sábado, 1 de abril de 2023

Hemos de sentir en nosotros ese paso de Dios, pero no es algo que se pueda quedar en la superficie, en la superficialidad de nuestras vanidades para que haya auténtica Pascua

 


Hemos de sentir en nosotros ese paso de Dios, pero no es algo que se pueda quedar en la superficie, en la superficialidad de nuestras vanidades para que haya auténtica Pascua

Ezequiel 37, 21-28; Sal.: Jer 31, 10. 11-12ab. 13; Juan 11, 45-57

Estamos en las puertas de la semana santa y seguramente cada uno se la ha programado según su manera de entender o según las prioridades de la vida. No hemos de escandalizarnos por la deriva que toman muchos en estos días, pues refleja por una parte la pluralidad de nuestra sociedad, los agobios muchas veces en que vivimos donde tan pronto tenemos la oportunidad de escapar de ellos hacemos la carrera, por así decirlo, claro que también a los cristianos que somos más conscientes de nuestra fe y de nuestro compromiso cristiano nos tiene que hacer pensar hasta donde llega el evangelio a nuestra sociedad.

Quizás tendríamos que preguntarnos si la Iglesia, si nosotros los que nos sentimos más cristianos, estaremos realmente siendo evangelio para nuestra sociedad de hoy. Quizás, aunque nos quejemos con mucha facilidad de la falta de evangelización, tendríamos que preguntarnos en qué medida somos evangelio para el mundo que nos rodea, hay una buena noticia en nuestras vidas, en la forma incluso que vivimos nuestros actos religiosos que llame la atención al mundo de hoy. Quizá tendríamos que revisar muchas cosas empezando por la forma en que hacemos las cosas.

¿Estaremos siendo en verdad un interrogante para el mundo que nos rodea por lo que descubre en nosotros? ¿No nos puede estar sucediendo que tampoco nosotros hemos terminado de entender lo que ha de significar Cristo en el mundo? Algo muy cruento es lo que vamos a contemplar y celebrar en estos días, pero lo terrible es que lo hayamos convertido en un espectáculo donde luchamos los unos contra los otros por ver con cuanto más esplendor lo vamos a presentar. ¿Habremos convertido la sangre preciosa de Cristo derramada por nosotros en un oropel más que es como un adorno en este mundo de vanidades en que vivimos? ¿Nos hemos fijado en cual es la carrera que hacemos en estos días en nuestras iglesias, en nuestras procesiones, en nuestros monumentos? ¿Huele a evangelio o solamente se queda en el perfume del incienso que derrochamos en estos días? ¿No podría haber ahí algo, o mucho, de contradictorio?

El evangelio de esta mañana de sábado en las vísperas de la entrada de Jesús en Jerusalén nos habla de aquellos preparativos de la pasión. Sí, fueron auténticos preparativos. Habían llegado noticias de lo sucedido días atrás en Betania con la muerte y la resurrección de Lázaro; cómo las gentes estaban entusiasmadas con aquellos signos de Jesús y los principales dirigentes de Jerusalén andan con el miedo en el cuerpo. Podría haber revueltas, podían actuar los romanos con mano dura, y aquello podía ser anuncio de destrucción. Algo tenían que hacer. En ello estaban deliberando.

Fue el sumo sacerdote el que dio la clave. Claro que hablaba según sus intereses, pero no sabía El que con ello se estaba cumpliendo el plan de Dios. ‘Uno tiene que morir por todo el pueblo’, anuncia el sumo sacerdote. Y ya el evangelista nos dirá que con ello se estaba anunciando la muerte de Jesús que iba a ser para nuestra redención, nuestra salvación. Moriría Jesús no solo por el pueblo de Israel, en habitación de males mayores con la intervención de los romanos, sino que moriría por todos nosotros.

Es lo que desemboca en los acontecimientos que se suceden, como iremos contemplando en estos días. Es el anuncio, sin saberlo ni comprenderlo el sumo sacerdote, de una nueva pascua, de un paso de Dios en la muerte de Jesús. Y es lo que nosotros vamos a celebrar, es lo que nosotros tenemos que llegar a vivir. Hemos de sentir en nosotros ese paso de Dios. Pero no es algo que se pueda quedar en la superficie, en la superficialidad de nuestras vanidades. Es algo que en verdad tenemos que interiorizar para que en verdad desde unas actitudes nuevas, desde algo nuevo y distinto que estamos llamados a hacer, podamos convertirnos en evangelio para el mundo. Es un nuevo anuncio que tenemos que hacer, pero no será con palabras y gestos rebuscados sino desde el mundo en que nosotros nos sintamos transformados por ese paso de Dios por nuestra vida, desde esa Pascua que tenemos que vivir con toda autenticidad.

¿Qué tendremos que quitar, corregir, cambiar para no quedarnos en la banalidad de lo superficial, de lo suntuoso, de lo que está tan lejos del evangelio del Reino de Dios? Con sinceridad ante Dios preguntémonoslo y demos pasos de mayor autenticidad en nuestra vida.

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