lunes, 27 de mayo de 2024

Pensemos cuales serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que nos impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad de la vida eterna

 


Pensemos cuales serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que nos impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad de la vida eterna

1Pedro 1, 3-9; Salmo 110; Marcos 10, 17-27

Una página del evangelio llena de matices y de detalles, de gestos y de exigencias, porque los matices no son como suele suceder quizás en algunos cuadros para suavizar lo que se nos quiere mostrar, sino todo lo contrario para mostrarlos la radicalidad del mensaje.

Nos habla de carreras entusiastas, nos habla de miradas que se entrecruzan, nos habla de situaciones en cierto modo de frustración, nos habla de imágenes que parecen imposibles como el camello pasando por el ojo de una aguja; seguramente más de uno habrá recordado lo que le ha costado enhebrar una aguja cuando quería coser un roto y se ha visto a si mismo en ese intento de atravesar el ojo de la aguja.

Un joven que se acerca entusiasmado porque le parece que ha encontrado lo que ha sido el sueño de su vida; en su piedad y en su vida religiosa habrá escuchado algo referente a lo que es la salvación y ahora Jesús le da la oportunidad de poder saber cual es el camino para alcanzarla. Y aparece una primera mirada, en este caso de Jesús, de acogida y satisfacción por los deseos de aquel joven que quieren expresar que la semilla que ha ido sembrando puede haber encontrado buena tierra. Pero las metas de Jesús nunca son cortas; no se trata solo de los cumplimientos elementales de lo que son los mandamientos de Dios; el que quiere aspirar algo, como lo parece aquel joven, tiene que extender su mirada más allá, y eso ha de pasar por un desprendimiento radical. ‘Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Los ánimos y entusiasmos del principio parecen que han encontrado una pared enfrente, porque todo se desinfla y cae como un globo que no tiene aire. Ahora es el joven el que ‘se marcha pesaroso porque, como dice el evangelista, era muy rico’.

Es cuando sentencia Jesús, para que sus discípulos comprendan. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!’Será algo que los discípulos no van a entender, como, reconozcámoslo, a nosotros también nos cuesta entender cuando todo lo pretendemos comprar con dinero. Muchos errores hemos tenido en la historia de la Iglesia en este sentido, cuando quizás pensábamos que por pagar unas limosnas ya estábamos exentos de la penitencia que habíamos de hacer por nuestros pecados; la intención de la Iglesia quizás era promover el compartir, pero la imagen que quedó era que comprando una bula podíamos comer carne los viernes.

Quizás eso puede sonar a anécdota de otros tiempos y quizás así tendríamos que tomárnoslo, pero sí seguimos pensando que porque regalemos cosas hermosas que adornen nuestros templos ya tenemos abiertas las puertas del cielo, mientras no somos capaces de compartir con el que está a nuestro lado con necesidad. Y de esto mucho tendríamos que contar.

Los apegos no nos dejan pasar por las puertas estrechas y ya nos dice el evangelio en otra ocasión que estrecha es la puerta que nos conduce a la vida eterna, ancha la que nos conduce a la perdición. Analicemos y pensemos como tantos apegos que podamos tener en nuestra vida crean un vacío a nuestro alrededor que nos impiden acercarnos de verdad a los hermanos que están a nuestro lado; cómo vamos llenando nuestra vida de cosas y de caprichos que no dejan entrar a nadie en nuestro corazón, esas cosas de los que somos esclavos casi sin darnos cuenta que lo somos, pero pensemos de cuantas cosas no seríamos capaces de desprendernos nunca.

Ahí tenemos toda esa serie de cachivaches electrónicos de los que vamos rodeando nuestra vida y sin los que nos parece que no podemos vivir. Creo que todos entendemos sin necesidad de mencionar más. Cosas es cierto que pueden tener buena utilidad pero que las llenamos de vicio cuando las convertimos en insustituibles de nuestra vida, y preferimos estar hablando con alguien que está a miles de kilómetros de distancia, pero no somos capaces de dejar el móvil a un lado para hablar con quien tenemos delante de nosotros.

¿No serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que le impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad?


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