viernes, 23 de febrero de 2024

Qué bello es el corazón que saber disculpar y perdonar y de qué grandeza nos revestimos cuando tenemos la humildad de pedir perdón

 


Qué bello es el corazón que saber disculpar y perdonar y de qué grandeza nos revestimos cuando tenemos la humildad de pedir perdón

Ezequiel 18, 21-28; Salmo 129;  Mateo 5, 20-26

Parece que lo más grande o lo más aparatoso es lo que cuenta y que lo pequeño, el detalle, porque nos aparece insignificante no tiene tanta importancia, o que eso es algo que hace todo el mundo y por eso tiene menos valor, ya sea en lo bueno como en lo malo; no terminamos de caer en la cuenta de que esos pequeños detalles algunas veces se nos hacen más difíciles de realizar. Entramos en un mundo de rutinas, en los que parece que como es lo de siempre o lo que todos pueden hacer, es menos importante, pero eso que decimos rutina, nos puede convertir en seres amorfos que viven de cualquier manera, o con nuestras rutinas que se convierten en vacíos existenciales muchas veces hacemos perder humanidad y grandeza a la vida.

Hoy Jesús en el evangelio viene a prevenirnos frente a esa vida insulsa en la que podemos caer. Y tal es así que podemos dejarnos arrastrar por la superficialidad donde cubrimos con apariencias el vacío que puede haber en nuestro interior. Están claros los mandamientos del Señor, pero nos quedamos con las cosas que nos pueden parecer más fuertes y no tenemos en cuenta la delicadeza que hemos de poner en la vida en nuestras relaciones con los demás, donde la falta de delicadeza precisamente puede dañar mucho nuestro trato con los otros y la convivencia en armonía.

Recordamos fácilmente el mandamiento de ‘no matarás’, pero nos olvidamos que la falta de delicadeza en nuestras palabras, la falta de buenos detalles en nuestras relaciones enfrían y dañan nuestra relación con los demás. Y no podemos decir que estamos acostumbrados y ya no importa, que es la forma de hablar de la gente o la forma de tratarse habitualmente los unos a los otros, pero esa violencia de nuestras palabras no solo daña lo que es el amor que tendríamos que tenernos los unos a los otros  sino que implica también una falta de respeto grande a la dignidad de la otra persona.

Somos demasiado violentos en nuestras palabras, demasiados bruscos en nuestros gestos, poco delicados en los detalles y eso quieras que no va produciendo distanciamientos que luego son muy difíciles de rellenar y las fosas que se crean entre unos y otros crean un mundo en tensión. El amor tiene que ser delicado siempre, la ternura del corazón tiene que salir a relucir con facilidad, creando lazos, tendiendo puentes, creando cadenas de solidaridad y de amor, que no son ataduras sino expresiones de la más hermosa libertad.

Hoy Jesús nos insiste en la reconciliación. Importante para reanudar esos lazos de la amistad porque cuando nos abajamos hasta la altura del otro es cuando más cerca están los corazones para que pueden entrar entonces en una hermosa sintonía. Qué hermoso el ser generoso para disculpar siempre y para perdonar, y de qué valor y grandeza nos llena el corazón la humildad para reconocer nuestros errores pero también para saber pedir perdón por ellos.

Y nos viene a decir Jesús que no cabe una buena relación con Dios si no sabemos mantener una buena relación con los demás. De nada nos valen los golpes de pecho que nos demos si antes no buscamos el reencuentro y la reconciliación con los hermanos de los que nos sintamos deudores. El mejor mantel blanco para presentar nuestra ofrenda al Señor tiene que ser el de un corazón reconciliado porque ha buscado la paz con el hermano. Y en eso tenemos que ser siempre nosotros los que nos adelantemos; no podemos estar esperando a que el otro dé el primer paso, el coraje de amor de un corazón que quiere sentir el amor nos dará valentía para dar ese primer paso, sea cual sea la respuesta que podamos encontrar en el otro.

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