sábado, 18 de marzo de 2023

No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por vanidades, con ella nos encontraremos en el corazón de Dios

 


No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por vanidades, con ella nos encontraremos en el corazón de Dios

Oseas 6, 1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14

Hoy a donde quiera que vamos llevamos el ‘currículum vitae’ bajo el brazo. Todo se ha convertido algo así como un concurso de méritos y en nuestra historia de vida vamos acumulando cosas, papeles, títulos, documentos que nos certifiquen lo que hemos hecho para tener merecimientos para continuar nuestra carrera de ascensos; algunas veces son cosas que hicimos por rutina, cursos que hicimos muchas veces por cumplimiento sin mostrar ni el más mínimo interés, pero podemos tener un papel más, un documento más que aumente nuestras posibilidades.

¿Pero todo en la vida es así? ¿Todo en la vida lo podemos convertir en eso? Claro que tendríamos que preguntarnos cuales son los verdaderos valores que tendríamos que tener en cuenta. Pero tampoco podemos quedarnos en esos protocolos que nos exige la vida y traspasar esos estilos de merecimientos a nuestras relaciones con Dios. Muchas veces decimos, es cierto, cuantas misas yo he escuchado, cuantos rosarios he rezado, cuantas veces hice los primeros viernes, cuantas cosas buenas yo he hecho, ¿serán un merecimiento ante Dios? ¿Nos valdrán para presentarnos con títulos de exigencias a Dios, cuando quizás aunque haya hecho esas cosas, he tenido a Dios tan ajeno a mi vida, tan alejado de mi vida real?

De cuántas autosuficiencias vamos llenando la vida. Títulos que colgamos de la pared y que nos sirven bien de adorno en nuestra casa. Pero ¿todo se puede quedar en un adorno, algo de lo que presumir? El Evangelio de hoy nos hace pensar.

Ya nos dice para comenzar el evangelista que Jesús nos propone esa parábola por algunos que se tenían por justos, confiaban solo en si mismos y despreciaban a los demás. ¿Así andaremos nosotros? con corazón abierto, con espíritu humilde tenemos que presentarnos ante Dios para escuchar en lo más hondo de nosotros mismos esta parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar.

Allí está el fariseo, de pie, en medio de todos, mirando por encima del hombro a todos los demás, cantando como el gallo que ufano extiende sus alas en medio del gallinero para hacer el listado de todas las cosas buenas que hace y con lo que se presenta ante Dios. El no es como lo demás, y dice bien. No es como los que van con sencillez y humildad por la vida, porque solo pretende subirse a pedestales para que le muestren reverencia. Y ahora desde ese pedestal poco menos que quiere dirigirse a Dios de tú a tú con su currículum, con sus méritos, con sus exigencias, con sus ‘derechos’.  Y nos dirá Jesús que bajó del templo con el rabo entre patas, porque de ninguna manera sintió justificación en su corazón.

Pero allí está en un rincón el que no se atreve a levantar la cabeza. El sabe que es pecador y es lo único que puede presentar ante Dios, aunque su pecado no le valga para ningún merecimiento. Es su único currículum que puede atreverse a presentar. Pero es el hombre que no confía en si mismo porque sabe de su debilidad, no es el hombre que cacarea sus hazañas, porque lo único que recuerda son sus debilidades y fracasos en la vida, pero aun así se atreve a acercarse a Dios, porque sabe que Dios es compasivo y misericordioso. Su única palabra es ten compasión de este pecador, acogerse a la misericordia y a la compasión de Dios que es amor. Y se llenó de Dios, porque la humildad junto con su amor era la llave que le abría la puerta para encontrarse con Dios.

¿Y nosotros? ¿Qué llevamos en nuestras manos cuando nos presentamos ante Dios? ¿Sabremos encontrar esa llave de la humildad que nos abre los ojos para contemplar y vivir lo que es la misericordia de Dios? No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por las vanidades de este mundo, nos encontraremos en el corazón de Dios.

viernes, 17 de marzo de 2023

El imperdible que hemos de llevar prendido en la vida para no perder a Dios es nuestro prójimo, amarlo es garantía de que amamos de verdad a Dios

 


El imperdible que hemos de llevar prendido en la vida para no perder a Dios es nuestro prójimo, amarlo es garantía de que amamos de verdad a Dios

Oseas 14, 2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34


Recuerdo que nuestras madres cuando éramos pequeños y quizás nos enviaban con un recado ya fuera a la venta o a la casa de un vecino, al escribirnos lo que teníamos que llevar aquel papel nos lo trababan con un imperdible, ya fuera en la ropa o en algún apropiado para que no lo perdiéramos; lo mismo quizás una medalla o un escapulario que querían que llevásemos nos lo trababan así con un imperdible para que no tuviera perdida.

Me ha venido esta imagen a la cabeza reflexionando sobre lo que hoy nos ofrece el evangelio. Y tomando esa imagen yo me atrevo a decir que el imperdible para que no perdamos a Dios es nuestro prójimo. Sí, podemos perder a Dios y no encontrarlo a pesar de que nos sepamos muy bien eso de que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas.

Le estaba sucediendo a aquel letrado, aquel maestro de la ley que viene con sus preguntas a Jesús. ¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús con gran pedagogía responde textualmente con aquellas mismas palabras que todo buen judío sabía de memoria- ¿y como no iba a saberlas el letrado si era un maestro de la ley? – y repetía muchas veces al día. ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Esto lo sabían todos, los fariseos incluso lo llevaban escrito en las franjas de sus mantos, en la puerta de cada casa lo tenían escrito también y todo buen judío al salir o al entrar en casa repetía estas palabras.

Hasta aquí no le dice nada nuevo que no supiera Jesús al escriba, pero es que Jesús habla del mandamiento primero, pero habla también del segundo mandamiento que es semejante al primero, que tiene la misma validez que el primero, que no se puede entender el primero si no entendemos y cumplimos con el segundo. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’.

Aquí se siente sorprendido el escriba que no le queda más remedios que dar razón a Jesús. ‘Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.

Vale más que todos los holocaustos y sacrificios, le repite, el amor al prójimo como a uno mismo. Puede haber muchos holocaustos y sacrificios, pero hay algo que vale mucho más, el amor al prójimo. Si no hay amor al prójimo no podremos decir que tenemos verdadero amor a Dios. Es la garantía de que amamos a Dios de verdad. Es la garantía de que nos estamos encontrando con Dios, de que conocemos a Dios.

De ahí la frase que os decía al principio. El imperdible para que no perdamos a Dios es el prójimo. Teniendo presente ante nuestros ojos a nuestro prójimo estamos teniendo presente a Dios. ¿No nos dirá Jesús que todo lo que le hagamos al prójimo es como si se lo hubiéramos hecho a El? Garantía del amor a Dios, garantía de nuestro encuentro con Dios, garantía de que conocemos a Dios, amamos y amamos de verdad, porque ahora se nos está diciendo que amemos como nos amamos a nosotros mismos, pero terminará diciéndonos Jesús que amemos pero como nos ama Dios, ‘como yo os he amado’.

Llevemos ese imperdible bien prendido en nuestra vida. No nos perderemos. O como nos decía un teólogo y escritor del siglo XX ‘El prójimo es nuestro lugar de cita con Dios’ (Cabodevilla).

jueves, 16 de marzo de 2023

Y los cristianos tenemos que dar la nota, manifestar lo que creemos en la vida que llevamos, manifestarnos como creyentes aunque eso no cuente para los que nos rodean

 


Y los cristianos tenemos que dar la nota, manifestar lo que creemos en la vida que llevamos, manifestarnos como creyentes aunque eso no cuente para los que nos rodean

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23

Seguro que al menos consideraremos como una falta de respeto, pero incluso si nos lo hacen a nosotros nos sentiremos ofendidos, si cuando estamos hablando con alguien este nos vuelve la cara como una señal de que no quiere escucharnos, o nos vuelve la espalda. La más mínima corrección y respeto nos exige prestar atención a quien nos habla.

Pero peor aún si llega a nuestros oídos que aquello que nosotros hemos hecho con gran dedicación y generosidad por nuestra parte para ayudar a alguien, por ejemplo, alguien con muy mala saña propaga que aquello no es obra nuestra sino que se lo atribuyen a otras personas, o quizás alguien se lo atribuye a si mismo. Se sentiría herido nuestro amor propio, nos sentiremos molestos con tales muestras de ingratitud, y en cierto modo nos sentiríamos defraudados de esas personas que propagan tales cosas.

¿Qué estaba sucediendo con la obra de Jesús? Ya el profeta en la primera lectura que hoy se nos propone en la liturgia habla de esa nuestra actitud desagradecida ante Dios, en que incluso le damos la espalda tantas veces que no queremos escucharle, o quizás queremos aparentar una bondad que luego no tenemos, mostrándonos allí donde nos interesa muy religiosos y muy creyentes, pero luego en el día de nuestra vida le vamos dando la espalda a Dios, olvidándonos de lo que es su mandamiento y de lo que es su voluntad.

Hoy el evangelio nos habla de un milagro de Jesús, ha liberado del mal a una persona con la expulsión de un demonio, y aunque hay quienes se llenan de admiración por la obra de Jesús, sin embargo pronto surgen aquellos que no quieren reconocer la obra de Dios que se manifiesta en Jesús, atribuyendo al poder del maligno aquellas obras que Jesús realiza, precisamente expulsando el espíritu del mal de aquellas personas. Y aquí aparece la incongruencia, por lo que Jesús habla del reino dividido que no puede subsistir, porque si luchamos contra nosotros mismos lo que hacemos es destruirnos. Es la incongruencia del razonamiento de aquellas personas que ya no saben cómo oponerse a Jesús, quererle desprestigiar porque no quieren reconocer la obra de Dios en El.

Y es aquí donde tenemos que ponernos a pensar en nuestras incongruencias que se manifiestan en tantas cosas. Como se suele decir en dicho popular encendemos una vela a Dios y al mismo tiempo otra al diablo. Es la incongruencia de que muchas veces nuestra vida esté tan distante de esa fe que decimos que tenemos y que incluso en determinados momentos hacemos hasta confesión pública de esa fe.

Quiero mirarme a mi mismo, como os invito a quienes leen estas semillas de cada día a que nos miremos con sinceridad a nosotros mismos. Nos llamamos cristianos porque decimos que creemos en Jesús, hay momentos en que parece que queremos vivir una intensa religiosidad, pero luego con sinceridad tenemos que darnos cuenta de que aquello que confesamos no es lo que vivimos cada día. Nuestra vida se vuelve muchas veces rutinaria, simplemente nos dejamos arrastrar, y muchas veces ese ambiente externo que nos rodea puede más que nosotros mismos. ¿Qué hacemos? lo que todo hacen, no nos queremos diferenciar, porque pensamos quizás que daríamos la nota.

Y los cristianos de verdad tenemos que dar la nota, manifestar lo que creemos en la vida que llevamos, manifestarnos como creyentes aunque eso no cuente para los que nos rodean. Aunque sea políticamente incorrecto, como se dice ahora. Nos decimos creyentes y vivimos como ateos, porque no tenemos presente de verdad a Dios en nuestra vida, en lo que hacemos. De alguna manera parece algunas veces que prescindimos de Dios, vivimos sin el sentido de la fe aquello que hacemos, aquello que decimos. Simplemente nos contentamos con hacer lo que todos hacen. ¿Nos podemos de verdad así llamarnos cristianos si en la práctica casi podríamos decir que vivimos como paganos?

Incongruencias que no nos faltan en la vida. Cosas que tendrían que hacernos pensar. Porque es que realmente muchas veces le estamos dando la espalda a Dios. Oímos que quiere hablarnos pero no lo escuchamos, porque nosotros andamos con otras canciones de la vida. ¿Estamos o no estamos con Jesús?

miércoles, 15 de marzo de 2023

El mandamiento del Señor tiene todo su sentido y sigue teniendo entonces todo su valor porque siempre nos llevará por caminos de justicia, de amor y de paz

 


El mandamiento del Señor tiene todo su sentido y sigue teniendo entonces todo su valor porque siempre nos llevará por caminos de justicia, de amor y de paz

Deuteronomio 4, 1. 5-9; Sal 147; Mateo 5, 17-19

Tenemos una fácil tendencia, no sé si nacida de nuestros orgullos y autosuficiencias, de que nos creemos que nosotros podemos hacer siempre las cosas mejor que los demás; parece que nunca fuera válido lo que otros hacen, lo que está establecido con la autoridad de los siglos o de la experiencia, y como tengamos oportunidad echamos abajo lo que otros han edificado, porque para nuestro entender, no vale y nosotros somos capaces de hacerlo mejor.

Es resultado muchas veces también de unas ideologías, que aun hablando mucho de democracia, se convierten en absolutismos, porque todo hay que hacerlo desde aquella ideología y de lo contrario no valdría para nada lo hecho anteriormente. Son los cambios constantes que vemos en la sociedad según sea el dirigente de turno, digámoslo así, y la destrucción que realmente poco nos hace avanzar, si negamos siempre la fortaleza de lo que siempre nos ha servido de cimiento. No es conservadurismo a ultranza, es sensatez y valentía para descubrir también lo bueno que han hecho otros. ¿Aprenderemos alguna vez?

Pero esto no es nuevo, es algo que ha estado en la aspiración de muchos a través de todos los tiempos; origen de revoluciones, de cambios y transformaciones, y que ha sido realmente el camino que a lo lago de los siglos hemos repetido una y otra vez, porque al final todos estamos repitiendo esas mismas cosas de no respetar ni valorar lo que los contrarios hacen o han hecho.

¿Qué estaba sucediendo en el entorno de Jesús? En su predicación veían algo nuevo, se despertaban muchas esperanzas también para una situación social que vivían con dureza en aquellos tiempos. Fácilmente el mensaje de Jesús podía tergiversarse también, por eso la idea que tenían de lo que había de ser y de hacer el Mesías. Es cierto que Jesús estaba pidiendo un cambio, pero que no era un cambio externo, sino que tenía que partir del corazón. La palabra conversión que Jesús proclamaba no era una revolución en que todo cambiase. Para algunos quizás incluso la ley Mosaica que era el fundamento del pueblo judío en todos los aspectos, podía parecer anticuada, mientras otros la recargaban con normas y preceptos que quizás podían hacerle perder su sentido más profundo. En las palabras de Jesús aventuraban un cambio.

Plantea, es cierto, un nuevo estilo y sentido de vida, una nueva forma de entender la relación con Dios pero también la relación con los demás. ¿Eso podría significar que habría que cambiar la ley de Moisés? Jesús tajantemente en el sermón del monte, donde precisamente nos está ofreciendo esa nueva visión, nos dice que El no ha venido a abolir la ley ni los profetas, El ha venido para llevarlo todo a la plenitud; y les habla de la importancia también de lo que nos parece pequeño, pero que será lo que en verdad nos hará grandes en el Reino de los cielos.

¿Podrían llevar a confusión estas palabras de Jesús? ¿Podrían llevarnos a confusión también a nosotros, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan dados como somos a cambios así porque sí de las cosas? Jesús nos habla de plenitud, Jesús nos habla de encontrar el hondo sentido que tiene que tener todo; nos lo da la nueva visión que nos da de Dios, pero nos lo da también la visión que nos está dando de la persona, de toda persona, que siempre tiene que ser la importante y donde el respeto y el amor tiene que estar por encima de todo.

No es cumplir la ley como quien tiene un yugo atado sobre si y no le queda más remedio que caminar por donde le llevan; tiene que ser algo nuevo y distinto, es comprender el lugar que tiene que ocupar Dios en la vida de la persona, de toda persona, para comprender también el lugar del hombre, el lugar de la persona, de toda persona en mi vida. es mirarlo de otra manera, es descubrir su dignidad y su grandeza, es la valoración que hacemos siempre del otro, es el respeto que le tenemos, es la mano tendida para caminar juntos, es el sentir esos nuevos lazos de amor que nos acercan los unos a los otros y nos mantienen en una nueva comunión.

Y desde ahí nos daremos cuenta que el mandamiento del Señor tiene todo su sentido y sigue teniendo entonces todo su valor. En nombre de ese mandamiento del Señor nunca podremos humillar a nadie, nunca podremos cerrar nuestro corazón a su necesidad, nunca crearemos fosos y abismos que nos distancien, siempre estaremos tendiendo lazos y puentes que nos acerquen, siempre estaremos busco lo bueno, el bien, la verdad que nos llevará por caminos de justicia y de paz.

Y todo eso no tiene que estar cambiando a cada nuevo viento que nos llegue, todo eso va a ser el carril por donde siempre haré circular mi vida. Todo eso hará que en verdad estemos construyendo un mundo mejor. Es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que viene a realizar.

martes, 14 de marzo de 2023

Un intercambio de amor y de misericordia, aprendiendo a gozarnos en todo lo que es el amor de Dios, amando a los demás y mostrándonos comprensivos y compasivos

 

limpiemos el cristal del corazón perdonando

Un intercambio de amor y de misericordia, aprendiendo a gozarnos en todo lo que es el amor de Dios, amando a los demás y mostrándonos comprensivos y compasivos

Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35

Cuando dejará de darme la lata, ya está bien, una y otra vez con lo mismo, pensamos algunas veces impacientes ante las molestas que estamos recibiendo de alguien. Ya le ha aguantado bastante, argumentamos, le he perdonado tantas veces, pero parece que esto no se acaba, y ya comenzamos a tenerle inquina en nuestro interior, perdemos la paciencia fácilmente, y terminamos rechazándolo.

Aquí estamos entrando en el tema del perdón, de las molestias u ofensas que recibimos de los demás, y nos preguntamos hasta donde tenemos que aguantar, hasta donde tenemos que seguir teniendo paciencia, cuantas veces tengo que perdonarle. Nos sucede tantas veces. Lo vemos tantas veces en la vida a nuestro alrededor; gente que se las guarda en su interior – y cuanto daño se están haciendo a si mismos – y están buscando no ya el cómo perdonarle, sino como encontrar medio para la venganza. Cosas así las tenemos muy cerca de nosotros, cuando no nos sucede a nosotros lo mismo.

Es lo que Pedro le está planteando al Maestro. Lo ha escuchado en el sermón del monte que nos manda amar también a aquellos que nos resultan indiferentes, que tenemos que hacer el bien también a aquellos de los que nunca hemos recibido un favor, que tenemos que amar a los enemigos y a los que nos hacen daño, que tenemos incluso que rezar por aquellos que nos han ofendido, que el padre tiene que recibir de nuevo en su casa al hijo que se ha malgastado todo lo que su padre le dio viviendo de mala manera...

Y Pedro no termina de entenderlo. Porque uno tiene también su orgullo y su amor propio, como tantas veces pensamos. Y ha escuchado a Jesús que hay que perdonar, porque además así nos ha enseñado a rezar, pero hay cosas que no le cuadran en su cabeza. ¿Cuántas veces? ¿Será ya suficiente para cumplir un poco con lo que dice Jesús, que le perdonemos hasta siete veces?

Ya conocemos la respuesta de Jesús, que seguramente les dejaría desconcertados. No es para menos. Porque Jesús parece que nos está pidiendo imposibles. Y Jesús propone una parábola. Una parábola en la que tenemos que aprender a valorar lo que es sentirse perdonado, para que yo pueda comenzar a tener esa actitud también para con los demás. El hombre que le pide cuenta a sus servidores, sobre todo uno que tiene grandes deudas con él; después de suplicarle ante las exigencias de su amo, pero sobre todo después que finalmente le han perdonado todo lo que debía, no fue capaz de tener entrañas de misericordia con un compañero que le debía una minucia en comparación.

No había disfrutado con el perdón que le habían concedido. Es el gran problema que seguimos teniendo. Parece que no le damos importancia cuando nos perdonan a nosotros, pero sí le damos importancia a lo que el otro pueda deberme. Nos olvidamos fácilmente de que nos han perdonado, de lo que nos han perdonado. Algo que tenemos que aprender a saborear para que entonces nosotros aprendamos a tener buenas actitudes con los demás.

Es regla universal que Jesús nos está trazando, es cierto, pero quiero centrarme en nosotros los cristianos, que seguimos siendo rencorosos tantas veces en la vida, y que nos cuesta tanto perdonar. Y a lo mejor somos de los que vamos a confesarnos mucho, porque es cierto que nos sentimos pecadores, para que el Señor nos perdone. Pero algo nos está fallando cuando nos confesamos, algo nos está fallando cuando estamos celebrando el sacramento de la penitencia para recibir el perdón de Dios por nuestros pecados, pero no terminamos de saborear ese regalo de Dios que nos perdona.

Y así no queremos dejar que otros puedan saborear el perdón que nosotros hemos de ofrecerle, no sabemos nosotros gozarnos regalando el perdón a los que nos hayan ofendido, porque es regalarles amor, porque es disfrutar de verdad de lo que es el amor de Dios que ha sido compasivo y misericordioso con nosotros y ahora nosotros queremos serlo con los demás.

Es un intercambio de amor y de misericordia, es un aprender a gozarnos de verdad en todo lo que es el amor de Dios, es disfrutar cuando amamos a los demás y nos mostramos comprensivos y compasivos, porque sabemos lo que son nuestras debilidades, pero porque hemos disfrutado cuando Dios nos ha perdonado.

lunes, 13 de marzo de 2023

Siempre por delante la disposición humilde de la fe, los que confían y se sienten pobres y no saben de autosuficiencias, son los que abren su corazón a Dios

 


Siempre por delante la disposición humilde de la fe, los que confían y se sienten pobres y no saben de autosuficiencias, son los que abren su corazón a Dios

2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30

¿Por qué seremos tan vanidosos y orgullosos incluso cuando aquello que vamos a recibir es como regalo? ‘Mira tú lo que me van a regalar’, de alguna manera decimos incluso despectivamente cuando nos parece pequeño e insuficiente para nuestra, digamos, dignidad aquello que nos van a regalar. Somos amigos de cosas portentosas, grandiosas; no terminamos de aprender la grandeza de lo pequeño y de lo sencillo.

Fue la reacción de Naamán el sirio cuando vino de Siria a Israel para que el profeta le curase de su lepra. Ya venía él cargado de joyas y preciosos regalos poco menos que para congraciarse o ganarse la voluntad del rey de Israel; pero lo envían a un profeta que por allá anda medio perdido y que ni siquiera se digna salir a recibirlo; para colmo no realiza aquellos gestos espectaculares que él esperaba sino que lo envía a lavarse en aquel pobre río del Jordán cuando tan hermosos ríos tenía en su tierra. Despechado se quiere marchar aunque le convencen sus servidores. Todo un mensaje, todo un testimonio para nuestras vanidades que también queremos ganarnos y de qué manera los favores, pero que esperamos también cosas especiales para nosotros.

Pero este testimonio le sirvió a Jesús para que las gentes de su pueblo de Nazaret también pudieran comenzar a entender lo que en verdad tenía que significar la presencia de Jesús. Habían esperado que Jesús realizara en su pueblo grandes milagros y así su pueblo también ganaría fama de ser la patria del nuevo profeta.

Se habían sentido orgullosos de Jesús cuando le vieron proclamar la lectura en la sinagoga, pero aquel orgullo les había llevado a acabar mal. Jesús no realizaba allí los milagros que ellos esperaban, pronto se pusieron en su contra, y empezaron a sacar cosas como sucede en todos los pueblos pequeños, que si era el hijo del carpintero, que por allí aun andaban sus parientes, que de donde sacaba aquella sabiduría y aquellas doctrinas, su corazón se iba cerrando más y más al camino de la fe en Jesús.

Jesús les recuerda que muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo y solo fue curado un pagano, un gentil, Naamán el sirio, aunque ya hemos visto también las circunstancias de lo sucedido. Por eso les recuerda Jesús lo mismo que ya estaba sucediendo, un profeta nunca es bien mirado en su tierra. Si su comportamiento, por así decirlo, es actuar con autenticidad en su misión profética, su manera de actuar no era la de ir haciendo milagros como quien reparte regalos.

El profeta es un hombre de Dios, un testigo de Dios que nos tiene que llevar a un verdadero encuentro con Dios. Y para eso tenemos que despojarnos de nuestros orgullos y vanidades. Otro es el camino, otros serán los que recibirán la revelación de Dios. ‘Te doy gracias Padre porque has revelado tu misterio no a los sabios y entendidos sino a los pequeños y a los sencillos’, dirá Jesús en otra ocasión.

Siempre tiene que estar por delante la disposición humilde de la fe; son los que confían, son los que se sienten pobres y no saben de autosuficiencias, los que de verdad abren su corazón a Dios. Son los que enraízan sus raíces y sus vidas en las aguas vivas de la misericordia y del amor, son los que no llenan de vanidad su corazón los que de verdad están abiertos a Dios. ‘Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios’, nos dirá Jesús en las bienaventuranzas.

Aquel día en Nazaret no era eso lo más destacable, por eso llegarán al rechazo y a la violencia; se sentían defraudados en su corazón porque no habían puesto su confianza en el Señor sino en ellos mismos porque eran los de Nazaret, donde había nacido y criado el nuevo profeta. Sus caminos cambian y se tuercen, porque sus ojos están cerrados a la verdadera luz que quería brillar en aquellas tinieblas, pero las tinieblas lo rechazaron.

domingo, 12 de marzo de 2023

Jesús tiene sed y nos pide agua para que sintamos que estamos sedientos y solo El puede darnos el agua que calma para siempre nuestra sed

 


Jesús tiene sed y nos pide agua para que sintamos que estamos sedientos y solo El puede darnos el agua que calma para siempre nuestra sed

Éxodo 17, 3-7; Sal 94; Romanos 5, 1-2. 5-8; Juan 4, 5-42

Qué incómodos y molestos nos ponemos cuando estamos sedientos y cansados; se nos hace duro el camino y buscamos la sombra para el descanso y una posible fuente de agua fresca para calmar nuestra sed; mientras andamos desasosegados, ansiosos, nos parece imposible alcanzar el camino y aparecen los nubarrones en el espíritu que nos hacen preguntarnos por el sentido de aquel camino que estamos haciendo, las dudas de si seremos capaces de poder llegar hasta la meta, nos volvemos ásperos y hasta violentos con los que están a nuestro lado como si la secura física nos hubiera contagiado el espíritu.

Pero hay momentos de cansancio que nos hace sentir y preguntarnos de qué realmente estamos sedientos, porque qué es lo que nos falta o nos sobra en la vida; nos pueden sobrar pesos muertos que más aumentan el cansancio, nos pueden sobrar apegos que nos hicieron olvidar cuál es el agua que realmente teníamos que haber buscado, o nos puede sobrar un materialismo de la vida donde más nos preocupamos de cosas que de aliviar el espíritu. Eso nos hará entonces descubrir qué nos falta, qué es lo que realmente tenemos que descubrir que sea verdadera luz y fuerza para ese camino. Tan aturdidos andamos muchas veces que no sabemos qué es lo que queremos o lo que buscamos. Pero vamos de camino y a alguna meta tendremos que llegar.

Contemplamos una vez más en el evangelio que Jesús va de camino aunque esta ocasión le veremos hacer una parada que a nosotros también nos puede hacer descubrir muchas cosas. Va atravesando Samaría, aunque no es el camino habitual que hacen los galileos para venir o volver de Jerusalén. No va Jesús en las comodidades con que hacemos nosotros nuestros viajes y va cansado por el camino y se detiene junto a pozo en búsqueda de agua para calmar la sed. Así lo va a pedir a una mujer samaritana que viene a sacar agua al pozo. ‘Dame de beber’.

Un día gritará Jesús en lo alto del calvario y desde lo alto de la cruz, ‘tengo sed’. Le ofrecerán entonces algo que pudiera calmar aquellas securas de los estertores de la muerte, pero parece que la samaritana se resiste a dar de beber a quien ahora le pide. Una mujer que viene también por agua, un agua que tendrá que buscar y sacar de un pozo que es hondo aunque ella se cree con todos los medios necesarios para ello. Pero al final se descubrirá la verdadera sed de aquella mujer. Porque la sed de Jesús que pide de beber a aquella mujer junto al pozo servirá para despertar o para descubrir otra sed más honda y más importante que llevamos en el alma.

Ya conocemos todo el desarrollo del evangelio y cómo va a ir apareciendo la sed de aquella mujer, la situación que vive aquella mujer como aquel pueblo de samaritanos y cómo será la mujer la que le pedirá a Jesús que le de del agua que ahora es El quien está ofreciendo. Allí se ha desarrollado todo un proceso en el espíritu de aquella mujer. No sabe realmente con quien está hablando aunque está intuyendo muchas cosas, pero siempre los encuentro con Jesús son transformadores.

Por eso hoy nosotros dejemos que Jesús se meta con nosotros y a nosotros nos pida agua también. ¿Qué le vamos a ofrecer? ¿Aparecerán todas nuestras capacidades técnicas o todas esas cosas que creemos que nos sabemos hasta de memoria para dar respuesta a la petición de Jesús?  Más bien vamos a tener que dejar que se despierte esa sed que llevamos dentro, esos ardores o esa aridez que algunas veces sentimos en nuestro espíritu, esos vacíos interiores o esos interrogantes que se nos puedan plantear desde la situación del mundo en el que vivimos.

Nos tenemos que sentir provocados por Jesús. No tengamos miedo de abrir nuestro corazón para que aparezcan esas sombras y esas heridas que todos llevamos dentro, esa sed que sentimos y que queremos aplacar por nosotros mismos con tantos sucedáneos, esas ataduras por las que nos sentimos cogidos y de las que no tenemos la valentía de liberarnos, esos sueños que nos hacen caminar como en una nube pero que no son los sueños que nos elevan o que nos hagan buscar metas más superiores para nuestra vida, esas rutinas que seguimos manteniendo en nuestra manera de relación con Dios que no nos hacen disfrutar del amor del verdadero Padre del cielo.

Los encuentros con Jesús cuando son de verdad serán siempre transformadores. Es lo que tiene que ser para nosotros este tercer domingo del camino cuaresmal que estamos haciendo. Tiene que haber pascua en nosotros. Es el paso de Dios por nuestra vida. Tenemos que sentirlo con la presencia de Jesús. Pidámosle sin ningún recelo ni desconfianza que nos dé siempre de esa agua que El nos ofrece y nos quiere dar. Es el agua viva que cuando la bebamos, ya no volveremos a tener de otras aguas, porque solo queremos la de Jesús que nos llena de vida eterna.