sábado, 8 de abril de 2023

María un día dijo sí y se había puesto en camino, ahora en silencio baja del Gólgota y en el silencio de la espera de la resurrección estará siempre en camino al lado de sus hijos

 


María un día dijo sí y se había puesto en camino, ahora en silencio baja del Gólgota y en el silencio de la espera de la resurrección estará siempre en camino al lado de sus hijos

El Gólgota se había quedado en silencio. Poco a poco habían ido abandonando el lugar aquellos que tanto habían luchado por quitarlo de en medio, su obra estaba consumada, o así lo pensaban; los curiosos desaparecieron como por encanto porque se había acabado el espectáculo; los soldado encargados de ejecutar la sentencia cumplían sus últimos requisitos, pero un pequeño grupo se arremolinaba a los pies de la cruz, y pronto descenderían en cortejo buscando la tumba nueva que el bueno de José de Aritmatea había facilitado; él se había encargado de pedir el cuerpo de Jesús y con aromas que Nicodemo también había facilitado cubrieron los ritos fundamentales para el enterramiento.

La piedra había sido rodada, Juan que había recibido a Maria como madre la llevó consigo buscando un lugar de descanso, ¿acaso el cenáculo donde se habían refugiado el resto de los discípulos? Había también probabilidades de que fueran unos parientes más o menos cercanos de María, dada su disponibilidad para facilitar el lugar. Reinaba el silencio en el ambiente como no podía ser de otra manera.

Momentos en que nos quedamos en blanco; momentos en que se agolpan los recuerdos; momentos en que no sabemos ni qué pensar, ni qué decir. El dolor de una madre era grande. Un día le habían anunciado que una espada traspasaría su alma, pero no se podía pensar que fuera un dolor tan intenso. Pero María había estado allí; a su encuentro había salido cuando llegaron las noticias de cuanto sucedía en aquella calle que se quedaría para siempre con el nombre de la amargura. Pero el verbo que se utiliza para hablarnos de la presencia de María nos habla de firmeza, de entereza; no era la presencia de quien se desmorona, aunque la imaginería abunde en gestos desgarradores, sino la presencia de quien sabe qué hace allí, por qué está allí.

Un día María había dicho sí y se había puesto en camino. Su disponibilidad había sido total, porque se consideraba tan pequeña como una esclava que tiene que hacer lo que le manden, pero ella con toda la disponibilidad de un corazón que saber amar había comenzado a subir los peldaños. Camino errante en búsqueda de donde servir, caminos de vacío y de pobreza como para no tener ni siquiera una posada que la acogiera en los momentos que iba a traer al mundo una vida, soledades de noches frías a la intemperie porque poco calor podían dar las paredes de un establo, caminos de huida que se convertían en destierro, caminos y caminos llenos de soledades, de vacíos y de silencios cuando te quitan de tu lado lo que más amabas como los que ahora desgarraban su corazón. Pero ella había dicho y se había puesto en camino.

Por eso aquel cántico que un día había iniciado allá en la montaña en casa de su prima Isabel ella lo seguía cantando. Como lo saben hacer solo los que tienen envueltas sus vidas por la fe. Ella seguía proclamando las grandezas del Señor, ella seguía dando gracias porque el Señor la había escogido y en ella seguía realizando maravillas. A quien le falta la fe difícil es que pueda cantar ese cántico de alabanza y acción de gracias cuando constata sus soledades, su pobreza, eso que parece un silencio de Dios. Pero María podía hacerlo. Ella se siente en verdad envuelta por la misericordia del Señor. Nada teme, porque sabe que el Señor está con ella.

Está viendo María el cumplimiento de las bienaventuranzas que un día Jesús había proclamado. Podría parecer que los poderosos de este mundo tienen la ultima palabra, pero ella sabe que la muerte no ha derrotado a la vida. ‘Dispersa, sí, a los soberbios de corazón’. ¿Dónde están ahora los que tanto han vociferado en este día ante el pretorio y aquí mismo en el calvario? Son los que ahora callan, porque aun siguen temiendo; le irán a pedir al Procurador que ponga guardias a la entrada del sepulcro, porque aunque no quieren creer sin embargo temen que en verdad Jesús resucitará como lo había prometido. María sigue con esa esperanza en el corazón, ella confía en la Palabra de su Hijo como un día se había confiado totalmente a Dios sin saber incluso como se resolverían los misterios de Dios.

El silencio de María no es angustia por la muerte de su Hijo porque sabe muy bien que resucitará. Es el silencio de la espera, pero es el silencio de quien aun no termina de comprender esa nueva dignidad que le ha confiado su Hijo. Quizá su silencio sea contemplar esa humanidad que son sus nuevos hijos en los que también descubre tantos sufrimientos, en los que descubre tantas soledades, en los que descubre tantos vacíos porque andan desorientados como ovejas sin pastor, a los que sabe que tiene que amar y por eso está haciendo suyos esos sufrimientos, esas soledades, esos silencios, esos vacíos de los que ahora son sus hijos. Y una madre cuando siente como propio el dolor de sus hijos algunas veces lo que hace es guardar silencio, acompañar en silencio, mirar en silencio.

Se siente María acompañada por Juan que ya la tomó como su madre y la ha llevado consigo, pero ahora María es la que como madre quiere acompañar a Juan, quiere acompañar a esa Iglesia naciente, por eso ya desde el principio la veremos en el cenáculo cuando esperan el cumplimiento de la promesa de Jesús, la venida del Espíritu. Es María la que nos va a acompañar a la Iglesia en el camino de la historia, que muchas veces se hará difícil, pero que va a sentir siempre esa presencia maternal de María.

Es el silencio de María mientras se aleja de la tumba de Jesús, es el silencio de María en aquel sábado de espera de la resurrección, es el silencio de María que es el silencio de los humildes, de los pequeños y de los sencillos, pero que ella sabe que en ellos Dios hará cosas grandes como lo ha hecho en ella y con ella. Es el silencio con que vamos a estar con María en este sábado en la espera de la resurrección del Señor porque sabemos que con nosotros estará ya para siempre María.

viernes, 7 de abril de 2023

Descubramos tras los nubarrones de la muerte una luz que resplandece y da brillo dando nuevo sentido también al dolor, el amor que hace fructificar en nosotros una nueva vida

 


Descubramos tras los nubarrones de la muerte una luz que resplandece y da brillo dando nuevo sentido también al dolor, el amor que hace fructificar en nosotros una nueva vida

Isaías 52, 13 — 53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 — 19, 42

¿Cómo nos podemos sentir en la presencia del dolor de alguien que sabemos que nos ama y a quien nosotros también amamos? Nos sentiremos como impotentes y nuestro corazón llorará por ese dolor que contempla, en la impotencia que se siente ante lo que quizás nada pueda hacer. Angustia en el corazón, nubes de tristeza que nos embargan, silencio en nuestro dolor aunque sintiéramos deseos de gritar, desconsuelo ante el sufrimiento que contemplamos. Pero ¿hemos dicho el dolor de quien sabemos que nos ama y a quien nosotros amamos también? Pareciera que en ese dolor hasta lo olvidáramos.

¿Será por eso por lo que hemos cargado con tantos crespones negros, con tantas sombras y tristezas que se convierten en amarguras este día del Viernes Santo, un día en que parece que por obligación hay que estar tristes? Épocas hubo en que no se nos permitía ni sonreírnos. Hasta las palabras que empleamos para hacer referencia a los hechos que contemplamos en este día las hemos cargado muchas veces con tintes de desesperanza y amargura. Pero ¿tienen sentido esos crespones negros y esas tristezas que nos agobian el alma? Decíamos que en nuestro dolor olvidamos algo que tiene que ser muy importante.

Lo hemos dicho desde la primera pregunta que nos hacíamos. En medio de todo ese dolor está el amor. Es como el gran primer título que tenemos que ver colgado ante nuestros ojos. Todo sucede por amor. Es la gran prueba del amor. Es la entrega del amor.

Se nos ha dicho tantas veces que por repetido tenemos el peligro de olvidarlo o de darle menos importancia. Tanto amó Dios al mundo, tanto nos amó Dios que nos entregó a su Hijo, y el Hijo por el amor se dio hasta el final. No hay amor más grande que el que se da hasta entregarse a la muerte por los que ama. Es el amor que se derrama en Jesús cuando le vemos recorriendo los caminos de Galilea y Palestina. Y los que sintonizaban con ese amor se iban con El, querían escucharle, le llevaban sus dolencias y sufrimientos de todo tipo, querían estar cerca de El, tocarle al menos el manto. Y Jesús va mostrando la compasión de su corazón porque había en torno a El ovejas que andaban descarriadas sin pastor, y las enseña y las alimenta, pasó haciendo el bien.

Es el amor que le ha traído con prisas hasta Jerusalén, siempre iba delante de los suyos en su subida, porque se acercaba la hora de la Pascua, la hora en que se iba a manifestar de forma muy palpable ese paso de amor de Dios entre los suyos. Anunciaba que sería entregado en manos de los gentiles, pero era El quien se entregaba. Era el designio de Dios, era la muestra definitiva del amor que nos traería la verdadera paz, que plantaba definitivamente el Reino de Dios, que haría fructificar un mundo nuevo.

El era ese grano de trigo sembrado en tierra del que brotaría ese mundo nuevo. Era el momento en que ese grano se convertía en harina para un nuevo pan. Triturado, desfigurado hasta perder toda apariencia humana como había anunciado el profeta pero era la semilla de una vida nueva, era la transformación del amor. ‘Triturado por nuestros crímenes, sin figura, despreciado, varón de dolores, maltratado, arrancado de la tierra de los vivos, sepultado con los malvados’. Es lo que estamos contemplando y nos conmueve el corazón. Es la gran manifestación del amor.

Y nos sentimos tocados en lo más hondo de nosotros mismos. Pero no para llenarnos de angustias y tristezas. Aunque haya tanto dolor y parezca que la muerte tiene la última palabra quitemos todos esos crespones negros. En este momento que parece de sombras sin embargo hay una luz que brilla fuerte y lo que nos hace comprender el sentido de todo, es la luz del amor. No lo olvidemos. Por eso esta tarde dolorosa del viernes santo es, sin embargo, un renacer de la esperanza para nuestros corazones, es un despertar el amor en nuestra vida. Aunque ante los ojos humanos pudiera parecer una derrota sin embargo es una victoria porque esta muerte de Jesús en la cruz nos trae la vida, nos trae el perdón, nos trae una nueva paz, nos llena de amor.

Quienes estamos contemplando este momento de cruz nos sabemos amados, nos sentimos amados, nos vemos necesariamente movidos al amor. No es derrotismo ni impotencia lo que tenemos que sentir, sino que una nueva fuerza surge en nosotros porque con la muerte de Jesús sabemos que vamos camino de la victoria. Creemos en su palabra y El nos anunció que aunque fuera dura la entrega y llegara la muerte al tercer día resucitaría. Y es nuestra esperanza. Lloremos, es cierto, nuestro pecado, pero sabemos que el pecado y el mal ha sido derrotado desde lo alto del madero de la cruz. Y nosotros podremos emprender una vida nueva. En el fondo tenemos que sentir el gozo de Dios porque sentimos el gozo del amor.

‘Todo está consumado’, fueron las palabras de Jesús en sus últimos momentos en la cruz. Se ha consumado la obra del amor. Ha brotado la nueva planta de una nueva vida que tiene que florecer en nuestro amor. No olvidemos el auténtico brillo que tiene que tener este día.

jueves, 6 de abril de 2023

Hoy se nos pide estar, hacer memoria de Jesús, disfrutar de ese encuentro con El, gozarnos en el Señor, tenemos nuestro lugar en la cena pascual, ocupemos nuestro sitio

 


Hoy se nos pide estar, hacer memoria de Jesús, disfrutar de ese encuentro con El, gozarnos en el Señor, tenemos nuestro lugar en la cena pascual, ocupemos nuestro sitio

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15

Las comidas familiares, las comidas de amigos, las comidas en las que conmemoramos o celebramos algo, como el recuerdo de un acontecimiento, un cumpleaños, etc. son algo que está presente en nuestra vida y en nuestras conveniencias sociales. ¿A qué vamos a esas comidas? Podríamos decirlo en una palabra, a estar; no importa tanto lo que comamos sino el disfrutar de estar, porque estamos con la familia, con nuestros padres, con nuestros amigos, con aquellas personas que apreciamos y nuestra presencia allí lo quiere decir todo, y no es necesaria otra cosa sino simplemente hacernos presente, estar.

Y claro, surgirán recuerdos, comentaremos una y otra vez el hecho que nos ha reunido, traeremos a colación anécdotas que nos vienen al recuerdo, y es como si estuviéramos reviviendo aquellos momentos pasados, los estamos, vamos a decirlo así, regurgitando y volviendo a saborearlos, rumiándolos decimos tomando la imagen de lo que hacen dichos animales con el alimento. Aquello que vivimos fue el alimento de nuestra vida, lo que nos hizo ser lo que somos, y ahora lo estamos volviendo a vivir. Qué renovamos salimos de esos encuentros cuando los hemos vivido en autentica paz y amor.

¿Qué nos está diciendo hoy Jesús cuando culminan todos los actos y hechos acontecidos en aquella cena pascual? ‘Haced esto en conmemoración mía, en memoria mía’. Es lo que venimos a hacer en este día. Vamos a estar en el Señor, vamos a estar con el Señor, vamos a celebrar la cena pascual, vamos a vivir con toda intensidad todo eso que ha sido nuestra vida, todo el misterio de Cristo.

Podríamos decir que para esto nos hemos venido preparando durante toda la cuaresma, para vivir y celebrar el triduo pascual, para vivir y celebrar todo el misterio pascual de Cristo. Era importante el camino que hemos venido haciendo, la Palabra de Dios que hemos ido escuchando y meditando, porque abría nuestro corazón, porque nos preparaba cuando dejándonos conducir por la Palabra de Dios íbamos queriendo dar respuesta. Ahora, hoy, no se nos pide que tengamos que hacer nada, porque suponemos que todo esta bien preparado, ahora se nos pide estar, hacer memoria de Jesús, del misterio pascual de Cristo. Es lo que vamos a vivir, contemplar, celebrar en estos días del triduo pascual.

Y vamos a disfrutar de este encuentro, vamos a gozarnos en el Señor. Claro que recordaremos aquellos momentos y lo hacemos con intensidad, y tienen que aflorar todas las vivencias que llevamos en el alma; vamos a emocionarnos cuando contemplamos tantos gestos de amor de Dios en nuestra vida. No es simplemente como si hubiéramos estado allí, sino que allí y ahora nos vamos a sentir presentes, vamos a ocupar nuestro lugar en esa cena, vamos a revivir en lo más hondo de nosotros mismos ese lavatorio de Jesús; éramos uno y somos uno de los que estaban y ahora estamos sentados a su mesa. Y Jesús viene y se acerca a nosotros para lavarnos los pies. Quizá podamos sentir algún rubor o vergüenza como Pedro que no quería que el Maestro le lavara los pies, pero vamos a sentir que Jesús ahora lo está haciendo con nosotros, aunque no nos sintamos dignos.

Eso tiene que ser nuestra celebración de hoy como tienen que ser todas las celebraciones. No son solo recuerdos, sino algo que vivimos; no es algo que contemplamos como un espectáculo o como una película que pasa delante de nuestros ojos, sino algo en lo que nosotros estamos. Tenemos nuestro lugar, ocupemos nuestro sitio, vivamos así lo que celebramos. Surgirán las emociones y brotarán los compromisos, pero será algo que nunca más vamos a olvidar, así tiene que quedar grabada en el alma. 

Aquí sí es importante, sin embargo, lo que comemos, porque estamos comiendo a Cristo. No es decir, esto nos recuerda lo que Cristo hizo y les dio en la última cena, sino es seguir sintiendo que es Cristo mismo quien nos dice ‘esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… es mi sangre derramada por muchos… tomad y comed, tomad y bebed…’ y se nos da para que le comamos, para que tengamos vida, es su cuerpo, es su sangre, es Cristo mismo quien se nos da. Por eso afirmamos con tanto vigor y firmeza la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. No lo olvidemos, repito, somos los que estamos ahora y aquí alrededor de Jesús en la cena pascual.

Como lo seguiremos viviendo mañana, como seguiremos estando en su pasión y en su muerte en la cruz, y como lo viviremos el primer día de la semana cuando Cristo resucitado también nos salga al encuentro. Es importante. Es necesario que sepamos estar.

Y luego tendrá que venir que esto no lo podemos olvidar y tenemos que seguir haciéndolo; y luego vendrá que aprenderemos en la vida a quitarnos el manto para ceñirnos y ponernos manos a la obra a amar con toda intensidad lavando los pies, abriendo las puertas del corazón, repartiendo amor, sintiendo en todo momento que no podemos hacer otra cosa que amar. Se lo hemos escuchado directamente con nuestros oídos de labios de Jesús, pero es que además es algo que hemos palpado, algo que hemos sentido, algo que hemos vivido cuando Jesús nos ha lavado los pies, cuando nos ha regalado su amor.

Necesariamente tenemos que decir, qué renovamos tenemos que salir hoy, en esta pascua, de haber estado con el Señor. Vivámoslo así.

miércoles, 5 de abril de 2023

Estamos en los momentos de los preparativos últimos y es necesario que terminemos de decidirnos a dar el paso que necesitamos para que haya pascua en nosotros

 


Estamos en los momentos de los preparativos últimos y es necesario que terminemos de decidirnos a dar el paso que necesitamos para que haya pascua en nosotros

Isaías 50, 4-9ª; Sal 68; Mateo 26, 14-25

Cuando llegan los momentos previos a un acontecimiento importante vienen las carreras y las prisas por tenerlo todo preparado; normalmente con antelación suficiente se tiene previsto todo lo que ha de suceder y todo lo que ha de hacerse, pero quizá no siempre somos lo suficientemente previsores y las cosas se nos agolpan en el ultimo momento.

¿Nos encontraremos nosotros en un momento así? Antes de respondernos vamos a fijarnos en lo que nos ofrece el evangelio de la liturgia de este día. Son los preparativos de la pascua, de aquella pascua tan especial que en aquel momento se había de vivir. Eran los preparativos de donde había de celebrarse aquella cena pascual; Jesús y los discípulos realmente no tenían un lugar propio en Jerusalén, puesto que ellos realmente venían de Galilea; pero eran también la situación de tantos peregrinos que aquellos días habían subido a Jerusalén para la fiesta de la pascua, quizá tendríamos que valorar la generosidad de las gentes de Jerusalén que ofrecían sus hogares a los peregrinos facilitando así la cena pascual para todos. Es por donde van los discípulos cuando le preguntan a Jesús dónde quiere que le preparen la celebración de la cena pascual. Ya escuchamos en el evangelio los detalles.

Pero hay más preparativos para aquella pascua, pues uno de los doce ha actuado por su cuenta - ¿insatisfecho quizá por los caminos que tomaban los anuncios del Reino que Jesús venía haciendo? -, y por su cuenta se ha presentado a las autoridades del pueblo para ofrecerse para que pudieran conseguir lo que tanto anhelaban, quitarse de en medio a Jesús. ‘¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?’ Ya sabemos cómo se desarrollaron los acontecimientos. Pero aquello hemos de reconocer que fue también preparativo para la pascua.

Sentados ya a la mesa para la Pascua Jesús desvela lo que está sucediendo, aunque, aún con el asombro, los discípulos no terminan de entender. En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar’. Todos se preguntan, ‘¿soy yo acaso, Señor?’ Momentos duros y difíciles. Uno de los que está sentado a la mesa, mojando en el mismo plato que Jesús lo va a entregar. ‘El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!’ Y ya sabemos cómo se siguieron desarrollando los acontecimientos.

Volvamos a la pregunta que nos hacíamos donde realmente nosotros también nos vemos implicados en la preparación de esta Pascua. En esas andamos y ya sabemos de las carreras y de los trabajos extraordinarios que estos días se realizan en nuestras Iglesias y parroquias. Cuántas cosas hay que preparar. Pero ¿cuáles son las realmente importantes? Porque también tendríamos que preguntarnos no tanto dónde sino cómo quiere Jesús que nos preparemos para esta Pascua.

Todos nosotros de alguna manera hemos venido repitiendo en nuestra vida esto mismo que hoy se nos narra en el evangelio. Nos quedamos quizás muchas veces en esos preparativos materiales – recuerdo cómo nuestras madres nos preparaban ropas nuevas para la semana santa – pero también todos hemos puesto nuestra mano en todo lo que ha llevado a la muerte de Jesús. ¿Como Judas que lo traicionó y lo vendió por unas monedas?, ¿como Pedro que negó conocer a Jesús cuando se vio comprometido con las afirmaciones y preguntas de los que estaban allí en el patio alrededor del fuego?

Aquí tenemos que mirar nuestra vida, con nuestros entusiasmos y con nuestras flaquezas, con nuestros momentos de fervor y nuestros decaimientos y desilusiones, con nuestras promesas de buenas palabras pero con la inconstancia del que pronto se cansa y quiere buscar otras soluciones… en muchas cosas tendríamos que pensar porque es por nosotros por quienes Jesús se va a entregar, va a derramar su sangre, va a llegar a lo alto de la cruz. Sí, tendremos que mirar a lo alto de la cruz, porque allí lo hemos puesto, allí lo hemos llevado, pero sabiendo que ha sido levantado en lo alto para que alcancemos la salvación.

Miramos lo que ha sido nuestro pasado que nos ha conducido hasta aquí, como ha conducido a Jesús hasta la cruz, pero miramos lo que ahora hacemos, lo que ahora tenemos que hacer, cómo vamos a celebrar la cena pascual, cómo vamos a vivir la Pascua. Estamos en los momentos de los preparativos últimos y es necesario que terminemos de decidirnos a dar el paso que necesitamos. Para que haya Pascua y pueda haber vida nueva en nosotros. ¿Qué estamos dispuestos a hacer?

martes, 4 de abril de 2023

Errores, tropiezos, incongruencias, traiciones, negaciones… siempre se van repitiendo a pesar de nuestros buenos deseos, no dejemos que las sombras de la noche nos envuelvan

 


Errores, tropiezos, incongruencias, traiciones, negaciones… siempre se van repitiendo a pesar de nuestros buenos deseos, no dejemos que las sombras de la noche nos envuelvan

Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13, 21-33. 36-38

Nuestra vida se nos llena en muchas ocasiones de contradicciones e incongruencias como si no supiéramos lo que queremos o lo que buscamos; tenemos momentos de entusiasmo, tras los que viene pronto el sentirnos como derrotados, y comenzamos a actuar de manera distinta en contradicción quizá con lo que antes queríamos vivir o veíamos tan fácil. Contratiempos que  nos aparecen, insatisfacciones porque las cosas no son como nosotros pensábamos o soñábamos, un desaire que nos afectó o una situación difícil que vimos en alguien en quien habíamos puesto nuestra confianza, momentos de flaqueza y de debilidad en que vamos tropezando con todo, nos llevan a esas incongruencias y contradicciones. Una cadena que a veces parece que no tiene fin.

¿Cómo se encontraban los discípulos de Jesús en aquellos momentos que estaban viviendo ya en Jerusalén después de lo que Jesús había anunciado repetidamente en su subida a la ciudad santa? Las cosas parecía que se iban precipitando. Las mismas palabras de Jesús y sus gestos hay momentos en que les resultan enigmáticas, difíciles de entender. Ahora que están en la cena pascual – ya ha habido algunos signos a los que haremos mención en otro momento – y viene Jesús y en medio del entusiasmo de la cena les dice que uno de ellos lo va a entregar.

Fue un mazazo, podríamos decir. Se preguntan con la mirada sobre el significado de las palabras de Jesús. A insinuaciones de Simón Pedro, Juan que está más cerca de Jesús le preguntará un poco como queriendo sonsacar un secreto, quien es el traidor. Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado’, y se lo dio a Judas Iscariote.

Y Jesús le dirá que lo que tiene que hacer, que lo haga pronto, sin que el resto de comensales entienda. Y tras tomar el pan Judas salió para dar cumplimiento a la traición. ‘Era de noche’, dirá el evangelista. ¿Comenzaba la hora de las tinieblas como diría Jesús en otro momento? ¿Era de noche para Judas que había emprendido un camino de alejamiento de Jesús? En cuantas noches nos vamos introduciendo nosotros también tantas veces. Una pendiente resbaladiza, de la que no siempre sabemos cómo salir.

Y Jesús sigue hablándonos de lo que son aquellos últimos momentos. ‘Me queda poco de estar con vosotros…’ pero ellos no quieren apartarse de Jesús. Como siempre Pedro habla en nombre de todos afirmando sus deseos y voluntad de estar siempre al lado de Jesús pase lo que pase. No sabe de lo que es su propia debilidad. Nos sentimos tan fuertes y valientes en ocasiones, pero pronto pueden aflorar nuestras debilidades y tropiezos. Es lo que Jesús le dice a Pedro, el que estaba dispuesto a dar su vida por Jesús. ‘¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’ .Una nueva incongruencia que iba a aparecer. Como tantas de nuestra vida.

Errores, tropiezos, incongruencias, traiciones, negaciones… cosas que siempre se van repitiendo a pesar de nuestros buenos deseos. Pero no dejemos que la noche nos envuelva. Pedro también tropezó en esas valentías y atrevimientos como tantas veces nos metemos en la vida, pero no se dejó que las sombras de la noche le envolvieran, aunque le costara recuperarse y salir de nuevo a flote. Pedro supo llorar su pecado; Judas Iscariote se dejó vencer por la negrura de su traición y sabemos cómo terminó.

Dejémonos encontrar por Jesús aunque estemos hundidos en la peor de nuestras negruras. Cuando aquella noche cantó el gallo y Pedro se dio cuenta de su negación, aún estaba en patio cuando pasó Jesús y se dejó mirar por Jesús. No hubo palabras, no hubo reproches, solo una mirada en silencio, porque aún en su dolor por su negación el amor permanecía en el corazón de Pedro. No podía quedarse Pedro en la noche oscura. Un día Jesús solamente se lo recordará preguntándole si lo amaba y lo amaba más que el resto. Jesús podía seguir contando con Pedro.

Es para nosotros un rayo de luz y de esperanza. Es un comenzar a ver cómo se puede desenmarañar ese ovillo de nuestras incongruencias y debilidades. Jesús estará tirando del hilo de nuestro amor para que se mantenga siempre bien unido a su amor a pesar de los nudos. Y es que siempre Jesús nos está llamando a la vida, siempre nos regalará su perdón. ¿Aprenderemos nosotros a mantener también vivo y sin romperse ese hilo del amor hacia los demás aunque a veces nos sintamos defraudados, a veces nos veamos también enrollados en esas mutuas incongruencias que nos pueden hacer daño?

lunes, 3 de abril de 2023

Una nueva perspectiva que se abre ante nosotros, ceñirnos para postrarnos a los pies del Jesús que encontramos en el hermano para derramar el perfume de nuestro amor

 


Una nueva perspectiva que se abre ante nosotros, ceñirnos para postrarnos a los pies del Jesús que encontramos en el hermano para derramar el perfume de nuestro amor

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12, 1-11

Un día también en un banquete se había introducido una mujer que también tenía mucho amor. Igualmente había derramado un frasco de perfume sobre los pies de Jesús; no sabemos si entonces eran un perfume de mucho valor, aunque se supone, porque las lágrimas de aquella mujer tienen el valor del amor y del arrepentimiento. Era una mujer pecadora que se había atrevido a meterse en la casa de un fariseo que daba un banquete a Jesús. La incomodidad de este hombre por lo que estaba sucediendo, y además en su casa, era notoria. ¿Cómo se había atrevido aquella mujer a meterse en su casa y llegar a tocar los pies del Maestro? Pero allí estaban los besos y las lagrimas del amor, de mucho valor, que incluso merecerían la alabanza de Jesús porque así tenía asegurado su perdón.

Hoy es otra mujer agradecida la que derrama un caro perfume sobre los pies de Jesús. No era la primera vez que se sentaba a los pies de Jesús, pues esa era su postura preferida cuando Jesús visitaba aquel hogar de Betania. Alguna vez había recibido los reproches de su hermana porque no la ayudaba en la casa en las tareas de la hospitalidad que se debía a los huéspedes, pero Marta afanosa en sus quehaceres y preparativos no había caído en la cuenta que la mejor forma de acogida y hospitalidad no es ofrecer cosas, sino poner el corazón atento para beberse sus palabras de quien era acogido en la casa.

Ahora es Maria, la de Betania, después que Jesús les había devuelto con vida al hermano que se había enfermado y muerto sin que llegara a tiempo Jesús – aún sonaban los reproches, ‘si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’, que te habíamos avisado – ofrece aquel perfume de nardo purísimo para perfumar los pies de Jesús. Será el interesado Judas Iscariote el que se preocupe de que aquella fortuna se pudiera haber gastado en los pobres, pero Jesús será quien del significado de aquel gesto de María de Betania. ‘Lo tenía guardado para mi sepultura’.

Nosotros estamos a punto de celebrar el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. ¿Andaremos también desorientados en lo que tenemos que hacer como aquellos discípulos que cuando perdieron a Jesús lo abandonaron y huyeron? ¿Andaremos también despistado como las buenas mujeres que en la mañana del primer día de la semana iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús sin pensar siquiera quien les correría la piedra de la entrada del sepulcro? ¿Andaremos con derroches quizás y afanados en muchas preocupaciones porque tenemos que tener bien preparadas todas las cosas de la semana santa para que todo salga bien y esplendoroso?

¿Acaso no tendríamos como estas dos mujeres que hemos mencionado preparar los perfumes con los que ungir y perfumar los pies de Jesús? No tenemos que buscar caros perfumes pero sí el perfume más preciado de nuestro arrepentimiento y de nuestro amor con el que postrarnos a los pies de Jesús. Será otro gesto el que veremos destacar con un especial resplandor en estos días, sobre todo en la tarde del jueves santo. Postrarnos a los pies, para lavar los pies. ¿Con lágrimas de amor como la mujer pecadora? ¿Con perfume carísimo como María de Betania como la mejor expresión de agradecimiento? ¿O será acaso con la cintura ceñida y el agua en la jofaina de nuestro espíritu de servicio como contemplaremos a Jesús?

Perspectivas para una nueva y mejor semana santa tenemos ante nosotros en el evangelio que estamos meditando. Lo importante es que tengamos la valentía de ceñirnos para postrarnos a los pies… con toda la fuerza de nuestro amor y espíritu de servicio.

domingo, 2 de abril de 2023

Desde los contrastes propios de este Domingo de Ramos entremos con intensidad en el camino de la pasión que nos conduce a la Pascua y que es el paso salvador de Dios

 


Desde los contrastes propios de este Domingo de Ramos entremos con intensidad en el camino de la pasión que nos conduce a la Pascua  y que es el paso salvador de Dios

Isaías 50, 4-7; Sal 21; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14 – 27, 66

El pórtico de la semana de pasión que se nos abre en este domingo de ramos no puede estar más lleno de contrastes. Todo parece ser una celebración de gloria tal como la iniciamos con nuestros cánticos, con nuestros Hosannas conmemorando aquella entrada gloriosa y triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén.

Todo parecía como si fuera un guión previamente establecido, porque aquel Jesús que era alabado y bendecido en Galilea, recordemos las multitudes que se congregan en torno a El, recordemos el entusiasmo de las gentes cuando realizaba los signos de curación de los enfermos que admirados decían que nunca habían visto cosa igual, que Dios había visitado a su pueblo, cuántas esperanzas se despertaban en aquellos corazones rotos y llenos de sombras, y ahora su subida a Jerusalén podía parecer la culminación de todo lo vivido hasta entonces.

Jubilosa era la entrada de los peregrinos a la ciudad santa que tras el duro recorrido por el valle del Jordán subían la larga ascensión desde Jericó hasta Jerusalén. La llegada al monte de los olivos con la visión de la ciudad santa enfrente con todo el esplendor del templo en primer término era motivo de júbilo y la bajada del monte era normal que fuera entre cánticos de alegría y alabanza. En aquel cortejo se unía la presencia de Jesús con todos los seguidores que le acompañaban, con las noticias de la reciente resurrección de Lázaro hacía pocos días en Betania y todo se convirtió en una explosión de júbilo y de cánticos de alabanza. ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’. Algo así como una proclamación mesiánica que venía a culminar todas las expectativas y alabanzas que habían comenzado en Galilea.

Con esos sones comenzamos hoy nuestra celebración y todas las celebraciones de la pasión que van a culminar en la celebración de la Pascua en la resurrección del Señor en el amanecer del domingo. Y con esa alegría de fiesta nos queremos introducir en esta semana grande. No son días para la tristeza, aunque mucho hemos llenado de crespones negros o morados nuestros templos y hasta las mismas celebraciones. Nosotros sabemos que vamos hacia la Pascua, pero no simplemente como una fecha con la que tenemos que cumplir sino como ese paso de Dios por nuestra vida para llenarnos de vida.

Va a resplandecer en el amor, porque es lo que esta en el fondo de todo el misterio de Cristo y lo que tiene que hacerse presente en toda su intensidad en nuestra vida. Un amor que nos llenará de luz, un amor que hará brotar la esperanza, un amor que nos pone en camino de vida porque nos pone en camino de entrega hasta la muerte. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único. Es lo que vamos a contemplar. Cuando sea elevado en lo alto todos me reconocerán y comenzarán a creer. Por eso ya desde esta primera celebración miramos a lo alto, miramos a la cruz, miramos al crucificado, miramos al que se entregó para ser nuestra vida y nuestra salvación.

Pero no lo miramos como algo ajeno a nosotros, que podamos contemplar enfrente de nosotros. Es otra mirada, es otra vivencia, es otro el camino que nosotros tenemos que recorrer. Porque estamos en esa cruz, o porque miramos esa cruz que es nuestra y en la que estamos ya crucificados. Y miramos nuestros dolores y nuestras luchas, y miramos las veces que nos sentimos defraudados por dentro con nuestros fracasos pero miramos también los pasos que vamos dando a pesar del peso de la cruz porque tenemos junto a nosotros como Cireneo al mismo Jesús. Y miramos la cruz en la que tenemos que crucificarnos, porque es la que nos enseña a arrancarnos de nuestros egoísmos e insolidaridades, nos enseña a arrancarnos de las pasiones que nos dominan y nos enturbian el espíritu, porque nos enseña a comenzar nosotros también un camino de amor.

Es el recorrido que vamos a ir haciendo con toda la intensidad de nuestro amor en esta semana de pasión. Cuando vayamos mirado nuestra vida desde el prisma de la cruz de Jesús nos daremos cuenta de muchas cosas que nos pueden atormentar en nuestro interior, de muchas angustias que podemos sentir en esos que hemos vivido y nos damos cuenta que no ha sido saludable para nosotros, pero también del sentido nuevo, del sentido pascual, del sentido de esperanza con que hemos de vivir todas esas situaciones de nuestra vida. No es para hundirnos ni para desesperarnos.

Es para aprender a abrirnos a la vida. Nos arrancaremos entonces de las sombras, nos llenaremos de nueva luz. Así tendrá que brillar con luz nueva nuestra vida en la noche pascual de la resurrección del Señor. ¿Cómo será posible? Porque en ese camino, aunque a veces sea duro y doloroso, estamos viendo el paso de Dios por nuestra vida. Y los pasos de Dios son siempre salvadores.

Hagamos en verdad camino viviendo con intensidad la pasión para que haya verdadera pascua en nuestra vida.