martes, 13 de agosto de 2024

Nuestra grandeza y la forma de resplandecer en nuestra dignidad de personas es cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o los que no son tenidos en cuenta

 


Nuestra grandeza y la forma de resplandecer en nuestra dignidad de personas es cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o los que no son tenidos en cuenta

Ezequiel 2, 8 – 3, 4; Salmo 118;  Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Cosas de chiquillos, decimos algunas veces. ¿Acaso queremos decir que son cosas sin valor, que no tienen importancia, que son pasajeras? Las miramos como ocurrencias de niños, pero con expresiones como esta no nos estamos refiriendo solo a las cosas de los niños, sino que ahí solemos englobar a todo aquel que consideramos de poco valor, que no tiene unos razonamientos que nos convenzan, que de alguna manera los vemos como marginados en nuestra sociedad, y digo en nuestra sociedad, para referirme a nuestros círculos más cercanos donde solemos movernos, o en otro escalón de la vida social. Solemos con demasiada facilidad hacer nuestras distinciones y nuestras discriminaciones.

Estoy haciendo referencia a todo esto, que es una realidad en nuestra vida, en nuestras relaciones sociales, desde la pregunta que le hacen a Jesús y la manera que tiene de responder. Siempre andamos en la vida buscando las importancias, sí, lo importantes que somos, esos lugares encumbrados que nos gustaría alcanzar. Ya vemos que era la tentación que sufrían también los discípulos más cercanos a Jesús, porque muchas veces Jesús se los encontraba en medio de sus disputas sobre quien era el más importante, en una palabra, quien iba a tomar el mando después de Jesús. Y tras más de veinte siglos en la iglesia seguimos con lo mismo, ¿quién es más importante, quien va a tomar el mando cuando esto cambie? y soterradamente sigues nuestras luchas de poder que algunas veces se notan demasiado.

Ahora el evangelio simplemente dice que uno le pregunta ‘¿Quien es el mayor en el reino de los cielos?’ Y Jesús no responde con palabras sino con gestos. Llamó a un niño y lo puso en medio. Allí estaban en una conversación de mayores; ya era un atrevimiento que un niño interfiriera en una conversación de adultos, pero es que fue Jesús el que ‘llamó al niño y lo puso en medio… El que acoge a un niño como este… me acoge a mi’. Un niño que no tiene que estar entre los mayores, pero un niño al que hay que acoger como a cualquier otro ser humano que tengamos que acoger, pero es que nos dice más, ‘el que acoge a este en mi nombre’.

Los esquemas están cambiando y estaremos viendo a quien Jesús considera importante, al que considera el mayor. Pero igual que decíamos en aquella expresión con la que comenzábamos la reflexión que iba más allá de la referencia que se pueda tener con un niño, significando como nuestra acogida tiene que ser a todos, pero que en un espacio especial de acogida tienen que estar los que son considerados menores, menos importantes, dejados a un lado en nuestra sociedad.

No acogemos al otro por el tintineo que tenga en los bolsillos ni por la calidad del traje que lleve puesto, por la prepotencia con que se presente ante nosotros o por su brillante palabrería; acogemos a la persona, al hombre o mujer, sea quien sea, tenga la condición o la edad que tenga, porque siempre estamos valorando por encima de todo su dignidad como persona, y si algunos son nuestros preferidos, serán siempre los humildes y los pobres, los que habitualmente son menos considerados o nunca tenidos en cuenta.

Ahí está nuestra grandeza, ahí estaremos resplandeciendo como personas. Cuando somos capaces de ponernos al lado de los pequeños o de los que no son considerados. Por eso nos habla también de la búsqueda de la oveja perdida, mientras el resto se deja en el redil hasta encontrarla. No es rebajarnos, es alcanzar la mayor grandeza y dignidad.


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