miércoles, 6 de diciembre de 2023

Abramos los ojos de la fe porque para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos arrancando el velo que nos cubre y enjugando las lágrimas de nuestros ojos

 


Abramos los ojos de la fe porque para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos arrancando el velo que nos cubre y enjugando las lágrimas de nuestros ojos

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Mateo 15, 29-37

Lo habréis escuchado ya, se va a celebrar un gran banquete, una gran comida a la que todos estamos invitados, se está buscando una gran explanada donde poderla celebrar, habrá comida en abundancia, sabrosas viandas y carnes, toda clase de comidas, abundantes vinos y bebidas, habrá música y habrá fiesta, la alegría tiene que rebosar por todas partes. La boca se le está haciendo agua a más de uno.

Es lo que anunciaba el profeta, tal como hemos escuchado, hacia el monte santo confluirán de todos los lugares, gentes venidas de todas partes, tiene un gran sabor y sentido mesiánico el banquete que se nos anuncia. Y luego nos encontraremos con una riada inmensa de cojos y de enfermos, de gente cargando todo tipo de sufrimientos y de angustias, una multitud hambrienta que se reúne en torno a Jesús porque irán hasta la montaña y el desierto para encontrarle si es preciso. Y las provisiones son pocas y ahora no se sabe donde ir a buscar comida porque están en descampado.

Es la imagen que hoy se nos ofrece en la liturgia de estos comienzos del Adviento. Un mundo hambriento y lleno de sufrimientos mientras se habla de celebrar un gran banquete. ¿Será en verdad una imagen de este camino de adviento que este año estamos haciendo?

Miremos nuestro mundo y seamos conscientes de la realidad pero también de las inquietudes que tiene la humanidad en lo más hondo de si misma. Siempre decimos que los tiempos no son fáciles, y eso lo aplicamos en todo momento, porque cada uno y en cada momento de la historia vivimos nuestra propia situación. Ansiamos, es verdad, que todo fuera como ese gran banquete que se nos anuncia, como esa fiesta que en verdad desea toda la humanidad.

Pero algunas veces vamos como cansados por la vida en nuestras luchas y en nuestras frustraciones, en sentir como en cada momento aparecen nuevos problemas o nuevas situaciones que van poniendo en peligro hasta la estabilidad de la propia humanidad. No nos faltan las multitudes hambrientas, como no nos falta dolor y sufrimiento motivado por tantas causas tan diversas. Es una humanidad que se siente rota, que algunas veces se desespera y quizás quiere huir para olvidar o para no aumentar el sufrimiento.

Muchos quizás quieren vivir de espaldas a esos sufrimientos y se entretienen en cosas que les distraigan quizás para no verse involucrados. Son tantos también los que insolidariamente viven encerrados en si mismos, pero también carentes de esperanzas verdaderas en su espíritu, porque solo quieren vivir al día. Aquellas multitudes que seguían a Jesús, unos que le aclamaban, otros que se ponían a distancia simplemente como observadores, muchas que estaban también en una actitud de rechazo.

Somos nosotros los que hoy caminamos en este siglo XXI. Pero no podemos perder la esperanza. Nosotros también escuchamos ese anuncio del profeta, esa invitación a ese nuevo banquete del Reino. Para nosotros Jesús que viene nos prepara y nos ofrece ese banquete de vida. Todo puede cambiar, podemos hacer un mundo nuevo, podemos hacer que la vida sea como ese banquete mesiánico del que nos ha hablado el profeta.

A Jesús lo contemplamos hoy en el evangelio que se deja encontrar por aquella gente que ha acudido de todas partes con sus angustias y sus sufrimientos, con sus sueños y con sus esperanzas, con su hambre que va más allá de ese pan material que también deseaban porque en Jesús están buscando algo nuevo y distinto. Es lo que Jesús nos ofrece. Es lo que vamos a celebrar en la próxima navidad, es lo que cada día hemos de saber vivir porque Dios está llegando a nosotros, a nuestra vida y tenemos que saber abrirle el corazón.

Caminemos con esperanza y con intensidad este camino del Adviento. Seguro que nos encontraremos con Jesús. El viene a nosotros, de muchas maneras se hace presente en nuestra vida y responde a nuestras inquietudes. Abramos los ojos de la fe. Para nosotros preparará ese festín de manjares suculentos, arrancará el velo que cubre todos los pueblos y enjugará las lágrimas de todos los ojos.

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