lunes, 2 de diciembre de 2024

Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida, la paz inundará nuestro corazón y le daremos el mejor sentido a la navidad cercana

 


Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida, la paz inundará nuestro corazón y le daremos el mejor sentido a la navidad cercana

Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Mateo 8, 5-11

Situémonos en el lugar del episodio con los personajes de este evangelio que escuchamos al principio de esta primera semana de Adviento. Estamos en la ciudad de Cafarnaún, una ciudad en cierto modo cosmopolita por su situación, su actividad y los diferentes personajes que por ella circulan; es una población ciertamente judía, pero su situación geográfica junto al lago, al norte de Palestina, con la cercanía de Siria y la Decápolis, unos pescadores que allí se concentraban para su actividad de pesca, en cierto modo un cruce de caminos entre distintas regiones  hacía que como en el episodio no solo nos encontramos israelitas, sino también un centurión romano, un criado paralítico y una gente que convive con respeto esa variada situación. Allí ha centrado Jesús por otra parte su predicación en el anuncio del Evangelio en Galilea, la casa de Simón Pedro viene a ser como el centro que todo lo aglutina.

¿Será algo así la situación en que hoy nosotros nos encontramos cuando escuchamos el evangelio en este principio del camino del Adviento? Problemática compleja la que vivimos y en medio de la cual nosotros queremos escuchar el evangelio de Jesús como anuncio de salvación para el hoy de nuestra vida. Gente que nos rodea con sus propias circunstancias, situación anímica en la que podemos encontrarnos con nuestros problemas o con las diferentes influencias que de todas partes recibimos en el mundo de hoy, parálisis de fe y de vida en la insensibilidad que nos rodea o en la rutina en que andamos metidos y que de alguna manera nos mantiene como aturdidos.

No es el mejor ambiente el que encontramos a nuestro alrededor para dar el mejor sentido a la navidad que vamos a celebrar demasiado marcada por el consumismo y el materialismo de la vida donde quizás el sentido religioso no ocupe ni el mejor ni el primer lugar.

Hoy vemos a un centurión romano, considerado gentil o pagano en relación con la religión que viven los judíos, pero que se encuentra en un momento difícil al tener enfermo y paralítico al que considera su mejor criado que no sabe a quien acudir. Ha oído hablar de los signos y milagros que Jesús realiza y se agarra a un clavo ardiendo. Acude a Jesús con su problema, a pesar de no ser judío, y Jesús se ofrece a ir a su casa a curarlo. Pero aquí aparece su grandeza que lo cambia todo, su humildad. Una humildad que le hace sentirse pequeño y vacío a pesar de todo su poderío, es un centurión acostumbrado al mando y al dominio, pero siente que no es digno de que Jesús entre en su casa. Se desprende de su grandeza para dejar entrar no en su casa, sino en su corazón a Jesús. Se despierta en él la más grandiosa fe, que merecerá incluso la alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe’.

Y ¿qué nos puede decir esto a nosotros hoy? Desde todas esas vanidades de la vida que vivimos y nos envuelven, desde toda esa prosopopeya que nos hemos creado para celebrar a nuestra manera la fiestas de Navidad de manera que hasta en cierto modo hemos quitado de en medio a Jesús – algunas veces parece que los arbolitos adornados o los rojizos y regordetes ‘papás Noel’ son los protagonistas -, tenemos que comenzar por despojarnos, entrar en un camino de humildad porque será lo que despertará en nosotros la verdadera fe para sentir y para vivir la verdadera navidad.

Es bonita la actitud del centurión que se nos ofrece en estas primeras páginas del camino de nuestro adviento. Es la mejor manera de comenzar nuestro recorrido; es la actitud más hermosa para abrir las puertas a Dios que quiere llegar a nuestra vida. No son unos hogares recargados de oropeles que son como hojarasca el mejor lugar que le podemos ofrecer a Dios que llega a nuestra vida.

El viene también cada día y en cada momento a curarnos, a levantarnos de esas parálisis de nuestros pies y manos que nos inutilizan, de esas cegueras que nos hacen permanecer en las sombras, de esa cerrazón de nuestros oídos que no escuchan, de ese pecado que nos llena de muerte. Transformemos los utensilios de guerra en instrumentos de paz.

No solo celebramos que en otro momento histórico Dios se hizo Emmanuel presente en el mundo, sino que hoy de muchas maneras sigue llegando a nosotros. Embebidos en nuestros orgullos no somos capaces de distinguirlo porque queremos hacerlo a nuestra manera o nos dejamos arrastrar por ese ambiente que nos rodea. Bajemos al campo de la humildad y se abrirá camino para que Dios llegue a nuestra vida y la paz inundará nuestro corazón.

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