sábado, 27 de mayo de 2023

Tenemos que ser testigos de luz que ayuden a abrir caminos para el encuentro con el Evangelio, pero cada uno ha de desarrollar su propia vocación y su respuesta

 


Tenemos que ser testigos de luz que ayuden a abrir caminos para el encuentro con el Evangelio, pero cada uno ha de desarrollar su propia vocación y su respuesta

Hechos 28, 16-20. 30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25

No somos quien para marcar el camino de nadie. Algunas veces nos cuesta entenderlo. ¿Pretender que el amigo sea una imagen nuestra? Podemos tener la tentación.  Cada uno tiene su propio camino, cada uno tiene su vida, cada uno ha de responder por sí mismo a los retos que le plantea la vida. Queremos a las personas, queremos a los amigos, pero no podemos pretender que sean como nosotros. Es difícil. Queremos lo mejor y pensamos que lo mejor es lo que nosotros vivimos, los planes que nosotros podemos trazarle para su vida. Es cierto que creemos que lo que nosotros vivimos es lo mejor para nosotros, aunque también nos podemos equivocar, pero lo que no podemos pretender es que el amigo sea exactamente como yo, como si fuera una fotocopia.

Y eso es tentación de los educadores, es tentación también, tenemos que reconocerlo, de los padres, que piensan en lo que a ellos les gustaría, pero no piensan en lo que el hijo escoja para sí como lo mejor para él: cuántos fracasos por pretender que un hijo escoja un camino que nosotros previamente habíamos soñado y trazado, pero sin contar con él. Y nos pasa, como decíamos, con los amigos. Tenemos que respetar las decisiones de los demás, respetar su camino, porque él tiene sus propios valores y sus propias cualidades. Nos tiene que hacer pensar. Nos puede pasar en muchos aspectos de nuestra vida.

¿Sería quizá lo que sentía Pedro, consciente de la misión que le acababa de confiar Jesús que ya estaba pensando en Juan que le seguía de cerca y de quien le gustaría saber cual era su futuro? De alguna manera Jesús al tiempo que le confiaba su misión de pastorear a las ovejas y a los corderos, también le había anunciado que un día también podría tener dificultades en razón de la misión que le acababan de confiar. ¿Qué sería de Juan?

Jesús viene a decirle que Juan tiene su camino y que será él quien tenga que recorrerlo; que eso ahora no tienen por qué ser preocupaciones de Pedro. Su misión será el anuncio de la Buena Nueva de salvación a todos los hombres – ya les dirá antes de la Ascensión que han de ir por todo el mundo anunciando esa Buena Nueva – pero su misión es el anuncio, la respuesta ha de darla cada uno por sí mismo. Anunciamos, pero no imponemos. El que crea en esa Buena Noticia, se bautizará e iniciará su camino de salvación. Pero es su camino, el que cada uno tiene que recorrer.

Ya al principio del evangelio cuando los que van conociendo a Jesús transmitan esa buena noticia a los demás, simplemente les dirán ‘Ven y lo verás’, como le dijo Andrés a Pedro o Felipe a Natanael. El camino luego ha de hacerlo cada uno por sí mismo, la respuesta es responsabilidad personal que daremos en el momento oportuno.

Decíamos al principio que por mucho que amemos al amigo, no tenemos que hacerlo a nuestra imagen; por mucha que sea la inquietud que tenemos en el corazón – y hemos de tener gran inquietud porque es una responsabilidad grande que tenemos también en nuestras manos – nuestra misión es señalar el camino que conduce a Jesús. Cada uno ha de dar sus pasos, cada uno ha de dar su respuesta, cada uno ha de construir su vida desde ese evangelio con el que se encuentra, cada uno ha de desarrollar sus valores y sus cualidades, cada uno ha de seguir su propia vocación.

Es el respeto y la valoración que hemos de tener y hacer de los que caminan a nuestro lado también en el seguimiento de Jesús. No vamos nunca a imponerles lo que tienen que hacer; nuestra vida, nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra manera de actuar abren caminos, pueden ser luz para los demás, pero cada uno ha de dejarse iluminar por esa luz del evangelio para dar su propia respuesta. Pero, por supuesto, no olvidemos de dar ese testimonio, de decir esa Palabra, de ser esos testigos de luz para los demás. Con valentía, con la fuerza del Espíritu del Señor.


viernes, 26 de mayo de 2023

Podemos tener la seguridad de que el amor de Dios sigue confiando en nosotros por mucho que sea nuestro pecado, eso nos llena de paz y de nuevos ánimos para seguir amando

 


Podemos tener la seguridad de que el amor de Dios sigue confiando en nosotros por mucho que sea nuestro pecado, eso nos llena de paz y de nuevos ánimos para seguir amando

Hechos 25, 13b-21; Sal 102; Juan 21, 15-19

Es un reencuentro de amigos que se aprecian mucho. Quizás ha habido algún momento de frialdad por medio, alguna deslealtad que podría haber puesto en peligro aquella amistad que había estado bien consolidada, han pasado muchas cosas por medio, pero ahora se han reencontrado de nuevo. En quien siente en sí el peso de las deslealtades o de los fallos quizás se encuentre apesadumbrado y no sabe muy bien en qué pueden quedar las cosas, pero el amigo que sabe bien lo que es el verdadero amor aunque conozca también las debilidades que nos acompañan en la vida trata de hacer que aquel encuentro no se convierta en reproches que avergüencen sino más bien quiere dar por sentado que la amistad permanece; la conversación se hace amigable y pronto volverán a salir a relucir los amores que nunca se acaban y la amistad que termina más anudada.

Es la lección de la confianza que quizá tengamos que aprender para cuando nos encontremos en situaciones así. Eres amigo y siempre seguiré confiando en ti, se dice aunque necesariamente no tienen que sonar las palabras, pero sí los gestos que manifiestan la sintonía del corazón.

¿Me estoy inventando esta historia? cuando hay verdadero amor y amistad es la realidad de lo que hacemos los amigos que siempre confiamos. Es la historia que nos cuenta el evangelio hoy. en este final del tiempo pascual la liturgia para estos dos días de la semana que nos quedan nos transporta de nuevo a aquel episodio que ya escuchamos en parte de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades después de la resurrección; como nos concretará el evangelista, fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

Hoy el relato del evangelio se concreta ya en el momento en que tras el reconocimiento de Jesús Pedro ha llegado a los pies de Jesús, adelantándose al resto que al llegar se encontrarán un pez sobre las brasas y la invitación de Jesús a comer. ‘Vamos, almorzad’, les había dicho Jesús.

Fue después de la comida con Jesús se lleva a Pedro aparte para hablar del amor y de la amistad. Son escuetas las palabras del Evangelio, como suele ser siempre, aunque podemos imaginar la extensión de la conversación. ‘Pedro, ¿me amas más que estos?’ Una, dos y tres veces hará Jesús la pregunta, y siempre Pedro porfiará su amor por Jesús. ‘Tú sabes que te amo’, será siempre la respuesta de Pedro. No hay recriminaciones porque un día Pedro cobardemente había regado conocer a Jesús. Solamente la pregunta por el amor, como queriendo decir Jesús que sabe bien que Pedro le ama. Por eso sigue confiando en El, ‘apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos…’ será la confirmación de Jesús.

Era la confirmación por parte de Jesús de que puede seguir confiando en su amor, porque es un amor que nunca falla. Cómo lo necesitamos tantas veces escuchar nosotros. Lo sabemos pero necesitamos que retumbe en nuestro corazón. Apesadumbrados muchas veces nos acercamos y parece que nos falta la confianza cuando sentimos la indignidad de nuestra debilidad que nos ha llevado a tantas errores en la vida.

Y andamos tan quemados porque en nuestras relaciones humanas no siempre encontramos la comprensión y el perdón, que nos parece que nos pueda suceder lo mismo ante Dios. Pero podemos tener una seguridad, el amor de Dios sigue confiando en nosotros por mucho que sea nuestro pecado. Y eso nos llena de paz, y eso pone ánimos en la vida para levantarnos y para seguir amando, y eso nos da fuerza para afrontar todo lo que podamos encontrar en contra, pero para afrontar también nuestra debilidad y nuestra cobardía tantas veces repetida.

Que eso sepamos nosotros ofrecer y que eso sepamos encontrar en los hermanos que nos rodean. Qué actitudes nuevas hemos de saber tener con los demás, hayan hecho lo que hayan hecho, y sean lo que sean. Que eso podamos encontrar en la Iglesia, que tiene que ser siempre madre de misericordia, y que en verdad sea en medio de un mundo de revanchas y de rencores mal curados un signo de que el amor siempre confía en la persona que es capaz de poner amor en su vida a pesar de su debilidad. Necesitamos una Iglesia así. Necesitamos nosotros también ser así.

jueves, 25 de mayo de 2023

Hablamos bonito de la unidad, rezamos por la unidad, pero algo nos falta, no damos señales de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber

 


Hablamos bonito de la unidad, rezamos por la unidad, pero algo nos falta, no damos señales de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Aunque por naturaleza estamos hechos para la relación, para la comunicación y podríamos decir también para la comunión, sin embargo pesa mucho en nosotros la tendencia y la tentación a querer caminar cada uno por su lado, a encerrarnos muchas veces en un egoísmo insolidario pensando que nos valemos solo por nosotros mismos sin necesitar ni la presencia ni la ayuda de los demás. Es la tentación del orgullo y de la autosuficiencia que no siempre sabemos superar, de forma incongruente tememos ser superados por los demás, que nos hagan sombra, y por eso intentamos muchas veces caminar a nuestra manera en solitario; claro que el que se cae en solitario, solo se verá y más difícil será el que pueda levantarse.

Qué hermosa sería la vida si fuéramos capaces de superar esos orgullos tontos y supiéramos comenzar a caminar juntos, a colaborar los unos con los otros, en fin de cuentas formamos parte de un mismo mundo que es para todos y tendríamos que ser como una familia. Viendo esa cercanía, sabiéndonos ayudar los unos a los otros superaríamos tantas carencias que nos encontramos en la vida y compartiendo los unos con los otros crearíamos una riqueza, y no pienso en lo material que también, sino espiritualmente que nos haría crecer más y más como personas.

Por algo será uno de los valores fundamentales, la unidad, que nos deja Jesús como signo del Reino de Dios que hemos de vivir y que es fruto del amor que tiene que ser en verdad la base de nuestras mutuas relaciones. Esa unidad que no solo es estar juntos, aunque ya eso es un paso importante, que no es solo colaborar los unos con los otros quizás movidos por el interés de lograr que salgan las cosas, que las podamos aserré mejor, cosa importante también, sino entrar en caminos de comunión, esos lazos de amor que nos hacen estar unidos porque en verdad nos queremos y sentimos que los demás de alguna manera también son algo nuestro.

Ruega Jesús, en esta oración sacerdotal de la última cena, ahora no solo ya por aquellos a los que ha llamado de una manera especial, sino que ruega por todos los que crean en su nombre, todos los que hemos puesto nuestra fe en El, y ruega para que se manifiesta esa unidad y esa comunión. Será además el gran signo que mostremos ante el mundo que nos rodea de la verdad y de la importancia de la fe que profesamos. ‘Para que el mundo crea’, dice Jesús en su oración.

Es un gran déficit que aun mantenemos en nuestra vida y, por qué no decirlo, en la vida de la Iglesia. Seguimos con nuestra tendencia al individualismo y cuanto nos cuesta formar verdadera comunidad, crear de verdad esos lazos de amor que nos lleven a vivir esa comunión entre todos. Asignatura pendiente a nivel personal porque no siempre ponemos todo de nuestra parte para lograr esa unidad; mantenemos nuestras distancias, miramos primero por lo nuestro y por los de aquellos que están más cercanos a nosotros, seguimos pensando en nuestros intereses particulares.

Asignatura pendiente en nuestras comunidades. Nuestras parroquias no terminan de ser verdaderas comunidades. Nos reunimos cada domingo para la celebración de la Eucaristía que tendría que ser la mayor expresión de esa unidad, pero incluso en nuestros propios encuentros para la celebración seguimos manteniendo nuestras distancias; tenemos nuestro sitio en el templo, por ejemplo, y no nos importa que quedemos distantes de los demás que estamos participando y viviendo la misma celebración; quizá llega el momento de la paz y muy efusivamente nos damos la paz entre los que nos encontramos más cercanos, pero cuando termina la celebración salimos por la puerta cada uno por nuestro lado como si nunca nos hubiéramos visto o no nos conociéramos.

Y el resto de la semana ¿qué lazos de amistad y unidad mantenemos con los que hemos estado participando en la misma celebración? Hace poco me encontré con la sorpresa de un señor que va a la misma Eucaristía que yo los domingos, incluso participa haciendo las lecturas de la liturgia, aunque eso sí, él está en su banco de siempre con el familiar que le acompaña, pero resulta que vive a pocos metros de donde yo vivo, y nunca nos vemos, ni nos saludamos, ni mantenemos una amigable conversación ya que cada domingo participamos en la misma Eucaristía. ¿Qué nos está faltando a ambos? Y pienso en mí mismo, el primero. ¿Qué signo estamos dando a los que viven a nuestro alrededor que quizá saben muy bien que tanto él como yo vamos a misa todos los domingos?

Hablamos bonito de la unidad, rezamos incluso por la unidad, pero algo nos falta que no damos señales de esa unidad y de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber.

miércoles, 24 de mayo de 2023

Porque nos sentimos amados y estrechamos cada vez más nuestros lazos de amor con Jesús podremos llegar a ser signos y testigos creíbles del evangelio en el mundo

 


Porque nos sentimos amados y estrechamos cada vez más nuestros lazos de amor con Jesús podremos llegar a ser signos y testigos creíbles del evangelio en el mundo

Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19

¿Quién no desea para sus amigos lo mejor y que ningún peligro pueda afectarles o hacerles daño? En la medida en que anudan los lazos de la amistad estaremos sintiendo como algo propio lo que le pueda suceder al amigo, nos alegramos con sus alegrías, soñamos con sus esperanzas, sufrimos con lo que les pueda afectar y buscaremos en todo momento lo mejor. Es la señal y la muestra del amor y de la amistad. Si en un momento tenemos que separarnos de ellos, la despedida se convierte en recomendaciones y en buenos deseos, y ya pondremos de nuestra parte lo que sea para que nada les falta, nada les afecte; además nos daremos cuenta que por esos lazos de amistad que hemos creado, los demás verán en ellos como una imagen nuestra, de manera que si alguno nos repudia, hay la posibilidad de que a ellos también los repudien.

Es lo que está expresando Jesús en aquellos momentos de la cena pascual, cuya sobremesa ha sido momentos de confidencias y recomendaciones, y que ha terminado convirtiéndose en oracion, en estos momentos por los discípulos que quedan en el mundo. ¿Qué pide Jesús? que su ausencia no les pueda afectar tanto como que se pudieran ir a la desbandada, pero también pide para ellos que manifiesten de verdad el signo de la unidad entre ellos; si hasta ahora se han sentido como una piña en torno a Jesús, que ahora se mantenga esa unidad, porque además va a ser señal para que el mundo crea. ‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros’. Volverá Jesús más adelante a insistir en lo mismo.

Pero los anuncia Jesús también que igual que el mundo le rechazó a El, a ellos también los van a rechazar. ‘Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’.

Pero en medio del mundo los deja porque a él han de ir con una misión. Son los continuadores de la obra de Jesús, los enviados de Jesús. ¿No los había elegido para que fueran apóstoles? Los había elegido para que estuvieran con El; a ellos de manera especial había ido instruyéndolos para la misión que han de realizar. Ahora han de sentirse los enviados de Jesús.

‘Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad’. Pero no solo van con la misión de Jesús sino con la fuerza de su Jesús; les ha prometido su Espíritu. Llevan la garantía de su amor. Y los que se sienten amados van siempre con la alegría de ese amor a comunicar a los demás su experiencia, el amor que han vivido y les ha engrandecido. Cuando lo reciban en Pentecostés han de repartirse por el mundo con la misma misión de Jesús, con la misma obra de Jesús.

¿Sentiremos en verdad nosotros esos lazos de amor para vivir esa necesaria unión profunda con Jesús, pero también para sentirnos enviados con su misma misión? Es algo en lo que tenemos que ahondar en nuestra vida. Algo quizás nos está fallando en el recorrido de nuestra vida cristiana. Muchas veces la hemos reducido demasiado a unos cumplimientos, a hacer cosas, pero no hemos profundizado lo necesario en esa experiencia de sentirnos amados. De ahí vienen los cansancios y los abandonos, de ahí viene ese poco entusiasmo con que vivimos nuestra fe, de ahí surgen esos miedos y cobardías para dar la cara por el evangelio, fruto de ello es esa tibieza espiritual con que vivimos contentándonos muchas veces con los mínimos, pero con esa falta de coraje para dar testimonio, para ser en verdad signos y testigos creíbles en medio del mundo.

Cultivemos nuestra espiritualidad que es saborear ese amor que Dios nos tiene. Sentiremos entonces empuje en nuestro corazón, mayor compromiso en nuestra vida, daremos testimonio de un amor autentico, haremos un verdadero anuncio del evangelio.

martes, 23 de mayo de 2023

Mantengamos firme nuestra fe y mantendremos la alegría y la esperanza dando gracias por ese camino de fidelidad que venimos recorriendo, aún la fe caldea nuestro corazón

 


Mantengamos firme nuestra fe y mantendremos la alegría y la esperanza dando gracias por ese camino de fidelidad que venimos recorriendo, aún la fe caldea nuestro corazón

Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a

Hay momentos en la vida en que presentimos que se va a dar un cambio de rumbo, que quizás una etapa de la vida la hemos culminado y pasaremos a otras responsabilidades, y no digamos si tenemos la lucidez suficiente y por la edad nos damos cuenta que podemos estar en una etapa final de la vida; hacemos entonces recapitulaciones, que por supuesto tenemos que saber hacer siempre con serenidad de espíritu, hacemos un repaso de responsabilidades que habíamos asumido y de alguna manera queremos tener como un visto bueno de la misión cumplida, o incluso podemos tener la oportunidad de unos consejos o recomendaciones a quienes toman el relevo señalando quizá cosas que consideramos fundamentales y que invitamos a tener en cuenta, salvando siempre la libertad de quienes vienen detrás de nosotros.

Me viene este pensamiento contemplando y escuchando este texto del evangelio que va a tener continuidad estos días hasta que termine el tiempo pascual, y que corresponden a los momentos finales de la última cena de Jesús antes de su pasión y de su pascua. Glorifica Jesús al Padre queriendo también El ser glorificado por el Padre; sabe Jesús que está en el momento culminante de la Pascua con la que concluirá, por decirlo de alguna manera, su misión. Ha cumplido su misión que tendrá su momento culminante en la Pascua, en su entrega hasta la muerte en cruz; había venido Jesús para llenarnos de vida eterna, trasmitirnos el conocimiento de lo que es la vida eterna, el Reino de Dios tan repetido a lo largo del evangelio, y ha trasmitido a los discípulos esos secretos del Reino de Dios.

‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste… He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado’.

Su obra está realizada, ‘he manifestado tu nombre a los que me diste en medio del mundo…’ reconoce Jesús. Ha venido a despertar la fe en el Padre ‘y ellos han creído que tú me has enviado’. Con esa fe sembrada en sus corazones quedan los discípulos, aunque todavía han de pasar por momentos difíciles que van a poner a prueba su fe. Pero Jesús ruega por ellos, para que sean fieles, para que se mantengan firmes, para que den testimonio, para que no se sientan solos, para que un día puedan sentirse fortalecidos con el espíritu Santo prometido.

Es la oración de Jesús, al tiempo que pone toda su confianza en los discípulos que han de continuar su obra. Sabe, y eso se los dirá más tarde, que cuando reciban la fuerza de lo alto van a ser testigos no solo en Jerusalén y Judea, sino que han de llegar a los confines de la tierra. Ahora será distinto, pero Jesús les promete que siempre estará con ellos hasta el final de los tiempos.

También a nosotros se nos han revelado esos secretos del misterio de Dios, esos secretos del Reino de Dios que hemos de vivir. Dios también se nos ha revelado en lo hondo de nuestros corazones y también queremos vivir nuestra fe en Jesús, poner toda nuestra confianza en El. Sin embargo, es cierto, muchas veces nos sentimos débiles y frágiles, pero pensemos que Jesús ha rogado por nosotros al Padre.

Tampoco a nosotros nos faltará la fuerza del espíritu, Dios está con nosotros, podemos caminar con seguridad. Que no se nos adormezca nuestra fe, que no se nos diluya en medio de tantas cantinelas que escuchamos en medio del mundo, que como cantos de sirena quieren torcer nuestro camino. Mantengamos firme nuestra fe, y mantendremos nuestra alegría y nuestra esperanza. Demos gracias a Dios, glorifiquemos al Padre por ese camino de fidelidad que venimos recorriendo a pesar de errores y tropiezos. Aún la fe caldea nuestro corazón.

lunes, 22 de mayo de 2023

Las palabras de Jesús no son para el desaliento, son para inspirar confianza, para ayudarnos a mantener la paz, a asegurarnos la victoria final

 


Las palabras de Jesús no son para el desaliento, son para inspirar confianza, para ayudarnos a mantener la paz, a asegurarnos la victoria final

Hechos 19, 1-8; Sal 67; Juan 16, 29-33

Nos sucede muchas veces y en las más variadas situaciones; no quiero con lo que voy a decir echar un jarro de agua fría sobre nuestros entusiasmos, pero detrás de la euforia de un entusiasmo puede venir pronto el enfriamiento de aquel primer entusiasmo y termine todo, como se suele decir, como el rosario de la aurora, nos perdemos, nos dispersamos, abandonamos porque nos sentimos hundidos, cansados, defraudados. Muchas amistades que comenzaron con mucho entusiasmo, prometiéndonos amistades eternas, pronto pueden comenzar los distanciamientos, la incomprensión,  la perdida de aquel primer fervor. Muchas cosas que iniciamos con muchas ganas pensando que ya tenemos la solución para todo y tenemos el mundo ganado, pronto vemos que la realidad no es tal, que las dificultades parece que crecen cada día, y podemos tener el peligro de abandonar pronto.

No es solo ese fervor inicial el que va a ayudarnos a mantenernos firmes y fieles, se necesita algo más, una convicción más profunda, una reflexión más hondo sobre la realidad, un estudio más detallado de lo que vamos a hacer con sus pro y sus contra, siendo conscientes de las dificultades que vamos a encontrar, como de la riqueza que vamos a encontrar y por la que merece la pena toda clase de sacrificios. La perseverancia es un valor necesario a tener en cuenta, como el tener muy claro a lo que nos vamos a enfrentar. Necesitamos, de alguna manera, prepararnos.

Esas cosas nos pasan también en el ámbito de la fe, de nuestra vida y prácticas religiosas, como de todo lo que es y significa nuestra vida cristiana. Es para lo que Jesús está preparando a los discípulos en aquel, llamémoslo así, discurso de la ultima cena. Son los acontecimientos que ya de inmediato se van a suceder a partir de la traición de Judas y del prendimiento en el huerto, pero la Palabra de Jesús sigue siendo viva y sigue resonando en nuestro corazón a lo largo de la historia y de todos los tiempos.

Y de ello Jesús les está hablando ahora claramente. Van a dispersarse, a huir y a dejarlo solo. Será lo que suceda en el huerto aquella noche. Van a aparecer los miedos y las cobardías cuando antes habían prometido tantas fidelidades y defensas, y unos se refugiaron en el cenáculo con las puertas bien cerradas, y quien se siente más valiente y se atreve a llegar al patio del sumo pontífice para ver en qué va a acabar aquello, terminará negándole ante las preguntas de unos criados porque lo delata su acento y alguien ha llegado a verlo en el huerto cuando incluso a pretendido defender a Jesús con una espada.

‘Pues mirad, les dice Jesús, está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre’. A Pedro que tanto porfía por estar al lado de Jesús, le dirá que antes que el gallo cante dos veces, le habrá negado tres.

Pero las palabras de Jesús no son para el desaliento, no son una regañina o un echar en cara. Jesús quiere algo distinto. ‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’. Son palabras de aliento, son palabras para inspirar confianza, son palabras que ayudan a mantener la paz en el corazón.

Vendrán las flaquezas y las debilidades, pero no habrán de perder la paz. Serán fuertes las luchas, pero no nos tiene que faltar valor porque con Cristo la victoria está asegurada. Su muerte no será una derrota ni un fracaso, será un camino de vida porque será siempre un camino de amor. Y a Jesús le podremos contemplar vivo y resucitado. Es la victoria de Cristo que nos asegura también nuestra victoria.

El eco de las palabras de Jesús sigue llegando hoy a nuestros corazones, que también muchas veces se pueden ver turbados en medio de nuestras luchas. Tenemos abierto ante nosotros un camino de esperanza. No perdamos el entusiasmo, perseveremos, porque el que persevere hasta el final vencerá, alcanzará también la victoria.

domingo, 21 de mayo de 2023

La Ascensión del Señor pone ascensión en nuestra vida, porque buscamos lo mejor, porque tenemos esperanza, porque podemos proclamar que es posible un mundo mejor

 


La Ascensión del Señor pone ascensión en nuestra vida, porque buscamos lo mejor, porque tenemos esperanza, porque podemos proclamar que es posible un mundo mejor

Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20

Queremos estar con aquellos que amamos, queremos tener junto a nosotros a aquellos a los que amamos. ‘Me voy a prepararos sitio, para que donde yo estoy, estéis vosotros conmigo… vendré y os llevaré conmigo’, les había dicho en la cena pascual; hoy le contemplamos subir al cielo, subir junto al Padre, pero, como decían los ángeles a los discípulos que se habían quedado embelesados mirándolo subir al cielo ‘volverá como os lo había dicho’. Pero también nos dice que estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Necesariamente, porque amamos, podemos estar con Jesús, Jesús puede tenernos junto a El.

Es lo que hoy contemplamos, lo que hoy celebramos, a los cuarenta días de la Pascua. Como nos detalla san Lucas en los Hechos de los apóstoles ‘se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios’. Se ha cumplido el plazo, ha llegado la hora de la glorificación ‘según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro’, como nos explicaba la carta a los Efesios.

Celebrar la Ascensión del Señor es sentir cómo nosotros estamos llamados a la ascensión. El deseo más humano que podamos tener es ascender, es crecer, es sentirnos elevados y transportados a algo más grande, a algo más alto, a algo mejor. No podemos perder esos sueños porque estaríamos perdiendo vida.

Son nuestros sueños y nuestras aspiraciones más nobles, donde no queremos quedarnos anquilosados en las mismas rutinas de siempre; queremos huir de lo vulgar y de lo mediocre por eso queremos elevarnos, queremos vivir en ascensión permanente; disfrutamos de todo lo bueno del presente, pero tenemos deseos siempre de algo mejor, buscamos algo nuevo y no nos sentimos satisfechos con lo ya logrado. Todos queremos más. Y no es lo material, es lo que nos da mayor hondura dentro de nosotros mismos, por eso queremos crecer, queremos mirar siempre más arriba, más alto.

Celebrar la Ascensión del Señor es alimentar nuestra esperanza al tiempo que asumimos una misión, transmitir, contagiar de esa esperanza al mundo que nos rodea. Esperanza que nace de nuestra fe en Jesús, esa fe que ilumina nuestra vida, esa fe que nos da un sentido para nuestro caminar, esa fe que se convierte en un motor en el alma con la gracia del Señor que nos acompaña.

Por eso la Ascensión no se convierte en una despedida triste. Es cierto que los discípulos vivían con una añoranza en el corazón y no querían desprenderse de su maestro, pero el que había venido como Emmanuel, como Dios con nosotros, porque entre nosotros plantaba su tienda, ahora nos promete que estará siempre con nosotros, que siempre será nuestro Emmanuel.

Estos momentos que los discípulos estaban viviendo con una especial emoción y sensibilidad, los que incluso se preguntaban si ya era la hora de la restauración de Israel, como le preguntan, Jesús les viene a decir que de eso ahora no tienen que preocuparse, que hay otras cosas más grandes e importantes que les va a llenar sus corazones de alegría. ‘Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra’.  Una presencia nueva, su Espíritu, que los va a convertir en testigos hasta el confín de la tierra. Por eso se sentirán seguros y llenos de alegría. Tendrán la fuerza del Espíritu Santo en sus corazones.

Tenemos con nosotros para siempre la alegría de Dios que inunda con su presencia nuestros corazones. Por eso nos tenemos necesariamente que convertir en testigos de esperanza. A ese mundo nuestro que vemos tantas veces desencantado, que simplemente parece que se va dejando arrastrar por las cosas que le salen al paso cada día, pero sin ilusión por algo nuevo y distinto, sin ilusión por cosas grandes, por poner metas altas en la vida, tenemos nosotros que contagiar con nuestra esperanza.

Es posible algo nuevo, algo distinto, algo mejor, algo que nos de profundidad a la vida, algo que nos de altura espiritual. Tenemos que ser testigos. Tenemos que expresarlo con nuestras palabras pero tenemos que expresarlo con un nuevo estilo de vida, no nos podemos dejar arrastrar por esas rutinas que nos llenan de vacío la vida. Mantengamos viva la vida, mantengamos esos sueños que nos llenan de fuerza y que ponen ilusión nueva en el corazón.

Es la ascensión que desde la Ascensión de Cristo al cielo también tenemos que poner en nuestra vida.