sábado, 24 de febrero de 2024

Sanemos las heridas del corazón, pongamos en nuestra oración a las personas que nos cuesta amar, seremos nosotros los enriquecidos con una nueva forma de amor

 


Sanemos las heridas del corazón, pongamos en nuestra oración a las personas que nos cuesta amar, seremos nosotros los enriquecidos con una nueva forma de amor

Deuteronomio 26, 16-19; Salmo 118; Mateo 5, 43-48

Amigo de mis amigos. Seguro que alguna vez habremos escuchado esta autodefinición en los perfiles de las redes sociales. ¿Solo amigo de mis amigos? ¿Tan reducido es nuestro marco de vida? Porque parece como si no abriéramos la puerta a nuevos amigos porque ya tengo mi círculo cerrado. Da que pensar.

Como el que dice que soy bueno con los que son buenos conmigo, ayudo a los que me ayudan. ¿Quién comienza? ¿Estaré esperando a que el otro comience y luego según yo vea decidiré si también lo voy a ayudar, también voy a ser amigo? Donde por otro lado decimos que somos amigos de todos, parece que no es tan cierto, porque ya estamos de entrada poniendo unas limitaciones.

De ahí fácilmente se pueden desprender muchas consecuencias. Y es que si alguien no se ha portado como amigo conmigo, es más, haya podido hacer algo que no me gusta o que me haya molestado, quizás hasta porque yo tenía un día malo, ya eso se lo estaremos guardando para siempre, crearemos distanciamientos y rupturas, ya será una persona a la que no aguanto y ya le puse una marca, por decirlo de alguna manera, y con él ya no voy a contar más.

Qué duro nos lo ponemos a nosotros mismos. ¿Sabes a quién le hace más daño ese resentimiento o ese rencor que le estás guardando a una persona? A ti mismo. Sí, porque esa posible herida que tengas en el alma no la has sabido curar, sino que más bien en tu resentimiento lo que haces es hurgar en esa herida y cada vez te va a doler más. Mientras no la cures cada vez que vas a pasar por aquel lugar o vas a tener un encuentro con esas personas lo que estarás haciendo es reavivar en ti esas heridas que seguirán siendo un tropiezo para tu vida, un pus que seguirá sacando lo peor de ti mismo haciéndote tú mismo desagradable para los demás.

Una herida infectada es a nosotros mismos a los que duele, pero además puede causar incluso repugnancia para los que están a tu lado. Cura esas heridas, sánate a ti mismo alejando de tu corazón esos malos recuerdos y esos resentimientos. Son heridas, es cierto, que cuesta curar, pero donde tienes que tener paz es en tu corazón, al que tienes que sanar es tu corazón, olvida, perdona, abre una página en blanco.

Pon una nueva apertura en tu corazón, emplea a borbotones la medicina del amor, saca a flote la capacidad de ternura que aun queda en tu corazón, comienza a mirar con ojos nuevos, no te fijes tanto en las debilidades de los demás sino mírate a ti mismo y reconoce cuantas debilidades hay en ti, cuántas cosas hay que te cuestan mucho, y comienza a dar pasos de vida.

Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Nos habla del amor y de un amor que tiene que ser universal y generoso; un amor que siempre será un regalo que ofrezco, como me siento regalado cuando me aman, me siento regalado cuando descubro todo el amor que Dios me tiene a pesar de tantas debilidades e infidelidades que hay en mi. Si así nos sentimos amados de Dios ¿por qué no amar con un amor generoso también a los demás, a todos sin distinción?

Jesús nos habla de amor y de perdón, Jesús nos ama de que pongamos en nuestra oración a aquellos a los que nos cuesta amar, aquellos que quizás un día me ofendieron o me hicieron daño. No los podemos borrar de nuestro corazón, aunque esa sean la tentación que sintamos cuando por algo nos veamos defraudados. Seguro que cuando los pongamos en nuestra oración, comenzaremos poco a poco a amarlos también. Ya no será solo amar a los que me aman que eso lo hace cualquiera, ya no será el ser amigo solo de los que ya son mis amigos; nuestro círculo se va a abrir y los beneficiados somos nosotros que así nos vemos enriquecidos.


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