domingo, 2 de abril de 2023

Desde los contrastes propios de este Domingo de Ramos entremos con intensidad en el camino de la pasión que nos conduce a la Pascua y que es el paso salvador de Dios

 


Desde los contrastes propios de este Domingo de Ramos entremos con intensidad en el camino de la pasión que nos conduce a la Pascua  y que es el paso salvador de Dios

Isaías 50, 4-7; Sal 21; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14 – 27, 66

El pórtico de la semana de pasión que se nos abre en este domingo de ramos no puede estar más lleno de contrastes. Todo parece ser una celebración de gloria tal como la iniciamos con nuestros cánticos, con nuestros Hosannas conmemorando aquella entrada gloriosa y triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén.

Todo parecía como si fuera un guión previamente establecido, porque aquel Jesús que era alabado y bendecido en Galilea, recordemos las multitudes que se congregan en torno a El, recordemos el entusiasmo de las gentes cuando realizaba los signos de curación de los enfermos que admirados decían que nunca habían visto cosa igual, que Dios había visitado a su pueblo, cuántas esperanzas se despertaban en aquellos corazones rotos y llenos de sombras, y ahora su subida a Jerusalén podía parecer la culminación de todo lo vivido hasta entonces.

Jubilosa era la entrada de los peregrinos a la ciudad santa que tras el duro recorrido por el valle del Jordán subían la larga ascensión desde Jericó hasta Jerusalén. La llegada al monte de los olivos con la visión de la ciudad santa enfrente con todo el esplendor del templo en primer término era motivo de júbilo y la bajada del monte era normal que fuera entre cánticos de alegría y alabanza. En aquel cortejo se unía la presencia de Jesús con todos los seguidores que le acompañaban, con las noticias de la reciente resurrección de Lázaro hacía pocos días en Betania y todo se convirtió en una explosión de júbilo y de cánticos de alabanza. ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’. Algo así como una proclamación mesiánica que venía a culminar todas las expectativas y alabanzas que habían comenzado en Galilea.

Con esos sones comenzamos hoy nuestra celebración y todas las celebraciones de la pasión que van a culminar en la celebración de la Pascua en la resurrección del Señor en el amanecer del domingo. Y con esa alegría de fiesta nos queremos introducir en esta semana grande. No son días para la tristeza, aunque mucho hemos llenado de crespones negros o morados nuestros templos y hasta las mismas celebraciones. Nosotros sabemos que vamos hacia la Pascua, pero no simplemente como una fecha con la que tenemos que cumplir sino como ese paso de Dios por nuestra vida para llenarnos de vida.

Va a resplandecer en el amor, porque es lo que esta en el fondo de todo el misterio de Cristo y lo que tiene que hacerse presente en toda su intensidad en nuestra vida. Un amor que nos llenará de luz, un amor que hará brotar la esperanza, un amor que nos pone en camino de vida porque nos pone en camino de entrega hasta la muerte. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único. Es lo que vamos a contemplar. Cuando sea elevado en lo alto todos me reconocerán y comenzarán a creer. Por eso ya desde esta primera celebración miramos a lo alto, miramos a la cruz, miramos al crucificado, miramos al que se entregó para ser nuestra vida y nuestra salvación.

Pero no lo miramos como algo ajeno a nosotros, que podamos contemplar enfrente de nosotros. Es otra mirada, es otra vivencia, es otro el camino que nosotros tenemos que recorrer. Porque estamos en esa cruz, o porque miramos esa cruz que es nuestra y en la que estamos ya crucificados. Y miramos nuestros dolores y nuestras luchas, y miramos las veces que nos sentimos defraudados por dentro con nuestros fracasos pero miramos también los pasos que vamos dando a pesar del peso de la cruz porque tenemos junto a nosotros como Cireneo al mismo Jesús. Y miramos la cruz en la que tenemos que crucificarnos, porque es la que nos enseña a arrancarnos de nuestros egoísmos e insolidaridades, nos enseña a arrancarnos de las pasiones que nos dominan y nos enturbian el espíritu, porque nos enseña a comenzar nosotros también un camino de amor.

Es el recorrido que vamos a ir haciendo con toda la intensidad de nuestro amor en esta semana de pasión. Cuando vayamos mirado nuestra vida desde el prisma de la cruz de Jesús nos daremos cuenta de muchas cosas que nos pueden atormentar en nuestro interior, de muchas angustias que podemos sentir en esos que hemos vivido y nos damos cuenta que no ha sido saludable para nosotros, pero también del sentido nuevo, del sentido pascual, del sentido de esperanza con que hemos de vivir todas esas situaciones de nuestra vida. No es para hundirnos ni para desesperarnos.

Es para aprender a abrirnos a la vida. Nos arrancaremos entonces de las sombras, nos llenaremos de nueva luz. Así tendrá que brillar con luz nueva nuestra vida en la noche pascual de la resurrección del Señor. ¿Cómo será posible? Porque en ese camino, aunque a veces sea duro y doloroso, estamos viendo el paso de Dios por nuestra vida. Y los pasos de Dios son siempre salvadores.

Hagamos en verdad camino viviendo con intensidad la pasión para que haya verdadera pascua en nuestra vida.

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