lunes, 12 de agosto de 2024

Tristezas, miedos, huidas, encerronas… no pueden ser esos los caminos cuando tenemos las señales de lo que es la misericordia y el perdón que nos ofrece Jesús

 


Tristezas, miedos, huidas, encerronas… no pueden ser esos los caminos cuando tenemos las señales de lo que es la misericordia y el perdón que nos ofrece Jesús

Ezequiel 1,2-5.24–2,1ª; Salmo 148;  Mateo 17,22-27

No queremos que nos pase nada malo, ni le pase a aquellos que queremos; siempre andamos diciendo ‘anda con cuidado’, ‘no te metas en peligros’, ‘no quiero que te pase nada’ y hasta en cierto modo nos volvemos súper protectores de aquellos que tenemos a nuestro cuidado; que encima nos vengan anunciando que va a suceder algo malo, algo desagradable, no solo nos pone en alerta sino que en la preocupación que sentimos por aquello que puede pasar nos pone tristes; es una reacción normal y muy humana, nacida de nuestras preocupaciones y del amor que sentimos por aquellos que están a nuestro lado y pueden ser muy importantes para nosotros.

Jesús va recorriendo toda aquella región de Galilea, sus pueblos y sus aldeas; en torno a él se ha ido formando aquel grupo de discípulos más cercanos y más fieles; ha escogido a doce entre ellos a los que ha constituido apóstoles, inicio de la constitución de aquella comunidad que quiere crear en torno a sí con los que son sus discípulos; a ellos va explicando con más detalles lo que anuncia con parábolas al conjunto de la gente, a ellos les va revelando lo más entrañable de sí mismo y con ellos tiene especiales confidencias.

Ahora les anuncia, y no será la primera ni la única vez, lo que va a suceder en Jerusalén; cada vez que les ha hablado de ellos, parecía que no se enteraban o no se querían enterar, o como en el caso de Pedro quiere quitarle esas ideas de la cabeza. Ahora el evangelista, tras el anuncio que les hace Jesús solamente dice que ellos se pusieron muy tristes. No era para menos, había crecido inmensamente su amor por Jesús, poco a poco iban entendiendo lo que Jesús les iba diciendo y explicando, pero no les cabe en la cabeza que un día les pueda faltar Jesús, y además de esa forma violenta. Se ponen tristes.

No voy a ser exhaustivo con todas las veces que en el evangelio se habla de tristeza, pero sí podemos recordar algunas. Será Jesús el que habla de su tristeza momentos antes de comenzar su pasión cuando llega al huerto de Getsemaní. Sabía Jesús lo que había de suceder a partir de aquel momento, que incluso le había dicho al traidor – aunque los demás no se habían enterado del sentido de las palabras de Jesús – que lo que tenía que hacer que lo hiciera pronto.

Hablará Jesús de la mujer que está triste sabiendo el dolor que se le avecina en el parto, pero lo asume sabiendo la alegría que luego vendrá. Contemplaremos por otra parte la tristeza de Jesús cuando no hay respuesta a lo que El pide, como sucedió con aquel joven rico; aumenta la tristeza de Jesús en el huerto cuando los discípulos elegidos se duermen en lugar de permanecer en vela con El como les había pedido. Y contemplaremos la tristeza de los discípulos durante la pasión de Jesús, tristeza que les llenaba de miedo incluso como para encerrarse en el Cenáculo, para que a ellos no les pasara igual.

La tristeza es un túnel que quizás muchas veces tengamos que atravesar, pero sabiendo que al final del túnel nos encontraremos con la luz. Tras Getsemaní y la Pascua vendrá la resurrección. Tras la muerte aparece la alegría de la victoria y de la vida en la resurrección. ¿Qué hacemos con nuestras tristezas? ¿Nos llevarán también al desconsuelo y a la desesperación? Pero cuando somos nosotros los que nos hemos metido en esos berenjenales, en esas cosas que nos llevan a esa tristeza ¿cuál habría de ser nuestra reacción?

Nunca podemos cargarnos desesperadamente con la culpa conociendo lo que es la misericordia y el perdón; nos podrán fallar incluso los que están a nuestro lado – y son muchas las veces que tras nuestros deslices y errores ya no nos mirarán de la misma manera – pero sabemos de quien no nos falla, quien dio su vida por nosotros, no porque fuésemos santos, sino aun siendo pecadores. Así son las cosas del amor de Dios.


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