Un
camino de humildad y sencillez, de despojo de vanidades y autosuficiencias a
través de nuestro adviento para llegar al encuentro con el Señor
Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Lucas 10, 21-24
Yo no necesito de nadie, yo me valgo
solo, habremos escuchado o hemos contemplado las actitudes del prepotente que
se cree valerse solo por si mismo siempre. Con su autosuficiencia que todo se
lo sabe pretenden avasallar a todo el mundo; no inspiran confianza sino miedo y
nadie se sentirá a gusto a su lado, porque lo que al final a pesar de todo el
poder que pretenden tener se encontrarán vacíos y solos.
Nos topamos con gente así que hace
desagradable su presencia, pero también tenemos el peligro y la tentación de
algunas veces en aquellas cosas que creemos que sabemos o podemos también
podamos tomar esas actitudes negativas en nuestra relación a los demás. Hemos
de saber estar atentos y vigilantes, no de lo que los otros puedan hacer, sino
de esas actitudes negativas que pudieran rebrotar en nuestro corazón.
En el lunes de nuestra primera semana
de adviento y en la postura del centurión que pedía de Jesús la curación de su
siervo paralítico llegamos a descubrir que tenemos que bajarnos al camino de la
humildad que es por donde podemos encontrarnos con Dios. Parece que la palabra
de Dios incide una vez más en el mismo ya desde estos primeros pasos del camino
del adviento. Solo desde ese corazón humilde podemos sentir la revelación de
Dios en nuestra vida. Parece que no se casan ese orgullo y autosuficiencia con
que podamos andar por la vida con la presencia del Señor en nosotros.
Hoy las palabras de Jesús se hacen oración
para dar gracias al Padre. Lo escucharemos en más de una ocasión poniendo su
confianza en el Padre y poniendo su vida en sus manos. Como dirá en otra
ocasión, levantando la voz incluso para que todos los oigan, da gracias al
Padre porque lo escucha – El cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, y
como nos dirá para eso ha venido – pero en esa ocasión lo dice para que
nosotros lo oigamos, para que nosotros aprendamos.
Hoy nos dirá. ‘Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así
te ha parecido bien…’
Aquí está el gran mensaje de este día.
Ha escondido los misterios de Dios a los sabios y a los entendidos y los ha
revelado a los pequeños. ¿Quiénes serán los primeros que escuchen la buena
nueva del nacimiento de Jesús en Belén? Los pequeños, los pastores, los pobres
que al raso de la noche están cuidando sus ganados en los campos de Belén. ¿A
quienes llamará Jesús dichosos y bienaventurados en el mensaje del sermón del
monte? A los pobres, a los humildes, a los hambrientos, a los que tienen
humilde corazón.
¿Quiénes serán los que prorrumpirán en
alabanzas cuando escuchen sus palabras o contemplen los signos que van
realizando con los milagros? La humilde mujer anónima que gritará en medio del
gentío, los pobres y los sencillos que le siguen por todas partes poniendo en
El toda su confianza, los que han reconocido sus limitaciones y deficiencias y
humildes han sabido acudir desde la pobreza de sus vidas a Jesús porque solo en
él encontrarán salud para sus vidas, los que se sienten pecadores e incluso
despreciados de los demás que le buscarán aunque fuera ocultos entre los
ramajes de una higuera y que encontrando la verdadera paz en sus corazones se
sentarán a su mesa.
Los que tienen cosas que hacer, los que
están envueltos en la autosuficiencia de lo que tienen y creen no necesitar de
nadie, los que solo se quedan a la distancia para observar y para juzgar, los
que no quieren mezclarse con los que consideran despreciables y pecadores,
buscarán mil disculpas para no sentarse a su mesa o si intentan hacerlo es en
medio de codazos y empujones, pero no merecerán ser dignos de sentarse en la
mesa del Reino que será para los pobres de los caminos.
Es lo que nos va enseñando el
evangelio. Es por lo que da gracias Jesús al Padre que se revela a los
pequeños; es el camino que nosotros hemos de saber emprender despojándonos de
tantas vanidades que nos tientan, de tantos orgullos que hacen agria nuestra
vida, de tanta autosuficiencia que nos hace mirar de lado el evangelio.
¿Será ese el camino que vayamos
haciendo en nuestro Adviento?
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