muy conservadores, pero conservadores frente a aquello que nos pueda inquietar, nos haga cambiar nuestros esquemas y ahora nos exija un esfuerzo distinto, o salirnos de aquello a lo que estábamos acostumbrados. Nos cuesta hacernos planteamientos nuevos. Preferimos que las cosas no cambien y más cuando quizás nos hagan desposeernos de nuestros privilegios, o aquello que decimos que nos hemos ganado.

Ese impacto se estaba produciendo en muchos tras la presencia de Jesús, lo nuevo que nos estaba anunciando y los signos que iba realizando de lo nuevo que El realmente quería para el hombre, para cada persona. Era inquietante para muchos lo que Jesús iba anunciando, rompía de alguna manera sus esquemas. Chocaba la idea que se tenían sobre lo que había de ser el Mesías y la manera cómo Jesús se presentaba. Para ellos no podía ser el Mesías. Es cierto que sus palabras tenían un sonido profético, pero en la tradición judía aunque posteriormente valoraran mucho a los antiguos profetas en su momento siempre los rechazaron, sus palabras les resultaban incómodas, eran desprestigiados y perseguidos por los poderosos de su tiempo. Ahora le estaba pasando a Jesús. De Jerusalén llegaban a Galilea continuas embajadas para indagar lo que allí estaba sucediendo, para vigilar las palabras de Jesús y para de alguna manera quitarle valor a los signos que realizaba.

Es lo que ahora está sucediendo. Jesús libera del mal en sus enfermedades, como un signo de lo que en verdad quería realizar en nosotros, y era así que consideraban la enfermedad como un castigo divino o como una posesión del maligno, por eso se nos habla continuamente de la expulsión de los demonios por parte de Jesús. Pero ahora vienen a decir aquellos que han llegado desde Jerusalén que lo que Jesús realiza no es obra de Dios sino que lo está realizando con el poder del maligno. Una contradicción bien difícil de admitir, como incluso Jesús querrá hacerles razonar. Un reino dividido no puede subsistir.

Y Jesús habla de ese terrible pecado. Porque es una desconfianza del poder de Dios, es una atribución al maligno lo que solo puede ser obra de Dios, como es toda nuestra liberación del mal. Más duros se pondrán cuando Jesús hable del perdón de los pecados, por lo que terminarán llamando blasfemo a Jesús. Es un pecado difícil de perdonar, porque nunca se será capaz de reconocer ese pecado, esa malicia que llevamos en el corazón.

Nos chocan y nos parecen incomprensibles aquellas actitudes que muchos mantenían ante la buena noticia que Jesús les anunciaba con su presencia, con sus palabras y con los signos que realizaba. Pero, ¿por qué no pensar cómo nosotros también queremos ralentizar la actuación de la gracia de Jesús en nuestra vida? Nos cuesta reconocer nuestra propia realidad de pecado, ponemos también nuestros limites en la interpretación muchas veces interesada que nos hacemos del evangelio de Jesús; vivimos apoltronados en nuestras rutinas contentándonos con lo que hacemos y sin atrevernos a abrir nuestro espíritu a algo más, a algo nuevo que el espíritu del Señor pueda suscitar en nuestro corazón, también nos ponemos en una actitud defensiva ante los cambios y transformación que hemos de dar en nuestra vida personal o en nuestras comunidades cristianas, seguimos en nuestras rutinas de cada día y no terminamos de dar los pasos de renovación que sabemos bien que tendríamos que dar, nos falta ese espíritu misionero que tendría que brotar de una fe viva.

Pidamos que el Señor nos dé esa valentía que necesitamos para dar esos necesarios pasos de conversión.

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