jueves, 27 de junio de 2024

No nos podemos quedar en formalismos, sino que tenemos que dar calor de vida lo que hacemos y vivimos, busquemos ese cimiento que dará intensidad a la vida

 


No nos podemos quedar en formalismos, sino que tenemos que dar calor de vida lo que hacemos y vivimos, busquemos ese cimiento que dará intensidad a la vida

2Reyes 24, 8-17; Salmo 78; Mateo 7, 21-29

No sé si nos habrá sucedido en alguna ocasión; nos invitaron a visitar una casa, una familia; fuimos bien recibidos con las atenciones que la buena educación y cortesía exigen, pero de alguna manera nos daba la impresión que nos encontrábamos como ausentes en aquella situación; todo era muy correcto, por todas partes brillaba la limpieza y el orden, quizás incluso nos ofrecieron como señal de atención algunas viandas o algunas bebidas, pero notábamos que faltaba algo. Todo era demasiado formal, correcto, con mucha cortesía, pero no había calor en el trato, la conversación se volvía fría e insulsa, había momentos en que nos sentíamos cortados porque realmente no sabíamos que hacer o qué decir porque falta un algo en la conversión, en la mirada, en las cosas que nos ofrecían; parecía que faltaba alma y todo era pura formalidad.

Puede ser una situación en la vida, pero con ello quizás podríamos estar señalando algo más hondo que nos falta en la vida, y en este caso concreto, pienso en nuestra vida fe y la forma de vivir nuestra religiosidad. Podemos ser muy formalistas y cumplidores, porque quizá no faltamos a misa nunca los domingos, porque hasta rezamos el rosario todas las noches, porque somos muy rigurosos en el cumplimiento de tradiciones y costumbres que nos vienen heredadas, pero nos quedamos en eso.

Os voy a ser sincero en algo que observo muchas veces en nuestras celebraciones religiosas. Somos muy fieles y cumplidores, no nos queremos saltar ninguna norma litúrgica y somos fieles hasta en la más mínima coma, por decirlo de alguna manera, no nos pueden faltar en nuestros pueblos nuestras fiestas patronales y las procesiones correspondientes, pero nos encontramos con comunidades frías y poco comprometidas. Empezando porque muchas veces a nuestras celebraciones les falta el calor de la vida.

Y no es que el sacerdote no se esfuerce en ofrecernos hermosas homilías como comentario a la Palabra de Dios proclamada, pero no hay calor de fiesta en nuestros encuentros y en nuestras celebraciones. Es algo más lo que necesitamos. Cada uno andamos por nuestro banco, y que nadie venga un día y ocupe nuestro sitio porque hasta nos ponemos de mal humor, pero no hay alegría en la celebración, en la manera de saludarnos o de darnos la paz, en la forma en que estamos unos al lado de los otros – bueno y eso es un decir que parece que estamos a kilómetros de distancia los unos de los otros – pero no se nota la cordialidad de los que se aman, de los que se sienten miembros de una misma comunidad.

¿No termina la celebración y cada uno nos apresuramos a salir lo más pronto posible y quizás nos cruzamos en la plaza pero pasamos unos al lado de los otros como si no nos conociéramos o hubiéramos estado hace un rato juntos en una misma celebración? Es una triste realidad. Falta calor de humanidad en nuestras comunidades cristianas y en nuestras celebraciones, en lo que es la expresión de nuestra vida religiosa.

Fijémonos en lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí…’

Decimos, ‘Señor, Señor’, pero nos falta algo más. Hay está esa frialdad con que vivimos las cosas. Puro formalismo pero poca vida. Es tremendo. Y Jesús nos dice que cuando andamos con esa superficialidad – porque eso es superficialidad – seremos como la casa edificada sin buenos cimientos. Cuando vengan los malos tiempos se derrumbará. ¿No será lo que nos está sucediendo en nuestras comunidades que se nos derrumban? ¿No nos quejamos muchas veces de que nuestras iglesias se vacían, que no somos sino personas mayores los que quedamos en la asistencia a nuestras celebraciones? ¿No habremos estamos cultivando esa superficialidad?

A nivel personal es algo que tenemos que pensarnos muy bien. ¿Qué cimientos le estoy dando a mi vida cristiana, a mi religiosidad, a mi vida espiritual? ¿Estaremos en verdad reflejando lo que llevamos dentro en ese compromiso con la vida, en esa alegría con que vivimos y celebramos nuestra fe, o será que no llevamos nada dentro? Si estamos edificando nuestra vida sobre arena, sabemos cómo va a terminar.

Y es lo que tenemos que pensarnos también muy bien en referencia a lo que es nuestra Iglesia, lo que tienen que ser nuestras comunidades cristianas y nuestras parroquias. De alguna manera tenemos que buscar esa vitalidad que falta. Creo que tenemos que plantearnos muy en serio ese compromiso con la vida en medio de la sociedad como cristianos, como Iglesia.

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