lunes, 3 de abril de 2023

Una nueva perspectiva que se abre ante nosotros, ceñirnos para postrarnos a los pies del Jesús que encontramos en el hermano para derramar el perfume de nuestro amor

 


Una nueva perspectiva que se abre ante nosotros, ceñirnos para postrarnos a los pies del Jesús que encontramos en el hermano para derramar el perfume de nuestro amor

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12, 1-11

Un día también en un banquete se había introducido una mujer que también tenía mucho amor. Igualmente había derramado un frasco de perfume sobre los pies de Jesús; no sabemos si entonces eran un perfume de mucho valor, aunque se supone, porque las lágrimas de aquella mujer tienen el valor del amor y del arrepentimiento. Era una mujer pecadora que se había atrevido a meterse en la casa de un fariseo que daba un banquete a Jesús. La incomodidad de este hombre por lo que estaba sucediendo, y además en su casa, era notoria. ¿Cómo se había atrevido aquella mujer a meterse en su casa y llegar a tocar los pies del Maestro? Pero allí estaban los besos y las lagrimas del amor, de mucho valor, que incluso merecerían la alabanza de Jesús porque así tenía asegurado su perdón.

Hoy es otra mujer agradecida la que derrama un caro perfume sobre los pies de Jesús. No era la primera vez que se sentaba a los pies de Jesús, pues esa era su postura preferida cuando Jesús visitaba aquel hogar de Betania. Alguna vez había recibido los reproches de su hermana porque no la ayudaba en la casa en las tareas de la hospitalidad que se debía a los huéspedes, pero Marta afanosa en sus quehaceres y preparativos no había caído en la cuenta que la mejor forma de acogida y hospitalidad no es ofrecer cosas, sino poner el corazón atento para beberse sus palabras de quien era acogido en la casa.

Ahora es Maria, la de Betania, después que Jesús les había devuelto con vida al hermano que se había enfermado y muerto sin que llegara a tiempo Jesús – aún sonaban los reproches, ‘si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’, que te habíamos avisado – ofrece aquel perfume de nardo purísimo para perfumar los pies de Jesús. Será el interesado Judas Iscariote el que se preocupe de que aquella fortuna se pudiera haber gastado en los pobres, pero Jesús será quien del significado de aquel gesto de María de Betania. ‘Lo tenía guardado para mi sepultura’.

Nosotros estamos a punto de celebrar el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. ¿Andaremos también desorientados en lo que tenemos que hacer como aquellos discípulos que cuando perdieron a Jesús lo abandonaron y huyeron? ¿Andaremos también despistado como las buenas mujeres que en la mañana del primer día de la semana iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús sin pensar siquiera quien les correría la piedra de la entrada del sepulcro? ¿Andaremos con derroches quizás y afanados en muchas preocupaciones porque tenemos que tener bien preparadas todas las cosas de la semana santa para que todo salga bien y esplendoroso?

¿Acaso no tendríamos como estas dos mujeres que hemos mencionado preparar los perfumes con los que ungir y perfumar los pies de Jesús? No tenemos que buscar caros perfumes pero sí el perfume más preciado de nuestro arrepentimiento y de nuestro amor con el que postrarnos a los pies de Jesús. Será otro gesto el que veremos destacar con un especial resplandor en estos días, sobre todo en la tarde del jueves santo. Postrarnos a los pies, para lavar los pies. ¿Con lágrimas de amor como la mujer pecadora? ¿Con perfume carísimo como María de Betania como la mejor expresión de agradecimiento? ¿O será acaso con la cintura ceñida y el agua en la jofaina de nuestro espíritu de servicio como contemplaremos a Jesús?

Perspectivas para una nueva y mejor semana santa tenemos ante nosotros en el evangelio que estamos meditando. Lo importante es que tengamos la valentía de ceñirnos para postrarnos a los pies… con toda la fuerza de nuestro amor y espíritu de servicio.

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