viernes, 29 de noviembre de 2024

No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación

 


No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación

Apocalipsis 20, 1-4. 11 — 21, 2; Salmo 83; Lucas 21, 29-33

Cuando llega la hora de los balances y de hacer inventarios no siempre las tenemos todas consigo porque casi de forma espontánea por más optimistas que seamos estamos con la mosca detrás de la oreja por si acaso los balances no cuadren o los inventarios nos den cargas negativas. 

Con buena voluntad hemos intentado hacer el recorrido, cuando se trata de esas cosas materiales o de nuestros negocios en la vida hemos querido hacerlo de la forma más profesional posible, pero sabemos que somos frágiles, que en momentos podemos cometer error, y más aun cuando en nuestra debilidad, a pesar de todos los buenos deseos, sabemos que ha habido cosas en la vida que no siempre han sido las correctas.

Hablamos de lo que es la vida en general, hablamos de lo que en nuestra conciencia de cristianos sabemos siempre que hemos de revisar, hablamos de ese enfrentarnos a nosotros mismos con sinceridad aunque algunas veces incluso nos cueste ser sinceros con nosotros mismos, lo estamos haciendo en este final del año litúrgico cuando desde la Palabra de Dios se nos hace pensar en lo que ha de ser esa trascendencia de nuestra vida que tiene que ir más allá de lo que tenemos enfrente de nuestras narices. En estos momentos en las palabras de Jesús que nos trasmiten los evangelios en estos días se nos habla de ese enfrentarnos al momento final de nuestra vida y de nuestra historia.

Pero aunque andemos, como decíamos antes, con la mosca detrás de la oreja, sobre todo cuando con sinceridad miramos nuestra vida aunque nos cueste, las palabras de Jesús no quieren ser para nosotros un peso que nos llene de agobios sino que serán siempre palabras de esperanza y que nos despiertan a la vida.

Como hemos venido diciendo en estos días las palabras de Jesús por los anuncios que nos hace parece que nos podrían llenar de un cierto temor. ¿Destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo como hemos visto en días pasados? ¿Final del mundo y de la historia con esas descripciones de todas esas señales que nos pudieran hablar de destrucción? ¿Nos entrará una cierta congoja cuando vemos también situaciones catastróficas que pueden suceder en distintos lugares del mundo como lo que hemos vivido en estos días en España, los huracanes que asolan la región del Caribe, los monzones de las regiones del sudeste asiático?

Pero, ¿qué nos estará queriendo decir hoy Jesús en el evangelio? Nos emplea una imagen de vida, de resucitar a la vida como lo es la primavera. Esas yemas que se van cargando en las ramas de la higuera y de todos los árboles que han perdido sus hojas en el otoño  y que parecen muertos en el duro invierno y que son preanuncio de esos brotes con un nuevo y brillante verdor de una primavera que se acerca nos están hablando de vida, de resurrección, de salvación. 

La victoria no es la de la muerte que aparentemente todo lo arrasa, sino la de la vida que renace una y otra vez. Una imagen llena de riqueza y que tiene que alentar nuestra espiritualidad. Siempre estamos llamados a la vida, por eso siempre estará presente el amor y el perdón. 

Aunque nos sintamos bajo el peso de nuestros errores y debilidades sintiéndonos incluso como impotentes, sabemos que hay siempre un rayo de luz y de esperanza, un nuevo brote lleno de vida puede surgir haciéndonos sentir llenos de nueva vida. Es lo que hace el amor de Dios en nosotros, que nos transforma, que nos arranca de tanta muerte en la que tantas veces nos hundimos para sentir esa renovación que nos hace siempre hombres nuevos.

Nos cuesta muchas veces entenderlo. Nuestras posturas y actitudes para con los demás no son siempre para levantar, sino que parece que en nuestra maldad nos regodeamos en el hundimiento de los que nos parece que hacen el mal con nuestra incomprensión, con nuestros juicios y condenas, con nuestra no aceptación de aquellos que hayan podido cometer un error. Es el espíritu del mundo que nos rodea tan lleno de revanchas, de juicios y prejuicios condenatorios.

Cuidado que los cristianos nos contagiemos y actuemos de la misma manera; muchas veces lo hacemos también olvidando lo que nos habla Jesús de la comprensión y del perdón, pero olvidando que también nosotros somos pecadores y nos gustaría que a pesar de todo nos aceptaran y perdonaran. Si fuéramos más sinceros con nuestra realidad, con nosotros mismos, otras serían las actitudes comprensivas que tuviéramos con los demás.

No olvidemos lo que Jesús hoy nos anuncia, ese brote de la higuera que nos anuncia la primavera, se acerca nuestra salvación y liberación.

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