martes, 28 de mayo de 2024

No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios, ahí tenemos nuestra ganancia

 


No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios, ahí tenemos nuestra ganancia

1Pedro 1, 10-16; Salmo 97; Marcos 10, 28-31

¿Qué gano yo? Es una  pregunta que fácilmente nos hacemos. Siempre andamos al interés. Nos pasa cuando tenemos que hacer esfuerzos extraordinarios, sobre todo cuando lo que estamos haciendo no es tanto por nosotros mismos sino por los demás; nos hacemos la pregunta cuando se nos pide una dedicación especial en una obra o en una empresa que no es tanto personal sino algo comunitario; nos la hacemos cuando quizás se nos pide renunciar a algo que en si mismo es bueno pero que podría ser un camino para algo mejor pero que no vemos tan claro. De una forma o de otra nos hacemos la pregunta, nos preguntamos cual es la ganancia que vamos a tener.

Ronronean dentro de nosotros aspiraciones de grandeza, vanidad del corazón, amor propio que se convierte en orgullo y cuando se nos tocan esas llamemos realidades nos ponemos alerta. Queremos más y buscamos reconocimientos, nos queremos mostrar orgullosos ante los demás de lo que hemos conseguido y nuestro ego parece siempre que quiere crecerse, pero cuando tenemos que hacer las cosas y no tenemos tan palpables esos reconocimientos por parte de los demás, nos sentimos heridos y frustrados; cuando nos podemos mostrar ante los otros las cosas buenas que hacemos, nos preguntamos si merece la pena que eso se mantenga oculto.

¿Qué gano yo nos preguntamos? Tanto sacrificio, tantos momentos de lucha, tantos momentos amargos incluso que a veces podemos pasar, ¿para qué? ¿No tendríamos derecho a un agasajo, a un reconocimiento, a unas palabras de alabanza? Qué mal nos sentimos cuando llega ese momento en que esperábamos que se reconocieran todas las cosas que hemos hecho, a nosotros ni nombrarnos, y quizás los méritos se los dan a otros.

Ahora Jesús, a partir de aquel episodio del hombre rico, les recuerda que aquellos que andan buscando esas grandezas en la vida, al final se van a encontrar vacíos; les recuerda que si no hay desprendimiento en sus vidas todo carece de sentido; les ha venido enseñando que hay que hacerse los últimos, cuando ellos siempre andaban pensando en grandezas y en poder, y ahora les dice Jesús que los que viven apegados a sus riquezas no tienen cabida en el reino de Dios; todo eso de lo que se han inflado en la vida les impedirá entrar por la puerta estrecha.

Y ellos que lo habían dejado todo; ellos que un día dejaron las redes y la barca varada en la playa; ellos que habían abandonado sus negocios seguros, había dejado atrás familias y antiguos amigos por estar con Jesús, habían abandonado sus garitas y sus puestos de trabajo, ¿qué es lo que iban a recibir si las ganancias materiales parecían que eran tan poco importante en aquel reino de los cielos que Jesús anunciaba? Habían caminado de un lado para otro siguiendo los pasos de Jesús, habían pasado también por momentos de pobreza y de escasez porque realmente vivían de la limosna de unas buenas mujeres que los atendían, ¿merecía la pena tanto sacrificio? ¿Qué es lo que iban a ganar?

Es lo que le plantean directamente a Jesús. Y Jesús, sí, coge el toro por los cuernos, no rehuye la pregunta, pero no dejará de hablarles claro. Es cierto que la promesa de Jesús en este momento puede parecer un tanto extraña, pero algo hondo quiere decirles Jesús con ello. ‘En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna’. 

No niega Jesús que van a tener premio, que nada se quedará sin recompensa. Ya lo había dicho en otra ocasión, que un vaso de agua dado en su nombre no quedaría sin recompensa. Habla de recibir cien veces más. Han dejado padre, madre, hijos, hermanos… pero va a nacer para ellos una nueva familia mucho más grande. Serán grandes las satisfacciones que se van a sentir. Será hermoso el amor en el que se van a sentir esponjados. Será un nuevo sentido de vida y de relación con los demás. Será algo nuevo que va a llenar de alegría verdadera el corazón.

Pero no deja de decirles Jesús que también habrá persecuciones, habrá momentos de dificultad, de oscuridad y de sombras, de dudas interiores y de búsquedas que parecen no encontrar respuesta. Pero no importa, eso les llevará a alcanzar la vida eterna. ¿Y no es eso lo más importante? ‘Y en la edad futura, la vida eterna’. Ahí está la maravilla de sentirnos llenos de Dios, porque vida eterna es estar llenos de Dios para tener una vida sin fin, y eso sí que merece la pena, y eso sí que es verdadera ganancia.

Por eso terminará sentenciando Jesús. ‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios. Ahí tenemos nuestra ganancia.

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