miércoles, 14 de agosto de 2024

Una necesaria carga de humanidad en nuestras mutuas relaciones para que seamos en verdad una humanidad que camina en armonía y en amor

 


Una necesaria carga de humanidad en nuestras mutuas relaciones para que seamos en verdad una humanidad que camina en armonía y en amor

Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22; Salmo 112;  Mateo 18, 15-20

Hablamos de la humanidad, pero me atrevo a decir, nos falta poner humanidad a la vida. Decimos la humanidad y estamos haciendo referencia al conjunto de todos los seres humanos, hombres y mujeres que por esa nuestra condición de personas estamos conformando la humanidad.

Sin embargo somos conscientes que nuestras mutuas relaciones no siempre están cargadas de humanidad, algo nos falla porque en lugar de caminar juntos parece que lo que queremos es destruirnos; testigo de esto son esas innumerables guerras que a través de los siglos siempre hemos mantenido los unos contra los otros, ese mundo de violencia que impregna nuestras relaciones, esa desconfianza que nos tenemos o esas ambiciones que nos ciegan para no ser capaces de ver a quienes caminan a nuestro lado formando una misma humanidad.

Por eso decía nos falta poner humanidad a la vida, hacer que nuestras relaciones sean verdaderamente humanas desde el mutuo respeto a la dignidad de toda persona, pero también poniendo el calor del amor en nuestro trato para lograr esa armonía en nuestro camino.

Pero Dios ha querido seguir siempre contando con el hombre, con la humanidad. La muestra del amor que nos tiene está en Jesús, verdadero hijo de Dios que se ha encarnado en nuestra humanidad para nacer siendo hombre. Es la señal de que es posible la humanidad, es posible ese hombre nuevo y esas relaciones nuevas entre unos y otros llenas de humanidad. Nos hemos querido destruir con nuestra  maldad y nuestro pecado, y Jesús viene a decirnos que de eso El nos quiere regenerar. Nos ofrece su perdón, pero nos abre un camino nuevo. Es la Buena Nueva del Reino de Dios, como así quiere llamarlo, es el Evangelio que nos viene a transmitir.

En cada página del evangelio El nos va trazando el camino, nos va señalando las pautas de ese mundo nuevo que entre todos tenemos que construir, de ese nuevo de sabor de humanidad que tenemos que darle a nuestro mundo. Hoy nos habla de la delicadeza con que hemos de tratarnos para ayudarnos a ser ese hombre nuevo, nos habla del perdón que va a restaurar nuestra vida tan rota por el pecado, y nos habla de esa comunión para presentarnos de mejor manera ante Dios.

Una delicadeza que tiene que manifestarse de manera especial en esas aristas que van surgiendo en nuestro contacto de los unos con los otros; no es fácil, fácilmente chirrían nuestros contactos, porque cada uno somos como somos, con nuestras cosas buenas y nuestros aciertos, pero también con nuestros errores y tropiezos, con nuestro carácter y nuestra manera de ser, con nuestras miradas que tienen el peligro de hacerse torvas y oscuras, desde los sentimientos encontrados que aparecen en nuestro corazón por los que nos sentimos heridos o en las cosas que nos cuesta aceptar de los demás.

Pero somos unos hombres y mujeres que caminamos juntos pero no somos perfectos, y eso nos obliga a ser comprensivos, porque también nosotros cometemos errores, a ser capaces de ofrecer el abrazo del perdón, pero también la mano tendida que ayuda a levantarse al caído como también nosotros lo necesitamos. Por eso nos detalla Jesús la manera de realizar esa corrección fraterna que mutuamente siempre tenemos que estar dispuestos a realizar pero también a aceptar.

Qué importante esa delicadeza en nuestro trato mutuo nos está diciendo Jesús hoy en el evangelio. Qué carga de humanidad tenemos que ir poniendo en todo lo que hacemos, que a la larga como nos seguirá enseñando Jesús es poner el calor del amor.

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