sábado, 9 de diciembre de 2023

La llamada del Adviento para este año es que mostremos con los signos de nuestra vida y de nuestro amor que el Reino de Dios ha llegado, despertemos

 


La llamada del Adviento para este año es que mostremos con los signos de nuestra vida y de nuestro amor que el Reino de Dios ha llegado, despertemos

Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

‘Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas de Galilea… proclamando la buena noticia del Reino de Dios… curando toda enfermedad y toda dolencia…’

Su Palabra anuncia la llegada del Reino, sus obras hacían palpable la llegada del Reino. Un mundo nuevo comenzaba donde tendría que reinar la libertad de una vida nueva; sus palabras hacen sentir que algo nuevo tenía que comenzar, era la hora de la liberación, nada podía atar el corazón del hombre porque todos habrían de encontrarse con la verdad y con la vida. El camino estaba abierto, allí estaba Jesús que era el camino; allí podían encontrarse con la verdad y con la vida, porque allí estaba Jesús que era la verdad, que era la vida.

El paso de Jesús va desatando los corazones; el paso de Jesús irá llenándolo todo de luz; el paso de Jesús les hará encontrarse consigo mismos para sentir que una vida nueva habían de vivir; el paso de Jesús nos va transformando en hombres nuevos; el paso de Jesús es una buena noticia, es la buena noticia, porque la noticia es Jesús.  Una buena noticia llegaba a los pobres y a los desesperanzados, una nueva noticia que iría haciendo romper cadenas. ¿No recordaría un evangelista aquello que había anunciado el profeta de que al pueblo que caminaba en tinieblas le amaneció una gran luz? El momento  había llegado con Jesús.

Y Jesús sigue contemplando aquel pueblo que andaba extenuado, que habían perdido las esperanzas, que muchas veces se dejaban llevar por ese caminar sin rumbo porque aun no habían encontrado la luz; andaban como ovejas sin pastor. Era amplio el campo que se contemplaba que parecía que no tenía horizontes. Y Jesús siente compasión, y nos dice que la mies es mucha, que los operarios son pocos, que roguemos al dueño de la mies para que envíe más operarios; como aquel buen hombre que salió en las distintas horas del día a buscar operarios para su viña.

Es nuestro mundo, ese mundo que nos rodea en toda su amplitud. También contemplamos un mundo extenuado que no sabe que rumbo tomar porque hay muchos cantos de sirena que pretenden atraerle de un lado y de otro. Esa mies necesita operarios. Miremos alrededor nuestro, miremos la manera de actuar de los que están a nuestro lado, démonos cuenta de esa carencia de valores que reina en nuestro mundo, seamos conscientes de que los valores del Reino están lejos de muchos corazones que no se dejan guiar sino por la ambición y la vanidad, que se encierran en si mismos y rehuyen todo compromiso por algo nuevo y mejor. La mies es mucha, ¿cuántos son los operarios?

Tiene que dolernos también el corazón viendo la realidad de nuestro mundo, pero no solo quedarnos en quejarnos de los males que podamos contemplar, sino tener compasión, como la tuvo Jesús. Jesús sintió compasión ante lo que contemplaba y no se quedó con los brazos cruzados, allá por donde pasaba iba repartiendo vida, despertando esperanza, caldeando los corazones para el amor. Y lo manifestaba a través de los signos que hacía. ¿Será el camino que nosotros también tenemos ya de una vez por todas que emprender?

Nos dice el evangelista que Jesús llamó a algunos discípulos y los constituyó en apóstoles que envió con su misma misión y con su mismo poder.  ¿Encontrará en nosotros esos discípulos disponibles para poner la mano en el arado y no volver la vista atrás, sino lanzarnos en medio del mundo a sembrar la semilla del Reino de Dios? Es la tarea que Jesús nos quiere confiar. ‘Id y proclamad que ha llegado el Reino de Dios’, nos dice. Mostrémoslo con los signos de nuestra vida y de nuestro amor.

¿Será esa la llamada del Adviento para este año? Despertemos.

viernes, 8 de diciembre de 2023

La fiesta de la Inmaculada, una invitación a que lancemos un grito de esperanza en la búsqueda de la paz que hoy necesita nuestro mundo

 


La fiesta de la Inmaculada, una invitación a que lancemos un grito de esperanza en la búsqueda de la paz que hoy necesita nuestro mundo

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

Apenas iniciado el camino del Adviento nos aparece la figura de María en esta hermosa fiesta tan entrañable para todos de la Inmaculada Concepción de María. Viene como a condensar todo el camino que vamos haciendo acompañados de los profetas y de Juan Bautista, donde María nos aparecerá también en el momento oportuno en la cercanía de la Navidad. Pero hoy nos aparece esta fiesta que es una fuerte invitación a que lancemos el grito de la esperanza porque tenemos la certeza de la victoria de la vida del amor sobre la muerte.

Bien necesitamos ese aliento para el camino que en Maria encontramos. A veces nos encontramos desalentados cuando nos sentimos envueltos en tantas negruras de muerte y de violencia, de enfrentamientos sin sentido ni razón, de insensibilidad y de inferencia que nos hace insolidarios y egoístas porque solo nos miramos a nosotros mismos y no sabemos abrir el corazón a lo que en verdad nos pueda elevar y trascender. Pero es posible un mundo nuevo y distinto; no van a ser los orgullos y las ambiciones los que nos dominen y sigan esclavizando, porque con Maria aprendemos a abrir nuestra vida para que se llene de Dios cuando sabemos abrir el corazón con mirada nueva a los que nos rodean.

Es el aliento que de Maria recibimos haciendo renacer las esperanzas en nuestro corazón. El orgullo de querer ser como Dios destruyó el plan de Dios que quería una humanidad para la dicha y la felicidad; por algo en la imagen de la Biblia aparece el hombre colocado en un jardín que tenía que ser las delicias para la humanidad, pero cuando nos endiosamos nos destruimos a nosotros mismos y causamos destrucción a nuestro alrededor. Qué pronto comenzó la desconfianza en el corazón del hombre cuando se dejó seducir por el pecado; se escondieron porque se dieron cuenta de que estaban desnudos, nos dice el autor sagrado. Y pronto comenzarán las culpabilizaciones, como siempre hacemos en la vida, cuando no queremos reconocer nuestros errores y siempre se los queremos aplicar a los demás. Fue el querer pasarse la pelota entre Adán y Eva, finalmente terminando en la serpiente del maligno.

Es la historia de las negruras de nuestra vida, pero hoy contemplamos a quien no se esconde aunque sienta la humildad de su pequeñez sino que se siente sorprendida con el misterio de Dios que el ángel le está comunicando. Le cuesta entender el misterio – se puso a rumiar y considerar lo que significaban aquellas palabras – pero está pronta, aunque se siente pequeña, para ponerse a disposición del plan de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’.

Una nueva aurora se despliega para la humanidad. Será posible la victoria del amor y de la vida. María nos está abriendo el camino. El velo de sombras se va a descorrer porque algo nuevo va a comenzar. Dios está con nosotros, va a ser para siempre el Emmanuel y el sí de aquella doncella de Nazaret hizo posible el nacimiento de una nueva humanidad, porque Dios sigue creyendo en el  hombre, sigue contando con el  hombre y por eso El mismo se hace hombre. ‘Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’.

Es cierto que es el Misterio de la Navidad para el que nos estamos preparando y que pronto vamos a celebrar. Hoy con María Inmaculada estamos ya pregustando los gozos de esa fiesta, porque ha renacido la esperanza en nuestros corazones. Es el grito de la esperanza que con María en esta fiesta en que la contemplamos toda pura, sin pecado concebida en virtud de los méritos del que iba a nacer de sus entrañas nosotros queremos proclamar. Es posible ese mundo nuevo en que ya nunca nos escondamos con nuestras malicias y nuestras desconfianzas, en que ya para siempre seamos capaces de tendernos la mano para caminar junto, en que nuestras palabras no serán ya más para el enfrentamiento acalorado culpando siempre a los demás de nuestros males y por eso queramos destruirlos, sino que va a nacer un reino nuevo de amor, de justicia y de paz.

Para nosotros es un compromiso y muy serio. Porque celebrar esta fiesta de María no es para quedarnos estáticos y cada uno en su rincón, sino que es y tiene que ser un ponernos en camino. Como lo hizo María, pronto la veremos en camino para buscar un lugar donde ir a servir, donde llegar la alegría de Dios que desbordará incluso de la casa de Zacarías e Isabel porque se trasportará por todas las montañas de Judea como un adelanto de los cánticos y de gloria y de paz que meses mas tarde harán resonar los ángeles por los campos de Belén anunciando el nacimiento del Salvador.

¿Será lo que nosotros también tenemos que hacer ya desde este día y desde esta fiesta de la Inmaculada? ¿Cuáles van a ser los verdaderos cánticos de paz que tienen que resonar en la noche de la navidad? ¿Veremos pronto la paz en aquellos lugares de conflicto y de guerra o seguirá sin poderse celebrar la noche de Navidad en Belén como algunos anuncian que sucederá en este año? ¿No podremos cambiar nosotros esos anuncios porque allí donde estemos construyamos más comprometidamente la paz?

Creo que María Inmaculada a eso nos está invitando. Ojalá podamos cantar ese cántico nuevo porque sentimos que el Señor sigue haciendo maravillas.

jueves, 7 de diciembre de 2023

No hagamos de la vida un edificio rocambolesco que se queda en apariencia, sino demos profundidad apoyándonos en la Palabra de Dios

 


No hagamos de la vida un edificio rocambolesco que se queda en apariencia, sino demos profundidad apoyándonos en la Palabra de Dios

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27

Muchas veces tenemos la tentación de disimular en bonitas fachadas o apariencias la debilidad y la inestabilidad que hay en el interior. Muchas veces nos puede suceder, incluso como una reacción a nuestra propia debilidad, a nuestras propias deficiencias; no queremos que nos noten débiles, que lleguen a descubrir donde están nuestros talones de Aquiles, por donde todo se nos podría venir abajo. Y nos rodeamos de oropeles, nos envolvemos de apariencias; queremos aparentar que somos fuertes, mientras en nuestro interior no tenemos la más mínima voluntad para superarnos; nos envolvemos con bonitas palabras que tomamos de aquí o de allá, pero no dejar traslucir nuestra falta de sabiduría y nuestra ignorancia. Un edificio que hacemos muy rocambolesco por fuera, pero que dentro no nos sirve para nada, ni tiene la fortaleza suficiente para mantenerse en pie frente al más mínimo vendaval. Es la inmadurez, la superficialidad en la que muchas veces asentamos la vida.

Y lo malo además sería que estuviéramos construyendo una sociedad que solo sea fachada. Nos preocupamos mucho de cosas que llamen la atención, que encandilen a la gente, que contente a la mayoría haciéndole olvidar quizás otros valores que necesita la sociedad u otras carencias de las que nos queremos ser conscientes. Terrible una sociedad sin fundamentos, sin valores, sin verdadera madurez, porque solo buscamos la superficialidad, el pasarlo bien de la manera más fácil, el mínimo esfuerzo, el que todo nos lo den hecho. Se tambalea nuestra sociedad por la falta de valores; se tambalea nuestra sociedad edificada superficialmente y para contentar a los que rehuyen el esfuerzo y la auténtica responsabilidad.

Y cuidado que los cristianos nos dejemos arrastrar por esos cánticos de sirena, caigamos también en esas redes de superficialidad. Tenemos que dar la talla, mostrar esos verdaderos valores que guían nuestra vida y por lo que estamos dispuestos a darlo todo porque queremos darle profundidad y madurez a nuestra vida. Tenemos que ser ejemplo de responsabilidad, de confianza, creando cauces con nuestro ejemplo y nuestro testimonio de ese rumbo nuevo que tenemos que darle a la vida.

Hoy nos previene Jesús. No quiere que edifiquemos nuestra vida sobre arena, no quiere que nos quedemos en apariencias, quiere que vayamos a lo más hondo, a lo más profundo. Claro que buscar un cimiento que esté bien fundamentado en la roca nos exige esfuerzo, no es ir a lo que salga, sino que tenemos que ahondar, profundizar hasta encontrar esa roca firme sobre la que edificar y poner buenos fundamentos.

Nos habla Jesús de la Palabra de Dios, verdadera sabiduría de nuestra vida. ¿Dónde mejor buscar esa sabiduría sino en el Dios que nos ha creado para poder encontrar ese verdadero sentido de nuestra vida? De ahí la atención con que hemos de escuchar a Dios, profundizar en su Palabra. No basta oírla como palabras que se lleva el viento. Es necesario escuchar y para escuchar hay que prestar atención, abrir los oídos de nuestro interior, masticar en la reflexión esa Palabra que escuchamos para poder traducirla luego en las obras de nuestra vida. Cuidado seamos superficiales en la escucha de la Palabra de Dios. Nos creemos que nos la sabemos y no llegamos a descubrir lo que aquí y ahora, en este momento y en esta situación de mi vida, Dios quiere decirme, Dios quiere revelarme.

No podemos hacer como con tantas cosas en la vida que siempre vamos a la carrera; a la carrera no podemos ir a escuchar la Palabra de Dios, busquemos serenidad en el espíritu, hagamos silencio interior para que nada nos distraiga ni nos disperse, dejemos que cale hondo en nosotros, aunque haya palabras que nos hieran en las fibras más íntimas de nosotros mismos, porque es señal de que hay algo enfermo que tenemos que curar.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Abramos los ojos de la fe porque para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos arrancando el velo que nos cubre y enjugando las lágrimas de nuestros ojos

 


Abramos los ojos de la fe porque para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos arrancando el velo que nos cubre y enjugando las lágrimas de nuestros ojos

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Mateo 15, 29-37

Lo habréis escuchado ya, se va a celebrar un gran banquete, una gran comida a la que todos estamos invitados, se está buscando una gran explanada donde poderla celebrar, habrá comida en abundancia, sabrosas viandas y carnes, toda clase de comidas, abundantes vinos y bebidas, habrá música y habrá fiesta, la alegría tiene que rebosar por todas partes. La boca se le está haciendo agua a más de uno.

Es lo que anunciaba el profeta, tal como hemos escuchado, hacia el monte santo confluirán de todos los lugares, gentes venidas de todas partes, tiene un gran sabor y sentido mesiánico el banquete que se nos anuncia. Y luego nos encontraremos con una riada inmensa de cojos y de enfermos, de gente cargando todo tipo de sufrimientos y de angustias, una multitud hambrienta que se reúne en torno a Jesús porque irán hasta la montaña y el desierto para encontrarle si es preciso. Y las provisiones son pocas y ahora no se sabe donde ir a buscar comida porque están en descampado.

Es la imagen que hoy se nos ofrece en la liturgia de estos comienzos del Adviento. Un mundo hambriento y lleno de sufrimientos mientras se habla de celebrar un gran banquete. ¿Será en verdad una imagen de este camino de adviento que este año estamos haciendo?

Miremos nuestro mundo y seamos conscientes de la realidad pero también de las inquietudes que tiene la humanidad en lo más hondo de si misma. Siempre decimos que los tiempos no son fáciles, y eso lo aplicamos en todo momento, porque cada uno y en cada momento de la historia vivimos nuestra propia situación. Ansiamos, es verdad, que todo fuera como ese gran banquete que se nos anuncia, como esa fiesta que en verdad desea toda la humanidad.

Pero algunas veces vamos como cansados por la vida en nuestras luchas y en nuestras frustraciones, en sentir como en cada momento aparecen nuevos problemas o nuevas situaciones que van poniendo en peligro hasta la estabilidad de la propia humanidad. No nos faltan las multitudes hambrientas, como no nos falta dolor y sufrimiento motivado por tantas causas tan diversas. Es una humanidad que se siente rota, que algunas veces se desespera y quizás quiere huir para olvidar o para no aumentar el sufrimiento.

Muchos quizás quieren vivir de espaldas a esos sufrimientos y se entretienen en cosas que les distraigan quizás para no verse involucrados. Son tantos también los que insolidariamente viven encerrados en si mismos, pero también carentes de esperanzas verdaderas en su espíritu, porque solo quieren vivir al día. Aquellas multitudes que seguían a Jesús, unos que le aclamaban, otros que se ponían a distancia simplemente como observadores, muchas que estaban también en una actitud de rechazo.

Somos nosotros los que hoy caminamos en este siglo XXI. Pero no podemos perder la esperanza. Nosotros también escuchamos ese anuncio del profeta, esa invitación a ese nuevo banquete del Reino. Para nosotros Jesús que viene nos prepara y nos ofrece ese banquete de vida. Todo puede cambiar, podemos hacer un mundo nuevo, podemos hacer que la vida sea como ese banquete mesiánico del que nos ha hablado el profeta.

A Jesús lo contemplamos hoy en el evangelio que se deja encontrar por aquella gente que ha acudido de todas partes con sus angustias y sus sufrimientos, con sus sueños y con sus esperanzas, con su hambre que va más allá de ese pan material que también deseaban porque en Jesús están buscando algo nuevo y distinto. Es lo que Jesús nos ofrece. Es lo que vamos a celebrar en la próxima navidad, es lo que cada día hemos de saber vivir porque Dios está llegando a nosotros, a nuestra vida y tenemos que saber abrirle el corazón.

Caminemos con esperanza y con intensidad este camino del Adviento. Seguro que nos encontraremos con Jesús. El viene a nosotros, de muchas maneras se hace presente en nuestra vida y responde a nuestras inquietudes. Abramos los ojos de la fe. Para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos, arrancará el velo que cubre todos los pueblos y enjugará las lágrimas de todos los ojos.

martes, 5 de diciembre de 2023

Camino de humildad y de sencillez que hemos de emprender porque será la tierra más disponible para acoger la semilla de la Palabra de Dios

 


Camino de humildad y de sencillez que hemos de emprender porque será la tierra más disponible para acoger la semilla de la Palabra de Dios

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

¿Quién no ha sentido alegría alguna vez, no por lo que le haya sucedido a él, sino por algo hermoso que vio en otra persona? Nos alegramos con la suerte de los demás, es cierto, pero seguramente hemos observado algo más que suerte, sino cómo una persona que quizás nos parecía humilde, ahora destacaba en cosas hermosas y recibía la admiración de los que le rodeaban. Nos gozamos, por ejemplo, con la sabiduría de los sencillos, aquellos que incluso sin ninguna clase de estudios ni de títulos sin embargo saben ofrecernos una sabiduría maravillosa en sus palabras que nos dejan cautivos y maravillados.

Nos gozamos en esas personas que quizá nadie les ayudaba pero fueron capaces de salir adelante, progresar en la vida y no solo contemplamos el éxito de sus trabajos sino que además brillan con su humildad que los hace más maduros y nos motivan más a su imitación. Nos alegramos en tantas cosas bellas y hermosas que podemos admirar en los demás. Ojalá tuviéramos siempre los ojos bien abiertos para descubrir esas maravillas y aprender de su sabiduría.

Hoy nos dice el evangelista que Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo. ¿Qué ha motivado esa alegría en el corazón de Cristo? Por aquellos que le rodean. Contempla Jesús cómo la gente humilde y sencilla se le acerca para escucharle; contempla Jesús que con los que tienen un corazón más disponible para sintonizar con las cosas de Dios. Y son esa gente humilde y sencilla los que van captando de verdad lo que es el Reino de Dios que Jesús está anunciando. Aquello que Jesús había dicho un día en la sinagoga de Nazaret recordando al profeta, ahora se está cumpliendo, ‘los pobres son evangelizados’, los pobres son los que entienden primero que nadie esa buena noticia que Jesús les está anunciado de que llega el Reino de Dios.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien’.

Dios se revela a los de corazón humilde y sencillo. Son los que están con Jesús. Jesús se goza con ellos porque son capaces de sentir mejor que nadie lo que es el amor de Dios; son los que se vacían de si mismos, son los que abren el corazón con generosidad, son los más capaces de esos gestos hermosos de desprendimiento, de dulzura, de cercanía. Dirá Jesús en el sermón del monte que son dichosos los pobres, que serán dichosos y  llenarán de una alegría grande los que viven la mansedumbre del corazón y los que han arrancado de él toda malicia y desconfianza. Son los que van a entender mejor que nadie los valores que nos ofrece Jesús para hacernos grandes, para llevarnos a plenitud.

Cuando estamos comenzando este camino de Adviento que nos prepara para acoger a Jesús que llega a nuestra vida es el camino que hemos de emprender, camino de humildad, camino de sencillez porque será la tierra más disponible para acoger la semilla de la Palabra de Dios. Es la humildad, como ayer contemplábamos a aquel centurión que buscaba a Jesús, el camino más practicable para la vivencia de la fe, el cimiento de la fe verdadera. ¿No fue a unos humildes y sencillos pastores a los primeros que se les llevó la buena noticia del nacimiento del Salvador como contemplaremos en la ya cercana navidad?

Cuando nos llenamos de nosotros mismos, de nuestras autosuficiencias y nuestros orgullos se cierra nuestro corazón a la luz, tendremos las puertas cerradas para el encuentro con los demás y se cierra entonces nuestro corazón a Dios. Vayamos encendiendo esas pequeñas y sencillas luces, humildes cada uno en nuestro pequeño rincón, con nuestros gestos humildes y sencillos de cercanía a los demás e iremos incendiando el mundo con esa luz de Dios, es el camino de nuestro encuentro con Dios.

lunes, 4 de diciembre de 2023

La humildad hará practicable el camino de la fe porque solo cuando reconocemos que estamos enfermos podremos dejar que Jesús nos cure

 


La humildad hará practicable el camino de la fe porque solo cuando reconocemos que estamos enfermos podremos dejar que Jesús nos cure

 Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

Tengo en casa un criado que está paralítico y sufre mucho…’ Hay quien oculta los enfermos; que no sepa nadie lo que pasa en casa, total ¿para qué? ¿Para ser el comentario y la comidilla de la gente? Eso son cosas de casa, no hay por qué estar contándolo a la gente. Puede parecer exagerado este comentario, pero es cierto que no somos muy dados a contar las cosas que nos pasan. Tiempos había en que sobre todo en aquellas enfermedades que se pudieran considerar raras, no se comentaban con nadie. Tener un enfermo mental podía considerarse algo así como un descrédito para la familia.

Bien, esto puede parecer anecdótico, pero he querido comenzar con esta consideración, ya que la liturgia nos propone este evangelio en casi el primer día del camino de adviento que estamos comenzando a celebrar. Si decimos que es tiempo de espera y de esperanza ante el Salvador que viene a nuestra vida, como vamos a celebrar en la Navidad – y tengamos en cuenta el verdadero sentido que ha de tener el tiempo de Adviento – justo sería que nosotros también, como aquel centurión, digamos ‘tengo en casa un criado que está paralítico y sufre mucho…’.

¿Cuál es la enfermadad que necesita curación y es por eso por lo que esperamos y pedimos la venida del Señor? Porque si no tenemos ninguna enfermedad, no reconocemos ningún mal en nuestra vida, ¿de qué nos va a salvar el Señor? ¿De qué nos va a curar?

Es importante esta primera actitud que hemos de tener ya desde el primer día en que comenzamos a hacer este camino de Adviento. Hemos de mirarnos con sinceridad a nosotros mismos, tenemos que mirar la cruda realidad de nuestro mundo necesitado de salvación. Podríamos decir que ya desde el primer día comenzamos a hacernos un examen de conciencia.

Reconozcamos nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. ‘En mi casa no hay nadie enfermo’, yo estoy bien, el mundo está bien, todos estamos bien, tenemos hoy tantas cosas que en otros tiempos no teníamos. La humildad es cimiento fundamental para adentrarnos en el camino de la fe. Es no ponernos en actitud defensiva ante de Dios; es la postura de los que no quieren creer, de los que se auto titulan ateos o agnósticos, que dicen que en nada creen ni nada necesitan creer.

El camino de la vida, aunque no entremos en el ámbito sobrenatural, está empedrado con actos de fe o de confianza. Aceptamos y nos creemos lo que nos dice cualquiera, aceptamos a pie juntillas las noticias que nos vienen por los medios de comunicación sobre todo sin son afines a nuestras ideas, pero cuando entramos en el ámbito de lo sobrenatural todo son dudas y son desconfianzas, cuando se trata de aceptar a Dios que viene a elevarnos y engrandecernos de verdad, vienen las negaciones o vienen las afirmaciones de ateísmo porque nos creemos no necesitar de Dios.

Hoy tenemos por el contra un hermoso y testimonio en el personaje que contemplamos en el evangelio. Ni siquiera era judío, era un centurión romano, pero ha oído hablar de Jesús y tiene en su casa a su criado enfermo, paralítico sufriendo mucho, y acude a Jesús.  Reconoce el mal que hay en su casa y acude a Jesús con una confianza total. Pero una confianza que ha arrancado de un corazón humilde. No se ha atrevido en principio a venir por si mismo al encuentro con Jesús ni querrá Jesús visite su casa porque además sabe lo que significaba para un judío entrar en la casa de un gentil. ‘No soy digno…’ dirá, pero tiene la confianza total. ‘Basta una palabra tuya…’ Como el jefe que tiene soldados a sus órdenes y a una palabra el soldado está haciendo lo que le pide su jefe sin importar la dificultad. Su humildad le ha abierto el camino de la fe.

Será lo que alaba Jesús. ‘En todo Israel no he encontrado una fe como la de este hombre’, es la alabanza de Jesús. ¿Qué podrá decir Jesús de nuestra fe? ¿Dónde está nuestra humildad que haga expedito el camino de la fe? ¿Seremos capaces de reconocer nuestra limitación y nuestro pecado?

domingo, 3 de diciembre de 2023

Vuélvete Señor, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña… Cuida la cepa que tu diestra plantó, es la súplica con que iniciamos el camino del Adviento

 


Vuélvete Señor, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña… Cuida la cepa que tu diestra plantó, es la súplica con que iniciamos el camino del Adviento

Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79; 1 Corintios 1, 3-9;  Marcos 13, 33-37

Supongamos que tenemos un terreno, que tenemos un campo de cultivo en el que tenemos plantada una viña; lo trabajamos y esperamos recoger un día sus frutos; ha sido confiado a unos labradores, pero el amo de la viña vendrá con frecuencia a visitar su viña, a escuchar a aquellos labradores que la trabajan para ver lo que se necesita para hacerla producir mejor, no solo para recoger un día los frutos, sino también para recrearse en ella y en cuanto está produciendo. El amo de la viña viene y aquellos encargados del cuidado de la viña están atentos a su llegada, lo esperan, lo escuchan, como un día al final de la cosecha han de rendir cuentas de ese trabajo.

Me he querido detener en esta imagen porque de alguna manera es lo que ahora estamos viviendo, de manera especialmente intensa en este tiempo de Adviento que comenzamos. Es lo que, podríamos decir, viene a recordarnos. Es lo que esperamos y anhelamos, la venida del Señor al campo de nuestra vida y de nuestro mundo, es lo que pedimos y para lo que queremos prepararnos. Porque queremos pensar de manera especial en esa venida del Señor en el hoy de nuestra vida. Y es lo que con especial intensidad tenemos que vivir en este momento.

¿Cómo está el campo de nuestra vida? ¿Cómo está el campo de nuestro mundo? Tenemos la tentación y el pesimismo de verlo todo poco menos que perdido. Es cierto que hay cosas que nos desalientan, nos preocupan, nos inquietan, tenemos el peligro de perder la paz de nuestros corazones. Son muchas, es cierto, las turbulencias que vive nuestra sociedad hoy; muchos los desencantos y mucha también la indiferencia, aturdidos por el materialismo de la vida - ¿en qué convertimos incluso la navidad que vamos a celebrar? -, arrastrados por la superficialidad que se impone de muchas maneras para hacer que tantos vayan a su rumbo sin metas, sin valores, despreocupados de todo e insolidarios. Y podemos caer en esas redes, se nos pueden enfermar las plantas que pretendemos cultivar esa finca de la vida.

Clamamos al Señor, como decíamos en el salmo que se nos ofrece hoy en la liturgia, ‘Despierta tu poder y ven a salvarnos… Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña… Cuida la cepa que tu diestra plantó, y al hijo del hombre que tú has fortalecido…’

‘Ven, Señor, a salvarnos’, es la súplica que en estos días estará en nuestros labios y en nuestro corazón. No solo en estos días, ha de ser algo presente siempre en nuestra vida, en nuestra oración. Cada día tenemos que aprender a descubrir y a sentir la presencia de Dios con nosotros. Cada día hemos de recibirle y escucharle, cada día hemos de sentir su presencia que se hace fuerza y que se hace vida en nosotros para no desalentarnos en nuestras tareas, para no dejarnos arrastrar por esa indiferencia o ese materialismo de la vida que todo lo inunda, para darle profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos. Solo así podremos obtener los buenos frutos que el Señor nos pide.

Vamos a celebrar la Navidad y para eso queremos prepararnos durante este tiempo del Adviento, pero al recordar y celebrar su venida recordamos también que El prometió que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. Y es lo que tenemos que saber descubrir esa venida del Señor cada día a nuestra vida. El nos va saliendo al encuentro de muchas maneras y tenemos que saber descubrir y sentir su presencia.

Hay como tres imperativos que nos deja hoy Jesús en el evangelio y que son todo un programa de adviento. Estad preparados, nos dice, vigilad. Firmes en la fe, frente a cuanto nos rodea y nos puede envolver. No podemos perder esa línea de fe en todo aquello que vamos haciendo. Es lo que tiene que motivarnos, es lo que nos va a ir dando luz en medio de las oscuridades poniendo una nueva claridad en nuestros ojos, es lo que nos hará descubrir realidades nuevas en medio de todo ese revoltijo de la vida, es lo que nos hará no perder el rumbo frente a los vientos que nos pueden arrastrar por otros caminos, es lo que nos da la certeza de que con el amor es como podremos salvar el mundo. Diligentes en el amor. Es por el amor por lo que tenemos que apostar. Es el amor el que creará una nueva humanidad.

Por eso nos dice también que no nos dejemos engañar por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por el materialismo seductor que reina en nuestra sociedad. Por eso vigilantes, atentos, para escuchar al Señor. Es su Palabra la verdadera luz de nuestra vida que nos conduce a la verdad. Es Cristo nuestro único camino que nos conduce a la vida y nos llena de nueva vida.

Y ‘no tengáis miedo’, nos dice el Señor. No nos podemos sentir agobiados, no podemos perder la paz, nunca nos podremos sentir derrotados aunque sabemos que somos débiles y tenemos nuestros tropiezos. Siempre podemos levantarnos, despertarnos, arrancar de nuevo. Es la esperanza que tiene que llenar nuestra vida. Es la esperanza que tratamos de despertar ahora en este tiempo de Adviento, pero que tiene que acompañarnos siempre. Creemos en el que ha vencido la muerte y el pecado y a nosotros nos lleva también a esa victoria.

Por eso iremos repitiendo muchas veces, mientras seguimos cultivando aquel campo que ha puesto en nuestras manos para que un día produzca abundantes frutos, aquel cántico del Apocalipsis ‘maranatha, ven Señor Jesús’.