jueves, 28 de noviembre de 2024

Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

 


Un grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9ª; Salmo 99; Lucas 21,20-28

Siempre decimos que de cuanto sucede tenemos que saber sacar una lección; incluso de aquellas cosas no agradables ni buenas que nos pasan o que sucedes a nuestro alrededor podemos aprender algo; con una buena mirada podemos ver destellos de luz en la más completa oscuridad; no todo es tan negro, no todo nos sucede para nuestra perdición, siempre podemos escuchar una llamada, un toque de atención que nos ponga en alerta, que nos haga estar atentos, que nos obligue a discernir, a aprender algo nuevo y mejor.

Por eso quienes queremos seguir el camino de Jesús dejándonos empapar por los valores del evangelio siempre estamos en paso de ir más allá, de ascender un escalón más, de buscar algo superior, de no contentarnos con lo que somos o tenemos, de ir renovando nuestra vida, de mirar con esperanza cada situación, de tener optimismo en nuestras luchas y en los caminos que intentamos recorrer. No nos dejamos amilanar por malos momentos, porque los caminos se nos vuelvan oscuros en ocasiones, porque sentimos una fortaleza interior que nos hace superarnos, querer crecer continuamente, saber que es posible algo mejor.

Hoy en el evangelio se nos hace una descripción que puede parecernos catastrófica que nos pudiera decepcionar, o al menos mermar nuestra ilusión y nuestras ganas de lucha. Se nos habla por una parte de destrucción y de muerte, es como una continuación de lo que ya anteriormente Jesús nos había comenzado a decir de la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, y al mismo tiempo hay como una descripción de los tiempos finales.

No podemos olvidar que cuando el evangelista nos narra estas palabras de Jesús ya había sucedido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, con lo cual parecía ya cumplido parte de los anuncios de Jesús. Pero ahí no se queda el mensaje que el evangelista trata de trasmitirnos cuando nos presenta el evangelio de Jesús. Es siempre evangelio, no lo podemos olvidar en el más hondo sentido de la palabra, y por tanto siempre tiene que ser buena noticia para nosotros y para cuantos escuchen la Palabra. Las buenas noticias siempre son cosas buenas, palabras que nos dan ánimo y esperanza, que con como un rayo de luz, un bálsamo para las heridas que nos vayamos haciendo por el camino.

Y la buena noticia que hoy trata de darnos es que ‘se acerca nuestra liberación’. Cuanto sucede, por muy duro que sea, no será para nuestra opresión o para sentirnos derrotados. Es siempre preanuncio de victoria, de triunfo, de vida, de salvación. Y es que Jesús ha prometido estar con nosotros siempre hasta el final de los tiempos. Algunas veces se nos oscurecen los ojos o nos encerramos en nuestros agobios y nos cuesta ver o sentir su presencia. Pero el Señor no nos falla, el Señor siempre está ahí.

Y esas cosas que nos suceden son una señal, una llamada de atención como antes decíamos, un toque de alerta, algo que tiene que hacernos despertar porque andamos demasiado adormilados en la vida. Y nos adormilamos no porque nos salgan las cosas mal, nos adormilamos porque caemos una atonía que nos insensibiliza, que nos adormece, como decimos, que nos cierra nuestra mente. Y necesitamos como un grito que nos despierte. Y esas cosas que nos suceden, esos malos momentos tenemos que verlos como ese grito en nuestra vida para despertar. Un grito o una llamada no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor.

‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación… Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’.

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